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La guerra gaucha (película)




La guerra gaucha es una película argentina, dirigida por Lucas Demare protagonizada por Enrique Muiño, Francisco Petrone, Ángel Magaña y Amelia Bence entre otros. El guion fue realizado por Homero Manzi y Ulyses Petit de Murat sobre el libro del mismo nombre (1905) de Leopoldo Lugones. Se estrenó el 20 de noviembre de 1942. Se la ha considerado "la película de más éxito del cine argentino, y también una de las mejores".[1]

La película, de tono épico, transcurre en 1817 en la provincia de Salta (noroeste de Argentina) en el contexto de las acciones de guerrilla de los gauchos partidarios de la independencia, bajo el mando del general Martín Güemes, contra el ejército regular realista que respondía a la monarquía española.

Para la filmación de exteriores se construyó una aldea en la misma zona donde se desarrollaron los acontecimientos que inspiraron la película. Las escenas de conjunto, para las cuales se contó con mil participantes, no habían tenido precedente en el cine argentino.

Tanto la génesis de la película como su contenido se encuentran vinculados con el particular momento histórico de Argentina en el que había un intenso debate sobre si el país debía pronunciarse en favor de uno de los bandos o mantener su neutralidad en relación a la Segunda Guerra Mundial que se encontraba en pleno desarrollo.

La exaltación en la obra de los valores ligados al nacionalismo expresados en la conjunción del pueblo, el ejército y la iglesia en la lucha en defensa de la tierra fue considerada por algunos como una anticipación de la ideología de la revolución que el 4 de junio de 1943 desplazó al desprestigiado gobierno de Ramón Castillo.

La película fue producida por Artistas Argentinos Asociados, una cooperativa de artistas creada poco antes y requirió una inversión muy superior a la de otras producciones de la época pero su éxito de público permitió recuperar el costo en las salas de estreno, donde permaneció diecinueve semanas.

Leopoldo Lugones (1874-1938) ejerció el periodismo y realizó una vasta obra literaria respecto de la cual dijo Ricardo Rojas:

Para escribir La guerra gaucha Lugones fue a la provincia de Salta, a conocer los lugares en los que se desarrolló la lucha y registrar la tradición oral sobre la misma. Se trata de un relato épico compuesto por varias historias en las que se utiliza un vocabulario muy amplio y cargado de metáforas. Los diálogos son cortos y, en cambio, las descripciones y las visiones subjetivas son abundantes. Las características del paisaje y la naturaleza salteña se describen en forma extensa y detallada y tienen gran importancia como elementos del libro.

El 20 de febrero de 1938, asumió la presidencia de Argentina Roberto M. Ortiz, un radical antipersonalista, que había expresado su intención de terminar con el fraude electoral sistemático impuesto a partir del golpe militar que derrocara al radicalismo en 1930. Sin embargo ese propósito encontró resistencia en sectores de la coalición política denominada la Concordancia a la cual pertenecía. El agravamiento de la diabetes que padecía lo obligó delegar el mando en el vicepresidente Ramón Castillo, primero en forma provisional y a partir del 27 de junio de 1942 en forma definitiva. El nuevo presidente no estaba de acuerdo con la política de Ortiz y reiteró desde su cargo las prácticas de fraude, desalentando así a quienes se habían esperanzado con el cambio que había propuesto su antecesor.[3]

Apenas se inició la Segunda Guerra Mundial el gobierno argentino declaró el 4 de septiembre de 1939 la neutralidad del país frente al conflicto, repitiendo así la posición que había tenido durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Gran Bretaña apoyó esa decisión pues le interesaba que Argentina se mantuviera neutral y pudiera seguir abasteciéndola de alimentos durante la guerra.[4]

En diciembre de 1941 los Estados Unidos entraron en guerra. En enero de 1942 se realizó la Tercera Reunión Consultiva de Cancilleres de las Repúblicas Americanas en Río de Janeiro a instancias de los Estados Unidos que aspiraba a obtener una decisión que obligara a la ruptura de relaciones con los países del Eje. La Argentina, que durante los años anteriores había tenido continuos roces con los Estados Unidos,[5]​ se opuso a tal pretensión e influyó en forma decisiva para que se aprobara "recomendar" la ruptura, en lugar de hacerla obligatoria.[6][7]

