La política de tierra quemada o de tierra arrasada es una táctica militar que consiste en destruir absolutamente todo lo que pueda ser de utilidad al enemigo cuando una fuerza avanza a través de un territorio o se retira de él.
El origen histórico del término tierra quemada proviene seguramente de la práctica de quemar los campos de cereales durante las guerras y conflictos en la antigüedad. Sin embargo, no se limita en absoluto a cosechas o víveres, sino que incluye cualquier tipo de refugio, transporte o posibilidad de suministro al enemigo.
La táctica de la tierra quemada es una acción que vincula los aspectos militares y económicos o incluso psicológicos de una estrategia militar. Estas acciones destructivas tienen la ventaja de que no requieren adelantos tecnológicos ni una especialización particular por parte de los combatientes que la aplican. Cuando se emplea en territorio enemigo se pretende destruir su voluntad de resistir mediante la intimidación, provocando sufrimiento a las poblaciones locales ya que destruye sus propiedades y medios de subsistencia. Si se aplica en territorio propio al retirarse, el objetivo es retrasar o incluso detener el avance enemigo al dejarle sin recursos que aprovechar, o entorpeciendo su movimiento.
La tierra quemada ha resultado históricamente muy eficaz para facciones que de otra forma no habrían sido capaces de resistir el avance de ejércitos mejor organizados y más poderosos, aunque en la guerra moderna su utilidad es menor, ya que todo contingente armado suele cargar con sus propios suministros en lugar de vivir del terreno, como se hacía siglos atrás. En ese contexto, también se ha empleado la política de tierra quemada en la lucha contra movimientos guerrilleros con el fin de dificultar a los insurgentes el suministro y la ocultación entre la población civil.
Esta estrategia ha sido utilizada en muchas ocasiones durante la historia:
Durante la Segunda guerra sino-japonesa, los soldados chinos destruyeron represas con el objetivo de inundar la tierra y detener el avance de los soldados japoneses, dando como resultado la inundación de Huang He en 1938.
En los Estados Unidos, por ejemplo, correspondía al Comando Aéreo Estratégico con sus bombarderos e ICBMs (misiles balísticos intercontinentales), en conjunto con los SLBMs (misiles balísticos lanzados desde submarinos) de la Armada, la responsabilidad de esta misión, cuyo carácter disuasivo se mostró altamente eficaz en ese período. Una conclusión del mismo tipo puede derivarse respecto a las instituciones de defensa soviéticas análogas a las estadounidenses, que tenían un potencial similar de destrucción. La amenaza de destrucción mutua asegurada de gran parte de la población civil y de los medios de producción fue reconocida y aceptada como parte de la necesidad militar de la época.
Durante la Segunda Guerra Mundial, a medida que las tropas alemanas avanzaban sobre Francia, los ejércitos aliados destruían las líneas telegráficas y telefónicas antes de abandonar una ciudad. Esto les proporcionaba una ventaja táctica, porque obligaba a los alemanes a utilizar exclusivamente sistemas de radio para sus comunicaciones, las cuales podían interceptarse. A pesar de que los mensajes se cifraban mediante la máquina enigma, aún era posible obtener algo de información mediante técnicas como el pulso del telegrafista, o el aumento, disminución o procedencia de mensajes. También en la Segunda Guerra Mundial, durante la invasión alemana de la Unión Soviética (Operación Barbarroja), el Ejército Rojo usó esta táctica con gran éxito contra las tropas alemanas.
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