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Primeros vecinos



Los primeros habitantes de la ciudad de Buenos Aires o bien primeros vecinos o primeros pobladores de Buenos Aires fueron aquellos vecinos fundadores que acompañaron al adelantado Pedro de Mendoza en la fundación de la primera Buenos Aires en el año 1536 hasta su abandono en 1541 y posteriormente a Juan de Garay en la segunda fundación de la misma en 1580, pero esta vez como ciudad, y quienes se avencindaron en ella o solo lo hicieron al principio, a los que se les sumó otros recién llegados de diversas parte del Imperio español que se radicarían en la incipiente urbe y dejarían una extensa descendencia.

Algunos primigenios pobladores de la primera Buenos Aires pasaron a ser vecinos fundadores del fuerte de Nuestra Señora de la Asunción fundada por Juan de Salazar en 1537, durante la búsqueda del gobernador nominal Juan de Ayolas por esos territorios, y los últimos habitantes del ya citado abandonado puerto terminaron por incrementar la población de la urbe asuncena convirtiéndola en ciudad, y cuatro décadas después, sus descendientes fueron vecinos fundadores en 1573 de la nueva ciudad de Santa Fe, también fundada por Garay en el primer emplazamiento, y luego de la segunda Buenos Aires.

El emperador Carlos V designó a Pedro de Mendoza como gobernador de Nueva Andalucía. Esta se extendería de océano a océano —pues no se intersecaba con la línea de Tordesillas— y se ubicaba entre la gobernación de Nueva Toledo asignada al mariscal Diego de Almagro por el norte, hasta el río que llamaban de Solís al sur, desde el cual se extendía la gobernación de Nueva León, adjudicada al noble portugués Simón de Alcazaba y Sotomayor.

En 1536 Mendoza llegó al Río de la Plata, antiguamente reconocido como Mar Dulce, río Jordán —río Iordá o Iordam— o bien río de Solís, al frente de una expedición integrada por dos mil doscientas personas entre marineros, soldados y colonos, algunos de estos con sus familias. Llegaban individuos de todos los rincones europeos del Imperio español, y no solo andaluces, castellanos y extremeños, sino también flamencos y valones de los Países Bajos Españoles, franceses, ingleses, italianos, alemanes y portugueses.

De esa manera se procedió a la fundación del entonces puerto y fuerte Real de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre el 3 de febrero de 1536. De ese núcleo original se desgranaron distintos contingentes que erigieron al fuerte de Corpus Christi el 15 de junio del citado año —a poca distancia en donde había estado el efímero fuerte Sancti Spiritus de Sebastián Caboto de 1527 hasta 1529 / 1531 y en donde está el actual Puerto Gaboto— por el fundador Juan de Ayolas, luego el pueblo y fuerte de Buena Esperanza por el propio adelantado Mendoza a finales del mes de septiembre del corriente, ubicado a 6,5 km más al sur del anterior, y que concluyó con la fundación en 1537 del fuerte que posteriormente se convertiría en la ciudad de Asunción del Paraguay.

Mendoza no llegó a fundar una ciudad en el Río de la Plata, y consecuentemente la población primigenia de Buenos Aires no fue dotada de su correspondiente cabildo, quizás porque entendió que dicho puerto podría quedar fuera de su jurisdicción que culminaba en el río de Solís a los 35° de latitud Sur, en el que coinciden difusamente la Punta del Este, límite norte del «Mar Dulce» y el extremo sur del continente africano, y Ruy Díaz de Guzmán le adjudicaba a Buenos Aires latitud 36°S.[1]

Por otro lado, la relación con los indígenas, que inicialmente fue cordial, casi de inmediato trocó en abierta confrontación, y el asedio por estos y el hambre que surgió, diezmaron a los conquistadores,[1]​ pero con el tiempo los españoles lograron establecer relaciones no beligerantes con los mismos y además pudieron establecer también sus sementeras, con lo cual se alejó el fantasma de la inanición.

Pese a ello, en 1540 Domingo Martínez de Irala y el veedor Alonso de Cabrera ordenaron a los escasos sobrevivientes que aún perseveraban a orillas del Río de la Plata abandonar Buenos Aires. La medida fue resistida, pero hacia junio de 1541 se había cumplido manu-militari, quemando la nave que encallada hacía las veces de fortaleza, además de la iglesia y las casas de madera.

Irala pretendía concentrar en la Asunción al mayor número de conquistadores, convirtiendo a esa ciudad en un fuerte centro consolidado de la presencia castellana en la región. El tiempo confirmó lo acertado de esta medida, pues el éxito finalmente coronó la conquista y colonización española a partir del núcleo humano que se fue forjando en la Asunción del Paraguay.

El nuevo fuerte llamado Nuestra Señora de la Asunción fue fundado el 15 de agosto de 1537 por Juan de Salazar y Espinosa de los Monteros con algunos hombres provenientes de la primera Buenos Aires.