Los problemas vinculados a la política exterior asumieron entonces mayor importancia en la Argentina y reavivaron el conflicto entre el sector político aliadófilo, el neutralista y el que era más afín a los países del Eje. Dentro de este último, numéricamente minoritario, militaban los partidarios del nacionalismo y algunos oficiales de las fuerzas armadas. El tema de la posición del país frente a la guerra desplazó a las demás cuestiones del centro del escenario público.[7][8]

A partir de la década de 1930 y siguiendo una tendencia que era general en Latinoamérica, las ideas nacionalistas se fortalecieron en los campos y sectores más diversos en Argentina. En partidos políticos como la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista, en el sindicalismo socialista y en el sindicalista revolucionario organizado en la Confederación General del Trabajo crecían las corrientes favorables a la intervención del Estado para preservar los intereses nacionales y promover la industrialización.

Este cambio ideológico era observable también en la cultura, con la reivindicación del tango y de las raíces gauchas e indígenas.[9]

La guerra gaucha fue elegida como tema, guionada y filmada en ese contexto de nacionalismo en expansión y debate sobre la guerra.

En 1938 la producción de películas en la Argentina se encontraba en expansión con 41 estrenos que significaron el debut de 16 directores. En 1939 la cifra subió a 51 películas y se trajo a la Argentina la primera truca, lo que significaba un avance técnico importante para la calidad de las películas.[10]​ El cine argentino tenía un enorme éxito y el Cine Hispano, de Nueva York, estaba dedicado íntegramente a exhibir producciones de Lumiton y de Argentina Sono Film con enormes recaudaciones. En otros lugares de Estados Unidos como Texas, Colorado, Florida, Arizona, Nuevo México y California se repetía el fenómeno. En México se estrenaban casi todas las películas argentinas.[11]​ En 1940 fueron 49 los estrenos pese a que comenzaba a escasear el celuloide en razón de la guerra, en 1941 hubo 47 estrenos y en 1942 fueron 57.[12]

Un grupo integrado por los artistas en ese momento desocupados Enrique Muiño, Elías Alippi, Francisco Petrone, Ángel Magaña, el director Lucas Demare y el jefe de producción de una empresa cinematográfica Enrique Faustín se reunía habitualmente a comienzos de los años 40 en el café El Ateneo ubicado en Carlos Pellegrini y Cangallo (hoy Teniente General Juan D. Perón) de la ciudad de Buenos Aires.

La llamada "Barra del Ateneo", después de largas deliberaciones, decidió aceptar la idea traída por Faustín de configurar una productora que trabajara en cooperativa al estilo de los Artistas Unidos de los Estados Unidos y así se formó el 26 de septiembre de 1941 Artistas Argentinos Asociados Sociedad Cinematográfica de Responsabilidad Limitada.[13][14]

Filmar La guerra gaucha estuvo desde el inicio en los planes de Artistas Argentinos Asociados. Homero Manzi tenía esa idea desde que había hecho el libreto de la película Viento Norte y a fuerza de insistir convenció al director Lucas Demare de la viabilidad del proyecto. Francisco Petrone fue uno de los que más lo apoyó y, recordando el éxito de la película Prisioneros de la tierra, propuso que el libreto fuera elaborado por Manzi y Ulyses Petit de Murat. Los derechos de autor para la película se adquirieron a Leopoldo Lugones (h) que además de cobrar diez mil pesos, recibió dos discos de jazz que no se conseguían en el país.[15]

En el ínterin, Elías Alippi, que iba a actuar en el papel del capitán Del Carril, enfermó de cáncer (falleció el 3 de mayo de 1942), por lo cual sus compañeros de empresa sabiendo que no estaba en condiciones de sobrevivir a las duras condiciones de la filmación y, no queriendo reemplazarlo en vida, postergaron la filmación con una excusa y comenzaron a rodar El viejo Hucha, en la que no tenía papel. Al recordar la propuesta para hacer el guion, Ulyses Petit de Murat dijo:

