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Estrategia militar



La estrategia militar (estrategia, del griego stratigos o strategos, στρατηγός, pl. στρατηγοί; en griego dórico: στραταγός, stratagos; literalmente significa: «jefe del ejército») es el planteamiento general utilizado por las organizaciones militares para intentar alcanzar los objetivos fijados.[1]

La estrategia militar se ocupa del planeamiento y dirección de las campañas bélicas, así como del movimiento y disposición estratégica de las fuerzas armadas. El padre de la estrategia militar moderna, Carl von Clausewitz, la definía como "el empleo de las batallas para conseguir el fin de la guerra".[2]​ De esta manera, daba prioridad a los objetivos políticos sobre los objetivos militares, apoyando el control civil sobre los asuntos militares.

«El general (strategos) debe estar seguro de poder explotar la situación en su provecho, según lo exijan las circunstancias. No está vinculado a procedimientos determinados.» Capítulo VIII versículo 9 de El arte de la guerra de Sun Tzu.

En las guerras convencionales tiene por objeto dirigir las tropas en el teatro de operaciones hasta llevarlas al campo de batalla. Es una de las tres facetas del arte de la guerra, las otras dos serían la táctica militar, que consiste en la correcta ejecución de los planes militares y las maniobras de las fuerzas de combate en la batalla. El tercer componente sería la logística militar, destinada a mantener el ejército y asegurar su disponibilidad y capacidad combativa.

La estrategia es la esencia misma del arte de la guerra, es una pauta que guía a la brutalidad por los arduos caminos que conducen a los éxitos concluyentes, la luz que alumbra las obscuridades del teatro de operaciones, velada siempre por la duda perenne de lo que pretende, de lo que intenta, de lo que hace el enemigo, y de los medios que posee para verificarlos, y la estrategia resulta tanto más complicada cuando más complicados son los medios de guerra, y es preciso lograr como principal propósito la ruina de la fuerza enemiga, y el modo de alcanzar dicho empeño entra en los dominios de la táctica, y pertenece al estado mayor la ciencia de la táctica sublime.

La táctica es el conjunto de reglas a que se ajustan en su ejecución las operaciones militares, y la concepción de un plan es el objeto de la estrategia, y el empleo de las tropas ventajosamente ante el adversario ya en la ofensiva ya en la defensiva es el objeto de la táctica, y lo difícil es concebir claramente esta, ya que si han de ser un conjunto reglas es para constituir un cuerpo de doctrina, pero lo cierto es que no hay reglas para vencer y es imposible considerar la táctica como un método positivo para alcanzar el fin que se propone, y solo es posible para muchos constituir la táctica como reunión de diversas reglas y elementos que la realidad del combate utiliza de mil modos diferentes, y quizá sin adecuarse a la pauta formulada por la teoría.

En la estrategia tiene que procurarse que el esfuerzo se efectúe conminando o intimidando en lo posible las comunicaciones del enemigo, sin exponer las propias, y se da el nombre de combinaciones estratégicas al conjunto de movimientos que debe ejecutar el ejército para lograr el objetivo propuesto, subordinadas al carácter que tenga la guerra, que pueden ser ofensivas, defensivas o mixtas.

Hay otra parte del arte militar que se halla de manera intrínseca engarzada con la estrategia, y nos referimos a la política de la guerra, que delimita los casos en que ésta es forzosa o ineludible, la zona del teatro de operaciones que debe optarse para llevarla a cabo, y examinar o tantear la indagación de alianzas y neutralidades, y tratar de arrebatárselas al enemigo, y continua desplegando un papel significativo durante la contienda pues procura conservar las alianzas o romper las que haya contraído el enemigo, interviniendo en los armisticios, fijando las condiciones en que ambos beligerantes deben subordinarse, y prepara y discute los tratados de paz a fin de sacar el mayor provecho de la victoria o atenuar las consecuencias de la derrota.


En el arte de la guerra para lograr el fin primario de derrotar al enemigo, hacen falta muchos medios cada uno de ellos fundamental: sin armas no hay guerra posible, sin medios de supervivencia no pueden subsistir las tropas, multiplicando el número de las cosas necesarias para alcanzar la victoria, siendo no menos cierto que desde el punto de vista exclusivo del arte militar, para obtener el triunfo es preciso combinar y ejecutar un plan de guerra acertado de estrategia militar, y como consecuencia de este plan chocar en favorables condiciones con el adversario y destruir sus fuerzas de resistencia.

La noción del citado propósito, el arte de guiar las tropas hasta conducirlas en situaciones provechosas hasta el campo de batalla es el objeto de la estrategia militar, y el de usarlas meritoriamente contra el adversario, ya en ofensiva ya en defensiva, es el objeto de la táctica militar, aun habiendo tratadistas militares que admiten definir los límites de los campos de la acción de la estrategia y de la táctica, confundiendo ambos conceptos, siendo la táctica quien ejecuta los planes que proyecta la estrategia, y si la lucha es absolutamente trascendental en la guerra, a todas las sublimidades de la estrategia se superpondrá perpetuamente la dispar realidad de la táctica que muda con las armas y con los varios elementos de la guerra, siendo lo más complejo la táctica aplicada, por ser tan variables las circunstancias de la lucha, no debiendo pretender la táctica de manera dogmática caer en el escollo de prever todos los casos, y aunque debe discutir, analizar, presentar todo el conjunto de los medios de guerra, debe detenerse ante el precepto escueto.

En la Antigüedad los pueblos fueron guerreros e incluso los de costumbres pacíficas se veían obligados a empuñar las armas para defenderse de otros más belicosos que, guiados por las ansias de botín o de dominación. los invadían y subyugaban: el agresor, que naturalmente era el más fuerte, procuraba sorprender con marchas y movimientos rápidos al que lo era menos, o que era más confiado, siendo que estos últimos se hallaban desapercibidos para el combate.

El arte militar pasó de Asia a Europa pasando por Grecia, siguió en este país sus progresos naturales, transfiriéndose a Italia, perfeccionándose en Roma junto con las artes y las ciencias, para decaer después con ellas bajo el dominio de los pueblos bárbaros del norte y volver a renacer en los siglos posteriores a la restauración de las artes.

En los gobiernos republicanos de Europa, Atenas, Esparta y Roma es donde el arte militar se desarrolló, y aunque estuviesen lejos de ser repúblicas perfectas, adquirieron a pesar de todo una superioridad, debiendo al arte y al ingenio el mérito de resistir a fuerzas enormes con menos tropas o la de sujetar muchos reinos por lentos progresos de una guerra continuada.

En la remota antigüedad fue ya la infantería el cuerpo principal, el nervio y la esencia de los ejércitos, y por medio de ella vencieron las naciones conquistadoras: la falange macedónica arruinó al imperio persa, la legión romana destruyó la falange griega y conquistó una gran parte del mundo, y posteriormente, sin embargo, con la decadencia de la milicia romana se desplomó el Imperio.

La primera guerra de los tiempos heroicos en que aparecen operaciones militares un tanto regulares y dotadas de cierto orden es la Expedición contra Tebas, un pensamiento establecido al cual se debían uniformar las operaciones, una constancia superior al ímpetu y un valor que sabe esperar y sufrir los reveses de la fortuna.

Así se manifestarán también en Troya, donde no se puede ver más que la infancia del arte —la ciudad amurallada, Troya, y el campo atrincherado ofensivo de los griegos—, descubriéndose aun así ciertos elementos de orden.

La fuerza y la división de la falange, organización y orden táctico de los griegos, fue en cada estado de Grecia acomodada al número de tropas y la índole de la organización política. Lo que era común a todas las falanges griegas era la aplicación de la geometría al arte de combatir y la embestida y pelea en masas indivisibles, la táctica, apareciendo las evoluciones calculadas y simultáneas, y el arte de la guerra se modificó y empezó la estrategia y táctica particular.

La segunda y más grandiosa experiencia que los griegos tuvieron que hacer de sus fuerzas y que contribuyó más al sentimiento de nación común fue las Guerras Médicas, que les permitió conocer las técnicas de combate de los Asiáticos.

Ciro de Persia reputaba el buen orden de un ejército como el de una familia y ordenaba bien las tribus de guerra. A sus órdenes de formación cuando marchaba hacia el enemigo debió gran parte la fortuna que le acompañó en sus expediciones, y se considera un valioso monumento del arte militar más remoto la batalla que tuvo contra el poderoso Creso, Timbria, la Frigia, que decidió el Imperio de Asia.

En las Guerras del Peloponeso participó Tucídides, que escribió la historia de las citadas guerras asociando las reglas y las aplicaciones de la táctica y de la política.

Jenofonte dirigió y describió la retirada de los Diez Mil, y se le deben algunos tratados especiales de táctica y muchas noticias que esparció en su novela histórica Ciropedia.

En el enfrentamiento entre Tebas y Esparta en el siglo IV a. C. se dio ejemplo instructivo en la batalla de Leuctra por las inteligentes disposiciones puestas en práctica por Epaminondas, creador del orden oblicuo, que le había valido victoria memorable, empleado el citado orden por segunda vez en la batalla de Mantinea.

Estas guerras mejoraron el arte militar de los Griegos, pero su perfección es necesario buscarla en los tiempos de Filipo y Alejandro Magno, principalmente en el ejército macedónico.

El arte militar hizo ya grandes progresos en esta época ya que de chocar y pelear en todo lo largo de la línea de batalla y el valor individual, se llega hasta a elegir el terreno más conveniente a la clase de combate y especie de tropas y se toman disposiciones, y la victoria se hace ya dependiente más de las oportunas y sabias disposiciones estratégicas que del valor individual y colectivo.

Los países por donde Alejandro Magno condujo su ejército no fueron un mero tránsito de sus tropas derrotando a los enemigos que se le presentaban, sino que en sus expediciones tomó y construyó fortalezas, dejó guarniciones y nombró sátrapas que gobernaban cada región, quedando afirmada su dominación, y sus conquistas y sus relaciones mercantiles que algunos de sus sucesores, especialmente los Ptolomeos de Egipto, sostuvieron con la India, dieron a conocer el Ganges, la remota ciudad de Tina y la isla de Thapobana (Ceilán)

Muerto Alejandro Magno, su vasto Imperio se dividió y subdividió entre muchos de sus generales y la Macedonia quedó como estado independiente hasta que en tiempo del rey Perseo la famosa falange griega fue rota por las legiones romanas de Paulo Emilio, a quien por este hecho le dieron el sobrenombre de El Macedonio.

Entre los griegos fue la falange la que constituyó la ordenanza de la infantería y esta gran unidad táctica formaba una masa compacta, profunda y cerrada en la que el "syntagma" era el elemento más manejable y consistente, batallón formado de 16 hombres de fondo por 16 de frente, y esta unidad llena y cerrada podía tanto doblarse como reducirse a cuatro hombres de fondo, maniobra que se empleaba para extender la línea.

