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Marco Licinio Craso



Marco Licinio Craso (en latín, Marcus Licinius Crassus;[n. 1]c. 115 a. C.-junio de 53 a. C.) fue un relevante aristócrata, general y político romano de la era tardorrepublicana, más conocido como Craso el Triunviro. En la batalla de la Puerta Colina se distinguió en el mando del ala derecha del ejército de Sila. Además, aplastó la revuelta de los esclavos acaudillada por Espartaco.

La importancia de Craso en la historia mundial proviene, sin embargo, del apoyo financiero y político que brindó al joven y empobrecido Julio César, apoyo que le permitió embarcarse en su propia carrera política.

Llegó a un pacto secreto con Cayo Julio César y Cneo Pompeyo Magno, el llamado Primer Triunvirato, para hacerse con el poder en Roma. A pesar de su proverbial riqueza, ansiaba la gloria militar, y por ello dirigió una campaña contra los partos en la que encontró la muerte, junto a su hijo y varias legiones, en la batalla de Carras.

Marco Licinio Craso era el tercero y menor de los hijos de Publio Licinio Craso, cónsul en 97 a. C., a cuyas órdenes luchó en el ejército. El mayor de sus hermanos, Publio, murió durante la guerra social, en tanto que su padre y su otro hermano, Lucio, fueron víctimas de la sangrienta represión de Cayo Mario y de Cina cuando Marco Craso era aún joven. Para escapar de la muerte, buscó refugio en Hispania (85 a. C.), donde, aprovechando las clientelas que su padre había extendido durante su gobierno en la Hispania Ulterior, reclutó un pequeño ejército, poniéndose a las órdenes de Sila cuando este volvió a Italia como legado o prefecto.

Se destacó en la primera guerra civil, y muy especialmente en la conocida Batalla de la Puerta Colina (1 de noviembre de 82 a. C.). Las proscripciones que siguieron al establecimiento de la dictadura de Sila le enriquecieron extraordinariamente. A partir de entonces quedó de manifiesto su habilidad para los negocios. Negociando, especulando y extorsionando, reunió una enorme fortuna con actividades tan variopintas como casas de prostitución o brigadas de bomberos.[n. 2]​ Cuando le procesaron por acostarse con una virgen vestal, un crimen brutal, le absolvieron por justificar que se acostó con ella para arrebatarle su propiedad y el jurado le creyó. Buena parte de su fortuna fue invertida con fines políticos, extendiendo las clientelas populares, facilitando préstamos a familias nobles en difícil situación económica y manteniendo buenas relaciones con los núcleos capitalistas del orden ecuestre. No se arriesgaba a dejar sus huellas en ningún asunto, sino que empleaba intermediarios para que comprobaran por él hasta dónde se podía llegar, especialmente hombres con buenas perspectivas de futuro, utilizándolos como cabeza de turco, saliendo siempre indemne de cualquier problema. Según Plutarco pasó de los trescientos talentos [n. 3]​ a un capital de siete mil cien talentos [n. 4]​ antes de partir a su campaña pártica.

En el año 73 a. C., los esclavos presentes en Italia se sublevaron contra el estado romano bajo el mando de Espartaco y derrotaron varias veces a ejércitos romanos. El Senado, alarmado ya por la aparentemente imparable revuelta en el sur de Italia, le encomendó a Marco Licinio Craso la tarea de sofocar la rebelión. Craso había sido pretor en 73 a. C. y, aunque era conocido por sus conexiones políticas y su familia, no tenía ninguna reputación como comandante militar.[1]

Le fueron asignadas seis nuevas legiones además de las dos anteriores legiones consulares de Gelio y Léntulo, sumando un ejército de unos 40 000 soldados romanos entrenados.[n. 5]​ Craso trató a sus legiones con una disciplina férrea, incluso brutal, recuperando el castigo de la decimatio (castigo mediante el cual se diezma a un grupo de soldados, matando a uno de cada diez de ellos en castigo por su cobardía). Apiano no tiene claro si aplicó la decimatio a las dos legiones consulares por cobardía cuando fue nombrado su comandante, o si se la aplicó a todo el ejército por alguna derrota posterior (un suceso en el que hasta cuatro mil legionarios habrían sido ejecutados).[2]​ Plutarco sólo menciona la decimatio de 50 legionarios de una cohorte como castigo tras la derrota de Mumio en el primer enfrentamiento entre Craso y Espartaco.[3]​ Al margen de lo que sucediera realmente, el trato de Craso a sus legiones demostró que "era más peligroso para ellos que el enemigo" y los espoleó para lograr la victoria y no correr el riesgo de disgustar a su comandante.[2]