Debido a que con El viejo Hucha se había gastado parte del dinero necesario para hacer La guerra gaucha, los socios de Artistas Argentinos Asociados que habían participado en ella incrementaron el capital de la sociedad con los honorarios que les correspondían. Este esfuerzo financiero no fue suficiente y debieron asociarse con Estudios San Miguel y malvender los derechos de exhibición de la película para algunas zonas. Gracias a estas decisiones se pudo filmar con "un poco menos de apremio pero sin holgura".[17]

Homero Manzi se interesó desde joven por la literatura y el tango. Tras una breve incursión en el periodismo, Manzi trabajó como profesor de literatura y castellano pero por razones políticas (adhería a la Unión Cívica Radical) fue expulsado de sus cátedras y se dedicó al arte.

En 1935 participó de la fundación de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), agrupación cuya posición ha sido caracterizada como de "nacionalismo populista". Se centró casi exclusivamente en la problemática argentina e Hispanoaméricana y en su discurso propugnaba "reconquistar el dominio político de nuestra propia tierra" ya que consideraba que el país estaba todavía en una situación colonial. En relación al conflicto europeo apoyaba la posición de neutralidad sosteniendo que ningún gran interés argentino o Hispanoaméricano estaba allí en juego, si bien su posición era de rechazo tanto hacia el fascismo como hacia el comunismo.[18]

En 1934 Manzi fundó la revista Micrófono, que se ocupaba de la radiotelefonía y del cine argentinos y en colaboración con Hugo Mac Dougall realizó los guiones de Nobleza gaucha (1937), nueva versión de la película muda de 1915, Huella (1940), por el que obtuvieron el segundo premio de la Municipalidad de Buenos Aires y Confesión (1940), sin que ninguna de las películas tuviera éxito.[19]

En 1940 Manzi comienza la que sería una larga colaboración con Ulyses Petit de Murat, escribiendo el guion de Con el dedo en el gatillo (1940) al que seguiría el de Fortín alto (1941).

Ulyses Petit de Murat nació en 1907 y se dedicó desde joven a la literatura y al periodismo. En el diario Crítica estuvo al frente de la página de música y luego codirigió con Jorge Luis

Borges su suplemento literario. En 1932 pasó a la sección de cine de Crítica y en 1939 escribió su primer guion cinematográfico para la película Prisioneros de la tierra, adaptación de cuatro cuentos de Horacio Quiroga, realizada en colaboración con un hijo de este, llamado Darío Quiroga al que siguió en 1940 en Con el dedo en el gatillo, en colaboración con Homero Manzi.

Los guionistas comenzaron por seleccionar las historias que podrían proporcionarles los elementos para su trabajo. El cuento Dianas fue elegido como base principal, de Alertas se tomaron los personajes de General, el niño que avisa en la pulpería la presencia de los españoles y de la vieja curandera que es desdoblada en dos: la mujer que actúa junto al sacristán Luderio y en Gimena Ramos, uno de los amores del capitán Miranda. De Sorpresa se toma el personaje del capitán Del Carril y de juramento el teniente Villarreal. El músico ciego de Sorpresa es refundido con el sacristán de Dianas y la escena de la carga de la tropilla de Carga con el incendio de Al rastro. Luego se hizo una compilación de los vocablos, costumbres, giros y modismos de época utilizables, para lo cual utilizaron libros e incluso viajaron a Salta para conversar con los lugareños. A continuación se hizo un primer texto del relato y un desarrollo de las imágenes. En este punto el director y los actores aportaron sus comentarios y, finalmente, se elaboró el guion definitivo.[20]

Nació en 1907 y estudió música. En 1928 viajó a España y se incorporó como bandoneonista a la Orquesta Típica Argentina. En 1933 trabajó como intérprete y cantor en las películas españolas Boliche y Aves sin rumbo.