Cuando el antes citado Alejandro había llegado al apogeo de su gloria ya existía la formidable República romana, que se había hecho poderosa desde la batalla de Zama dada por dos grandes estrategas, Aníbal y Escipión el Africano, quien recibió este sobrenombre por su victoria.

En la batalla de Cannas, descrita por Polibio, se evidencian los grandes talentos de Aníbal, y la representación de la batalla es explicada por Quintus Icillius en su obra Memorias militares sobre los griegos y los romanos, y aunque los cartagineses hubiesen adoptado el orden profundo de los griegos, sus batallas no se parecen en nada a las de Epaminondas y de Alejandro Magno, debiendo Aníbal casi todas sus victorias al empleo de dos maniobras: una servirse de su superior caballería para rodear o cortar las alas de su enemigo, y la otra consistente en aprovecharse de los accidentes para ocultar una parte de sus fuerzas, que durante la acción venían a caer sobre la retaguardia del enemigo que él batía de frente.

En la citada batalla de Zama, el general romano Escipión el Africano, en lugar de ordenar sus legiones como de costumbre colocó las compañías de preferencia en cuadro a retaguardia de los asteros y desplegó las filas de los triarios para darles un frente igual y separadas las líneas a tres o cuatro pasos de distancia las unas de las otras, y el orden de batalla se halló formado por una serie de columnas por manípulos equidistantes; variación realizada por la necesidad de dejar pasos rectos y capaces a los elefantes de los cartagineses que habían de ser lanzados contra la línea. El orden citado que adoptó en columna Escipión, no solamente era oportuno para hacer frente a los elefantes sino también la mejor disposición para atacar después de haber desalojado a aquellos animales, una manera nueva de presentarse a sus enemigos, lo que no podía dejar de sorprenderles.

La legión romana era un cuerpo espaciado, móvil y maniobrable, ofreciendo sus intervalos la ventaja de la continuación de los esfuerzos por los pasos de línea y formaba en tres líneas de asteros, príncipes y triarios, a treinta toesas de distancia entre sí, y por medio de los intervalos se proporcionaban el continuo ataque y el recíproco socorro.

La legión se dividía o descomponía bajo el aspecto táctico y orgánico en pequeñas tropas o trozos con los nombres de centurias, manípulos, etc. y el mérito principal de la maniobra legionaria era su capacidad de restablecer tres veces el combate, viniendo los hastarios a restablecerse a los intervalos de los príncipes y en estos, a su vez, en los de los triarios, ó a la inversa, avanzando y encajonándose unos en otros entre los manípulos formando línea llena, orden flexible, extenso y escalonado, que ofrecía de suyo tres tentativas de fortuna.

El arte de los sitios, mejorado primero por los rodios y por los cartagineses, fue llevado a su esplendor por Dionisio, Filipo y Alejandro y más tarde por Demetrio Poliocertes y los Ptolomeos; y Poliorcetes introdujo grandes novedades en el arte militar aplicando la ciencia de su tiempo a las máquinas de guerra y estableció almacenes y arsenales.

Anteriormente a las guerras púnicas, el examen de las tres batallas que sostuvo Roma en las Guerras Pírricas prueba la razón que tuvo Polibio al decir que cuando la irrupción de Pirro de Epiro, los romanos por sus guerras contra los galos y samnitas habían llegado a perfeccionar mucho el arte militar, y los vencedores aprendieron de los campos de Pirro a alienar sus tiendas y a separarlas por pequeñas calles y a observar un orden militar que solo los griegos conocían hasta entonces[4]​ y se ve por este tiempo órdenes de batallas bien razonadas, diversiones bien combinadas y el uso de reservas.

La Iliria, país dilatado de las costas del Mar Adriático, tenía diversos soberanos, pero la más poderosa era la reina Teuta, viuda de Argón, que como regente gobernadora se hizo dueña del Peloponeso, también de la Fenicia y dio orden a sus piratas que apresasen todas las embarcaciones romanas. La república romana resolvió un plan estratégico consistente en que sus cónsules Lucio Postumio Albino y Cneo Fulvio Centumalo se embarcasen para la Iliria y atacasen en combinación, por mar con su flota Fulvio, compuesta de 200 galeras y por tierra el ejército de Postumio. Tras ser derrotada, la reina Teuta se retiró a Rhizon, villa fuerte situada en un pequeño golfo del mar Adriático.

A pesar de que la guerra romana es característica de invasión, iniciativa, actividad, sorpresa y tino, hay ejemplos de cálculo retardado y victoriosa lentitud como Fabio con su estrategia hábil y prudente, defensa ardidosa y sistemática de esquivar batallas y abrumar con maniobras y estratagemas al ejército de Aníbal para ganar tiempo.[5]

El ordenamiento de los romanos era ajustado a sus miras particulares y a su constitución política, y en ocasiones adoptaban las armas y los usos de las mismas naciones que vencían si mejoraban su organización político-militar, llegando a adquirir una preponderancia por mucho tiempo sobre los demás pueblos en toda clase de ciencias y artes y por consiguiente en el de la guerra.[6]

El arte militar romano tiene una vocación de universalidad y permanencia que falta al griego, más circunscrito, siempre especial, local, y favorecía la audacia y la ambicionada rapidez de las empresas de los romanos lo pequeño de su ejército consular, su severa disciplina y su fácil manejo.

Los romanos hicieron al patriotismo base de su severa disciplina y la sostuvieron con el castigo y el rigor por un lado, y con el honor y la recompensa lucrativa por otro. Unidas en su mente las dos ideas de patria y Dios, el juramento militar romano no era vana fórmula de disciplina, sino la consagración absoluta a los dioses que velaban por la patria, y con tal elevación de pensamientos inútiles eran los códigos y reglamentos ya que la distancia jerárquica se establecía por sí misma, la insubordinación podía mirarse como muy poco probable, el cumplimiento del deber se convertía en costumbre y el jefe, desembarazado y temido, podía con toda holgura imprimir a su capricho el movimiento a la maquinaria legionaria, seguro del juego perfecto de todos sus engranajes.

Salustio describe militarmente la guerra de Yugurta y expone con claridad el orden oblicuo empleado en la batalla dada a orillas del Mutul entre aquel númida y Metelo.

La guerra de Yugurta es la última época en que se hallan las legiones formadas por clases, ya que luego se las ve formadas por cohortes, y no se formaron al principio más que en dos líneas como se ve en el orden de batalla de Catilina contra Petreyo, y posteriormente César, Pompeyo el Grande y todos los buenos generales volvieron pronto al uso de formarse sobre tres líneas.

Con las reformas de Mario se reunieron en uno los tres manípulos de hastarios, príncipes y triarios, se extinguió la distinción de todas las clases y se formó la verdadera cohorte que vino a ser por fin la subdivisión única, la verdadera unidad táctica y orgánica de la legión, batallón de 500 a 600 individuos divididos en seis centurias, con fuerza bastante para no necesitar reunirse a otros elementos semejantes a ella.

En Hispania sobresalen como líderes militares el proscrito Sertorio que fatigaba con prontas e improvisadas marchas a los soldados romanos, cortándoles los suministros, acampando con habilidad y ventaja, no aventurándose con presentar batalla alguna sin estar muy seguro de ganarla, o el célebre jefe de los lusitanos Viriato, organizando un ejército, el cual, con sus correrías, acciones parciales y retiradas hábiles desconcertaba a los romanos, para finalmente refugiarse en las montañas y con la guerra de partidas supo hacerse tan temible que Quinto Servilio Cepión acudió al artificio y a la traición para terminar con su vida.

Los romanos se instruyeron de estrategia en las guerras púnicas y gran maestría estratégica manifiesta Mario contra los Cimbros y Teutones, Sila en el Asia y sobre todo Cayo Julio César en las Galias, donde acampado siempre entre enemigos, se ejercitó para triunfar en la guerra civil romana y someter a la aristocracia, y sus Comentarios son la más importante de las obras militares antiguas, requiriéndose no obstante para su entendimiento conocer las instituciones militares y políticas de los romanos.

Según un oficial y tratadista militar de Prusia del siglo XIX, Ciriacy, la constante iniciativa de César, su imprevista aparición, su vista de águila para utilizar en la defensiva las faltas del enemigo, contribuían para hacer brotar del desastre la victoria.

Con el auxilio de las naves originarias de Liburnia, Dalmacia, liburnas, venció Octavio a Marco Antonio en la batalla de Actium y desde entonces se les dio preferencia en las Armadas de Roma, construidas con las maderas del ciprés y del pino larice y el abeto y con clavazón de cobre con preferencia a la de hierro, y las mayores llevaban de avanzada una falúa de cuarenta remos para hacer la descubierta, sorprender las naves enemigas, avisar de su derrota y de sus intenciones.

Tito Livio es el más poeta entre los historiadores y Flavio Josefo escribió sobre la guerra en Judea, refiriéndose acerca de la táctica y la poliorcética de los romanos en tiempo de los emperadores.

El platónico Onosandro trata el arte militar desde un punto de vista filosófico, aprendiéndose de su obra la parte moral y la observación del proceder humano aplicado a la guerra.

Frontino dejó escritos una colección de planes de batalla y ardides de guerra, y lo mismo Polieno.

Amage, reina de los antiguos sarmatas que habitaban las costas del Ponto Euxino, estableció en las fronteras de su reino guarniciones de tropas, venció y rechazó a los enemigos que le invadieron y no negó socorros a los príncipes vecinos cuando solicitaron su auxilio.

Tácito estudió más bien la conducta humana que las vicisitudes exteriores, aunque son fecundísimos en instrucción los relatos de las campañas de Germánico, de Corbulón, de Vespasiano, de Tito, etc.

Boadicea, mujer de Prasutagus, rey de los icenos, tras derrotar sucesivas veces a los romanos, acudió a su encuentro el ejército de Suetonio, que se arriesgó a dar una batalla a pesar de la desigualdad del número de combatientes y confiando en la táctica y disciplina de las legiones.[7]

Arriano escribió tratados de los más importantes entre los antiguos sobre la ciencia de la guerra y nos revela en la expedición de Alejandro Magno las particularidades de las operaciones estratégicas.

Eliano, como en tiempos de Alejandro Severo quien armó a sus soldados con corazas y yelmos a la griega y largas lanzas formando una gran falange de seis legiones, se volvió a dar preferencia al arte griego, escribió un tratado sobre la Táctica de los Griegos.

Durante el Bajo Imperio romano, cuando Vegecio escribía de arte militar, este yacía casi olvidado, y en vano Trajano vencedor de los dacios y partos, en vano Adriano restaurador de la disciplina, en vano Septimio Severo dominador de los bretones, trataron de conservar las antiguas tradiciones, estas se perdieron bajo Caracalla y sus sucesores, despreciando los soldados el ejercicio del cuerpo y hasta abandonaron las armas defensivas, cuyo peso les era ya insoportable.

