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Teoría del dominó



La teoría del dominó o también llamado secuencia efecto bola de nieve aplicado a la política internacional según la cual, si un país entra en un determinado sistema político, arrastraría a otros de su área hacia esa misma ideología.

No se sabe con certeza el propulsor de esta teoría; pero se suele atribuir al presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower quienes vaticinaban que el comunismo podría expandirse por todo el mundo si no se lograba detener la espiral.

Esta teoría surgió durante la Guerra fría ante la observación de varios sucesos que parecían corroborarla. Antes y durante la Segunda Guerra Mundial sucedió un contagio de ideologías en Europa. Bien por propia iniciativa, como la Hungría Pronazi o la Rumania de Antonescu que adoptaron gobiernos pro fascistas o pronazis;[1]​ o bien por la fuerza, como la Francia de Vichy, Noruega Ocupada, España Franquista o los Países Bajos Ocupados. Otro ejemplo era la ideología comunista que extendía la Rusia (poco después rebautizada como Unión Soviética) al anexionar países que habían formado parte del Imperio Ruso como Ucrania, Bielorrusia o las Repúblicas Bálticas durante la Segunda Guerra Mundial.

Estos fenómenos se mencionaron como antecedentes, Jonathan Schell comenta que durante la guerra de Vietnam se ponían como ejemplo en varias ocasiones para vaticinar lo que pasaría si Vietnam del Sur caía frente al comunismo.[2]​ No obstante dichos casos son antecedentes y no la base de la Teoría; principalmente porque Estados Unidos, el formulador de la misma, no era una potencia mundial antes de la Segunda Guerra Mundial; más por decisión de su pueblo que no de sus dirigentes, pero sí se utilizaron estos casos para justificar su intervención en la Segunda Guerra Mundial.

Antes siquiera de haber capitulado el Eje las tensiones entre los vencedores ya eran patentes, especialmente tras la Cumbre de Potsdam y la cancelación de la Cumbre de Washington. Churchil y Truman veían a la Unión Soviética de Stalin como un aliado poco fiable (el Gran Perro Rojo como le llamaría el general Curtis LeMay años después) con constantes roces, problemas en Berlín y una política inflexible sobre sus demandas en las cumbres de Teherán y Yalta.

En las cumbres mencionadas la URSS se había comprometido a celebrar elecciones en las naciones ocupadas tras la Guerra para que decidieran sus gobiernos; pero estas elecciones a veces no se llevaron a cabo. De esta forma, a las naciones invadidas por la URSS se sumaron Albania y Yugoslavia mientras en Asia la comunista Corea del Norte amenazaba con arrastrar a su vecina del Sur. Parecía ser la constatación de lo que había afirmado Truman durante la Guerra Civil de Grecia: si uno o varios países caían bajo la garra del comunismo arrastrarían a sus vecinos.

En los años siguientes las dos potencias trataron de atraer a las naciones No Alineados a su bando. Estados Unidos parecía tener las de ganar por su poderío armamentístico, especialmente nuclear, económico y cultural frente a la URSS; pero los acontecimientos no transcurrieron en esa dirección. La China Nacionalista era derrotada por Mao Zedong, en 1950 esta nación invadía el Tíbet, la guerrilla comunista malaya hacía grandes progresos frente a los ingleses, en Indochina Hồ Chí Minh abrazaba el comunismo e Indonesia estaba a punto de pasar al lado comunista; esta fue la gota que colmó el vaso para lanzar los programas Mercurio, Géminis y Apolo.[3]

Esto parecía indicar que, pese a la aparente superioridad norteamericana, existía una cierto contagio de unos países a otros, contagio que amenazaba con rodear todo Estados Unidos de países comunistas.

Para las sucesivas administraciones norteamericanas la Teoría del Dominó se convirtió en una prioridad en su agenda de política internacional y realizaron todo tipo de acciones en los cinco continentes para neutralizarla.

El gran peligro de que el comunismo se extendiera por una de las regiones más desarrolladas y prósperas del Planeta era sentido como más que posible por los estadounidenses y los propios europeos.

La respuesta fue doble:

La gran diferencia entre ricos y pobres, casi endémica en la mayor parte del Continente, y la gran acumulación de tierras y riquezas en manos de pocas familias en sistemas casi feudales, ha sido uno de los mayores motivos para la aparición de movimientos revolucionarios comunistas.

A principios del siglo XX, Estados Unidos ya mostraba su carácter de potencia continental, más tarde mundial, y no deseaba que esa región pudiera escapar de su control. Su ejército había realizado incursiones en México o El Salvador y especialmente Panamá durante los llamados Los Años Yankis.[4]

Pero la situación cambió cuando comenzaron a surgir movimientos guerrilleros inspirados en los logros obtenidos por Vo Nguyen Giap en la Indochina. Tras la derrota en Vietnam el movimiento fue mucho más claro y numeroso. Lo que alarmó enormemente a Estados Unidos.

Con la firma de los Acuerdos de Ginebra de 1954 cuatro nuevos países entraban en la disputa internacional entre bloques: Camboya, Laos, Vietnam del Norte y Vietnam del Sur. Todas estos países habían tenido disputas y guerras antes de la colonización francesa. También constituían una fuente de materias primas estratégicas y unos puertos de gran utilidad para la flota de la URSS (escasa de instalaciones navales en mares cálidos). Las dos superpotencias deseaban los recursos naturales de aquella región y aún más privar a su adversario de un aliado estratégico. De todos los países el único comunista era Vietnam del Norte y se temía que de continuar su expansión todos los demás caerían.