Entusiasmado con el cine, Demare renunció a la orquesta, donde ganaba mil dólares por mes, y comenzó a trabajar en los estudios como peón sin sueldo. Fue aprendiendo el oficio y ascendió rápidamente: pizarrero, tercer ayudante y asistente de dirección. Tiempo después lo contrataron para que debutara como director, pero la guerra civil y sus prolegómenos lo impidieron y debió volver a Buenos Aires.[21]

Emilio Zolezzi, que además de crítico de cine fue el abogado de Artistas Argentinas Asociados desde sus comienzos cuenta sobre el director:

Cuando volvió de España su hermano Lucio le consiguió un empleo como encargado de piso en los estudios cinematográficos Río de la Plata. En 1937 fue contratado como director y guionista para las películas Dos amigos y un amor y en Veinticuatro horas de libertad, ambas interpretadas por el actor cómico Pepe Iglesias. En 1939 pasó a Pampa Films, una empresa con mayores presupuestos, para dirigir El hijo del barrio (1940), Corazón de turco (1940) y Chingolo (1941), todas ellas con su propio guion.[23]​ En esta última película, que tuvo buena recepción de crítica y de público, "se consolidó el excepcional equipo técnico que lo acompañaría posteriormente en Artistas Argentinos Asociados: su hermano Lucio en la banda musical, el asistente Hugo Fregonese, el montajista Carlos Rinaldi, el escenógrafo Ralph Pappier, el iluminador estadounidense Bob Roberts (de la American Society of Cinematographers), el camarógrafo Humberto Peruzzi, el electricista Serafín de la Iglesia, el maquillador Roberto Combi y algún otro."[24]​ La siguiente película fue El cura gaucho, en la que inició su relación con Enrique Muiño, pero pese a su rotundo éxito comercial fue despedido por Pampa Films.[24]

Lucas Demare consideraba que los meses de enero y febrero (pleno verano) eran los más adecuados para hacer la filmación en Salta pero cuando tenían el dinero necesario debieron postergarla hasta el invierno porque le informaron que en los meses de verano eran allí frecuentes las inundaciones. Demare viajó primero a Salta para recorrer la zona porque dado que no conocía esa provincia quería hacer el encuadre de la película sobre el terreno. Se trasladó el equipo, unas ochenta personas, que fue a vivir en un viejo caserón que alquilaron instalándose en un gran salón y en dos pequeñas habitaciones y para cada uno que llegaba ponían un catre y un cajón de cerveza como mesita de luz; las actrices y Enrique Muiño, en razón de su edad, se hospedaron en un hotel.[25]

Al llegar a Salta le presentaron al jefe militar coronel Lanús las recomendaciones que llevaban pero no encontraron buena voluntad por su parte y en lugar de ayudarlos ponía obstáculos, provocando que se les cerraran muchas puertas en la ciudad. Así contaba Demare cómo lo solucionaron:

Demare había llevado de Buenos Aires la ropa de gaucho para los actores, pero al llegar advirtió que no era apropiada para el clima buscado en la película porque era nueva, de modo que cuando encontraba un gaucho auténtico que llevaba ropa usada, aunque fuera rotosa, se la cambiaba por la nueva.[27]​Por su parte Magaña y Chiola que en la película debían usar uniformes fueron enviados por Demare en largas cabalgatas para "ablandar" los uniformes y también los cuerpos no acostumbrados a andar a caballo. Resultaba así que muchas veces los lugareños eran sorprendidos en el campo con la aparición de dos oficiales vestidos a la usanza de aquella época.[27]

Lucas Demare tiene en la película varias pequeñas apariciones. En una de las escenas había que filmar el incendio del pueblo (de acuerdo con el argumento, las fuerzas realistas entraban y lo incendiaban pues se habían dado cuenta de que el traidor era el sacristán). La filmación debía hacerse en una sola toma ya que, por supuesto, el poblado se podía incendiar una sola vez, por lo que tanto Demare como los camarógrafos y el resto del equipo se vistieron de gauchos o de realistas. En esta forma si alguno entraba en el foco de una cámara parecía que formaba parte de la acción y no arruinaba la toma. Mientras dirigía un golpe de viento llevó el fuego hacia Demare haciéndole perder la peluca y dejándole la barba postiza chamuscada.

En otro momento, Demare actuó como un soldado español que, atacado por los gauchos, recibe un lanzazo en el pecho. Magaña cuenta: «La lanza se la tiraba yo desde arriba de la cámara; le daba de pleno en el pecho. Le hice un moretón tan grande que después hubo que ponerle un apósito. Tenía un hematoma tremendo de tantos golpes, y él ordenaba: "¡Otra vez! ¡Otra vez! Yo pensaba que lo iba a matar...»[28]​ En la misma escena actuaba, también caracterizado, el maquillador, que en la pelea recibía una pedrada.

