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Libro de Apocalipsis



El Apocalipsis de San Juan (en griego antiguo, Ἀποκάλυψις Ἰωάννου Apokálypsis Ioánnou 'Revelación de Juan'), también conocido como el libro de las Revelaciones, es el último libro del Nuevo Testamento y de la Biblia cristiana. También es conocido como Revelaciones de Jesucristo por el título que al principio se da a este libro (Ἀποκάλυψις Ἰησοῦ Χριστοῦ [...])[1]​ y, en algunos círculos protestantes, simplemente como Revelación o Libro de las revelaciones. Por su género literario, es considerado por la mayoría de los académicos el único libro del Nuevo Testamento de carácter exclusivamente profético.[2]

El Apocalipsis quizás sea el escrito más rico en símbolos de toda la Biblia. La cantidad de símbolos, eventos y procesos complica la tarea de interpretar la totalidad del texto y, como tal, ha sido objeto de numerosas investigaciones, interpretaciones y debate a lo largo de la historia.

El autor se identifica a sí mismo dentro del libro como Juan, y en condición de desterrado en la isla de Patmos (en el mar Egeo) por dar testimonio de Jesús (Apo 1:9).

La coincidencia de este nombre con el de Juan el Evangelista y el autor de otros escritos del Nuevo Testamento es en gran parte la razón por la cual se atribuye el libro de manera tradicional al apóstol San Juan (a quien se le atribuyen también el cuarto Evangelio y tres cartas: 1 Juan, 2 Juan y 3 Juan). Sin embargo en el Apocalipsis, el autor solo menciona su nombre, sin identificarse nunca con el mismo apóstol Juan de los Evangelios, o que se trate siquiera del mismo autor de los otros escritos atribuidos al apóstol.

La mayoría de los Padres de la Iglesia primitiva, o Padres Apostólicos, como san Papías, san Hipólito, san Ireneo, san Policarpo o san Justino y otros más, afirmaban que el autor de este Libro inspirado era el propio Evangelista, discípulo del Señor; en el año 633 el IV Concilio de Toledo intentando despejar la duda creada recién a partir del último tramo del siglo III, cuando ya no vivía ningún discípulo que hubiese tratado o conocido al autor del Cuarto Evangelio, afirmó que el Apocalipsis era obra del Evangelista y que debía tenerse por obra divina y ciertamente canónica, castigando con la excomunión a quienes lo negasen.[3]

De manera tal que la Iglesia Católica considera normalmente al Libro como de la autoría del Apóstol Juan, el mismo llamado Evangelista, que se trata de un libro divinamente inspirado y que forma parte de las Sagradas Escrituras que deben ser creídas con fe católica.

De cualquier manera, una corriente dentro de las investigaciones modernas suele agrupar los escritos atribuidos a Juan y algunos llegan a afirmar que pertenecen a una supuesta comunidad denominada "joánica". Esta postura no indicaría necesariamente la autoría directa del apóstol Juan, pero sí que una comunidad ya sea fundada por él o fuertemente influenciada por él, sería la que generaría estos documentos (Hahn, 2001). Así, sostiene que, aunque Juan no hubiera escrito de puño y letra el Apocalipsis, sería como si lo hubiera hecho a través de esta comunidad.

Además, piensan que asignar como autor de las obras a un personaje de renombre era común en la tradición de la literatura apocalíptica, no para darle un crédito extra aunque falso a la obra, sino porque de hecho el autor verdadero se identifica plenamente con el personaje que se marca como autor de la obra (Vanni, 1982: 18-19).