Vegecio compuso por mandato de Valentiniano II un tratado de arte militar, la obra más completa que del asunto y de los antiguos ha llegado hasta nosotros: sin ser guerrero se mostró hábil escritor, tomando lo que le faltaba en cuanto a experiencia de obras de Catón, Cornelio y algunos otros, las cuales no han llegado a nuestros días; cuando escribió Vegecio constaba la legión romana de 6100 infantes y 726 caballos, cuyo número, nunca era menor y algunas veces se aumentaba, mas su composición era ya diferente de la del tiempo de la República, pues se habían suprimido los manípulos, y hecho otras variaciones, como se puede leer en el capítulo 6 de sus «Instituciones militares», del libro 2º.

Zenobia, reina de Palmira, tras ser vencida dos veces por Aureliano, se retiró a Palmira, que fue sitiada por los romanos. Esta reina, que había capitaneado ella misma sus ejércitos, infundió aliento a los sitiados y se defendió como gran capitana.

Sedujo a los emperadores la comodidad de hallar siempre entre los germanos individuos dispuestos a servir con un salario, y compuestos ya los ejércitos romanos de tropas mercenarias, enervados con los vicios, desmoralización y reducciones, dignos instrumentos de los caprichos del Jefe del Imperio, que frecuentemente era víctima del furor de sus soldados (Anarquía del siglo III), las naciones bárbaras que los romanos habían vencido anteriormente, les vencieron a su vez después de varias tentativas de invasión, y derribando un Imperio del que ya no tenía de grande más que el nombre.

La idea de un poder centralizado fue dejado en herencia por Roma y los pueblos bárbaros no pudieron nunca igualarla, debiéndose a la citada herencia el renacimiento de un imperio cristiano en tiempos de Carlomagno.

Los griegos sobresalieron en la táctica y los romanos en la estrategia, y Atenas nombraba todos los años por elección sus diez estrategos o generales en jefe, uno por cada tribu, y se caracterizaban por lo siguiente:

En Esparta el polemarca, en general en Grecia, jefe de un cuerpo de ejército, era jefe de una mora, y tenían los lacedemonios poca marina, no tenían ciudades muradas, dormían en campaña armados y los soldados al compás del himno de Castor, acometían al enemigo con denuedo, y no perseguían al enemigo hasta ver asegurada la victoria.

En la antigua Roma stratiotes o stratioticus significaba soldado y stratiotica pecunia, caja o erario militar, y en Roma la milicia no era una institución independiente sino que con todo lo demás era la Administración, era el Estado, era Roma y el resultado de esa milicia era su ejército activo y el instrumento de Roma era la legión, cuerpo de tropas con fuerza muy variable en los tiempos, y se fue incubando desde los primeros tiempos en Roma una predisposición a la guerra metódica.

La legión romana que era más movible que la falange griega, facilitaba la conclusión de grandes empresas militares que exigían maniobras a larga distancia y en terreno desigual, y los campamentos de los romanos en las fronteras o en el seno en las provincias conquistadas atestiguan que sabían elegir los puntos estratégicos: Para salir victorioso de las batallas se han de meditar de antemano los preceptos del arte, para pelear según ellos y no fiarse del acaso (Vegecio).[8]

La milicia romana tiene tres periodos históricos, el que comprende desde la fundación de la Monarquía hasta las reformas de Mario, el de los emperadores y el bizantino, y dentro de cada uno de ellos con multitud de reformas administrativas, orgánicas y tácticas que impiden caracterizar de forma satisfactoria los grados y sus funciones, y alguno de esos grados en la legión eran los siguientes:

Si entre los griegos al jefe supremo de las tropas se le llamó estratego, entre los romanos lo siguiente: cónsul, maestro de la milicia, dictador, imperator, y más tarde conde y duque.

A las legiones de los romanos les sucedió una milicia compuesta de propietarios, de Godos que habían llegado a serlo, la cual formó el lazo entre lo romano y lo feudal, soldados que vivían del producto de sus tierras, pero pagaban tributos como los romanos y los feudales al contrario no tenían ninguna carga pero tenían que ir sin paga, fundando los Godos su organización militar en la jerarquía nobiliaria y el sistema decimal y la nobleza se dividía en varias jerarquías (duques, condes, gardingos,..).

Los godos se armaban a expensas propias, y el que no podía hacerlo era equipado por el Estado y el prefecto del pretorio estaba encargado de proveer al ejército, y sabían fortificar plazas y conocían las máquinas de batirlas.

Teodorico defendió las fronteras construyendo fortalezas y presidios y creó una marina de naves de guerra llamadas dromones, galeras pequeñas, y posteriormente Totila creó otra.

En el Imperio bizantino strategium hacía referencia al cuartel de tropas imperiales en Constantinopla, y algún general destacado que brilló con luz propia Belisario, aunque entorpecido en sus empresas por la escasez de los medios que le suministraban y por los caprichos de una Corte intrigante.

La infantería bizantina solo tenía un orden mixto, tomado de la falange y de la legión que no producía ningún de los grandes efectos de los dos métodos, uno fundado en su peso y otro en su flexibilidad, y su caballería era inferior al de los persas y bárbaros, y el fuego griego lo emplearon contra el valor de los sarracenos y francos:

La guerra entre los godos y los generales bizantinos Belisario y Narsés presenta por ambas partes gran habilidad estratégica y táctica, y según Procopio,[9]​ obtuvo Belisario gran parte de sus victorias porque la caballería de los Godos combatían siempre de cerca al luchar con espada corta y lanza.

Carlomagno legitimó el dominio de los Bárbaros adhiriéndolos al territorio y cuando hubo un emperador de Occidente, Carlomagno, la cristiandad convertida en una vasta monarquía, venerando los príncipes como superior a aquel y tratado por los de otros credos como jefe de los creyentes, cesaron de ser considerados como usurpadores de los derechos del emperador de Oriente, y con solo sentarse un rey de los Bárbaros en el trono de los Césares, quedaban aquellos asociados a la nación romana, pues los vencedores y vencidos no tuvieron más que un solo jefe, y desde entonces puede decirse que la organización feudal recibió su organización, aquella escala de poderes superiores los unos a los otros, con la única fuente de autoridad Dios y del Pontífice su representante, fallando como árbitro en las discusiones de los Príncipes entre sí y con sus pueblos, y que podía aducir a los desastres de la guerra el remedio posteriormente utilizado en Europa de los protocolos de la diplomacia.[10]

En la Edad Media feudal como no había ejércitos organizados no había castros y el castillo tuvo por mucho tiempo gran importancia militar , ya que para rechazar a normandos, sarracenos, húngaros, etc., los pueblos atacados levantaban muros y torres y bien pronto los señores feudales aprendieron que aquellas fortalezas podían servir a sus planes y los multiplicaron e iglesias y conventos se fortificaron también y podían darse choques fortuitos o calculados de vecino con vecino, guerra de asedio y de desgaste, y en los peligros comunes los señores vecinos se congregaban para ponerse de acuerdo acerca de lo que cada cual ejecutaría en sus dominios y el rey era uno de los contratantes, pero sin autoridad coercitiva, únicamente propietario de los feudos por él conferidos, no un magistrado supremo ejecutor de la voluntad de una asamblea soberana. Solo quedaban los sínodos, de los cuales, como mixtos que eran, solían emanar leyes civiles.

Generalmente el feudatario escogía para su residencia una altura en medio de sus dominios y allí construía un castillo, símbolo del poder solitario e independiente, edificios de piedra maciza, con torres redondas o polígonas coronadas de almenas, y se unía a la naturaleza el arte de la guerra para hacer impracticable el acceso a los castillos, y los fosos, antemurales, empalizadas, contrafuertes diseminados en los alrededores, rastrillos, puentes levadizos estrechos y sin petriles, compuertas suspendidas de cadenas, puertas subterráneas, trampas, en fin, todo aquel sistema de defensa y emboscadas, buscaba atemorizar a los que tratasen de atacarles o sorprenderlos, y cuando se oía el sonido de la campana de la atalaya cundía inmediatamente la voz de alerta y corrían a las troneras, a las almenas, a las barbacanas, se alzaban los puentes, se bajaban los rastrillos y empezaba la lucha.[11]

El feudalismo, fraccionando los ejércitos en pequeños grupos, divididos según la importancia del feudo y vestidos, armados e instruidos de diferente manera, quitaba la posibilidad de los esfuerzos combinados con un objeto común, y la caballería constituía la principal fuerza de las batallas y a ella se dedicaban los nobles, protegidos por su armadura, "concha impenetrable", desafiando los tiros de los arqueros y las picas de la infantería.

En la Edad Media aparece la guerra señorial, ya que no hubo señor sin tierra y tierra sin señor y admitida esta forma de propiedad se extendió y generalizó y todo se hizo feudal y el señorío personal, real y jurisdiccional se denominó feudo y el que lo otorgaba se llamaba senior o señor, el que lo recibía junior o miles, como obligado al servicio militar, al que lo recibía directamente vasallo y los sub-beneficiados valbasores, y cada individuo era al mismo tiempo señor y ligio o vasallo, y podía ser vasallo en una tierra y soberano en las demás, y cuando toda propiedad llegó a convertirse en feudo o subfeudo, cada duque, conde, etc., fue considerado como señor de su tierra y podía tomar venganza por las ofensas recibidas, ya fuera el rey, ya fuera un noble, derecho llamado del puño que originó numerosas guerras parciales entre uno o varios nobles y el rey o de señor a señor, y como el vulgo dependía del capricho de los señores, las guerras asolaban las campiñas y los tugurios del villano.[12]

Las guerras privadas tuvieron gran importancia y general uso ocupando sus reglamentos distinguido lugar en la legislación de aquella época, y solo competía a los nobles y caballeros, pues la reyerta entre los siervos, villanos y hombres libres de un orden inferior a los nobles estaban sometidos a los tribunales de justicia requiriendo la guerra privada igualdad de nobleza o condición, y el clero reclamaba por su parte y ejercía el derecho de guerra personal y eran suplidos los clérigos por los vidames o advocati elegidos por los varios monasterios u obispados, hombres distinguidos por su nacimiento y reputación, que los defendían y combatían en su lugar, aunque en ocasiones eclesiásticos de noble familia llenos de las belicosas ideas de su tiempo olvidaban su misión de paz y cuerpo a cuerpo combatían en el campo de batalla a la cabeza de sus vasallos.

