Flavio Leovigildo (en latín: Flavius Leovigildus, del gótico: Liubagilds; ¿?-Toledo, primavera del año 586) fue rey de los visigodos de 568 o 569 a 586. Por sus reformas y su labor de expansión y reorganización territorial, Leovigildo es considerado el rey visigodo más importante y uno de los soberanos más admirados de toda la historia de España. Fue el autor del Codex Revisus o Código de Leovigildo, legislación que equiparaba los derechos de godos e hispanorromanos en su reino, pasando a formar ambas etnias un mismo pueblo, siendo godo su gentilicio e hispanorromana su cultura. Tras sus campañas militares su autoridad abarcó la práctica totalidad de la península ibérica.
Leovigildo es el único rey godo cuyo reinado aparece recogido en las dos crónicas hispanogodas más importantes: la Historia de los godos de San Isidoro, que no pasa del año 626, y la Crónica de Juan de Biclaro, que trata del periodo comprendido entre los años 567 y 591. Este hecho da fe de la importancia que la posteridad ha dado a este monarca. Lamentablemente, son dos fuentes muy breves y limitadas, ya que toda la información que aporta la historiografía de aquella época es siempre muy escasa. A este se suma otro problema, y es que la labor de Leovigildo no ha dejado fuentes propias. El código que promulgó no se ha conservado y solamente puede ser reconstruido a partir de textos posteriores, como el Liber iudiciorum, promulgado en 654. El recurso a otras fuentes, como la Historia de los francos de Gregorio de Tours tampoco ayuda mucho.
La genealogía española tradicionalmente lo consideró hijo de Amalarico, el genealogista Luis de Salazar y Castro fue uno de los eruditos que defendió tal filiación. También se ha propuesto que fue hijo de Liuverico, conde en 523 y 526. Compartió el trono, o estuvo asociado a él, con su hermano Liuva I, desde que este fue proclamado rey hasta que falleció en 572. Leovigildo se casó dos veces: se desconoce el nombre de su primera esposa, pero, posiblemente, se tratase de una miembro de la aristocracia visigoda y no tanto de una familia hispanorromana, Teodora o Teodosia, hija de Severiano o Severino, dux de Cartagena, y de su mujer Teodora o Túrtura, que era hermana de San Isidoro de Sevilla, de San Leandro de Sevilla, de San Fulgencio de Écija y de Santa Florentina de Cartagena; al tiempo, los matrimonios mixtos estaban prohibidos, de quien tuvo a sus hijos Hermenegildo y Recaredo I; su segunda esposa fue Gosvinta, la viuda de Atanagildo.
Para valorar en su justa medida la tan alabada labor de Leovigildo es imprescindible conocer la nefasta situación anterior del reino visigodo. Algún historiador ha llegado a decir que los años que van del asesinato del rey Teudiselo en 549 a la entronización de Leovogildo en 569 «son los más confusos y críticos de la dominación visigoda en España» . Durante el reinado del sucesor de Teudiselo, Agila I (549-555), estalló una grave crisis cuando la ciudad de Córdoba se rebeló contra la Corona, aunque puede que la rebelión viniera de antes. Los motivos de esta rebelión no son claros, pero seguramente tengan que ver con la independencia efectiva a que estaba acostumbrada la aristocracia local, fruto de la combinación de una presencia visigoda muy débil en la zona y de la perduración de las raíces romanas de la región de la Bética. En cambio, las consecuencias de esta crisis sí están más claras: en 550 el rey sufrió una humillante derrota en la que perdió muchos soldados y un hijo. Además, los rebeldes le arrebataron el Tesoro Real, lo que supuso un golpe letal, ya que sin el Tesoro, Agila perdió su principal fuente de financiación y buena parte de su legitimidad como rey. El monarca vencido se refugió en Mérida mientras varios aristócratas proclamaban rey a Atanagildo.
Se inició entonces una guerra civil de cuatro años (551-555), en la que fue decisivo el apoyo del Imperio bizantino a Atanagildo. Esta potencia no dudó en intervenir en auxilio de su aliado para anexionarse el reino godo y cumplir así el proyecto del emperador Justiniano I de reconstruir el Imperio romano de Occidente (de hecho, ya habían arrebatado las Baleares a los vándalos). Por fortuna para el reino godo, los bizantinos ya no disponían de fuerzas para acometer una campaña semejante tras muchos años de guerra (estaban librando otra en Italia contra los ostrogodos), por lo que su actuación se limitó a equilibrar las fuerzas de Atanagildo a las de Agila, y la contraprestación que reclamaron se redujo a la ocupación de una franja costera desde el río Guadalete hasta la altura de Denia que recibió el nombre de provincia de Spania. Allí permanecerían tres cuartos de siglo. Pero esto sentó un peligroso precedente, que en 711 llevaría al reino godo a su destrucción a manos de una potencia extranjera que también decía actuar en ayuda de una facción visigoda contra otra.