Históricamente, se sabe que el Apocalipsis o Revelaciones fue escrito a finales del siglo I o principios del siglo II, cuando las persecuciones romanas contra los cristianos se hicieron más cruentas, en tiempos del emperador Domiciano (que fue César del Imperio Romano a fines del siglo I).[4]​ Este, como algunos otros emperadores, exigían (ya sea por simple vanidad o como estrategia de coerción a sus súbditos) que sus estatuas fueran adoradas a lo largo de todo el imperio, cosa que los cristianos se negaban a hacer por motivos religiosos: los Césares se autoproclamaban 'Señor de Señores', además de 'hijos de Dios', títulos que los cristianos reservan exclusivamente para Jesucristo.[5]

Por ello, el Apocalipsis conllevaría también un trasfondo histórico que haría referencias múltiples a estas persecuciones y a los consejos que el autor daría a sus lectores, cristianos, de mantenerse en la fe para soportar las angustias, poniendo la esperanza final de la nueva Jerusalén como premio seguro para los que fueran firmes (Prévost, 2001: 27-32).

La siguiente es una lista (incompleta) de algunas fechas importantes a tener en cuenta en el contexto histórico de la escritura del Apocalipsis (Prévost, 2001: 27):

El Apocalipsis es considerado uno de los libros más controvertidos y difíciles de la Biblia, por la variedad de posibles interpretaciones en los significados de nombres, eventos y símbolos que se narran. La admisión de este texto en el canon bíblico del Nuevo Testamento no fue nada fácil, la polémica entre los Padres de la Iglesia respecto a la canonicidad del Apocalipsis duró varios siglos.

Al final del siglo II el Apocalipsis fue reconocido por los representantes de las iglesias principales como una obra genuina del apóstol Juan. En Asia, Melitón, obispo de Sardes, reconoció el Apocalipsis de Juan y escribió un comentario sobre él (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, IV, 26).[6]​ En la Galia, Ireneo de Lyon creía firmemente en su autoridad divina y apostólica (Adversus Haer.,[1] V, 30). En África, Tertuliano citó frecuentemente el Apocalipsis sin dudas aparentes sobre su autenticidad (Contra Marción, III, 14, 25).[7]​ En Roma, el obispo Hipólito asignó su autoría al apóstol Juan, y el Fragmento Muratoriano lo enumera junto con las otras escrituras canónicas.[8]​ La Vetus Latina contenía el Apocalipsis. En Alejandría, Clemente[9][10]​ y Orígenes[11]​ creían sin vacilación en su autoría joánica. Orígenes aceptaba el Apocalipsis como inspirado, y lo catalogaba como parte del Homologoumena. Atanasio, obispo de Alejandría, lo reconoció plenamente en su carta pascual 39 en el año 367,[12]​ así como Agustín de Hipona (397 d.C.) en su libro Sobre la Doctrina Cristiana (libro II, Cápítulo 8),[13]Rufino de Aquilea (400 d.C.) en su Comentario sobre los Apóstoles,[14]​ el papa Inocencio I (405 d.C.) en una carta al obispo Toulouse[15]​ y Juan de Damasco en su libro Una exposición de la fe ortodoxa[16]​ (730 d.C.).

En occidente, el libro fue definitivamente aceptado por el decreto del papa Dámaso I, en el año 382,[17]​ confirmado luego por el Sínodo de Hipona (393),[18]​ el Concilio de Cartago (397), el Concilio de Cartago (419),[19][20]​ el Concilio de Florencia (en 1442)[21]​ y finalmente por el Concilio de Trento (en 1546)[22]​ junto con todos los demás escritos del Nuevo Testamento. En oriente, fue incluido en el canon después de mucha polémica (que se prolongó hasta el siglo IX) aunque es el único libro del Nuevo Testamento que no es leído como parte de la liturgia en la Iglesia ortodoxa.

Algunos, como el romano Cayo, a principios del siglo III rechazaron el Apocalipsis por fomentar el milenarismo. El antagonista más importante de la autoridad del Apocalipsis fue Dionisio, obispo de Alejandría, discípulo de Orígenes. Él no se oponía a la idea de que Cerinto fuese el autor del Apocalipsis como se puede leer en su obra Sobre las promesas:

Otro discípulo de Orígenes, Eusebio de Cesarea discrepaba de su maestro alejandrino al rechazar el Apocalipsis como escrito bíblico, aunque se vio obligado a reconocer su casi universal aceptación. Afirmó lo siguiente:

Cirilo de Jerusalén no lo nombró entre los libros canónicos;[23]​ tampoco aparece en la lista del Sínodo de Laodicea,[24]​ o en la de Gregorio de Nacianzo. Otro argumento en contra de la paternidad apostólica del libro es su omisión de la versión Peshita, la Vulgata siria en arameo.