Al lado de la vida del castillo, donde estaban los señores en medio de sus guerreros, aparecieron las milicias comunales, reacción de los peones contra los caballeros, del hombre libre contra el tirano, y en el momento del peligro se tocaba la campana del Común, se anunciaba la reunión para tal día, llevando cada uno sus armas y así marchaban contra el enemigo, concluyendo la campaña del año en una o dos batallas.[13]

Los plebeyos y villanos que veían preciso defender su libertad contra la caballería o milicia que servía a caballo, despreciativa de la infantería, debieron comprender la necesidad de obrar al revés que el feudalismo, de dar preferencia a la multitud que a la fuerza individual e impulsados los suizos por esta necesidad, uno de los pueblos menos caballerescos en donde se consideraba honrosa la infantería, adoptaron el uso de las lanzas por medio de las cuales formados en gruesos cuerpos no dejaban que los desordenase la caballería enemiga, al paso que ellos iban destruyendo el ejército de sus adversarios, venciendo en las batallas de que dependía su independencia y luego a Carlos el Temerario, devolviendo esos triunfos su importancia al combatiente a pie y a la lanza, arma temida por la milicia feudal y los caballos, marchando en columnas apiñadas como una muralla impenetrable, perfeccionando posteriormente la disciplina suiza por los españoles, formando una infantería que fue el terror de Europa, los tercios.

Con el paso del tiempo, en tanto volvieron a reunirse los feudos y aquella separación política a juntarse y formar cuerpos mayores, condes, duques, príncipes, repúblicas y reinos cesaron las guerras privadas y empezaron las de Estado a Estado, y como se volvió a cultivar las ocupaciones en tiempos de paz se introdujo la costumbre de tomar a sueldo personas que desde joven se entregaban al ejercicio de las armas y principiaron los mercenarios, y en el germen de los ejércitos permanentes y del progreso del arte esta el establecimiento de las citadas tropas mercenarias, como la Gran Compañía Catalana de Roger de Flor, relatados sus hechos en la Crónica de Ramón Muntaner o las compañías de Sforza, Gattamelata, Braccio, Piccino, Del Verne y otros, los cuales muestran estrategia en sus movimientos, siendo muy notable la guerra de Gattamelata y Piccino a orillas del lago Garda entre los Visconti y Venecia.

Los hijos de los renombrados númidas y mauritanos, y de los impetuosos getulos, penetraron y ocuparon la península ibérica bajo un avezado plan estratégico para iniciar campaña ideado por su general Táriq: la caballería árabe era el principal elemento de los ejércitos del África, servida casi en su totalidad por los nobles y acreditados, que guiaban o conducían con fabulosa pericia o aptitud, sus inestimables caballos, y pasó revista el emir Musa ibn Nusair a las primeras tropas en suelo peninsular, con veinte y tantas banderas, con dos de dicho emir, la tercera insignia de Abd al-Aziz ibn Musa, y las restantes eran de los koraixitas, de los alcaides de los árabes, de los capitanes y demás gobernadores, viniendo la mayor parte de los bereberes y otras tribus de árabes nómadas sin bandera, componiendo un ejército de 18000 combatientes, que se acrecentaba cada día con gentes que del África afluían.


Sobre la tremenda irrupción de Europa sobre Asia con las Cruzadas, decir que el entusiasmo prevaleció sobre los cálculos políticos en una Europa, que contaba tantos señores como poderes, y este levantamiento en masa de un pueblo de propietarios, este abandono de las comodidades y de los bienes para ir en busca de aventuras, sin una necesidad absoluta, eran cosas menos extrañas en tiempos en que las costumbres disponían a ello, y las primeras fueron empresas tumultuosas de devotos guiados por hombres que llevaban por única provisión su confianza en los milagros o esfuerzos parciales de una multitud de señores que mandaban a sus dependientes del mejor modo posible, sin un designio grandioso, sino que de una empresa se pasaba a otra, hasta que en las sucesivas capitaneadas las expediciones por los reyes se dispusieron planes estratégicos como la ocupación de Egipto.

En las Cruzadas, Saladino brilla por los grandes y decisivos acontecimientos a que va unido y por tener frente a si a uno de los reyes más caballerescos de aquella época Ricardo Corazón de León y Saladino humano y magnánimo siempre que se trataba de enemigos vencidos, inexorable y áspero cuando contemplaba a los Cristianos como una nación, el héroe más perfecto del Islamismo, el príncipe más caballeresco de su época.

En la batalla de Bouvines, en 27 de julio de 1214, fue dividido el ejército cruzado en centro, ala derecha y ala izquierda, distribuidos en varias líneas, con una caballería que sostuvo el rigor del choque y el conde de Boulogne, Renaud de Dammartín, formó un batallón vacío de soldados colocados en redondel y armados de picas (se cree que por primera vez se hizo uso del cuadro), cuyos frentes presentaban un terrible obstáculo a la caballería enemiga, y una abertura por donde salía para dar las cargas Renaud y entraba para tomar el aliento.

Marino Sanuto el Viejo pasó gran parte de su vida en la Romania para poder llevar a cabo científicamente el libro sobre la recuperación y conservación de Tierra Santa, presentando en 29 de septiembre de 1321 en Aviñón a Juan XXII la obra con cuatro mapas y Guido da Vigevano, médico de Juana de Borgoña, contribuyó a la expedición de Tierra Santa de 1335 con los consejos reunidos en Thesauris regis Franciae acquisitionis Terrae Sanctae.

La Iglesia, que en aquellos años tan católicos, respondía a cada necesidad de la humanidad con el milagro de una institución, concibió en su fecundo seno un cuerpo, las órdenes religiosas militares, ejércitos permanentes, verdadero cuartel en los Templos.

La expedición militar, generalmente en la Edad Media es llamada cabalgada y presuponía siempre botín como prenda de victoria, y en un curioso códice Fuero sobre el fecho de las cavalgadas escrito en pergamino en dos columnas y que fue insertado en el Memorial Histórico Español, Tom. II, se advierte el espíritu de orden y legalidad que debe presidir a toda expedición militar, en el que se regula las atribuciones de jefes, asignación de botín, regularización del pillaje, único fin y objeto de la cabalgada, ect.

El equivalente de magister militum romano en la Edad Media era el adalid mayor y el adalid era el caudillo de gente de guerra, el que dirigía o guiaba las huestes, es decir, a la reunión y agrupación transitoria de mesnadas o contingentes, tanto de los ricos-hombres, barones o señores feudales como de concejos o villas, teniendo la hueste ordinariamente por objeto la toma o cerco de una fortaleza más bien que la batalla campal o decisiva.

En España, la Reconquista se caracterizó por ser un conjunto de expediciones, algaras y rebatos sometidas más o menos a un plan preconcebido y con combinaciones diplomáticas, y un estudio militar atento nos hace descubrir todo lo que tuvo de estratégico, de sistemático, de acompasado aquellas largas y dramáticas guerras, con sus teatros sucesivos en las cuencas transversales, con sus pasos de cordilleras, con sus conquistas de objetivos, como Toledo y Sevilla. En el siglo X las dobles expediciones militares del temible Almanzor constituyeron, durante 25 años, la guerra de expansión, cuyo núcleo estaba en la Córdoba musulmana, y desde 1492 el ejército español empezó amoldarse a la revolución radical militar que en los de toda Europa acaecía.

Los señores feudales y los adelantados de las fronteras, los walíes y caballeros árabes hacían mutuamente correrías en sus respectivos litorales, y a eso decían "hacer algarada", "irse de escaramuza", porque según las leyes de guerra entabladas podían acometer cualquier castillo y hacer los unos o los otros correrías o cabalgadas de improviso y con estratagema que no durase más de tres días.

Juan I de Castilla creó los siguientes dignidades o cargos según Pedro de Salazar y Mendoza : el condestable de Castilla, siendo el primero Alfonso de Aragón el Viejo, cuyas funciones según Clonard[14]​ equivalían a un Ministro de la Guerra, y dos oficios nuevos de mariscal a Fernando Álvarez de Toledo y Pedro Ruiz Sarmiento. Según Bardin era el cargo de mariscal en principio palatino como Ayudante del condestable hasta que este caballerizo (condestable viene de comes stabuli, conde del establo o caballerizo mayor) se transforma en general o comandante de tropas en guerra, los mariscales que le estaban subordinados en la jerarquía o servidumbre palaciega, le siguieron tomando el apelativo de mariscal de campo, y en Francia en tiempo del primer Mariscal de Byron era un verdadero Jefe de Estado Mayor, con gran autoridad y múltiples atribuciones.

La conquista normanda de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, establece el feudalismo, pues los conquistadores se reparten sus terrenos, conservan la jerarquía militar y ejercieron dominio de señores sobre los indígenas desposeídos, y las leyes no eran más que pactos entre los vencedores extranjeros. Las tropas de Guillermo eran vehementes en el ataque, pero cuando la fuerza no les bastaba empleaban la astucia, y tras vencer en la batalla de Hastings, no cesó por eso la resistencia y hubo de tomar una después de otra todas las tierras y ciudades, ya a viva fuerza, ya valiéndose de negocios o sometiendo al enemigo, amedrentando, convenciéndole de la inutilidad de su esfuerzo.

El origen primario, la causa eficiente de la artillería en general, de las armas de fuego, es la invención y propagación de la pólvora, causa a la vez de determinantes radicales transformaciones en el arte de la guerra y en la manera de ser de los ejércitos y la primera boca de fuego se llamó bombarda ("bombus-ardia"), y el verdadero punto de arranque para varios estudiosos de la artillería en España esta en la descripción que la de los moros sitiados en Algeciras por Alfonso XI de Castilla en 1342 hace la crónica de este rey.

En España, en el siglo XV, ya no se presenta la artillería defendiendo muros, como en Algeciras en 1342, sino combatiéndolos, atacándolos, empleo nuevo, moderno y trascendental, y la perfección capital de la artillería tuvo lugar en Alemania, y por tanto el desarrollo de la artillería hay que buscarlo en la Europa central, en el siglo XV, como arma de sitio y arma de combate.

En el mencionado siglo XV, se idea el bote de metralla, tubo o cilindro de hoja de lata, de chapa o de hierro, carga de una boca de fuego que se componían de balas pequeñas que se lanzaban al enemigo en vez de un gran proyectil, y salía el bote impulsado por la pieza de artillería en figura de cono o embudo, disparo a reducida distancia con la concepción estratégica de ocasionar considerables y terribles estragos a los flancos del contendiente, a las formaciones cerradas que presentaban más bulto, en la defensa de brechas, ect.

Jan Žižka y los husitas en Alemania, maestros según Eneas Silvio Piccolomini en el arte de fortificar y en el de tomar plazas[15]​ (en la campaña de 1430 quemaron cien castillos y ciudades y cerca de 1400 aldeas), anuncian ya la eminente preponderacia de la infantería en los ejércitos europeos (en la campaña de 1431, el ejército husita estaba formado por 50.000 soldados de infantería, 7.000 de caballería y 3.700 carros), y no obstante, por una rutina o por una tenacidad difícil de comprender, no solo el siglo XIV sino también en el siglo XV es cuando llegan su apogeo la caballería y la armadura en la Edad Media europea.