En otra escena en la que discuten los personajes que jugaban Amelia Bence, Petrone y Magaña este último debía rodar por las escaleras pero dudaba de su integridad física. Entonces Demare se puso de espaldas en lo alto de la escalera y se tiró de cabeza, para demostrarle que la escena se podía hacer sin riesgos. Y esa fue la secuencia que quedó en la película.[29]

La escena en que una caballada bajaba una ladera con ramas encendidas atadas a sus colas se debía captar de frente. Para esto se construyó una casamata de pirca de piedra y espinillo en la cual se ubicó el camarógrafo Peruzzi que cuenta: «A la orden de "¡Listos!", vi venir a esa masa de cabezas y cascos a toda velocidad, y no respiré hasta que los vi abrirse justo delante de mí mientras los captaba yéndose por los costados… Es que debimos suplantar con valentía, ingenio y temeridad la tecnología insuficiente.»[28]

En la filmación tomaron parte más de mil personas para las escenas de conjunto, en tanto ochenta actores tuvieron papeles con letra.[30]​ Entre los extras había gauchos del lugar contratados por la productora y otros que proporcionaron los Patrón Costa, familia adinerada de Salta, pagándoles de su peculio.[31]​ También participaron un profesor de esgrima y soldados facilitados por las autoridades militares y dos jugadores de pato venidos desde Buenos Aires, expertos en caídas del caballo. Como los gauchos no se querían vestir de españoles pusieron a los conscriptos a actuar como soldados realistas.[32]

Para las escenas que transcurrían en el pueblo criollo en el cual los españoles habían establecido su cuartel general se eligió el poblado de San Fernando, a dos mil metros de altura. Cerca de allí se encuentra la quebrada del Gallinato, donde también se filmaron las escenas del campamento gaucho y el asalto contra la vivienda de la mujer de Miranda.

Con material traído desde Salta en unos cincuenta camiones se construyó una aldea. Tenía un área de mil metros cuadrados, con quince casas, iglesia con campanario, hospital, caballerizas, corrales, comandancia, cementerio, hornos y pircas, todo lo cual quedaba destruido por el fuego en las escenas finales. Para el rodaje el director pidió quinientos caballos, cuatrocientas cabeza de ganado, bueyes, mulas, burros y gallinas. Además, varios elementos de utilería: carritos, carretas, rodados de la época, "parques" y bagajes del ejército.[30]

Las escenas de interior y exterior de la estancia de Asunción, las del campamento realista de noche, el interior del campanario y de la iglesia, la muerte del chico y el número musical de los Hermanos Ábalos se filmaron en estudios en Buenos Aires

En Salta, por el 1817, durante la Guerra de la Independencia las fuerzas irregulares que respondían al general Martín Güemes hieren en una acción de guerrillas a un teniente del ejército español, peruano de nacimiento. Lo mantienen cautivo en la estancia de una patriota, de nombre Asunción, mientras le dan atención médica. Los gauchos que integraban las fuerzas patriotas recibían ayuda del sacristán de una capilla, ubicada junto al asiento de las tropas realistas, quien fingía lealtad al rey pero que con el tañido de la campana enviaba mensajes a los gauchos ocultos en los montes. Cuando los realistas descubren su acción atacan e incendian la capilla, el sacristán queda ciego y, sin proponérselo, guía a los realistas hasta el campamento patriota y los gauchos son aniquilados. En la secuencia final, pasada la batalla, los tres únicos personajes con vida, el sacristán herido, un viejo y el oficial peruano, enamorado de Asunción y convertido a la causa patriota, avistan las tropas de Güemes que llegan para seguir la lucha.

La película comienza con un prólogo en la pantalla proporcionando las circunstancias históricas del lugar y época en que se sitúa la acción y adelantan la posición de sus autores:

La musicalización corrió a cargo de Lucio Demare. Nació en Buenos Aires el 9 de agosto de 1906. A los seis años comenzó a estudiar música, a partir de los ocho tocaba el piano en salas de cine -era todavía la época del cine mudo-. En 1926 viajó a París para unirse a una orquesta para tocar ese ritmo mientras continuaba su labor de compositor. Actuó con gran éxito en diversos países y luego regresó a la Argentina donde formó su propia orquesta.