En el siglo IV, san Juan Crisóstomo y otros obispos argumentaban contra la inclusión de este libro en el canon del Nuevo Testamento, sobre todo debido a las dificultades que planteaba su interpretación y el peligro latente que podía entrañar. Los cristianos de Siria también lo rechazaron debido a que los montanistas se apoyaban mucho en él.

En el siglo IX, fue incluido junto con el Apocalipsis de Pedro entre los libros "discutidos" de la Stichometría de san Nicéforo, patriarca de Constantinopla.

Martín Lutero consideraba que el Apocalipsis "no es ni apostólico ni profético", y decía que "Cristo no se enseña ni se sabe de él aquí". (Tratado de Lutero de libros discutidos del Nuevo Testamento (en inglés))

La lectura del libro del Apocalipsis se puede hacer en varios planos (literal, simbólico, por su género literario, con el contexto histórico en que fue escrito, por el mensaje de fondo del que habla, etc.) Según Prévost (2001: 5-9) es necesario comprender todos estos niveles para entender el libro del Apocalipsis y para evitar interpretarlo solamente desde la perspectiva de actitudes de los movimientos apocalípticos que se centran únicamente en el terror que causaría un supuesto fin del mundo:[25]

Igualmente, se pueden incluir análisis que contemplen la estructura desde el punto de vista del idioma en que fue escrito el libro (griego). (Vanni, 1971: 236-247; Vanni, 1982: 12)

Según Hahn (2001), básicamente existen cuatro escuelas interpretativas del contenido del Apocalipsis, a saber:

Para Hahn, todas estas escuelas tienen su razón de ser y su parte de veracidad, y aunque dicho autor favorece ante todo la visión preterista, no rechaza del todo ninguna de las otras escuelas.

Según Vanni (1982), desde esta misma perspectiva el mensaje de todo el libro del Apocalipsis puede actualizarse a la época de cualquier creyente cristiano, o más bien de cualquier comunidad de creyentes cristianos (pues todas las citas del libro están siempre dirigidas a un grupo de gente, no a alguien aislado). Y así desde la perspectiva preterista, la Babilonia que podría haber representado para el autor la Roma perdida, una ciudad dominadora, consumista, pagana, podría representar hoy en día un sinnúmero de situaciones particulares similares, pero teniendo cuidado de discernir adecuadamente cuáles son esas situaciones y de no llevar la interpretación al extremo de la identificación (es decir, en una especie de perspectiva futurista pero sin rayar en la identificación, evitando pensar que el Apocalipsis hubiera sido escrito explícitamente para "predecir" los hechos de alguna época y nada más). Por eso dentro del Apocalipsis el libro de los siete sellos no lo interpreta, ni lo puede interpretar o siquiera abrir, cualquiera, solo el Cordero (Ap 5:1-8), como diciéndole a la comunidad, que siempre el Cordero debe ser su criterio de discernimiento. (Vanni, 1982: 137-139).

Además, se pueden reconocer muchas otras escuelas de interpretación del Apocalipsis, como la visión esotérica y la propia de Iglesias como la Católica, la Ortodoxa oriental, la Anglicana o la Mormona, algunas de las cuales incluyen elementos de las otras escuelas (de las anteriormente citadas y las de otras Iglesias), pero se encuentran bien definidas en sus doctrinas y por eso se diferencian.