Tras el confuso asesinato de Agila por sus partidarios en 555, Atanagildo quedó como único rey. Pero su mandato se vio lastrado por los hechos de los años anteriores: Córdoba mantuvo su independencia frente al nuevo rey, en otras regiones la autoridad del Estado godo también se desvaneció y los bizantinos permanecieron en el territorio que habían ocupado. Además, la pérdida del Tesoro Real por Agila lastró decisivamente la acción de Estado. No obstante, Atanagildo pudo reinar hasta su muerte por causas naturales en 567, algo excepcional que no ocurría desde 484 (los cuatro reyes anteriores habían sido asesinados).
A su muerte, se abrió un periodo de cinco meses en que el trono quedó vacante. Este vacío de poder, aunque efímero, fue también excepcional, puesto que siempre se procuraba tener un heredero designado por si el rey fallecía de pronto. La razón era que, dado que el soberano constituía prácticamente el único elemento de cohesión que mantenía en pie la monarquía, su desaparición podía resultar muy peligrosa, ya que cuanto más tiempo faltase un rey fuerte y reconocido por todos, mayor era el riesgo de caos y descomposición internos. No se sabe mucho de este interregno, salvo que terminó a finales de ese año 567 con la elección de Liuva I, quien al parecer era gobernador (dux) de la Septimania y fue proclamado por los nobles locales. Probablemente, estos buscaban terminar cuanto antes con el vacío de poder que los hacía vulnerables ante los vecinos francos. Para reforzar su posición, un año después de su proclamación Liuva nombró un heredero asociándolo al trono: su hermano Leovigildo. Este, por su parte, se casó con la viuda de Atanagildo, Gosvinta, en una hábil maniobra política que buscaba atraerse a las redes clientelares nobiliario-militares del difunto (por motivos como este con el paso del tiempo se llegaría a prohibir a las viudas reales casarse de nuevo, medida imitada posteriormente por el reino de Asturias).
A partir de ese momento (569) los dos hermanos reinaron conjuntamente en igualdad de derechos. De hecho, San Isidoro dice que de los dos Leovigildo fue el monarca más preeminente desde el principio, puesto que se acordó que él reinaría en la península ibérica y Liuva permanecería en la Septimania. Según algunos autores, este reparto respondía a una fórmula de compromiso entre la aristocracia visigoda de la península y la norpirenaica que había proclamado a Liuva.
A partir de ese momento Liuva quedó eclipsado hasta el punto de que no se tiene más noticia de él hasta su muerte en 572. Por lo tanto, esta última fecha debe descartarse como la del inicio del reinado de Leovigildo, siendo más acertada la de 569.A causa de los acontecimientos descritos, cuando Leovigildo asumió el trono el reino se hallaba mermado territorialmente por las rebeliones internas y rodeado de peligrosos enemigos: los habitantes nativos de la Cordillera Cantábrica, los suevos, y aún más los francos y los bizantinos, dos potencias expansionistas. Para restaurar las fronteras de su reino Leovigildo dedicó la primera parte de su reinado a efectuar una campaña bélica por año, algo que ningún otro rey godo había hecho en todo el siglo VI.
El primer objetivo de Leovigildo fue la provincia bizantina de Spania. En 570 el rey godo se centró en la región de Baza y Málaga con el probable objeto de dividir el territorio bizantino en dos. No lo logró, aunque sí parece que se reconquistó Baza, pues su obispo asistió al III Concilio de Toledo en 589. En 571, Leovigildo arremetió contra el límite occidental de la provincia bizantina, donde tomó la ciudad de Asidonia (la actual Medina Sidonia), pero solo gracias a la traición de un tal Framidaneo. Después de estos modestos resultados Leovigildo desistió de volver a atacar Spania.
En 572 Leovigildo logró, al fin, apoderarse de Córdoba y poner fin de esta manera a su larga rebelión de más de dos decenios. Juan de Biclaro explica que para ello el rey godo conquistó también «muchas ciudades y castillos tras matar multitud de campesinos». Este pasaje del biclarense fue interpretado por E. A. Thompson como la primera revuelta campesina de la España visigoda, pero no parece probable que se tratara de tal cosa. Seguramente, los terratenientes cordobeses lograrían movilizar a los campesinos y comprometerlos así con su revuelta.
Al año siguiente de la reconquista de Córdoba, Leovigildo cambió por completo el escenario de sus campañas bélicas, que hasta entonces se habían limitado a Andalucía. Sin duda tomó esta decisión impelido no tanto por la muerte de su hermano Liuva, como alguna vez se ha sugerido, como por el ataque ese mismo año 572 del rey suevo Miro contra los «roccones o runcones», pueblo enigmático que aparece ahora por primera y anteúltima vez en la historia y que probablemente vivía en la actual Asturias. Esta campaña de Miro debió de alarmar a Leovigildo, pues a partir de entonces comenzó una carrera por hacerse con los territorios independientes ubicados entre los dos reinos rivales, el suevo y el godo.
