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Plena Edad Media



Plena Edad Media es el periodo central de la Edad Media que abarca los siglos XI al XIII. Sucedió a la Alta Edad Media y fue sucedida por la Baja Edad Media. La utilización de esta división no es aceptada universalmente: en algunos casos, se utiliza la expresión Baja Edad Media para los siglos XI al XV. El concepto también tiene una problemática localización espacial, puesto que solamente es aplicable en la historia de Europa, la del Oriente Próximo y la del resto del área mediterránea, teniendo poca o ninguna validez para otras zonas del mundo. Según Jacques Le Goff durante este periodo se produjo el nacimiento de Occidente.[1]

La justificación del uso del término «Plena Edad Media» es lo excepcional del desarrollo cultural, demográfico, económico y social de Europa que tuvo lugar en ese período, coincidente con un clima bonancible (se ha hablado del «óptimo medieval») que permitía cultivar vides en Inglaterra. También se ha hablado, en concreto para el siglo XII, de la revolución del siglo XII o renacimiento del siglo XII.

El simbólico año mil (cuyos terrores milenaristas se han exagerado) no significa nada por sí mismo, pero a partir de entonces se da por terminada la Alta Edad Media: húngaros y normandos están ya asentados e integrados en la cristiandad latina. La Europa de la Plena Edad Media fue expansiva también en el terreno militar: las Cruzadas en el Oriente Próximo (1095-1291), la dominación angevina de Sicilia (1061-1282) y el avance de los reinos cristianos en la península ibérica (desaparecido el Califato de Córdoba en 1031) amenazaban con reducir el espacio islámico a la ribera meridional de la cuenca del Mediterráneo y el interior de Asia.

La sociedad feudal se desarrolla sin encontrar de momento límites a su extensión (como ocurrirá con la crisis del siglo XIV). La renta feudal se distribuye por los señores fuera del campo, donde se origina: las ciudades y los burgueses crecen con el aumento de la demanda de productos artesanales y del comercio a larga distancia, nacen y se desarrollan las ferias, las rutas comerciales terrestres y marítimas e instituciones como la Hansa. Europa Central y Septentrional entran en el corazón de la civilización Occidental. El Imperio bizantino se mantiene entre el islam y los cruzados, extendida su influencia cultural por los Balcanes y las estepas rusas donde se resiste el empuje mongol.

El arte románico y el primer gótico son protegidos por las órdenes religiosas y el clero secular. Cluny y el Císter llenan Europa de monasterios. El camino de Santiago articula la península ibérica con Europa. Nacen las universidades (Bolonia, Sorbona, Oxford, Cambridge, Salamanca, Coímbra). La escolástica llega a su cumbre con Tomás de Aquino, tras recibir la influencia de las traducciones del árabe (averroísmo). El derecho romano empieza a influir en los reyes que se ven a sí mismos como emperadores en su reino.

Los conflictos crecen a la par que la sociedad: herejías, revueltas campesinas y urbanas, la salvaje represión de todas ellas y las no menos salvajes guerras feudales son constantes.

El medievalista francés Jacques Le Goff ha situado en este periodo el nacimiento de Occidente.[2]




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