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Papa Dámaso



San Dámaso I (Gallaecia, Idanha-a-Velha, actual Portugal, 304 - Roma, 11 de diciembre, 384[1]​) fue el papa 37.º de la Iglesia Católica, desde el año 366 hasta su muerte, en el año 384.[2]​ Es el santo patrón de los arqueólogos.

Su pontificado ha sido el décimo octavo más largo de la historia con 18 años, 2 meses y 11 días (un total de 6646 días).[3]​ Su onomástica se celebra el 11 de diciembre. Su nombre en latín significa 'domador'.[4]San Jerónimo fue su secretario.

Introdujo el uso de la voz hebraica Aleluya[5]​ y la doxología trinitaria Gloria Patri (expresamente para combatir el arrianismo),[6]​ participó en las obras de la Basílica de San Lorenzo Extramuros,[7]​ y ordenó la traducción de la Biblia al latín, conocida como la «Vulgata».[8]

Su vida coincidió con la subida al trono del Imperio Romano, de Constantino I, con la reunión y nueva división del Imperio Occidental y Oriental romano, con la expansión del arrianismo, con los problemas sucesorios y la proliferación de antipapas, así como con la expansión y legitimación del cristianismo a manos del emperador Constantino y su adopción como la religión del Estado Romano por parte de Teodosio I. Su pontificado se centró en la unificación y centralización del poder de la Iglesia y el Imperio.

Su entrada dio lugar a controversias, siendo acusado de diversas controversias promovidas por separatistas del arrianismo, sin embargo fue absuelto por la justicia y luego, obtuvo el apoyo del emperador.

Nació en Idanha-a-Velha, actual Portugal. Creció en Roma, y tras haber enviudado su padre, se hizo clérigo, se ordenó como lector, fue hecho diácono y, finalmente, presbítero en la Iglesia de San Lorenzo.

Antonio, su padre, era sacerdote, probablemente de Gallaecia. El nombre de su madre, Laurencia (Lorenza), fue descubierto a finales del siglo XIX.[1]​ Tuvo una hermana pequeña llamada Irene.

Dámaso juró nunca recibir a ningún otro papa mientras viviese Liberio (ya que el Emperador había nombrado a Félix II como antipapa). Cuando este fue desterrado por el emperador Constantino II a Berea, Tracia, en el 354, Dámaso era ya archidiácono de la iglesia romana y siguió a Liberio en el exilio.[9]​ Sin embargo, pronto regresó a Roma, y fue nombrado su secretario[4]​ formando parte así del gobierno de la Iglesia.[9]

Tras la muerte de Liberio el 24 de septiembre de 366, fue elegido papa, el 1 de octubre del 366, a los 62 años de edad y consagrado por Lorenzo, obispo de San Lucina, en la Basílica de Lucina.

Sin embargo, un gran número de conservadores seguidores de Liberio lo rechazaron y escogieron a su diácono, Ursicinus (Ursicino), partidario del arrianismo de Milán,[10]​ siendo consagrado de forma simultánea por Pablo, obispo de Tivoli, y apoyado por los diáconos y el laicado en general, mientras que otra facción, antes leal al antipapa Félix II, apoyaba a Dámaso, lo cual provocó a principios de octubre una pugna por el nombramiento del nuevo papa, llegándose incluso al derramamiento de sangre.[11]​ Tal fue la violencia que los dos prefectos (praefecti) de la ciudad fueron llamados para restaurar el orden y condujeron a los simpatizantes de Ursicino a los suburbios y, según Ammianus Marcellinus,[12]​ en la basílica liberiana de Sicininus (actual basílica de Santa María la Mayor) murieron 137 personas producto de la violencia.[13]

Luego, Juvenco, uno de los prefectos de Roma, propuso el destierro de Ursicino y de sus colaboradores, los diáconos Amancio y Lupo, a la Galia. El emperador Valentiniano, tras tres días de trifulcas, repuso el orden, reconoció a Dámaso, y conminó en el año 367 desterrando a Ursino y sus colaboradores a una colonia, por lo que Dámaso, gracias al apoyo de los prefectos y del Emperador, quedó como sumo pontífice y, aunque posteriormente Valentiniano les permitió volver a Milán, al conspirar de nuevo, dos meses más tarde les prohibió volver a Roma o su entorno, enviándolos a la Galia. Así, los partidarios del antipapa se reunieron en Milán junto a los arrianos y continuaron pretendiendo su sucesión y persiguiendo a Dámaso hasta la muerte de Ursicino.