Los husitas, muerto su jefe Jan, le dieron por sucesor a Procopio por sobrenombre Raso porque era clérigo y tenía cortado el cabello, única señal de su primitiva profesión, pues era digno discípulo de Jan y tenía como capitán valentía y habilidad como aquel. Procopio ya se había distinguido en 1421 defendiendo la plaza de Justemberg contra todas las fuerzas de Alberto, duque de Austria y obligándole a levantar el sitio, derrotando posteriormente a los imperiales e invadiendo y saqueando el Austria, la Silesia, la Lusacia, el Brandeburgo y la Franconia oriental e hizo formidable su nombre en toda Alemania.

Es difícil de determinar la época en que fueron inventados los baluartes o bastiones; pero es cierto que su uso se estableció cerca del año 1500, y algunos autores hacen autor de esta invención al citado Žižka, jefe de los husitas en Bohemia, pretendiendo que se sirvió de ellos en la fortificación de Tabor.

Maximiliano I de Habsburgo, nacido en 1459, perfeccionó el arte de fundir la artillería, la fabricación de las armas de fuego y el temple de las armas defensivas, y el primero que estableció un ejército permanente en Austria.

En la población de Jargeau, lugar estratégico en la Guerra de los Cien Años, prevenido el duque de Sufflok, de la sorpresa del ejército de Francia en los arrabales de la población citada, salió de ella y formó una guarnición en batalla, pero no pudiendo resistir el choque los ingleses a pesar de ser guerreros experimentados que aprendieron el arte de la guerra en la escuela de Enrique V de Inglaterra, se refugiaron otra vez en el interior de Jorgeau. Al día siguiente los cañones y lombardas francesas empezaron a disparar sobre Jargeau (1429), teniendo los sitiados una artillería tan numerosa como los sitiadores, y sin embargo, el fuego dirigido por Juana de Arco, en quien todos los generales reconocían un talento extraordinario para disponer la artillería, produjo en pocas horas gran destrucción en la plaza sitiada.

Juana de Flandes, mujer de Juan IV de Bretaña, conde de Montfort, después de la cautividad de su marido, hecho prisionero en Nantes, el cual no pudo aprovecharse de los socorros que le condujo de Inglaterra Roberto de Artois, que disputaba el condado de Bretaña a Carlos, conde de Blois, continuó valerosamente la guerra con el apoyo de los ingleses, sosteniendo dos sitios en Hennebon (1342 y 1345), teniendo por enemiga a Juana de Penthiere, condesa de Blois, mujer de Carlos, que sostenía al rey de Francia, y esta guerra fue conocida como la Guerra de las dos Juanas, recayendo todo el peso de la guerra en las dos Juanas (1345-1365). Sobre la guerra marítima, un tratado, "De las Instituciones Militares" de León el Filósofo, da idea del orden de la marina y el capítulo CXIX que trata de los combates navales, pone de manifiesto el estado de la marina del Imperio bizantino, las construcciones, los usos y la estrategia, noticias que completó el tratado de su hijo respecto del dromon o la galera imperial que tenían un cañón de cuero colocado en la proa desde el cual era lanzado a gran distancia contra las naves enemigas el fuego griego, hecha con cera, pez, azufre y otas materias combustibles, modificando la manera de combatir, porque era preciso tratar de quemar las naves enemigas, con movimientos mejor combinados de acercarse y retirarse, venciendo por espacio de mucho tiempo a los sarracenos y posteriormente a los normandos hasta las Cruzadas ( se lanzaba el fuego griego también en vasos a modo de granada o con balutas y catapultas en el campo y ciudades sitiadas).

Cristina de Piezano, en su obra Libro de los hechos de armas y la caballería, trata la guerra activa y de la jurisprudencia militar y tomó los más escogidos preceptos de Vegecio y Frontino sin copiarlos, antes al contrario, habla de los cambios indispensables a los usos nuevos de guerrear y a la artillería y propone las mejores máximas de ofensa y defensa que se usaban en las guerras de Francia de aquel tiempo.

Leon Battista Alberti en su obra De re aedificatoria habla de las fortificaciones de las ciudades según Vitrubio, Vegecio y otros autores griegos y romanos.

Roberto Valturio en su tratado "Opus de re militare" ilustró construcciones de arquitectura militar, como las del citado Alberti las civiles: tiene suficiente envergadura histórica, para evidenciar la transición, de las armas de tiro antiguas a las modernas, señalando además el tiempo de su invención.

Egidio Colonna, escritor escolástico y arzobispo de Bourges, escribió un tratado hacia finales del siglo XIII titulado De regimine principum que puede considerarse como el eslabón militar que une a Vegecio con Maquiavelo, al tiempo romano con el Renacimiento.[16]

En China, hubo dos grandes fases en la historia de la estrategia militar.

Durante los reinos combatientes, la guerra quedaba librada por nobles en carros de combate. Estos comandaban a pequeños ejércitos de campesinos armados con la espada. El combate entre nobles era de una manera más cortés. De hecho, en el reino Zhou existía el li, un código de conducta que exigía el máximo respeto al enemigo, siempre que este fuera noble y ambos contrincantes, del mismo linaje, pues las tribus bárbaras, otros reinos chinos o nobles que no fueran del mismo rango eran sometidos a una guerra sin cuartel.

En esta época destaca el brillante general Sun Tzu, que revolucionó la táctica militar con su libro "El arte de la guerra", libro imprescindible para cualquier general.

Con Qin Shi Huang las dimensiones de la guerra alcanzaron unas enormes dimensiones. Se armaron ejércitos gigantescos de miles de soldados. Las lanzas fueron el arma principal favorita de la infantería china a corto alcance. La infantería era apoyada por la caballería y más tarde, por las primeras piezas de artillería

La ballesta y la ballesta de repetición eran la mejor arma de largo alcance de la época, pues era muy fácil y rápida de usar y fabricar. Destacan los cho-ko-nus soldados chinos que manejaban con maestría ballestas de repetición. La enorme demanda de armas por parte de los emperadores hizo florecer la industria del metal, la cual se convirtió en una industria masiva, la más sofisticada en años.

El siglo XVI, tras la Edad Media, es el del renacimiento militar de Europa, que tuvo lenta preparación en los siglo XIV y XV, por los siguientes hechos:

Posteriormente, el mérito militar de Próspero Colonna que agrandó las combinaciones estratégicas, la campaña del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el Garellano, las de toda la escuela de grandes capitanes en el reinado de Carlos María Isidro de Borbón, sus expediciones a África con la indispensable cooperación de la marina militar de Andrea Doria, las guerras de Solimán y las de los capitanes franceses de la época, todo prueba el progreso de las combinaciones militares, y todos los Estados beligerantes tenían el vigoroso instinto de la guerra, porque los combates habían tomado mayores proporciones, las guerras civiles del feudalismo se habían concluido, las naciones peleaban por medio de ejércitos permanentes con vastos espacios que recorrer, que defender, que conquistar y obligó al ingenio humano a desarrollarse en la dirección de su necesidad, por lo cual la estrategia fue presentida y practicada.

En el siglo XVI, aparecen las tropas imperiales españolas, con sus temibles Tercios, ya que después de la expulsión de los moros, surgió para España una serie de guerras exteriores, que la alzaran a un alto grado de pujanza, y como ya no podían actuar las compañías con independencia unas de otras, ni era posible la organización feudal de grupos disgregados e irregulares, hubieron de crearse subdivisiones del ejército con la agrupación de varias compañías, que constituyendo una especie de brigada recibieron el nombre de Tercio:

España hizo dar al arte de la guerra pasos gigantescos, basta indicar la operaciones del duque de Parma para socorrer a París y a Ruan sitiadas por Enrique IV de Francia, o la campaña del duque de Alba para apoderarse de Portugal que terminó con la Batalla de Alcantara o la guerra de Flandes con el citado duque de Alba, Luis de Requesens, Don Juan de Austria, el citado Farnesio, ect: donde se habían reunido cuantos soldados valientes y experimentados capitanes tenía Europa; las numerosas fortalezas detenían al ejército con largos y trabajosos sitios, las vastas llanuras requerían en las batallas que se desplegase todo el valor y toda la ciencia, y las mismas llanuras atravesadas por anchos y profundos ríos presentaban con frecuencia aun después de las victorias, inconvenientes graves y temibles a los progresos de los vencedores (Cita de Agostino Paradisi[21]​).

En la batalla de Pavía, en 1526, los españoles, desplegaron en ella todas las ventajas del talento militar y todas las maniobras hijas del estudio más reflexivo del arte de la guerra, dando a la Historia Militar la primera página en que se estudia la táctica y el orden de las batallas modernas e igual pericia mostraron y victoria obtuvieron los tercios españoles mandados por Manuel Filiberto de Saboya en la batalla de San Quintín.

Mauricio de Nassau reuniendo la experiencia de los precedentes, regeneró el arte militar e introdujo muchas novedades en el ataque y en la defensa, indagó todos los medios de acelerar y asegurar más el buen éxito de la guerra, atribuyéndole algunos autores la creación de la fortificación de campaña y Gaspar de Coligny fue el primero que mostró la importancia de la rapidez, recorrió hasta 18 leguas en 24 horas, ya que anteriormente se creía una gran marcha 7 leguas por día.

Si entre los antiguos el cuadradado táctico se denominó sintagma, tortuga, en la Edad Media muro, cerca, corral, vino a constituir en los siglos XVI y XVII el escuadrón al que los tácticos geometras sometieron a múltiples sutilezas.

Mauricio de Sajonia poseía grandes cualidades: tan circunspecto y reservado en el plan, como osado y pronto en la ejecución, tan previsor en la preparación, como acabado en la obra.

En las Guerras de Religión en Francia (1562-1598), los fines de los pueblos calvinistas era no solo empuñar las armas por el libre ejercicio de su religión, sino también para desterrar el ejercicio de la religión católica que se la perfilaba como una idolatría cuyo abatimiento era un deber de conciencia para el buen cristiano, temiendo por su parte el pueblo católico por su religión que los hugonotes habían jurado deshacer, sosteniendo en el cometido de preservar aquella, temiendo también el soberano y los Grandes por su autoridad que el partido hugonote había resuelto usurpar; en los principios de la reforma protestante los predicantes hacían profesión de doblegarse a la obediencia del gobierno, como las protestas de fidelidad que trasladó Juan Calvino a Francisco I de Francia al principio de su Instrucción, cristiana, posiblemente por la debilidad de su partido, mas con el aumento de fuerzas fue trocando su lenguaje, proyectando sus doctores que era legítimo a los calvinistas el defenderse, con la estrategia de requerir y conseguir por medio de la rebelión y de la violencia la libertar de continuar y practicar públicamente su religión, declarado en muchos sínodos de los calvinistas con la mayor solemnidad.

En el siglo XVII abundan capitanes de alta inteligencia y que emplearon a menudo los métodos de la estrategia como Espinola, Albrecht von Wallestein, Turena, Bernardo de Sajonia-Weimar, Piccolomini, Montecuccoli, Gustavo de Suecia, El Gran Condé, Conde de Tilly y algún otro.