En primer lugar, se puede ver al Apocalipsis como compuesto por cuatro partes:

El libro del Apocalipsis presenta también secciones bien diferenciadas, en las que los símbolos cambian entre una y otra, aunque conservando un mensaje principal idéntico de esperanza:

La estructura del Apocalipsis se puede ver también de acuerdo a septenarios: dividido en 7 grupos, cada grupo a su vez puede subdividirse en subgrupos de 7 junto con preludios, interludios y otros excursos (Läpple, 1970):

1. Las siete cartas a las Iglesias (Ap 1:4-3:22)

2. Los siete sellos (Ap 4:1-8:1)

3. Las siete trompetas (Ap 8:2-11:19)

4. Las siete visiones de la Mujer y el combate con el Dragón (Ap 12:1-14:20)

5. Las siete copas (Ap 15:1-16:21)

6. Los siete cuadros sobre la caída de Babilonia (Ap 17:1-19:10)

7. Las siete visiones del fin (Ap 19:11-22:5)

El Apocalipsis cita o parafrasea frecuentemente al Antiguo Testamento, por lo que muchos de los símbolos presentes en este libro son sacados de una lectura cristiana del Antiguo Testamento (Vanni, 1982: 33).

Vanni (1982: 88) apunta que en el trasfondo del texto subyace el ritmo propio de la liturgia de los primeros siglos del cristianismo, liturgia que hoy sigue vigente aunque con numerosos cambios (Hahn, 2001).

En algunos puntos, pareciera como si la intención del autor fuera que se leyera el libro en comunidad, con un lector que haga las veces de Cristo, otros haciendo las veces de otros personajes, y el resto de la comunidad respondiendo en las partes que les correspondan (alabanzas, doxologías, oraciones, peticiones, etc.) Véase por ejemplo Ap 1:1-8; Ap 4-5; Ap 11:15-19; Ap 22:14-21, etc.

De hecho, tomando como contexto el "día del Señor", en que el autor dice haber recibido la visión (Ap 1:9-10), puede verse una imagen de una liturgia cristiana primitiva en todo el libro. La parte penitencial (la que pide y mueve a conversión) serían las cartas a las Iglesias (Ap 2-3), mientras que el resto del libro hablaría a la comunidad sobre la necesidad de hacerse actora en la historia, llena, sí, de malos momentos, pero siempre acompañada del Cordero (Vanni, 1982: 127). Para (Hahn, 2001) prácticamente todos los elementos de la celebración del sacramento de la Eucaristía en la Iglesia Católica son tomados de una u otra forma de figuras del Apocalipsis, convirtiendo así al libro en una especie de guía figurada de la liturgia cristiana primitiva.

Por último, la liturgia se ve reflejada en muchos símbolos a lo largo de los pasajes del libro. Por ejemplo, las oraciones. Al inicio éstas se presentan ante el trono de Dios en copas (Ap 5:7-8), tal vez inmerecidas, pero purificándolas un ángel con incienso, adquieren su valor y su fuerza verdaderos (Ap 8:3-5). Y precisamente estas mismas copas son las que posteriormente llevan ahora la furia de Dios (ver el septenario de las copas), una respuesta a las oraciones de los cristianos (los consagrados y los santos que elevaron en un principio sus oraciones). (Vanni, 1982: 143-148)

(Hahn, 2001) muestra la siguiente tabla, en la que el autor empareja varios pasajes del Apocalipsis con partes definidas de la Eucaristía:

Entre los numerosos símbolos presentes en todo el libro, dos características destacan: los "números" y los "colores". Muchos de los significados de estos símbolos son, de hecho, propios de la literatura apocalíptica, no solamente de este libro (Prévost, 2001: 53,60).

Prévost (2001: 39-43) menciona que los distintos números mencionados en el Apocalipsis tienen siempre un carácter simbólico. El significado de los números se daría en función del sentido que los cristianos de la época del siglo I les darían, y que estarían directamente influenciados por los significados que los judíos le darían a muchos de esos números:

Igualmente, muchos otros números aparecen en el libro, que siguiendo la interpretación de la literatura apocalíptica, tienen también un significado simbólico. El tres por ejemplo puede representar a Dios, y aunque para los judíos de por sí el número tres ya es representativo de la divinidad, desde el punto de vista cristiano también lo hace tomando en cuenta la Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otro lado en el Apocalipsis, el tres aparece como una fracción, en vez de como el número entero (una tercera parte, un tercio, indicando también que ni es el Uno pleno de Dios, ni el Cuatro pleno de la Creación, y que dos tercios no se ven afectados por lo que la tercera parte sí lo es). Aparecen también otros números como el dos, el diez, entre otros.