Desde los inicios de su pontificado, Dámaso optó por no ceder ante otras doctrinas cristianas, y se enfocó en lograr unidad y centralismo en la iglesia. El Imperio romano comenzó a fracturarse, formando un imperio en occidente y otro en oriente, lo que configuró a la Iglesia como un nexo entre ambas partes. Además, la figura del emperador se consolidó en el Dominado, por lo que adoptó una forma mística, legitimada y enviada por Dios, que buscaba el centralismo del poder mediante el apoyo de la Iglesia.[14]

Por otro lado, la Iglesia comenzó a adquirir el papel de director político y vehículo y creador del saber de la época, tratando de unificar las ciencias y centralizando el poder, rechazando como herejía todo aquello mágico, irracional o contrario a la autoridad cristiana; por lo que se impone frente a otras doctrina. Este objetivo se busca mediante el desarrollo de una estrategia de cinco brazos:[14]

Mediante dos concilios romanos, en los años 368 y 369 respectivamente, Dámaso condenó el apolinarismo y el macedonianismo.[1]​ Del mismo modo, en el año 370 Dámaso formó en Roma un concilio para determinar las medidas contra el arrianismo. Ursacio de Singuidón y Valente de Mursa fueron condenados y Atanasio de Alejandría fue nombrado para luchar y contrarrestar a los arrianos.

Así, el año 373, Aujencio y sus adherentes fueron condenados y excomulgados. Además se confirmaron las confesiones de Nicea, y todo lo que se había hecho en perjuicio de ella en la Asamblea de Rimini se declaró nulo. En el sínodo romano del año 374, San Dámaso I promulgó el Canon de Escritura Sagrada, es decir, una lista de los libros de los Viejos y Nuevos Testamentos que deben ser considerados la palabra inspirada de Dios.[15][16]

Con el fin de realizar una centralización del poder eclesiástico e imperial, su secretario San Jerónimo consigue que el 29 de julio de 370 el emperador Valentiniano prohibiera a los eclesiásticos y monjes meterse en las casas de las viudas y en las de las doncellas huérfanas a las que dirigían, y de recibir de ellas algún don, ya fueran donaciones o herencias. Dámaso hizo que la ley fuese estrictamente observada.[1]

La primacía de la Santa Sede fue defendida mediante actas y decretos imperiales,[17]​ donde basa la supremacía eclesiástica de la Iglesia Romana en las propias palabras de Jesucristo y no en decretos conciliares. En consonancia continúa con su cruzada y en el año 377, en un concilio en Roma, condena a Apolinario y a su discípulo Timoteo, obispo de Alejandría. La persecución a posturas divergentes motivó que muchos se retractasen y juraran fidelidad a la doctrina oficial para evitar la condena pública.

Las reformas impulsadas en este periodo, tenían por objeto unificar el culto, y dieron origen a algunas de las tradiciones más antiguas del catolicismo, como la introducción de la voz hebrea aleluya[18]​ para referirse a la resurrección de Jesús (la expresión, que ya existía entonces, se utilizaba exclusivamente en el rito judaico) y el reconocimiento del obispo de Roma como el predominante entre todos.[4]​ En consonancia con esto, Optato, obispo de Milevi, publica su obra en donde enumera a los obispos de Roma empezando por Simón Pedro y terminando en Dámaso. Siendo este el único documento conocido con información sobre algunos de ellos.

Cuando en el 379 Iliria fue separada del Imperio de Occidente, Dámaso actuó para salvaguardar la autoridad de la Iglesia romana dentro del imperio creando una vicaría apostólica y nombrando para ella a Ascolio, obispo de Tesalónica. Este fue el origen del Vicariato papal, que estuvo ligado a la Santa Sede durante un largo periodo de tiempo.[1]​ Con su apoyo, continuó condenando otras conductas divergentes y, así, convocó el Concilio de Aquileya en el año 381, en el cual se condenó a Paladio y a Secundiano, obispos de la provincia de Llírico.

Un caso especial es el de Prisciliano, que fue condenado por el Concilio de Zaragoza en el 380. Considerado un hereje, su caso llamó la atención de Dámaso, quién trató en vano de liberarlo. Se sospecha que esta excepción se debe a que Dámaso era, por parte paterna, de origen gallego, al igual que Prisciliano.[1]

Mediante el decreto de Teodosio I, «De fide católica», se declaró al Cristianismo como la religión del Estado Romano, el 27 de febrero de 380, en concreto, en concreto el cristianismo predicado por san Pedro, de la cual Dámaso era cabeza suprema y, por lo tanto, primer beneficiario de dicho acto.[19]