La verdadera guerra en grande esclarece principios en tiempos de Luis XIV de Francia, con gran protagonismo de las armas de fuego y la estrategia se une a la política, el gabinete con el pabellón, y las guerras no se principiaban sin haber determinado el plan y se procuraba prever sus efectos después de una serie de operaciones hipotéticas fundadas en datos desconocidos, y se vieron notables operaciones estratégicas: invasión de Holanda,; Marlborough alcanzó a orillas del Danubio al príncipe Eugenio; Villars se unió con el elector de Baviera; Luis José de Vendome y Berwick dirigieron las famosas marchas de España que concluyeron con la batalla de Almansa.

El tipo de la guerra de sitios es relevante en el siglo XVII, la toma de una plaza fuerte era en ocasiones el objeto de una campaña, y alguna tentativa de un ejército de socorro para descercar la plaza o librarla del ataque enemigo, solía producir un choque o batalla campal, y el asunto quedaba resuelto con la toma de la plaza o la retirada del sitiador. El ejército de socorro era adversario natural de un ejército de observación y el lento progreso de la táctica en el siglo XVII debe atribuirse en gran parte al índole acompasado de aquellas guerras de sitios y posiciones, por oposición a la campal, de marchas, maniobras y batallas.

Habiendo llegado muy lejos el arte de fortificar con Errard de Bardeluc, ingeniero de Enrique IV de Francia, el caballero Ville con Luis XIII de Francia y el conde de Pagan, se debe el mérito de las aplicaciones sistemáticas en sitiar y tomar plazas a Vauban y en su defensa mejoras adaptadas a las nuevas armas, aplicando los sistemas ya conocidos, sobresaliendo en la sagacidad con que supo asociar la fortificación con las estrategia: Fue el primero que vio las cosas en gran escala; buscó las relaciones de las plazas de guerra entre sí y de la fortificación con las otras partes del arte militar y hasta con la administración política, y puso las fortificaciones en la mejor relación con la estrategia de su tiempo y merece el elogio de que la conservación de los hombres y de los establecimientos fue uno de sus principales fines (Cita Carnot).

Por los años de la Guerra de los Treinta Años, el elemento feudal casi desapareció, porque su composición no se fundaba ya en el servicio feudal sino que era una tropa permanente tomada de la plebe y mandada por señores o nobles sujetos sin embargo a la jerarquía de los grados en razón de sus capacidades y sus servicios y no del grado social, lo que destruía los contingentes feudales, y en la citada guerra, Waldstein y Gustavo de Suecia vivían a expensas de los países que ocupaban con sus soldados, guerra devastadora, pero el primero era considerado como una adversidad y Gustavo como un protector, porque el uno dilapidaba y el segundo regularizaba las exacciones, y ambos demostraron que en los ejércitos más móviles y en los terrenos menos montuosos sabían hacer servir las fortificaciones de campaña, y empezó también la división del trabajo en los ejércitos.[22]

Wallestein ganó fama militar en la guerra contra los bohemos y los turcos, y su fama y las promesas tentadoras de gloria y de botín trajeron a su bandera muchos soldados y jefes aventureros, guerra en la que se permitía el pillaje y la contribución militar, hallando donde quisiera el soldado paga y ganancias.

Gustavo Adolfo y Mauricio de Orange restauraron el arte militar, mejoraron las ordenanzas y combinaron en las masas de infantería las ventajas de la legíon con las de la falange, y fue Gustavo tan hábil en sus planes como rápido en su ejecución, la llamada por Napoleón guerra de pies e ideó fabricar cañones de cuero contra la artillería de los alemanes para hacerla más maniobrable.

Se considera a Enrique, duque de Rohan (siglo XVII), como el primer escritor y general moderno que dio y aplicó algunos preceptos útiles en la guerra de montaña, exigiendo un principio general: "la posición en las cumbres".

Conde y Turena aparecieron poco después, y el primero había nacido general y se condujo por sus inspiraciones propias, y el segundo aprendió a serlo en el libro de la experiencia, el cual, por un nuevo orden de formación de tropas, por el uso más razonado de la infantería, por sus admirables marchas y planes de campaña, encauzó el arte militar a un alto grado de perfección: Conde nació general, Turena se hizo; el primero se dirigía por sus propias inspiraciones, el segundo por la reflexión y la experiencia y sus batallas presentan disposiciones variadas y siempre hábilmente aplicadas al terreno (Cita de Lamarque).[23]

Turena instituyó la brigada en 1667, subdivisión táctica de un cuerpo de ejército, formando parte de una división, con el nombramiento del primer brigadier de caballería y la de 1668 para el de infantería, buscando unidad y cohesión, y agrupar sus tropas con más libertad, aunque para otros fue Gustavo Adolfo, y si bien su columna o unidad táctica se dividía en trozos y fracciones que le daban flexibilidad y movilidad (dos regimientos con 1000 mosqueteros y 900 piqueros), la caballería sueca todavía se interpolaba su turma como en los tiempos del duque de Alba y Alejandro Farnesio.

Cromwell formó tropas regulares y devotas, organizando a los indisciplinados y que ejercitó infundando una poderosa confianza en sí mismos, y mira hacer la revolución, la secunda, sigue y reduce a la unidad de su poder.

Raimondo Montecuccoli dejó tres libros en sus memorias, trata el primero del arte militar, el segundo de la guerra contra los turcos y el tercero de la campaña de 1664, conteniendo preceptos tanto para la guerra ofensiva como la defensiva, y la guerra entre él y el citado Turena, fue indudablemente un ejercicio del arte de la guerra, una rivalidad de sutilezas, de serenidad, de temple, de presteza y de diligencia, no pudiendo contar el uno con que el otro incurriría en más deslices o desaciertos, con las que el mismo hubiera cometido hallándose en su lugar, y Montecuccoli prosiguió con victorias hasta que fue hecho prisionero por el Príncipe de Conde.

Holanda, al haberse combinado con Francia, pudo disputarle el imperio de la mar a Inglaterra, con una marina diestra y ejercitada, capitaneada por hábiles almirantes como Engel de Ruyter, Martin y Cornelio Tromp.

A comienzos del siglo XVIII, en la Gran Guerra del Norte destaca como ilustre militar Carlos XII de Suecia, siendo dignas de atención y estudio el paso de Dwina, el de Bug en 1703, a nado con su caballería, las activas campañas de 1704 y 1705, y en 1708 penetra en Rusia hasta Berezina, donde le espera Pedro el Grande, fundador de la grandeza moscovita, soñando con herir al ruso en el corazón llegando hasta Moscú y para ello pone sitio en Poltava, plaza de importantes recursos y gran importancia estratégica.

En el siglo XVIII, tanto Federico II el Grande en la Guerra de los Siete Años como la guerra con España del inglés Pitt, fundaban su resolución en motivos estratégicos, en las ventajas que resultarían de descargar un golpe inmediato y bien dirigido contra el enemigo, sin darle lugar a prepararse.

Navío es el nombre propio o peculiar que ha permanecido a las embarcaciones grandes o que llegan a pasar de cierto porte, y más particularmente a las de guerra que tenían a los menos dos puentes o dos baterías corridas por cada banda, navíos de dos andanadas, así como de tres puentes en el de constar de otros tantos o de tres baterías. También se decía navío de línea a cualquiera de los primeros o que por aquellas circunstancias se consideraba propio para entrar en la formación de la línea de combate, con un número elevado de cañones gruesos, es decir, el que por su porte y armamento estaba destinado a combatir en batalla ordenada o en formaciones navales en unión de otros buques de la marina de guerra.

Federico sujetó la guerra a las especulaciones del talento, redujo a cálculo todos sus elementos y formando un conjunto de la estrategia con la táctica, la redujo a una ciencia mixta que comprendía ambas cosas e hizo de modo que el soldado adquiriese una especie de instinto por la estrategia acelerada, y conociendo la importancia de la prontitud creó la táctica moderna, y en vez de romper el centro dio vueltas a las alas y a llevar el mayor esfuerzo al punto débil del enemigo, multiplicando las piezas de artillería, consiguiendo que se cruzasen con el fuego de los mosquetes, de manera que si el enemigo avanzaba se encontraba débil antes de llegar a las bayonetas.[24]

Estas perfecciones o creaciones originaron otra manera de combatir ya que en lugar de las batallas de choque del Gran Capitán y del gran Conde, de las batallas de posición del duque de Alba y Feuillade, de las batallas de puestos de Mauricio de Sajonia, Federico usó las batallas de maniobras: Es preciso remitir al éxito de las batallas el término de las querellas. Es preciso meditarlas, porque las que se encomiendan a la casualidad nunca tienen grandes resultados. Son las mejores batallas aquellas en que se obliga a recibirlas al enemigo (Cita del mismo Federico)[25]

Otros generales dignos de citar del siglo XVIII son Mauricio de Sajonia, Tollendal, Eugenio de Saboya; realizaron con sumo acierto grandes operaciones militares Kurt Christoph Graf von Schwerin, Keit, Ziethen y Seidlitz; en las campañas de 1758 y siguientes Fernando de Brunswick fue superior o al menos igual a los franceses teniendo un ejército heterogéneo e inferior; el príncipe Enrique de Prusia en Sajonia se mostró profundo en la defensa modelo respecto a la elección de posiciones y movimientos.

En la Guerra de independencia de los Estados Unidos, el ejército británico no aplicó correctamente las máximas estratégicas para la conducción de una guerra ofensiva, y en vez de concentrar sus fuerzas en algún punto decisivo y la destrucción del principal cuerpo del ejército revolucionario por repetidos y bien dirigidos golpes, dispersaron sus fuerzas en una inmensa extensión de territorio y llegaron a ser demasiado débiles de poder actuar con decisión y efectividad en ningún punto.

El Almirantazgo de Gran Bretaña mandó poner "entre-puentes de carronadas" en ciertas fragatas para experimentar el efecto que tenían, y después de haber reconocido los grandes estragos que causaba esta arma en la xarcia, arboladura y aparejo de los navíos de guerra francéses, contra los cuales dirigieron su fuego las fragatas inglesas en los combates particulares, mandó por orden general ponerlo entre los "entre-puentes" de todos los navíos de línea ingleses[26]

Como no eran bastantes los medios ordinarios para rendir una plaza como Gibraltar tan defendida por la naturaleza como por el arte militar, la Corte de Madrid adoptó el plan estratégico de acometer por mar y por tierra a un mismo tiempo, valiéndose de máquinas de nueva invención llamadas baterías flotantes con objeto de batir los dos muelles y las fortificaciones que defendían la ciudad en lugar de los navíos de línea, pues como el aparejo y velamen de éstos estaba expuesto a ser quemado con las balas rojas de la plaza, se evitaba este inconveniente por la naturaleza de su construcción.