En España en 1933 realizó la musicalización de dos películas en las cuales también actuó. Inició su participación en el cine argentino en 1936 con la musicalización de la película Ya tiene comisario el pueblo, dirigida por Claudio Martínez Payva[33]​ y siguió en 1938, en colaboración con Francisco Canaro, con Dos amigos y un amor, dirigida por su hermano Lucas Demare. Continuó musicalizando películas, una de las cuales fue Prisioneros de la tierra, con la dirección de Mario Soffici, para el sello Pampa Film y luego se vinculó con la productora de películas Artistas Argentinos Asociados para la cual musicalizó El Viejo Hucha.

Los números de música y danzas nativas estuvieron a cargo del conjunto de los Hermanos Ábalos.

La banda musical de La guerra gaucha -ejecutada generalmente fuera de cuadro- tiene como objetivos centrales ambientar las escenas y crear climas de mayor o menor distensión. Un aspecto común de estas películas de carácter épico es el de realzar el carácter de los acontecimientos -por ejemplo el enfrentamiento, la llegada de la caballería, la muerte de los protagonistas, etc. El cancionero que, suele estar dentro de cuadro, tiene funciones descriptivas, narrativas y dramáticas.[34]

La guerra gaucha fue muy bien acogida por la crítica y el público y recibió numerosos premios. La crónica de El Heraldo de Buenos Aires expresaba:

Por su parte la crónica del diario La Nación decía:

Claudio España escribió:

La opinión del crítico José Agustín Mahieu es la siguiente:

Por su parte César Maranghello opina que

La película bajó de cartel recién a las diecinueve semanas de exhibición durante las cuales la vieron 170 000 espectadores, y para entonces llevaba cuatro semanas consecutivas de exhibición en Montevideo.

La película recibió los siguientes premios:

Como consecuencia de la postergación del inicio de la filmación los productores gastaron parte del dinero que habían reunido para ese fin en el rodaje de El viejo Hucha y para reponerlo debieron malvender anticipadamente los derechos de exhibición de La guerra gaucha para algunas zonas. Finalmente, cuidando muchísimo el gasto, la producción de la película costó $ 269 %000 moneda nacional.[40][41]​ que se amortizó totalmente en las diecinueve semanas de exhibición en las salas de estreno.[42]

Sin embargo, la inexperiencia en los negocios de la mayoría de los asociados y los escasos recursos con los cuales habían iniciado la sociedad hicieron que ese éxito de crítica y de público no se reflejara en lo económico, a lo cual se sumó el problema de la escasez de película virgen que afectaba a la Argentina.

Después de La guerra gaucha Lucas Demare dirigió importantes películas como la multipremiada Su mejor alumno, Los isleros y El último perro. Homero Manzi y Petit de Murat siguieron realizando guiones de película, varios de ellos en colaboración. Manzi siguió componiendo tangos de reconocido mérito hasta su muerte y Petit de Murat, que en 1980 era el libretista vivo que más guiones había hecho en el mundo, escribió obras teatrales y ensayos, tuvo importantes cargos en entidades gremiales y presidió el Fondo Nacional de las Artes.

Enrique Muiño, Francisco Petrone, Ángel Magaña, Sebastián Chiola y Amelia Bence prosiguieron sus carreras actorales en importantes películas y Lucio Demare siguió vinculado al cine como musicalizador de numerosas películas en tanto seguía su carrera de músico de tango. El libretista Homero Manzi, los tres asistentes de dirección Hugo Fregonese, René Mugica y Rubén Cavallotti y tres colaboradores más, Ralph Pappier, Carlos Rinaldi y René Mugica llegaron a dirigir sus propias películas, e incluso Fregonese hizo algunas de ellas en los Estados Unidos. Por su parte el camarógrafo Humberto Peruzzi inició años después una extensa carrera como director de fotografía.

En 2011 se anunció una nueva versión de La guerra gaucha a estrenarse el año siguiente, con dirección de Norman Ruiz, pero el proyecto no se concretó.




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