Dicho fuerte se convirtió en ciudad luego de que Irala reuniera en la Asunción al remanente de la fallida expedición de Mendoza, y con la creación de su Cabildo el 16 de septiembre de 1541, ya que hasta ese entonces el gobierno revistió carácter militar. La población de esta república de españoles se vio paulatinamente incrementada, tanto por europeos llegados en sucesivas nuevas expediciones —la de los adelantados Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Juan Ortiz de Zárate— como por naturales, en general amerindias guaraníes de la parcialidad de los carios que los conquistadores tomaban por mujer. Irala fomentó estas uniones haciendo de ellas una política integradora que aseguraba la paz entre europeos y americanos. De este modo, de la fusión de aquellos recientemente llegados del Este con los pueblos llegados algunos miles de años antes desde el Oeste, se formaba un nuevo pueblo originario de América: los mestizos (hijos de indígena y europeo), y también los criollos, aquellos que fueron llamados los mancebos de la tierra (hijos nacidos en América de padres europeos).

En este sentido es elocuente el testamento de Irala, dado en Asunción el 13 de marzo de 1556, que reza:

Juan de Garay pregonó bandos para poblar nuevas ciudades río abajo de Asunción del Paraguay con los mancebos de la tierra o criollos nacidos en dicha localidad, y de esta forma erigió la nueva urbe de Santa Fe, que fue fundada el 15 de noviembre de 1573 con ochenta mancebos criollos (89,89%) y apenas nueve españoles peninsulares (10,11%).

En el mes de mayo de 1574, Garay acompañó al adelantado Juan Ortiz de Zárate a la Banda Oriental y cerca de la desembocadura del río San Salvador fundó a la Ciudad Zaratina con pobladores de Santa Fe pero sin detalles sobre los porcentajes de procedencia (la cual duraría hasta enero de 1577, cuando Garay decidió despoblarla).

Buenos Aires fue poblada con cincuenta y dos mancebos criollos (82,54%) y solo once peninsulares (17,46%).[3]

Posteriormente otras vías colonizadoras salieron nuevamente de Asunción para fundar nuevas ciudades como la de Concepción de Buena Esperanza, a orillas del río Bermejo del Chaco Austral, el 14 de abril de 1585 por Alonso de Vera y Aragón y Calderón (aunque abandonada en 1632) y la de Corrientes el 3 de abril de 1588 por el adelantando Juan Torres de Vera y Aragón con la ayuda de sus cofundadores Alonso de Vera y Aragón el Tupí y Hernando Arias de Saavedra.

Por su parte, los mestizos serían producto de dos culturas, hablaban el castellano de sus padres y el guaraní de sus madres, conocían las aberraciones de la antropofagia de los guaraníes y también la de la quema de herejes de los castellanos, pero heredaban también las virtudes de ambos.

Hernando de Montalvo los describe: “Tienen poco respeto a la justicia, son amigos de cosas nuevas, vanse cada día más desvergonzados con sus mayores, tiénenlos y los han tenido en poco, fuertes en los trabajos, curiosos, diestros y amigos de la guerra”.[4]​ A este mismo personaje corresponde la injusta e inexacta frase que en carta al rey del 29 de marzo de 1573 juzgaba a los miembros de la expedición de Ortiz de Zárate la mayor parte de esta gente fue la escoria de Andalucía. En algo acertaba: Nada llegó a América que no hubiere existido primeramente en Europa.

Varios se postularon en Asunción para emprender la jornada. Algunos, como Hernando de Montalvo, fueron rechazados. Garay les ofrecía la posibilidad de recibir tierras y encomiendas, lo que beneficiaba tanto a los recién llegados de Europa como a aquellos descendientes de los primeros pobladores de Asunción que no resultaban ser segunda cabeza de encomienda, heredada de sus padres encomenderos. Estas mercedes serán las que se constituyan en los diversos pagos pampeanos.

Existía un atractivo adicional en el caso de que se tratase de personas de origen plebeyo, que era el acceder al estado noble, en la categoría de los hidalgos, que son los nobles de sangre. En consecuencia serían los fundadores de un linaje noble. Al margen del ascenso social, propio y de su progenie, existía un beneficio práctico que consistía en quedar eximidos del pago del pecho o pechera, tributo del que los hidalgos estaban exentos. Este privilegio fue otorgado por el rey Felipe II:

Garay expresa que solo diez de los primeros pobladores eran españoles peninsulares. En todos los casos, las mujeres e hijos son americanos. La única excepción sería Isabel de Becerra, esposa de Garay, y él mismo sería el decimoprimero de los peninsulares.[6]

En este caso resultan americanos tanto hombres como mujeres, padres como hijos.[6]

También los siguientes mancebos fueron pobladores pero se ausentaron de la ciudad, o no dejaron rastros en ella. Se cree que la dureza de la represión a la rebelión de los mancebos de Santa Fe, conocida como revolución de los siete jefes, pudo haber incidido en el ánimo de muchos de los criollos, enemistándolos con Garay. Otros partieron a nuevas fundaciones, o simplemente regresaron a sus ciudades de origen.[6]

La expedición de Garay incluía 200 amerindios guaraníes que venían con las familias, y si bien en la sociedad estamental no fueron considerados vecinos se los debe recordar entre quienes poblaron inicialmente la ciudad, dándole el carácter criollo y mestizo que fue impronta de la primitiva Buenos Aires.[6]



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