Tras la muerte de Teodosio se produce la división del Imperio Romano. Para evitar la confrontación religiosa, la Iglesia Oriental recibió una gran ayuda económica y el apoyo de Dámaso contra el arrianismo a través de Basilio de Cesárea.[1]​ Igualmente, Dámaso también envió legados al Concilio de Constantinopla en el año 381,[1]​ y luego, con relación al Cisma Meletiano en Antioquía y, junto con Atanasio y Pedro de Alejandría, simpatizaron con el partido de Paulino que se postulaba como representante de la ortodoxia de Nicea.[1]

Dámaso siguió en su línea centralizando el poder eclesiástico bajo su figura, frente al poder imperial y político. Años después apoyó la petición de los senadores cristianos y del emperador Graciano ante los senadores no cristianos para retirar el Altar de la Victoria del Senado.[20]

Tras la muerte de Atanasio en el año 373, aumentó la presión de los arrianos quienes obligaron a su sucesor, Pedro de Alejandría, a buscar refugio en Roma. Allí permaneció cinco años a la espera de que la situación se volviese favorable. Durante este tiempo se produce la muerte del emperador Valentiniano y resurge un antipapa, Ursicino, quien con el apoyo del Luciferismo intenta imponerse a Dámaso como autoridad suprema de la Iglesia romana.

Así, en el destierro al que los llevó el recientemente difunto emperador, los partidarios de Ursicino lanzaron una acusación de adulterio que fue presentada contra Dámaso en el 378 ante la corte imperial, siendo exonerado por el propio emperador Graciano.[21]​ Luego, un concilio ratificaría su inocencia y excomulgaría a los acusadores.[22]

Tiempo después Ursicino, junto a un judío llamado Isaac, acusó al papa ante el emperador Teodosio. Considerando Teodosio que su relación con Dámaso era imprescindible tomó la denuncia como calumniosa e Isaac fue severamente castigado y desterrado a un paraje en España.[23]

Aunque no salió condenado, muchos, tanto dentro como fuera de la sociedad cristiana, vieron en él a un hombre cuyas ambiciones mundanas pesaban más que sus preocupaciones pastorales. Praetextatus, un aristócrata rico y sacerdote pagano, bromeaba refiriéndose a Dámaso diciendo: «Háganme obispo de Roma y me haré cristiano».[13]​ Incluso algunos de sus críticos llamaban a este tema «la cuestión delicada al oído de las damas».[13]

En el sínodo del año 374, expidió un decreto en el cual se hizo un listado de los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento. Por ello, le pidió al historiador Jerónimo de Estridón utilizar este canon y escribir una nueva traducción de la Biblia que incluyera un Antiguo Testamento de 46 libros y el Nuevo Testamento con sus 27 libros.[24]​ Jerónimo viajó entonces a oriente para hacer vida eremítica y volvió años después a Roma, pasando durante algún tiempo a ser su secretario particular.[1]​ Finalmente fue en el Concilio de Roma del año 382, comandado por el papa Dámaso I, cuando la Iglesia Católica instituyó el Canon Bíblico con la lista del Nuevo Testamento de San Atanasio y los libros del Antiguo Testamento de la Versión de los LXX; esta versión fue traducida del griego al latín por San Jerónimo por encargo del mismo papa San Dámaso I, que en la práctica sería la primera Biblia en el sentido concreto y pleno de la palabra.

Cuando Dámaso envió a Jerónimo a realizar su revisión de las versiones hebreas más tempranas de la Biblia, este realizó una traducción conocida como la Vulgata, que se hizo popular por estar escrita en latín. Esta versión fue aprobada por el Concilio de Trento en 1546, adoptada oficialmente en la liturgia[24]​ y empleada por la Iglesia Católica durante cerca de quince siglos[4]​ sustituyendo a la Vetus Latina y provocando que el latín se convirtiera en la lengua principal del culto.

Durante diez años, Dámaso y Jerónimo intercambiaron correspondencia, en la que se hicieron preguntas y cuestiones sobre distintos temas de índole religiosa y político-eclesiástica. Actualmente se conocen ocho cartas, seis de Jerónimo a Dámaso y dos de Dámaso a Jerónimo.

Esta carta, escrita en el 376 o 377, ilustra la actitud de San Jerónimo respecto a su visión de Roma, sostenida por Dámaso en este periodo, siendo un gran amigo y admirador suyo. En ella, se refiere a Roma como la escena de su propio bautismo y como una iglesia donde la fe verdadera ha permanecido intacta; y, acatando la doctrina de la salvación solo dentro del palio de la Iglesia romana, San Jerónimo realiza dos preguntas:

Esta carta, escrita unos meses después de la precedente, es otra petición a Dámaso para denunciar que la presión de los arrianos aumenta cada vez más y para que este se pronuncie al respecto. Además, San Jerónimo declara que su respuesta a las facciones contrarias al régimen de Roma en Antioquía queda ejemplificada de tal forma que «únicamente quien se una a la silla de Pedro será aceptado por mí», mostrando su apoyo incondicional a Dámaso.