Cuando las fuerzas de Espartaco se desplazaron hacia el norte de nuevo, Craso desplegó seis de sus legiones en las fronteras de la región (Plutarco afirma que la batalla inicial entre las legiones de Craso y Espartaco se dio cerca de la región del Piceno,[1]​ Apiano afirma que sucedió cerca de la región del Samnio[4]​) y destacó a dos legiones bajo el mando de Mumio, su legado, para que maniobrara por la retaguardia de Espartaco, pero le dio la orden de no atacar a los rebeldes. Cuando se le presentó la oportunidad, Mumio desobedeció a Craso y atacó a las fuerzas de Espartaco, pero fue derrotado.[3]​ A pesar de esta derrota inicial, Craso atacó a Espartaco y le derrotó, matando a unos seis mil rebeldes.[4]

La marea de la guerra parecía haber cambiado de dirección. Las legiones de Craso salieron victoriosas en varios enfrentamientos, matando a miles de esclavos rebeldes y forzando a Espartaco a retirarse al sur a través de Lucania hacia los estrechos de Mesina. Según Plutarco, Espartaco hizo un trato con piratas cilicios para transportarle a él y a unos dos mil hombres a Sicilia, donde pretendía incitar una revuelta de esclavos y conseguir refuerzos. Sin embargo, fue traicionado por los piratas, que recibieron el pago pero abandonaron a los esclavos rebeldes.[3]​ Fuentes menores mencionan que hubo algunos intentos de construir barcos y balsas entre los rebeldes como medio de escape, pero que Craso adoptó medidas sin especificar para asegurar que los rebeldes no pudieran cruzar a Sicilia, y como consecuencia de esto abandonaron sus esfuerzos.[5]

Entonces las fuerzas de Espartaco se retiraron hacia Regio. Las legiones de Craso las persiguieron y al llegar construyeron fortificaciones a lo largo del istmo de Regio, a pesar del hostigamiento de los esclavos rebeldes. Los rebeldes fueron asediados y aislados de todo suministro.[6]

En este momento, las legiones de Pompeyo volvían a Italia tras haber sofocado la rebelión de Quinto Sertorio en Hispania. Las fuentes discrepan sobre si Craso había solicitado refuerzos o si el Senado simplemente se aprovechó de la vuelta de Pompeyo a Italia, pero se le ordenó esquivar Roma y dirigirse al sur para ayudar a Craso.[7]​ El Senado también envió refuerzos bajo el mando de "Lúculo", que Apiano confundió con Lucio Licinio Lúculo, comandante de las fuerzas implicadas en la tercera guerra mitridática en aquel momento, pero aparentemente se trataba del procónsul Marco Licinio Lúculo, el hermano menor del anterior.[8]​ Con las legiones de Pompeyo marchando desde el norte y las tropas de Lúculo desde Brundisio, Craso se dio cuenta de que si no ponía fin a la revuelta con rapidez, el mérito de la guerra iría para el general que llegara con los refuerzos, y por tanto espoleó a sus legiones para que dieran rápidamente fin al conflicto.[9]

Al parecer el plan romano era cercar a los esclavos desde tres frentes: Pompeyo al noroeste con siete legiones, Craso al suroeste con ocho y Lúculo al este con cinco legiones. En total, los romanos sumarían unas veinte legiones, alrededor de ciento veinte mil hombres.