Los colores también juegan un papel importante y tendrían un significado propio (Prévost, 2001: 37-38).

El libro del Apocalipsis contiene series del número 7 a lo largo de todo su corpus. Las más notorias se encuentran por la relación que guardan entre sí los tres septenarios de sellos, trompetas y copas.

El septenario de los sellos (Ap 4-8:2) se da conforme el Cordero va abriendo uno a uno los sellos de un libro que nadie podía abrir excepto él.[35]​ Antes de romper los sellos la visión se encuentra en el cielo, con las teofanías de Dios y el Cordero y la alegría que causa que este sea capaz de abrir el libro. Los primeros cuatro sellos originan a los jinetes del Apocalipsis. Los sellos 5 y 6 originan cataclismos. Después del sexto sello se da una visión de esperanza (los 144 000) y con el séptimo sello comienza el siguiente septenario: las trompetas, y con ellas en realidad todo el resto del libro que concluye con la visión final de la Nueva Jerusalén.

El septenario de las trompetas (Ap 8-11) comienza con una visión celeste de esperanza (básicamente los mismos 144 000 que vienen antes del séptimo sello que coincide con la primera trompeta), después se tocan las trompetas, acompañadas de cataclismos. Luego de la sexta trompeta, viene una visión de esperanza (el ángel y el librito, los dos testigos). Al tocarse la séptima trompeta, hay un cántico de victoria.

El septenario de las copas (Ap 15-22) aparece un poco después. De nuevo, comienza con una visión celeste de esperanza (los Vencedores). Después las copas se derraman en libación, acompañadas de cataclismos. Luego de la sexta copa, aunque sumergido en un ambiente de derrota, viene una promesa de esperanza. La conclusión de este septenario, luego de derramar la séptima copa comienza con la presentación de la Prostituta de Babilonia, pero nótese que inmediatamente comienza su declive, e in crescendo desemboca hasta la visión gloriosa del final del libro.

Así pues, los tres septenarios más importantes del Apocalipsis tienen aproximadamente la misma estructura: una visión celeste que es preludio de la esperanza, una serie de cataclismos terrestres, luego del sexto símbolo hay un interludio de esperanza y al finalizar el séptimo símbolo hay un triunfo total de salvación. (Prévost 2001: 102)

Otros septenarios del libro, algunos un tanto velados, se encuentran en las iglesias a las que se dirige el autor (7, Ap 1:4), que son las mismas a las que se dirigen las cartas a las Iglesias de los capítulos 2 y 3; en las bienaventuranzas mencionadas (7, Ap 1:3;14:13;16:15;19:9;20:6;22:7;22:14); en las aclamaciones litúrgicas a Cristo (7, Ap 1:4-7;5:9-10;5:12;5:13;7:10;11:15;19:6-7); en los espíritus que están ante el trono de Jesucristo (7, Ap 1:4), etc.

En este contexto, también se puede analizar la estructura del Apocalipsis de acuerdo a septenarios.

Conjuntando el significado de la diversa simbología del Apocalipsis, se pueden encontrar dentro del mismo una variedad de personajes y figuras frecuentemente analizadas y estudiadas. Además del libro,[36]​ del Arca de la Alianza[37]​ y de los componentes de los septenarios (los 7 sellos, las 7 trompetas y las 7 copas), en orden de aparición algunas de las figuras del Apocalipsis son:

(Ap 6:1-8) La imagen de caballos viene desde el libro de Zacarias, en donde se establece que son enviados por Dios. Montando cada uno un caballo con un color característico, estos jinetes llevan plagas a toda la humanidad (recordando que el número 4 representa a toda la Creación, por lo que las plagas se extenderían entonces por toda la Tierra). Recordando el significado de los colores, la interpretación más común de lo que cada jinete representa sería la siguiente (Prévost 2001: 38; Vanni, 1982: 53-54):

(Ap 7:4-8) Hay que notar primero que 144 000 = 12 x 12 x 1000, es decir, recordando el significado de los números, es un número que representa una gran cantidad (1000), multiplicada por la totalidad (al cuadrado, es decir, todavía más grande) en relación al pueblo de Dios.