Este escrito fue realizado en Constantinopla en el año 381 por San Jerónimo. En él se explican los detalles la visión registrada en el sexto capítulo del Libro de Isaías, y se extiende detallando su significado místico, además de estudiar el significado del término serafín (en hebreo, «seraphim» es una orden de ángeles con seis alas cada uno, descritos por «Isaiah» en la Biblia).

La carta es sensible a pruebas, lo que permite meticulosidad de los estudios de Jerónimo. No solo hace varias citas a versiones griegas de Isaías en apoyo de su argumento, sino que vuelve al hebreo original y realiza interpretaciones que chocan en muchos casos con aquellas ya consagradas.[27]

En esta breve carta, enviada a San Jerónimo en el año 383, Dámaso le pide una explicación sobre la palabra Hosanna.[28]

En esta carta escrita en Roma en el año 383, Jerónimo expone la respuesta a la pregunta de la carta anterior. Analizando el error de Hilario de Poitiers, que supuso la expresión significarse «el rescate de la casa de David», continúa mostrando que en los evangelios es una cita del Salmo CXVIII (Súplica de David) y que su significado verdadero es redimir apelando a las escrituras en hebreo mientras afirma:[29]

En esta carta Jerónimo, a petición de San Dámaso, da una explicación minuciosa de la parábola del hijo pródigo.[30]

En esta correspondencia, escrita en Roma en el año 384 a. C., Dámaso realiza cinco preguntas a Jerónimo:[31]

Esta carta recoge las respuestas que San Jerónimo proporciona a Dámaso en referencia al anterior escrito. Para las preguntas segunda y cuarta remite a Dámaso a las escrituras de Tertuliano, Novaciano y Orígenes. Para las otras tres detalla distintas respuestas concisas al respecto.[32]

La construcción más destacable de Dámaso fue el acondicionamiento del oratorio construido por Constantino I sobre la tumba de San Lorenzo, (que luego el papa Pelagio II convertiría en la Basílica de San Lorenzo Extramuros, y la dotó con instalaciones para los archivos de la Iglesia Romana), convirtiéndola en su propia casa en el año 380 [33]​ por lo que conserva el nombre de «Casa de Dámaso». Además, en el año 258 pavimentó con mármol la parte de la Vía Apia llamada La Platonia (Platona o pavimento de mármol) que conducía a lo que en el siglo IX sería consagrada como la basílica de San Sebastián, en honor al supuesto traslado temporal a ese lugar de los cuerpos de los apóstoles San Pedro y Pablo de Tarso.[1]

Dámaso construyó un baptisterio en honor a san Pedro que todavía se conserva en las criptas vaticanas. También secó esta zona subterránea para que los cuerpos que se enterraran allí (beati sepulcrum juxta Petri) no pudieran ser afectados por agua estancada o por inundaciones.[1]

Existen escritos que confirman que también compuso varios resúmenes epigramas de diversos mártires y santos y algunos himnos en verso y prosa, pero ninguna de dichas obras se ha conservado. Solo han sobrevivido algunas cartas, la mayoría espurias.[34]

Dámaso muere el 11 de diciembre del año 384, a los 80 años, tras un pontificado de 18. Según Liber Pontificalis fue enterrado junto con su madre y su hermana en una de las catacumbas de las iglesias que había hecho edificar entre los cementerios de Calixto y Domitilla en el camino de Ardea, hoy conocida como Vía Ardeatina o Vía Argentina, en la tumba que él mismo se había preparado alejada de las cenizas de los mártires, donde después se construyó sobre su sepulcro la Basílica de San Dámaso.[4]​ Sin embargo, sus restos fueron trasladados a la Iglesia de San Lorenzo[35]​ antes de que fuera destruida.

Las ruinas de la Basílica de San Dámaso fueron descubiertas en 1902 por monseñor Wilpert, quien encontró también el epitafio dejado por su madre. Gracias a ello se supo que su nombre era Lorenza, que había estado sesenta años viuda y que murió a los ochenta y nueve años tras haber conocido a sus bisnietos.[1]

En 1928 la Asociación Pro Catacumbas de San Dámaso, encargada por la Santa Sede para la conservación y excavación de las mismas, recaudó fondos para sufragar los gastos de conservación y estudios de las catacumbas de San Dámaso, para lo que solicitaron la emisión de unos sellos al gobierno español y al pontífice Pío XI. La autorización llegó mediante la orden 13/07/1928 que estableció que solo se venderían en Santiago de Compostela y en Toledo, por lo que se emitieron dos series de dieciséis valores cada una con la imagen de Pío XI y Alfonso XIII.[36]




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