Del mismo modo que cambió la sociedad, se cambió en Francia el ejército en la Revolución, con grandes cambios en la legislación y en la administración y en las relaciones de la sociedad civil con el ejército y de éste con la sociedad, y la ciencia de las grandes operaciones cambió de faz y se aprendió a hacer útiles y movibles a las masas, creciendo extraordinariamente el ejército cuando se incorporaron a él los guardias nacionales y se hicieron las levas parciales y en masa, formando parte de los 18 ejércitos de la República, y de este modo un millón doscientos mil ciudadanos se armaron, se suprimieron los nombres de los antiguos cuerpos, el ejército tomó la divisa azul de la milicia ciudadana, cambiando de aspecto el arte de la guerra no solo con la sustitución de los ataques de los cazadores y a la bayoneta, sino con la guerra en grande que se había hecho necesaria desde el momento en que se conoció el poder de las masas.

Mal armados los soldados franceses, bisoños en las maniobras, se precipitaban sobre la artillería y líneas enemigas, protegidos por las baterías y unos cuantos escuadrones adiestrados, después de todo debían introducir una estrategia nueva, ya que no teniendo tiendas o bagajes se cuidaban poco de cubrir las líneas y con extraordinaria movilidad caían de improviso sobre enemigos acostumbrados a marchas metódicas, aprendiendo a rehacerse, a replegarse contra la caballería y a aprovecharse de los obstáculos del terreno para acercarse al enemigo.

Los numerosos ejércitos que cubrían sus fronteras obligó a sus generales a crear cuerpos francos y a emplearlos todos en las guerrillas para suplir la falta de experiencia militar de aquella época, contrarrestando a los diestros tiroleses y a los cazadores de lobo austriacos, y en la famosa jornada de Jemappes el general Dumouriez hizo un excelente empleo de estas tropas, cuyos batallones envolvieron los reductos austriacos y obligaron a los artilleros a abandonar sus piezas.

Carnot, ministro de guerra, se dedicó a regularizar aquel ímpetu y ordenó que se dieran golpes decisivos en los puntos estratégicos más importantes, que se rompiesen las comunicaciones, que se pusiera fuera de combate al ejército enemigo antes de tomar una sola fortaleza o de apoderarse de un palmo terreno, y a las teorías de Vauban para el ataque y reparación de plazas, sustituyó un nuevo sistema de fortificación y defensa, que consistía en usar de los fuegos verticales en casamatas, para destruir al enemigo cuando venía en grandes masas y de los golpes de mano atrevidos cuando el enemigo no tenía bastante fuerza.

La primera época del derecho internacional puede fijarse después del Tratado de Westfalia, representando en sus escritos las bases de un sistema que pretendía fijar equilibrio entre las grandes potencias, y la segunda época de mismo derecho tiene su origen en el Tratado de Utrecht, cuando Hugo Grocio basó el derecho de gentes en el derecho antiguo, que vino a ser racional, filosófico y se compenetra con el derecho natural.

Se introdujo la palabra griega estrategia en la segunda mitad del siglo XVIII y la voz griega permaneció largos años como otras en misteriosa incubación al calor exclusivo de los eruditos e incluso a finales del siglo XVIII era desconocida por generales de la época de la Revolución francesa y del Imperio como Ney, Masséna, Murat y hasta el último tercio del siglo XVIII el arte de la guerra se consideraba como un todo indivisible.

Las victorias de Federico II de Prusia despertaron a la Europa militar de cierta apatía y entumecimiento y hubo largos y ruidosos debates sobre todo lo concerniente al arte, especialmente sobre mejoras de la táctica a las que se atribuían los triunfos de Federico II, filósofo y guerrero. Esta discusión produjo un regreso a los estudios y documentos olvidados hacía siglos sobre las falanges griegas y las legiones romanas. Surgieron nuevas ideas sobre el arte de la guerra, siendo las más destacadas las de Conde de Guibert. Posteriormente, todas estas opiniones generaron avances en la táctica militar.

El primero en usar la palabra estrategia en esta época fue el archiduque Carlos, rival del terrible estratega de los tiempos modernos, Napoleón I. En competencia con el archiduque, dos de los primeros escritores sobre estrategia fueron von Bülow y el Barón de Jomini. No debemos olvidarnos de Joly de Maizeroy[27]​ a quien Bardin[28]​ atribuye la invención de la palabra en 1771, ni de Georg Heinrich von Berenhorst, Jean-Martin Jabro[29]​ Silva, Henry Lloyd[30]​ y otros autores que no dijeron "stratégie" sino "estratégique" y que no llegaron a formar un cuerpo de doctrina propiamente dicho.

Por tanto, los primeros expositores y definidores de la palabra estrategia militar fueron el archiduque Carlos en forma geométrica, von Bülow en forma escolástica y el Barón de Jomini en forma experimental.

No obstante a esto, la estrategia militar existió en todas las edades de la historia y aun cuando sus principios no fueron establecidos hasta el siglo XIX, no puede negarse que la estrategia militar se aplicó:

Napoleón Bonaparte inventó aquel orden militar con que aterró a toda Europa, con el difícil arte de dirigir las masas a puntos decisivos y suplir el número con la rapidez de movimientos, con la incomparable habilidad de reunir, crear y disponer los medios proporcionados a la empresa, a la actividad que le daba siempre la iniciativa, a la rapidez de vista y de acción que no dejaba al enemigo reflexionar ni tampoco de oponerse a sus proyectos, ascendencia sobre sus soldados y sobre los enemigos, a la habilidad de saber aprovecharse y, nadie ha poseído mejor aun mismo tiempo todos los elementos de la estrategia y de la táctica por lo cual pudo aplicarlos felizmente desde las ideas más generales hasta las particularidares más pequeñas y sabía sacar partido de pequeños ejércitos y mover con facilidad los grandes, cosas que difícilmente van unidas.

Así como de las guerras del citado Federico II de Prusia había resultado una nueva táctica, de las de Napoleón salió la gran estrategia, en la que los escritores meditando sobre la ejecución de sus vastos planes, echaron los cimientos de esta ciencia militar, y lejos Napoleón de introducir cambios esenciales en la táctica establecidos por Federico, extendió su aplicación a las nuevas circunstancias: con su infantería desbarató a la infantería austriaca, alemana y prusiana, con su caballería hizo huir a la caballería de la guardia imperial rusa y la célebre de los mamelucos, con su artillería cargó a escape y destrozó cuadros, abrió brecha en las murallas más famosas, con sus ingenieros minó, fortificó y destruyó de forma notable, y las guerras en que se discutían el destino de una gran nación eran resueltas por él en dos solas batallas a lo más y acometiendo a un territorio, vencía al primer ejército que se le presentaba destrozándolo, aniquilándolo y antes de que este se hubiera repuesto marchaba a dar leyes a la capital y si esta se resistía entraba a viva fuerza.

En el estudio de los mapas es donde Napoleón probaba todas las combinaciones, con sistemas de marchas hábilmente pensadas, ganar terreno sobre el enemigo y de esta manera preparaba golpes infalibles, conducía los ejércitos como por la mano, reuniéndolos, dividiéndolos y maniobrando desde un extremo a otro de Europa con la misma precisión y seguridad que en el campo de batalla, y de este modo decidió estratégicamente campañas previstas y aun escritas de antemano en su pensamiento, y según Jomini, Napoleón sobresalía en el acierto de emplear reservas tácticas y de ver a la primera ojeada el punto clave y decisivo de una batalla.

Napoleón fue tan afortunado en sus campañas como aciago en sus combates navales, ya que los almirantes franceses observaban rigurosamente la táctica antigua, mientras que Nelson concentraba todos sus esfuerzos según las reglas de la táctica moderna, y la marina inglesa puesta frente a frente con la francesa, hacia el mismo papel que Napoleón y sus ejércitos con respecto a los austriacos.

Las ideas imperiales de Napoleón le llevaron a empresas desgraciadas para dar rienda suelta a su ambición de guerra, acometiendo tras el Tratado de Tilsit como agresor a pueblos animados de un gran espíritu de patriotismo: Su misión no era únicamente la de gobernar Francia sino la de someter el mundo entero para que no le aniquilara. Partiendo de tan gratuita hipótesis, organizó el Imperio para una guerra eterna. No fue con objeto de adquirir el derecho de ser monarca absoluto, por lo que peleó bajo todas las latitudes. Al contrario, fundó el despotismo para crear, vivificar y renovar continuamente los elementos de las batallas.[33]

En la guerra de la Independencia española las inmensas pérdidas que sufrieron los franceses en España son más bien debidas a las guerrillas que a las batallas, y no es posible mirar más que como tropas irregulares las masas informes armadas tumultuosamente que rindió al general Dupont en la batalla de Bailén, las que derrotó a Moncey en Valencia, las que batieron a Charles Lefebvre en Aragón, como igualmente los sitios que perpetuaron en la Memoria a Zaragoza, Burgos, Gerona y Tarragona.

En el sitio de Zaragoza, julio de 1808, Agustina de Aragón, viendo avanzar a los franceses a la batería situada en la puerta del Portillo, cogió la mecha de un soldado herido y dio fuego a un cañón de a 24, cargado a metralla, que enfilando a las columnas enemigas causó un gran destrozo, y este golpe inesperado produjo trastorno en las tropas sitiadoras francesas y tiempo para los sitiados, que volvieron a defender la plaza del Portillo y rechazaron a los franceses.

El Duque de Wellington se distinguió más por su calma, energía y tenacidad que por su arrojo, estrategia atrevida y las grandes creaciones repentinas, y su marcha de concentración sobre el río Duero y su movimiento decisivo sobre los márgenes del río Ebro son modelo para la correcta aplicación de los principios de estrategia.

En las guerras de independencia hispanoamericanas, los realistas de España, después de haber recobrado el mando, enviaron como recurso estratégico una fuerza expedicionaria de 10.000 soldados veteranos en los combates en suelo español al mando de Pablo Morillo, con un plan que abarcaba todo el continente.

Por los años 1838 y 1839 sostuvieron los ingleses una guerra en Afganistán, después de la cual se adueñaron de las islas de Baréin y Ormuz, con el plan estratégico de asegurarse la entrada del Golfo Pérsico, y de la Socotra y de Adén que les daban la llave del Mar Rojo, y entre 1845 a 1848 conquistaron el Punyab o región de los cinco ríos, a que añadieron luego Cachemira.

Desde 1856 a 1878 el continente europeo fue teatro de cinco grandes guerras: la franca-austriaca de 1859, la danesa de 1864, la austro-prusiana de 1866, la guerra franco-prusiana de 1870 y la ruso-turca (1877-1878), todas las cuales trajeron su origen de la guerra de Crimea.

En la guerra de Crimea, los aliados creyeron acertado dirigir a Crimea una expedición imponente para aruinar Sebastopol, la base misma de la pujanza rusa en el Mar Negro, obligando a Rusia en la reducción de sus fuerzas navales, y las razones que les inducía a esperar de su estrategia un resultado exitoso, consistía la una en la superioridad incontestable de sus escuadras, que los ponía en estado de atacar con ventaja Sebastopol por la parte de mar y la segunda en las simpatías de los tártaros musulmanes, que les aseguraba la probabilidad de aislar al ejército ruso que quisiera socorrer a aquella plaza, significando la posesión de Sebastopol la creación para los aliados de una base sólida a sus operaciones militares futuras para penetrar en la Rusia meridional y destruirle todos los establecimientos que tenía en las orillas del Mar Negro, siendo para los rusos Crimea el centro de las transacciones internacionales de Europa y Asia.