Esta cifra puede interpretarse literalmente a partir del libro del Apocalipsis como el número de las personas que quedarían salvadas al final, pero leyendo más adelante, se puede leer lo siguiente: ...vi luego también una multitud que nadie podía contar, de toda nación, raza y lengua... (Ap 7:9-17), lo que se puede interpretar también como el hecho de que el número 144 000 no sería exacto ni literal, sino solamente representativo.

El total de 144 000 se da por la suma de doce mil miembros de cada tribu del pueblo de Israel. Según Prévost (2001: 105-106) existe una curiosidad en este listado de las tribus, que no aparece en cualquier otro listado de las tribus de Israel en toda la Biblia. En primer lugar aparece la tribu de Judá, como sería lógico para quien tiene claro de donde viene el Mesías según las profecías del Antiguo Testamento. Después viene la tribu de Rubén, que siendo hermano mayor de Judá no prevaleció. Por otra parte no aparecen las tribus de Dan,[39]​ ni la de Efraín[40]​ que en otros listados sí aparecen, en cambio aparecen las de Leví[41]​ y José.[42]​ Y después, la parte más extraña, si se recuerda que las tribus de Israel están asociadas a los 12 hijos de Jacob, y que este tuvo sus doce hijos a partir de varias esposas: dos esclavas (Zilpa y Bilha) y dos no esclavas (Lea y Raquel). Por lo general, uno esperaría, como de hecho sucede en los otros listados, que primero se enlisten los hijos de las esposas no esclavas, y por último los de las esclavas. En el listado del Apocalipsis, después de mencionar a Judá y Rubén, se enlistan primero las tribus de los hijos de las esclavas (Gad, Aser y Neftalí) y al último el resto (Manasés —hijo de José—, Simeón, Leví, Isacar, Zabulón, José y Benjamín).[43]

(Ap 13) Este es uno de los símbolos más famosos heredados del libro del Apocalipsis. El número 666 se suele identificar con el Diablo (aunque aquí el Dragón del Apocalipsis es representativo del mismo —Ap 12:9—) o con el Anticristo.

En el Apocalipsis, sin embargo, únicamente se menciona esta cifra una vez (Ap 13:18), para decir que es el número de la Bestia que sirve al Dragón (y después se le asocia con la marca de la Bestia que llevarían todos aquellos que concuerden con el Dragón y la Bestia). Hay que recordar primero que el significado del número 6 es de imperfección (por faltarle una unidad para la perfección del número 7), y el número 666 representaría entonces una imperfección llevada hasta el extremo.

Hay autores que buscan identificar el número 666 con un personaje histórico de la época en que fue escrito el libro ya que en numerosos textos bíblicos sugiere que el Anticristo era un personaje de la época de los apóstoles:

Y sobre la base de esto intentan encontrar un juego numérico (conocido como gematría) con las letras del alfabeto griego (idioma en que fue escrito el libro) que pudiera dar la equivalencia para reconocer con este número a la principal Bestia del Apocalipsis. Estos juegos eran comunes a la época de la escritura del Apocalipsis, y se han encontrado vestigios de ellos también en otros escritos. Se asigna a cada letra (alfa, beta, gamma,... psi, omega) un número: las primeras del 1 al 10 (excepto el 6), luego de diez en diez hasta el 80, luego el 100 y de cien en cien hasta el 800. Una palabra o frase conocida tenía entonces un número asociado al sumar las cifras equivalentes a cada letra; el inverso de este juego consiste en dar un número (como es el caso del 666 del Apocalipsis) y tratar de identificar qué palabra o frase cumple también con estas características. Siguiendo este juego numérico, se puede llegar a concluir que el número representaría a Domiciano, que persiguió a los cristianos en la época de la escritura del Apocalipsis, o en general a los Césares romanos que se autoproclamaban dioses y que exigían a sus súbditos que así fueran adoradas sus estatuas. (Prévost 2001: 45-49)