Con la caída de Vietnam del Sur toda la Península Indochina excepto Tailandia era comunista, lo que parecía dar verosimilitud a la Teoría.

En 1967 se fundó la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN por sus siglas en inglés) formado por Tailandia, Malasia, Singapur y Filipinas y en 1984 Brunéi, para promover el desarrollo conjunto en esa zona. Pero la progresiva agresividad del Vietnam en la zona hizo que se fuera convirtiendo más en una organización de protección mutua.[5]

Tras las primeras emancipaciones en los años cincuenta, sobre todo de países del Magreb, le siguió la gran cascada de independencias protagonizadas por países subsaharianos, convirtiéndose estos en algunos de los más codiciados.

Pese a su espíritu de naciones no alineadas la situación pareció ir decantándose hacia el bloque comunista más que al capitalista. Esta progresión podemos verla en el hecho de que a finales 1950 sólo una nación, el Egipto de Nasser, estaba claramente alineado con el bloque soviético y ninguna otra se había pronunciado a favor de su alizanza prooccidental (ver mapa); sin embargo en 1983 Estados Unidos había recuperado a Egipto como aliado y sumado Somalia y Marruecos (construyendo y financiando sus muros para contener al Frente Polisario que tantas humillaciones le había hecho pasar, en palabras de David Solar[6]​).

Frente a los avances estadounidenses, la URSS había logrado como aliados a: Argelia, Malí, Mauritania, Etiopía, Congo Brazaville, Angola, Libia, Mozambique y otros países como la Tanzania del intelectual Julius Nyerere[7]​ y las prosperas isla Seychelles se manifestaba socialista[8]​ pese a no permitir usar ni crear bases aéreas, navales y aportación de asesores militares.[9]

Contabilizando los países no puede decirse que la posición estadounidenses fuese mejor que la sovética, y sus dirigentes lo sabían. Pero al contrario que en los otros continentes en África no se creó una organización para detener al comunismo; más bien se probaron una conjunto de acciones que permitieran detener aquella decantación hacia el este. Entre ellas puede citarse:

De esta forma, Estados Unidos debía soportar los caprichos y a veces las psicopatías de estos líderes y responder a las acusaciones de ONGs, periodistas y ciudadanos, conocedores de la situación, de apoyar a carniceros con conductas como comerse las vísceras de sus enemigos, trasladar la capital de su país a un remoto poblado de la selva o depositar el tesoro del banco nacional en el sótano de su casa.[10]

Dividiendo el mundo en dos bloques sin fisuras, comunistas y capitalistas, y mirando el sureste asiático la Teoría del Dominó parece ser cierta. Sin embargo esta visión de un mundo occidental obligado a defenderse del oriental, sostenida por muchos políticos estadounidenses, especialmente el presidente Ronald Reagan,[12]​ resulta en exceso simplista:

Analizando el mismo caso que se pone como ejemplo, Indochina,[5]​ Camboya y Vietnam nunca mantuvieron buenas relaciones y, tres años después de su paso al comunismo, las dos naciones estaban enfrentadas por la invasión de Camboya. Así mismo Tailandia se mantuvo firmemente pro occidental y repelió cuantos enfrentamientos vinieron desde la Kampuchea ocupada. Por último, China invadió el norte de Vietnam. Con lo que no se puede decir que formasen un frente unido contra el capitalismo.

Mientras, en Europa, Albania comenzó a separarse de Moscú hasta el abandono del Pacto de Varsovia, opción que no estaba ni contemplada en los estatutos de dicha organización. Tampoco la Yugoslavia de Tito fue un país muy afín a la esfera soviética, pese a ser comunista. Incluso Stalin declaró en una ocasión que sólo le hacía falta mover el dedo meñique para terminar con Tito. Rumanía, con Ceaușescu a la cabeza, también empezó a distanciarse de la Union Soviética durante esa época, aunque permaneció como miembro del COMECON y del Pacto de Varsovia hasta su derrocamiento en 1989.

Las fricciones y enfrentamientos entre los distintos países era lo que no tuvo en cuenta esta teoría, además de no aplicarse sólo a la URSS.

El fin de la Guerra Fría y, con él el fin al miedo de la expansión comunista, supuso el final de esta teoría, pese a que nunca llegó a demostrarse.

Aunque ya no se cita con este nombre, la idea de que uno o varios países puedan adoptar determinado régimen político por el hecho de que un vecino lo haya hecho sigue viva en los análisis internacionales. Por ejemplo, a principios del siglo XXI y tras los atentados del 11-S Estados Unidos -Antes y después de la Invasión de Irak- uno de los argumentos a favor esgrimidos por la Administración Bush y muchos periodistas y expertos en política internacional consistía en las supuestas ventajas de convertir a una nación árabe en una "democracia". Así, explicaban los defensores de esta idea, tras la invasión en Irak se establecería un régimen "democrático", con "estado de derecho y libertades constitucionales". Las "ventajas" para la población serían evidentes y muchos pueblos vecinos las querrían para sí mismos; provocando un efecto dominó en sus gobiernos. También, como en el periodo de la Guerra Fría, esta idea es acusada de falta de visión sobre los países del área .[14]



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