Así, en 573 Leovigildo atacó y venció a los «sappos», pueblo habitante de Sabaria de quienes ésta es la primera y última mención en la historia. Su territorio, que quedó incorporado al reino visigodo, seguramente estaba ubicado en una comarca montañosa por la que corre el río Sabor, entre la actual provincia española de Zamora y el distrito portugués de Braganza.
En 574 Leovigildo conquistó Cantabria, territorio de indígenas siempre rebeldes que seguramente habían vivido de forma independiente desde el fin del Imperio Romano.
Por último, en 575 el rey godo ocupó los montes Aregenses, en el extremo oriental de Orense, territorio que, en teoría, formaba parte del reino suevo de Miro, pero en el que en los últimos tiempos se había hecho fuerte un caudillo local de nombre Aspidio.
Por fin, en 576 Leovigildo decidió que había llegado la hora de atacar el reino suevo. Sin embargo, por motivos que se desconocen, pronto detuvo su ofensiva y aceptó la paz que le ofrecía Miro, quien, probablemente, aceptó a cambio someterse a algún tipo de subordinación a Leovigildo. Fuera así o no, lo único que sabemos es que el monarca godo pospuso su ataque contra el territorio suevo más de un decenio.
Al año siguiente Leovigildo cambió radicalmente de escenario bélico una vez más y atacó la Orospeda, región situada en el extremo oriental de Sierra Morena en la que la aristocracia se había erigido en un poder independiente. El territorio fue sometido sin mayores dificultades, pero al poco tiempo se sublevaron los campesinos locales, lo que, esta vez sí, constituye la única revuelta campesina de la España visigoda. Pero esta revuelta pronto fue contenida.
En 578 Leovigildo no llevó a cabo ninguna campaña. Seguramente decidió que, dado que los territorios bizantinos de Spania suponían un objetivo demasiado ambicioso y que había optado por posponer la conquista del reino suevo, no le quedaban más objetivos militares que cumplir. No obstante, quedaba otro territorio en la península ibérica que escapaba al control del reino godo: la parte montañosa del País Vasco, habitada por vascones tan acostumbrados como sus vecinos cántabros a vivir independientes de cualquier potencia desde el fin del Imperio Romano. Pero, a diferencia de los cántabros, los vascones no tenían ningún interés estratégico para Leovigildo, ya que no hacían frontera con los suevos, sino con los francos, potencia a la que el rey godo no pretendía conquistar como a los suevos. De hecho, a Leovigildo le convenía tener un "Estado-tapón" entre los francos y él, y los vascones podían desempeñar esa función. Otro motivo de la contención de Leovigildo y los demás reyes godos frente a los vascones seguramente era la dificultad del terreno, al tratarse de una región tan boscosa y montañosa. Por último, la formas de vida locales, tanto políticamente como económicamente, eran muy primitivas, lo que le restaba a esta región interés bélico y hubiera dificultado el establecimiento en ella de un control efectivo.
En aquel mismo año de 578 Leovigildo fundó la ciudad de Recópolis (Guadalajara), lo que hizo de él el primer rey germánico que erigió una ciudad.
En 579 terminó la paz, cuando el hijo de Leovigildo, Hermenegildo, se alzó en armas contra su padre desde su puesto de gobernador de la Bética recientemente concedido por Leovigildo, además, estaba asociado al trono de su padre desde 573. A diferencia de lo que era habitual en él, esta vez Leovigildo no respondió de inmediato a esta rebelión, sino que esperó hasta 582 para ello, sin duda porque trató de negociar un arreglo con su hijo. Hermenegildo se había convertido al catolicismo, sin duda influido por su esposa franca Ingunda con la que se casó en 579 y por Leandro de Sevilla, buscando con ello convertir su rebelión en una guerra religiosa entre el catolicismo y el arrianismo de Leovigildo. El conflicto paternofilial se intentó solucionar con la vía del diálogo pero finalmente se llegó a la armas y Leovigildo lanzó una serie de campañas entre 582 y 584 contra la revuelta; en 582 tomó Mérida, en 583 Sevilla y en 584 Córdoba. Hermenegildo fue capturado y conducido a Valencia, para morir a manos de su carcelero en Tarragona en el 585.
La revuelta ponía de manifiesto la imposibilidad de realizar la fusión étnica entre la minoría visigoda y la gran mayoría de hispanorromanos mientras persistiese el conflicto entre el arrianismo de los unos y el catolicismo de los otros.