Tras saber del acercamiento de Pompeyo, Espartaco intentó negociar con Craso para dar fin al conflicto antes de que llegaran los refuerzos romanos.[10]​ Cuando Craso se negó, una parte de las fuerzas de Espartaco rompió el confinamiento y huyó hacia las montañas al oeste de Petelia (la actual Strongoli) en Brucio, con las legiones de Craso en persecución.[11][n. 6]​ Las legiones consiguieron alcanzar a una parte de los rebeldes –bajo el mando de Cánico y Casto– separada del ejército principal, matando a 12 300 de ellos.[12]​ Sin embargo, las legiones de Craso también sufrieron pérdidas, ya que algunos de los esclavos en huida se dieron la vuelta para enfrentarse a las fuerzas romanas bajo el mando de un oficial de caballería llamado Lucio Quicio y el cuestor Gneo Tremelio Escrofa, derrotándolas.[13]​ En cualquier caso, los esclavos rebeldes no constituían un ejército profesional y habían llegado a su límite. No querían huir más y varios grupos de hombres se separaron de la fuerza principal para atacar de manera independiente a las legiones de Craso.[14]​ Con la disciplina echándose a perder, Espartaco dio la vuelta a sus fuerzas y empleó toda su potencia para aguantar a las legiones vinientes. En esta última batalla, las fuerzas de Espartaco fueron derrotadas completamente, y la gran mayoría de sus hombres murió en el campo de batalla.[15]​ Se desconoce el destino final del propio Espartaco, ya que nunca se halló su cuerpo, pero los historiadores cuentan que pereció en batalla junto a sus hombres.[16]​A pesar de la importancia de esta victoria, Craso no obtuvo los honores de un triunfo por ser obtenida sobre esclavos, pero sí que se le concedió una ovación y el derecho de usar una corona triunfal de laureles en lugar de la tradicional corona de mirto.

A continuación Craso aspiró al consulado en el que también se presentaba Pompeyo, pero este último declaró que quería estar acompañado de Craso en la magistratura, y los dos fueran elegidos (70 a. C.) Pompeyo ya se había convertido en el favorito del pueblo y ya había comenzado a provocar la desconfianza de los optimates, mientras Julio César aplaudía la unión entre Craso y Pompeyo por impulsar medidas populares. Los dos cónsules hicieron aprobar la ley Aurelia, por la cual los jueces eran seleccionados entre el populus representado por los tribuni aerarii y los équites, así como por el senado (hasta entonces el senado nombraba en forma exclusiva a los jueces desde hacía doce años a raíz de la lex Cornelia promulgada por Sila). Craso era consciente de que su colega era más popular y para ganar apoyo organizó un banquete de diez mil mesas y distribuyó grano suficiente para cubrir las necesidades de cada familia romana por tres meses, pero aun así la popularidad de Pompeyo no pudo ser superada y la frialdad entre los dos cónsules pasó a ser pública y notoria. En el último día del año, el caballero Gayo Aurelio, probablemente un agente de Julio César, subió a la tribuna y dijo que Júpiter se le había aparecido en un sueño y pedía que los dos cónsules se reconciliaran antes de dejar el cargo. Pompeyo permaneció inflexible pero Craso extendió su mano hacia su rival en medio de grandes aclamaciones.

Nominalmente se reconciliaron, pero la rivalidad siguió. Craso se opuso, privadamente, a la rogatio de Gabinio que comisionaba a Pompeyo para limpiar de piratas el Mediterráneo, y a la ley Manilia que daba a Pompeyo el mando de la guerra contra Mitridates VI. Cuando Pompeyo volvió victorioso de estas tareas, Craso se retiró de la política temporalmente.

En 65 a. C. revistió la censura junto a Quinto Lutacio Cátulo. Trató entonces de obtener poderes extraordinarios para transformar el Reino de Egipto, aliado de Roma, en una provincia, así como de inscribir en bloque a los ciudadanos latinos de la Galia Transalpina en las listas de los ciudadanos romanos (lo que le hubiera proporcionado una considerable clientela política). Ambos proyectos fueron detenidos por su colega, Catulo, que interpuso su veto paralizando la actividad de la magistratura. Durante estos años Craso protegió a Lucio Sergio Catilina, apoyando su candidatura a las elecciones consulares del año 64 a. C., si bien fue él quien poco después pondría en conocimiento de Cicerón la preparación de la conjura.