Célebre ingeniero de las defensas rusas en el sitio de Sebastopol fue el conde de Todleben y de la rendición del éjercito de Osman-Bajá en Plevna, reuniendo sus conocimientos de ingeniero a los del artillero y los del táctico, y en su plan estratégico se reconocen las ideas de Vauban sobre la importancia de la fuerza moral y de la calidad de las tropas en la defensa de la plaza y los de Montalembert acerca de la necesidad de asignar a la artillería un papel preponderante.

En la segunda guerra de la independencia italiana (1859-1861), Turín era el objetivo primario estratégico, pasando el general austro-húngaro Ferencz Giulay con tardía ofensiva el Tesino y planeando Napoleón III acumular fuerzas imponentes por la izquierda, venciendo los sardos-franceses en la batalla de Magenta, siendo expulsado finalmente al otro lado del Adda un cuerpo austriaco al mando de Ludwig von Benedek, que se quedó algo rezagado al cubrir la retirada austriaca. Posteriormente, cruzando el Adda los sardos-francos tras los tudescos, concentrados a su vez en Brescia, ocupada previamente por Garibaldi con sus cazadores de los Alpes como vanguardia, finalizó la guerra con el triunfo sardo-francés en la batalla de Solferino.

El sitio y reducción del fuerte Pulaski que se hallaba situado en la isla Cokspur (Georgia (Estados Unidos)), en posición muy estratégica, fue uno de los primeros hechos, entre las operaciones militares llevadas a cabo en la guerra civil estadounidense (1861-1865), y demostró plenamente el poder y la eficacia de los cañones rayados para practicar brechas a grandes distancias, distancias no conocidas hasta entonces y consideradas enteramente impracticables.

En el sitio de Charleston, 1863, las autoridares navales, en Washington, consideraban el fuerte Sumter, obra casamatada de ladrillo de cinco casas, con dos pisos de fuegos cubiertos y otro superior a Garbela, un lugar estratégico, y una vez demolida esta fortaleza destruido su poder ofensivo, se afirmaba que los monitores y otros buques blindados podrían remover las obstrucciones del canal, apoderarse de toda la bahía y llegar hasta la ciudad.

En la guerra austro-prusiana, Austria tuvo que constituir una guerra doble y Prusia se vio forzada a dividir su atención en dos diversos teatros de guerra, uno al este y otro al oeste, y en este se dieron hábiles operaciones, que revelan dotes de combinación y acierto estratégico-político del Estado Mayor de Prusia.

En 1866, en la batalla de Sadowa, grandes baterías, hábilmente dispuestas por el ingeniero Pidonell, trincheras-abrigos y otros obstáculos fortalecían las posiciones de Lipa y Chlum, y a las 9 de la mañana del 3 de julio, catorce batallones de la división de Franseky, sufrían todo el esfuerzo austriaco, batiéndose en el bosque de Benatek o Maslowed, el cual era la posición estratégica como punto llave de la contienda, puesto que por el citado bosque habían de ligar los dos ejércitos prusianos.

La guerra civil de los Estados Unidos y la guerra de Bohemia señalan ya en 1867 la influencia decisiva que la industria toma, la riqueza pública y el dinero para renovar frecuentemente un costoso material que queda obsoleto rápidamente, y junto la habilidad estratégica y la oportunidad táctica es necesario ya utilizar y perfeccionar los últimos adelantos.

Durante el Segundo Imperio Mexicano decidió Maximiliano I de México oponer una resistencia enérgica en defensa de su trono, pero reconociendo la imposibilidad de ocupar y dominar eficazmente los vastos territorios de México, adoptó un plan estratégico de ocupación restringido que debía limitarse a proteger eficazmente México y las comarcas que se extendían entre esta capital y Veracruz, y concentrar también la acción en los once estados del centro y abandonar las provincias marítimas, que fueron en breve evacuadas.

El movimiento nacionalista dirigido por El Mahdi dio como resultado al hecho decisivo de la formación de otro Estado en la antigua Nubia y Sudán Oriental, y contra este estado guerrearon los británicos en 1898 al mando de Lord Kitchener, que se apoderó de Dongola y ganó la batalla de Omdurmán debido a su ventaja tecnológica militar, después de la cual se dice que sus tropas remataron a 3000 derviches heridos.

Los bóeres mandados por su anciano presidente Paul Kruger, y bien equipados con armas modernas, obtuvieron al principio importantes victorias sobre los británicos, y con su estrategia invadieron las colonias de Natal, Rodesia y la Ciudad del Cabo, y entonces fue enviado de Inglaterra Lord Roberts con la estrategia de reforzar a los británicos con nuevas tropas, mientras que Paul Kruger emprendía su viaje a Europa con la estrategia de interesar a favor de los bóeres a los pueblos y a los gobiernos que no se movieron a auxiliarle, y las ventajas de los bóeres obligaron a reemplazar a Roberts por Kitchener, mientras que los ejércitos bóeres se iban consumiendo a pesar de sus victorias.

Eduardo VII terminó la Guerra del Transvaal e hizo una estrategia de alianzas con Japón para contener el avance de los rusos por Asia, en 1902, y con el mismo fin envió una misión al Tíbet en 1904 y procuró con gran ahínco el aumentó de la escuadra, al creer que su superioridad era una garantía incontratable del poder de Inglaterra, dueña de una red de cables submarinos para que no peligrara su imperio colonial en todo el mundo.

La guerra ruso japonesa (1904-1905), se produjo por la estrategia de Rusia de establecerse firmemente en el Oriente asiático fortificando el puerto de Wladivostock y agenciándose el de Port Arthur, que domina el Golfo de Petschill y el acceso marítimo a Pekín (1898); mas la pretensión de subyugar la Manchuria y la Corea, la puso en pugna con el Imperio del Japón:

En la guerra turco-balcánica de 1912, Montenegro declaró la guerra a Turquía por las vejaciones cometidas contra los cristianos y reclamando la autonomía de Macedonia, y tomaron las armas en su favor Bulgaria, Serbia y Grecia, mas apenas firmada la Paz de Londres (1913), los aliados vuelven unos contra otros sus victoriosas armas, falta de una estrategia en común:

El 28 de junio de 1914 caían asesinados en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero de la Corona de austro-húngara y de su esposa, la duquesa de Hohenberg, por Gavrilo Princip, quien disparó a quemarropa sobre los Príncipes, y del proceso instruido por el crimen resultó que el complot se había urdido en una logia de Belgrado llamada "Narodva-Obrandna", donde se conspiraba, en connivencia con elementos oficiales, que aspiraban a reunir en Serbia a todos los elementos eslavos incorporados al imperio austrohúngaro.

La indignación en Austria fue descomunal y el 28 de julio, tomó forma de una nota-ultimátum, con un plazo de 48 horas, al Gobierno de Serbia, y al mismo tiempo, envió la Cancillería de Viena una Nota Circular a las Potencias, exponiendo, como explicación a las disposiciones tomadas, sus protestas contra el Gobierno serbio.

Por otra parte, se dieron las siguientes raras coincidencias: el 17 de julio, 6 días antes del ultimátum, Inglaterra había puesto en pie de guerra y movilizado su escuadra, y el mismo día el presidente de la República de Francia emprendió un viaje a San Petersburgo, declarando el 24 de julio Rusia que no permanecería ajena a la contienda, y ya mucho antes decía el zar a Alejandro de Serbia que podía contar con su ayuda

En la Primera Guerra Mundial, movilizó esta guerra en cada país de todas las inteligencias que quedaron desde la ruptura de hostilidades al servicio de los ejércitos:

Hasta fines del siglo XIX y principios del siglo XX, no se consideraba en el combate más armas que la infantería, la caballería y la artillería, la táctica de las tres armas como se titulaban en muchos tratados; mas antes de la guerra de 1914 empezó a tenerse en cuenta una nueva arma, la ingeniería, y durante ella tomó un gran desarrollo la aeronáutica, y estas dos armas y otras nuevas armas utilizadas en la Gran Guerra, y nuevos medios de lucha hicieron experimentar a la táctica mudanzas radicales, aplicadas en la Gran Guerra:

Por tanto, en la Gran Guerra, fuerza y material son dos elementos inseparablemente unidos y nada puede el uno sin el otro:

Este es un tratado de paz de 1919 que produjo las siguientes impresiones:

La campaña de Polonia (1939), iniciada en 1 de septiembre, fue la primera de las acometidas belicosas que inició la Alemania hitleriana, contra suelo polaco, y los planes estratégicos de cada bando fueron los siguientes:

La guerra entre Filandia y la Unión Soviética, guerra de Invierno, tres meses después de haber arrancado la Segunda Guerra Mundial, nuevo conflicto militarista y en cierto modo autónomo a la campaña de Polonia, guardaba no obstante ceñida relación con la guerra ya ideada, entre Alemania, por un lado, y Francia e Inglaterra por otro:

También decir que a veces sucede que para una misma operación de guerra las consideraciones estratégicas están en desacuerdo con las que se derivan del análisis del examen táctico de la situación del momento y en tal caso es conveniente dar preferencia a las consideraciones estratégicas que son absolutas y dependen de la configuración general del teatro de guerra, al mismo tiempo que las consideraciones tácticas puedan cambiarse.

No es extraño el que suceda que un punto decisivo de un campo de batalla, aconsejado por las inconveniencias tácticas, sea distinto que el determinado por las conveniencias estratégicas y en esa hipótesis, si la variación del punto de ataque no trae problemas insuperables que puedan hacer malograr el éxito de la batalla, es más decisivo dar preferencia al orden de combate que permita obtener mayores y más rápidos resultados de la victoria, en consonancia con el objetivo final de las operaciones.

Así se entiende que, estando en la batalla de Bautzen en el año 1813 el punto decisivo táctico en el ala izquierda del ejército aliado, el emperador Napoleón I prefirió, a costa de mayores esfuerzos, arrollar el ala derecha del enemigo, porque allí venía a concurrir la única línea de retirada que tenía el ejército enemigo.(Esto también puso en evidencia que la línea de retirada y los flancos tácticos se deben guardar con tanto esmero como las líneas de operaciones y los flancos estratégicos).

Este movimiento estratégico es el que hizo Napoleón I para conducir a su ejército en la campaña del año V desde las márgenes de Miacio hasta los muros de Viena caracterizado por lo siguiente:

Movimiento estratégico para reunir las columnas de un ejército de operaciones, que deben marchar separadas y abrazando el mayor frente estratégico posible, para lo siguiente:



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