Algunas investigaciones también concluyen que el número 666 dado en este pasaje del Apocalipsis es erróneo, ya que existen algunas versiones del libro que datan del siglo II o III y que tienen como número de la Bestia al seiscientos dieciséis (y con el cual a través de los mismos juegos numéricos se podría relacionar a varios Césares romanos, por ejemplo Calígula, emperador romano caracterizado por su crueldad). (Prévost, 2001: 46,48) [3]

Igualmente que con otros símbolos del Apocalipsis, hay muchas otras interpretaciones que identifican a la Bestia con personajes de distinta índole a lo largo de la historia (y que a través de otros juegos ingeniosos reconocen al 666 apocalíptico con ellos). Hay incluso interpretaciones que identifican al 666 con fechas.

Otros manejan la posibilidad de identificar a la Bestia a la que históricamente se referiría el autor del Apocalipsis, con el emperador Nerón, que para la época de la redacción del libro, aún dejaría un recuerdo de las torturas y persecuciones de su época. Tomando la frase 'Nerón César', en hebreo o en griego, considerando únicamente las consonantes y tomando números de acuerdo a una numeración del alfabeto hebreo, similar a la anterior, la suma daría de nuevo el famoso número 666. [4] Es más, si se toma la frase 'Nerón César', pero no en griego sino en latín, el número resultante es el 616. [5]

Dentro del libro del Apocalipsis se menciona que una primera Bestia mata a dos Testigos de Dios en una ciudad, los cuales, por cierto, luego de muertos resucitan a los tres días y medio y son ascendidos a los cielos a la vista de sus enemigos (Ap 11). La descripción de dos testigos va de acuerdo con la ley judía que establece que solo se acepta el testimonio de dos testigos. Algunos han querido reconocer en estos dos Testigos a los apóstoles Pedro y Pablo, muertos durante la época de Nerón. Sin embargo, en el Apocalipsis no se reconoce que esta primera Bestia sea la misma que la del número 666.

Para Hahn (2001), los dos testigos representan al profeta Elías y a Moisés, personajes en quienes a su vez se personificaría toda la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento.

Otra interpretación que se da a los dos Testigos es que corresponden a Elías y a Enoc, debido a que en toda la historia que relata la Biblia estos dos personajes no han muerto: Elías fue llevado al cielo en un torbellino ante un carro de fuego que lo separó de Eliseo(2Kin 2:11), y Enoc: Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios. (Gn 5:24). Debido a que todo hombre debe morir, y estos dos personajes no han muerto, se presume que el evento relatado en el Apocalipsis sería el tiempo de la muerte de ellos.

(Ap 17) Para Prévost (2001: 32,124), en este símbolo podría verse la alusión política que en la época de la escritura del libro, el autor haría de sus enemigos:

Antes de nada, debe recordarse que para los judíos la ciudad de Babilonia representa el exilio, luego de que los babilonios exiliaron a la élite de la sociedad judía de Jerusalén en el año 587 a. C. Igualmente, significa para ellos la perversión de las costumbres judías, que se fueron mezclando con elementos de idolatría en esa ciudad, pecado fuertemente condenado por ellos. Así pues, Babilonia representa tanto el poder dominador extranjero, como la idolatría.

Por eso en el Apocalipsis (igual que en otros libros del Nuevo Testamento), Babilonia se suele identificar (siguiendo la línea de estas mismas investigaciones) con la Roma imperial que perseguía a los cristianos y que les exigía idolatrar al César como un dios. De hecho en el Apocalipsis, en la descripción de Babilonia con sus siete montes, podría reconocerse a la ciudad de Roma. La prostituta del Apocalipsis tendría entonces el mismo significado de perversión, idolatría y desenfreno característicos de la alta sociedad romana de ese entonces.