En torno al año 59 a. C. tuvo lugar la alianza secreta entre Craso y los dos políticos más importantes del momento, Pompeyo y César, alianza conocida como Primer Triunvirato. Cada uno de sus integrantes tenía sus propios intereses y los de Craso se centraban en que fuera aprobada una ley que rebajara el montante de arrendamiento del cobro de impuestos en la provincia de Asia así como que se creara una comisión encargada de llevar a cabo los repartos de tierra a los veteranos. De acuerdo con estos objetivos, en el año 59 Craso formaba ya parte de una comisión para la ejecución de los repartos de tierra entre los veteranos.

En el año 56 a. C., por los llamados Acuerdos de Lucca, tuvo lugar la renovación del Triunvirato, y en consecuencia Pompeyo y Craso fueron elegidos para el consulado en el año 55 a. C. Durante el ejercicio de su magistratura estaba previsto que ambos se crearan poderes proconsulares durante cinco años, semejantes a los que ejercía César en la Galia. El proyecto de ley presentado a la asamblea transfería por un período de cinco años las provincias de Hispania a Pompeyo y de Siria a Craso, con prerrogativas tales como realizar reclutamientos y tomar decisiones propias. Esta provincia prometía ser una fuente inagotable de riqueza, y lo habría sido de no haber buscado también la gloria militar y cruzado el Éufrates en un intento de conquistar Partia.

En noviembre de 55 a.C., Craso abandonó Italia para dirigirse a su nueva provincia, donde prepararía una grandiosa expedición contra el Imperio parto (invierno de 55-54). En el verano del año 54 a. C. cruzó el Éufrates y tomó una serie de ciudades fronterizas. Los partos, indignados, le exigieron que se retirase. Craso se negó. Sin embargo, cuando ya tenía la guerra que tanto había deseado, se tomó su tiempo antes de proseguir. Se pasó el primer año como gobernador dedicándose a lucrativos saqueos. Se llevó cuanto había de valor en el Templo de Jerusalén y en muchos otros. Y como señala Plutarco "Los días se le pasaban encorvado sobre las balanzas". Gracias a su cuidadosa contabilidad, Craso pudo reclutar un ejército verdaderamente digno de sus ambiciones: en el mes de junio del año 53 a. C., el ejército de Craso (compuesto por siete legiones, cuatro mil jinetes y tropas auxiliares, un total de cincuenta mil hombres aproximadamente) fue masacrado en la batalla de Carras —debido a la superioridad estratégica parta y a la molicie romana— en las proximidades de Carras, actual Harrán en Turquía.

Según Plutarco: "se empezaron a escuchar sonidos, mezcla del rugido de fieras y estampida del trueno", refiriéndose a los golpes sordos que producían las armaduras de sus enemigos. Las legiones de Craso fueron incapaces de maniobrar tan rápidamente como sus oponentes. Craso rechazó los planes de su cuestor, Cayo Casio Longino de reconstruir la línea de batalla romana, y permaneció en formación de testudo. Más de veinte mil soldados perdieron la vida y cerca de diez mil fueron hechos prisioneros (véase Legión perdida). Posteriormente los hombres de Craso, cercanos al amotinamiento, exigieron que parlamentara con los partos, quienes se habrían ofrecido a encontrarse con él. Craso, abatido por la muerte de su hijo Publio en la batalla, al final estuvo conforme en encontrarse con el general parto. Pero a su llegada al campamento parto fue capturado y asesinado de un modo atroz, introduciendo por la garganta del triunviro oro fundido, en alusión a su codicia.

El relato que se hace en la biografía de Craso obra de Plutarco también menciona que, durante el banquete de la ceremonia nupcial del hijo de Artavasdes y la hermana de Orodes II en Artashat, la cabeza y la mano derecha de Craso fueron llevadas al rey parto, mientras un actor de la corte, llamado Jasón de Tralles, cogió la cabeza y cantó los siguientes versos (de Eurípides, Las bacantes): «Traigo desde el monte/un tallo recién cortado para el palacio,/caza bienaventurada».[17]




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