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Monjes Jerónimos



La Orden de San Jerónimo (Latín: Ordo Sancti Hieronymi), (sigla O.S.H.) es una orden religiosa católica de clausura monástica y de orientación puramente contemplativa que surgió en el siglo XIV. Siguiendo el espíritu de San Jerónimo, un grupo de ermitaños castellanos encabezados por Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez Figueroa resolvieron sujetarse a vida cenobítica y la orden, sujeta a la regla de san Agustín, fue aprobada en el año 1373 por el papa Gregorio XI que residía en Aviñón en el momento.[1]​ Se trata de una orden religiosa exclusivamente hispánica, puesto que solo se implantó en España y Portugal, y estuvo muy vinculada a las monarquías reinantes en ambos países.

La Orden de San Jerónimo prescribe una vida religiosa de soledad y de silencio, en asidua oración y fortaleza en la penitencia, y trata de llevar a sus monjes y monjas a la unión mística con Dios, consideran que cuanto más intensa sea esta unión, por su propia donación en la vida monástica, mucho más espléndida se convierte la vida de la Iglesia y con más fuerza su fecundo apostolado. La vida del religioso jerónimo se rige por el equilibrio entre oración y trabajo.

A mediados del siglo XIV surgen espontáneamente varios grupos de eremitas que deseaban imitar la vida de San Jerónimo. Entre ellos destacaron Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa ; que eligieron la zona del paraje de Bellaescusa, en Orusco de Tajuña, donde pasaron 20 años, hasta que deciden organizarse, y el 18 de octubre de 1373 el papa Gregorio XI les concede la bula por la que otorga a estos ermitaños la regla de san Agustín, siguiendo la espiritualidad de san Jerónimo. En 1415 veinticinco monasterios se unen formando la Orden de San Jerónimo.

La nueva orden tuvo un gran desarrollo en España, fijando su sede central en el monasterio de San Bartolomé de Lupiana, en la provincia de Guadalajara. Sus monjes eran famosos por su austeridad y espíritu de penitencia. Los reyes de España favorecieron la Orden Jerónima encargándole labores de gobierno. En 1516, cuando más problemas había en las Indias, le encargaron su gobierno a tres frailes de la Orden, encabezados por fray Luis de Figueroa.[2]​ Asimismo, dotaron ampliamente muchas fundaciones, entre las que destaca el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe en Cáceres, el Real monasterio de Nuestra Señora de Fresdelval cerca de Burgos, el monasterio de Yuste, escogido por Carlos I de España para su retiro, el Convento de Nuestra Señora de la Victoria en Salamanca, el monasterio de San Jerónimo el Real en Madrid, anejo al Palacio del Buen Retiro, y sobre todo, el Monasterio de El Escorial, mandado construir por Felipe II como monasterio, panteón real, iglesia (hoy basílica) y palacio.

Junto a los jerónimos, surgen las monjas jerónimas. Un grupo de mujeres, entre las que destacan doña María García y doña Mayor Gómez, empiezan ejercitándose en obras de humildad y caridad hasta que deciden consagrar sus vida a Dios en oración y penitencia.

Pedro Fernández Pecha fundó en 1374 el Monasterio de Santa María de la Sisla en las proximidades de Toledo. Él las atiende y las orienta en su modo de vida, en todo semejante a la recién fundada Orden de San Jerónimo. Las jerónimas tienen la misma regla que los varones, a ejemplo de Santa Paula y Santa Eustoquia, que siguieron a San Jerónimo.

En la actualidad, además de mantener una vida espiritual plena, destacan por su cuidada repostería. Son conocidas las yemas y los almendrados de las hermanas jerónimas de Garrovillas.

Los jerónimos se extendieron a Portugal. Igual que en Castilla, recibieron el favor de los reyes por su austeridad y espíritu de penitencia. El rey Manuel I de Portugal les confió el Monasterio de Santa María de Belén en Lisboa, una de las cumbres del estilo manuelino. Fue levantado como panteón real.

En 1833 la Orden fue disuelta por la autoridad civil, lo que supuso su extinción en este país.

En el siglo XIX esta Orden atravesó las mismas dificultades que las demás órdenes religiosas en España. Sufrieron tres exclaustraciones, entre 1808 y 1813, entre 1820 y 1823 y por fin la de 1836. Esta exclaustración, consecuencia de la desamortización de 1836, afectó gravemente a la Orden de San Jerónimo, pues supuso la expropiación de todos sus monasterios y la exclaustración de todos los frailes. Eran 48 monasterios y unos mil monjes. Como tras las Guerras Liberales, se expulsaron a las órdenes religiosas de Portugal en 1833, incorporando todas sus propiedades a la Hacienda Nacional, ya no tenían casas fuera de España, la desamortización supuso el fin de la orden. Sin embargo, las jerónimas continuaron su existencia. Ellas persiguieron la restauración de la rama masculina; en 1925 obtienen de la Santa Sede el rescripto para la restauración de la Orden de San Jerónimo, atendiendo a un principio canónico que autoriza a revivir una persona jurídica antes de los cien años de su extinción. La Orden recién restaurada pasa por múltiples dificultades -la política laicista de la República desde 1931, la Guerra Civil de 1936-39 y dificultades internas- que obstaculizan su marcha, hasta que en 1969 consigue constituir el Gobierno General. Actualmente la rama masculina sobrevive con muy pocos miembros (10 en 2017, 6 en 2020 A.D.)[3]​ y solo posee un monasterio, el Monasterio de Santa María del Parral en Segovia. Las jerónimas cuentan con 17 monasterios (entre los cuales el Convento de Santa Paula en Sevilla).

Los religiosos de la Orden de San Jerónimo (tanto los monjes, como las monjas) adoptarón como hábito religioso un hábito en que se visten de blanco, con un escapulario marrón (igual al Escapulario de Nuestra Señora del Carmen utilizado por los religiosos Carmelitas) y una capucha del mismo color.

La Orden de San Jerónimo es una orden contemplativa y se inspira en la vida de San Jerónimo como modelo para imitar a Jesucristo en su camino a la perfección. La vida del monje jerónimo se desarrolla dedicando la mañana al trabajo. Durante la tarde se dedica con asiduidad a ejercicios de vida contemplativa e intelectual: oración lectura, estudio, etc. Y en el curso del día, santificando todas las horas, los monjes jerónimos celebran de modo cantado la Liturgia de las Horas y asisten a la Misa Conventual.

Además, la Orden de San Jerónimo «tiene determinado desde sus principios ser pequeña, humilde, escondida y recogida, llevar a sus hijos por una senda estrecha, tratando dentro de sus paredes de la salud de sus almas, ocupándose continuamente en las alabanzas divinas, recompensa de las ofensas que por otra parte se hacen: orando, cantando y llorando, servir a la Iglesia y aplacar la ira de Dios contra los pecados del mundo». Esto ha llevado a los jerónimos a renunciar al honor de los altares, aunque seguramente podrían componer una nutrida galería de santos, pues son varios los que han muerto con fama de santidad.



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