Leovigildo acometió después una campaña contra los vascones, probablemente en respuesta a uno de sus ataques. La guerra se saldó con una victoria del rey godo, quien se contentó con ocupar una parte del territorio vascón y con fundar en su territorio la ciudad de Victoriaco (probablemente la actual Vitoria), lo que lo convirtió en el rey germánico que más ciudades fundó en una época abrumadoramente rural.
La campaña de Leovigildo contra los vascones suscita una cierta polémica, dadas las exageraciones y tergiversaciones que se vierten sobre ella por motivos políticos actuales.
Leovigildo emprendió diversas campañas militares a lo largo de la geografía de Hispania, relatadas en la única crónica contemporánea de Juan de Biclaro, y que tuvieron por consecuencia el afianzamiento del poder del reino de Toledo. En el 581, una de estas campañas se dirigió contra los vascones, permitiendo la fundación de la ciudad visigoda de Victoriacum o Victoríaco para controlar el territorio de Vasconia.
Probablemente la razón para esta campaña es que Leovigildo conocía los saqueos vascones en la zona comprendida entre el Ebro y los Pirineos. La prioridad dada a esta campaña, que coincide con el primer año de la rebelión de su hijo Hermenegildo, parece indicar que estos saqueos eran importantes. Otra explicación sería la de que los vascones, políticamente organizados desde el periodo del Bajo Imperio Romano, respondieran a los intentos de conquista y saqueos por parte de los visigodos con campañas militares de recuperación de dichos territorios arrebatados.
La campaña vascona concluyó con una victoria sobre los vascones cerca del lugar donde se funda Victoriacum, posiblemente la actual ciudad de Vitoria, en los llanos de Álava, una fortaleza que permitiría controlar a la vez las montañas del Oeste de Navarra y la zona de la depresión vasca. Aunque este enclave, al igual que Oligitum, la actual Olite, parece que fuera fundado como bastión defensivo frente a los vascones, que perduraron al margen del control visigodo, en la zona montañosa, al norte de la divisoria de aguas, aunque desde Olite hasta la divisoria de aguas hay unos 60Km hacia el Norte, que incluyen Pamplona y toda su cuenca, los valles pirenaicos, Barranca y las Améscoas, todo ello perteneciente actualmente a Navarra. Las obras de construcción de un aparcamiento en Pamplona pusieron al descubierto enterramientos visigodos que parecen demostrar los intentos de estos por controlar esta zona, aunque fuera efímeramente. El yacimiento fue completamente excavado en el curso de una obra civil y también aparecieron sepulturas islámicas y pertenecientes a vascones.
De entre los 14 años de reinado de Leovigildo, solamente en uno —el 578— estuvo en paz dedicándose a la construcción de la ciudad de Recópolis, en honor de su hijo, Recaredo Al comienzo de su reinado, emprendió campañas contra los bizantinos, con escaso éxito. Posteriormente, derrotó las sublevaciones del sur y el norte del país, conquistando la ciudad de Amaia donde los nobles cántabros se habían refugiado, emitiendo moneda con la leyenda «Leovigildus Rex Saldania Justus». En el 576 intentó conquistar el Reino Suevo y así combatió a los suevos asentados en la antigua Gallaecia (Galicia) y Lusitania (aprox. mitad norte), pero hizo la paz con el rey Miro. La conquista definitiva del Reino Suevo, tras 174 años de independencia desde el año 411, y de ser el primer reino católico asentado en el Imperio Romano de Occidente, no llegaría hasta el 585 con la batalla de Braga, su capital, la metropolitana Bracara Augusta romana, disputada con Lucus Augusti-Lugo- y Cale-Oporto-, según se asentase en el poder una facción real, siendo rey de los Suevos Andeca (o Audeca, o Odiacca). Luchó también contra los francos y en el 581 contra los vascones.
Durante el reinado de Leovigildo, se procedió a revisar el Código de Eurico, transformándolo en el Código de Leovigildo, con reformas tan importantes como la abolición de la prohibición de matrimonios mixtos entre visigodos e hispanorromanos.
Flavio Leovigildo (572-586) rey de Hispania, fue el primer rey en Europa en introducir los símbolos del poder real, es decir la corona, el cetro, el trono y el manto púrpura, antiguo símbolo de poder de los emperadores romanos, teniendo su precedente en su ancestro Teodorico II, que en palabras del historiador Javier Arce: lo que ocurre en la vida cotidiana del rey godo Teoderico es que ella discurre en casi todos sus aspectos como si fuera una jornada de un emperador romano. Teodorico es y actúa como un emperador romano.
Con el tiempo a lo largo de la Edad Media, serían símbolos adoptados por las demás monarquías europeas. Es común en la iconografía medieval ver al rey sentado en su trono, con corona, cetro y un manto púrpura, pero tras la caída del Imperio romano de Occidente, en Europa, los visigodos fueron los primeros.
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