Por otra parte, otros identifican a Babilonia con la Jerusalén de los judíos (que igualmente tiene siete montes), y que contrasta fuertemente con la Nueva Jerusalén del final del libro. (Por ejemplo (Hahn, 2001), que centra gran parte de su interpretación de las catástrofes del Apocalipsis en una analogía con la caída de Jerusalén en el año 70, y también [6])

Existen muchas otras interpretaciones sobre la identidad de esta ciudad calificada de perversa, desde el papado católico, hasta una pléyade de ciudades y personalidades según se han presentado a lo largo de la historia.

(Ap 12) La «mujer revestida del sol, la luna bajos sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas» aparece en Apocalipsis como la que engendra al Niño que el Dragón quiere combatir. Este niño es 'raptado' al cielo para después reinar, así que el Dragón se vuelca a combatir contra la Mujer y luego contra el resto de su descendencia.

Para Prévost (2001: 108), la clave para reconocer a la Mujer se encuentra primero en reconocer al Niño. Desde una perspectiva que considera al Apocalipsis como completamente cristocéntrico, se puede interpretar entonces que el Niño representaría efectivamente a Cristo.[44]

Desde una perspectiva de la mariología, se vería en esta Mujer un símbolo de la Virgen María. Sin embargo, son muchos los grupos cristianos (de diversas Iglesias, incluidos algunos católicos), que interpretan en este símbolo al pueblo de Dios, que antes del nacimiento de Jesús representaría al Israel fiel,[45]​ y después a los cristianos. Incluso la postura mariana, no dejando atrás el hecho de que la Mujer sería efectivamente María, lo hace siempre desde la perspectiva eclesiológica, de comunidad. (Prévost 2001: 107-108)

La descripción de la Mujer en Ap 12:1 es muy parecida a la imagen de la Virgen de Guadalupe, quien está tapando el sol (pues se ven los rayos amarillos desde atrás) y está encima de la luna, y en su cabeza hay un manto con varias estrellas (que no son exactamente 12); esta imagen también es muy parecida a lo descrito en Ap 12:14, "Pero se le dieron a la mujer las dos alas del águila grande para que volara al desierto, a su lugar; allí será mantenida lejos del dragón por un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo": en la imagen hay un ángel cargando la luna, además de que la persona a la que se le apareció la Virgen de Guadalupe se llamaba Juan Diego Cuauhtlatoatzin, nombre que significa "águila que habla", y el viaje al desierto se podría entonces referir al proceso de reevangelización desde América a España. Pueden existir más semejanzas con respecto a la Virgen de Guadalupe, sin embargo, esto no significa que la mujer de Ap 12:1 sea ella.

Para algunas corrientes protestantes el niño representaría a una sección minoritaria de la Iglesia que sería arrebatada al cielo antes de que comiencen los juicios del Apocalipsis (Ap 12:5), mientras que la gran mayoría de la cristiandad se quedaría en la tierra a sufrir la persecución, y ellos serían el resto de sus hijos (Ap 12:17).

(Ap 21-22) Este símbolo, presente en los últimos dos capítulos del Apocalipsis, se encuentra para muchos dentro de los mejores descritos, detallados y bellos del Nuevo Testamento. Con una triple recurrencia, el autor habla de la salvación de Dios al final de los tiempos.

Para Prévost (Prévost, 2001: 116), esta parte (junto con el capítulo 20) es la única que en realidad tendría características escatológicas, mientras que el resto sería solo un reflejo de los conflictos que la comunidad cristiana del autor estarían viviendo en su época y de la esperanza puesta en Dios a través de Cristo muerto y resucitado en que esos conflictos no prevalecerían y también serían vencidos tarde o temprano.[47]

Hay otra curiosidad relativa tanto a la nueva Jerusalén (que simboliza a la ciudad santa) y a Babilonia (que simboliza a la ciudad perversa): en Ap 18 aparece un lamento por la Babilonia destruida; en Ap 21 aparece la descripción de la nueva Jerusalén. Se puede notar que ambos pasajes son paralelos e inversos, es decir, que las descripciones de lamentación y de sentido negativo dadas a Babilonia, aparecen revertidas, en sentido de gozo y alegría para Jerusalén. (Prévost 2001: 117-119)



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