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Paraíso terrenal



La palabra paraíso procede del griego παράδεισος, paradeisos (en latín paradisus), usado en la Septuaginta para aludir al Jardín del Edén. El término griego procede a su vez del persa پرديس paerdís, ‘cercado’, que es un compuesto de paer-, ‘alrededor’ (un cognado del griego peri-) y -dis, ‘crear’, ‘hacer’. Fuentes tan antiguas como Jenofonte en su Anábasis (siglo IV a. C.) aluden al famoso jardín «paraíso» persa. Así, su significado original hace referencia a un jardín extenso y bien arreglado, que se presenta como un lugar bello y agradable, donde además de árboles y flores se ven animales enjaulados o en libertad.

En la Persia aqueménida (y posiblemente antes, en Mesopotamia), el término no solo se aplicaba a jardines «paisajísticos», sino especialmente a tierras de caza real, la forma más primitiva de reserva salvaje. De aquí se adoptó el vocablo pairidaeza, en el zoroastrismo, para designar el lugar junto a Ahura Mazda al que estaban destinadas las almas más virtuosas tras el Juicio Final, dentro de la escatología fundada por esta religión arcaica.[1]

En diversas culturas en contacto con la naturaleza, el paraíso se describe como una tierra de caza eterna, y no solo en las de cazadores nómadas, sino también en las esencialmente agrícolas (por ejemplo, los Campos de Aaru egipcios o los Campos Elíseos griegos).

En la Biblia, el paraíso designa originalmente al vergel donde Dios coloca a Adán tras crearlo (Génesis). En cambio Pablo de Tarso (en la Segunda carta a los corintios 12: 4, escrita hacia el año 57) dice haber sido arrebatado por Dios y llevado a un Tercer Cielo. Cabe destacar que al hablar del tercer cielo, no se quiso igualar al paraíso como tal, ya que como se dijo anteriormente, el término y su significado aplica a un jardín terrenal.

En el Evangelio de Lucas (Lucas 23:43, compuesto hacia el año 80) dice que Jesucristo le dijo al Buen Ladrón: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». Con estas palabras Jesús le estaba prometiendo al ladrón que tendría la oportunidad de resucitar en el nuevo mundo convertido un paraíso.

Normalmente se entiende por paraíso:

La imagen del paraíso aparece secularizada en la literatura en el tópico del locus amoenus, lugar idílico de encuentro de los amantes. La poesía bucólica desarrolla esta imagen, haciendo del campo un espacio mítico en el que se mantiene viva la edad de oro.

El tema del paraíso perdido es recurrente en la poesía occidental. Su expresión clásica es el poema homónimo de John Milton. En castellano, destaca el tratamiento del tema de Rafael Alberti en «Paraíso perdido» (Sobre los ángeles):



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