Santa Librada o Santa Wilgefortis es una popular santa, cuyo culto surgió alrededor del siglo XV. Es patrona de las mujeres mal casadas.
Esta virgen mártir de Portugal es el resultado de la combinación de varias leyendas, unidas por la imaginación popular. Entre las historias que explican el icono se encuentra esta: ella era una de las nonellizas (nueve hermanas nacidas en un mismo parto) que vivió en el siglo VIII. Según el obispo Juan Muñoz de la Cueva, Santa Eufemia de Orense fue una de sus hermanas. Siendo niña, fue prometida en matrimonio por su padre (el rey de Gallaecia y Lusitania, que según unos era cristiano y según otros era pagano) al rey moro de Sicilia. Para evitar el casamiento indeseado, ella tomó voto de virginidad (según otra versión, ya había tomado el voto de castidad antes del compromiso nupcial) y oró a Dios para que la convirtiera en un ser repulsivo. En respuesta a sus oraciones, le creció vello en todo el cuerpo y barba, con lo cual el rey musulmán rompió el compromiso y partió. Lleno de ira, el padre de Wilgefortis la mandó crucificar.
Según otra versión, la del breviario de Sigüenza, Librada y sus hermanas eran hijas de Lucio Catelio Severo, antiguo magistrado en Braga y gobernador romano de Gallaecia y Lusitania, y de su esposa Calsia.
Si Wilgefortis hubiera existido, habría sido uno de los primeros casos conocidos de anorexia. Según algunas versiones de la leyenda, Wilgefortis dejó de comer porque no quería casarse. En esa época era común que las niñas se volvieran anoréxicas para evitar casamientos arreglados económicamente por el padre. A medida que la enfermedad avanzó, sus uñas se empezaron a romper y en el rostro y el cuerpo de la niña empezó a crecer vello o pelusa, un síntoma del desequilibrio hormonal causado por una desnutrición gravísima. [cita requerida] Por ello Wilgefortis es conocida actualmente como la «santa barbuda». Nunca fue canonizada, pero hay muchísimas imágenes de ella en toda Portugal y España. Se la venera porque atiende un pedido muy particular: deshacer casamientos indeseados.
Por la misma época, la historia de Santa Wilgefortis, una joven mártir portuguesa, más parece la descripción de un auténtico cuadro clínico de nuestro tiempo: «Era por el año 800 d. C. En una lujosa estancia de un castillo portugués, la hija del rey rechazaba los alimentos que le ofrecían, ayunaba y si la forzaban a comer vomitaba. Enflaquecía a ojos vistas, y prácticamente se estaba dejando morir de hambre. Todo antes de romper su voto de castidad y servicio a Dios, todo antes que la casaran...». Sin duda, un caso típico de anorexia nerviosa que la convirtió en Santa Wilgefortis, o Liberada (como es conocida en Francia, España y Portugal).
Otra versión cuenta que venció su apetito como una expresión de su desinteresado amor a Dios.
Algunos especialistas en bulimia y anorexia analizan la leyenda y encuentran que el detalle del vello masculino que se extendió por todo su cuerpo y la barba hirsuta da verosimilitud a la historia. En su afán de renunciar a su femineidad (para preservar su virginidad) Wilgefortis se privó del alimento. Esta rebeldía, imperdonable en la Edad Media, hizo fracasar los planes matrimoniales de su padre. Entonces su pretendiente rompió el compromiso pactado. En represalia, su progenitor la hizo crucificar. Se dice que este martirio no solo repercutió en toda Europa, sino que comenzaron a surgir cultos basados en este hecho (a pesar del evidente anacronismo de la crucifixión, puesto que esta había dejado de emplearse como método de tortura tras la caída del Imperio romano).
Esta fantástica leyenda podría haber sido la historia de muchas mujeres que padecieron la misma enfermedad: anorexia nerviosa. Se especula que la referencia en esta historia a la aparición del vello masculino, tras el ayuno forzado, no sería otra cosa que una forma de masculinización bien conocida en la patología de la anorexia nerviosa crónica.
La leyenda de Wilgefortis no es una adaptación cristiana de los cultos hermafrodíticos de la antigüedad en Chipre, ni de otros credos andróginos de la mitología griega, ya que no se encuentra ninguna traza de esta leyenda antes del siglo IX (según otros, no antes del siglo XV).
Su nombre derivaría del antiguo alto alemán hilge Vartez (‘santo rostro’), una traducción del italiano Santo Volto. El cuadro conocido como Volto Santo de Lucca es una imagen icónica del periodo bizantino temprano que muestra a un Jesucristo barbado (aunque bastante andrógino) coronado y crucificado, de cabello larguísimo, con los ojos muy abiertos y vestido con una túnica larga (en vez del tradicional taparrabos). La imagen era llevada en procesión por las calles de Lucca cada año, y esta ropa infrecuente, hizo que los cristianos extranjeros —según algunos estudiosos, en la Holanda del siglo XV— crearan la leyenda para explicar la imagen.
Este crucifijo, que en la Edad Media se creía que era una obra de Nicodemo (discípulo de Cristo), se preserva en la Basílica de Lucca y es muy venerado por el pueblo. En la Alta Edad Media era común representar a Cristo en la cruz con una túnica larga y con corona real; pero desde el siglo XI (según otros, desde el siglo XII) esta práctica desapareció.
Por eso, cuando los peregrinos y mercaderes empezaron a difundir copias del Volto Santo de Lucca en distintos puntos de Europa, la imagen ya no se reconocía como representación de Jesucristo crucificado, sino como una mujer que había sufrido martirio.
Charles Cahier, S. J., escribió:
Generalmente se la representa clavada a una cruz, como una niña de diez o doce años, frecuentemente con barba, o como si le tirara con el pie una bota de oro a un guitarrista o violinista que toca ante ella, otras veces sólo con un pie descalzo.
Relacionada con esta leyenda, está la historia de un violinista exiliado, quien al tocar ante la crucifija, recibió de ella una de sus botas de oro. Condenado a muerte por el robo de la bota, se le concedió el deseo de tocar una segunda vez ante la santa. En presencia de todo el pueblo (que había concurrido a ver el espectáculo de ejecución), ella le lanzó su otra bota de oro, estableciendo de modo definitivo la inocencia del músico.
En Bayona (Galicia) existe un santuario, «Santa Liberata», donde se venera una imagen de la santa. Desde hace varios siglos se dice que la santa fue martirizada allí.
Una etimología popular hace derivar el nombre Wilgefortis del latín virgo fortis: ‘virgen fuerte’. Pero en 1934, Gustav Schnürer y J. M. Ritz demostraron en su gran ensayo Sankt Kümmernis und Volto Santo (Düsseldorf, 1934) que Wilgefortis era una corrupción de Hilge Vartz (vartz o fratz: ‘rostro’), el ‘Santo Rostro’. Esto corroboraba la opinión de que la leyenda se originó a partir del Volto Santo de Lucca.
Se la invoca con su antiguo nombre inglés Uncumber (disencumber significa ‘liberar de una carga’), o con el germano Oncommer y sus equivalentes en otros lenguajes, para librar a la devota de las garras de un marido abusador o un pretendiente indeseado. Desde Oncommer se generó el nombre Kümmernis, que sugiere que cualquiera que invoque a la santa a la hora de la muerte, morirá ohne Kúmmer, ‘sin-ansiedad’. En India existe el término vai-Kuntha (‘sin-ansiedad’) que se relaciona con el momento de la muerte, y es el nombre del paraíso espiritual de ultratumba.
Cuando el culto de santa Wilgefortis se difundió en los siglos XV y XVI, empezó a ser incluida en los breviarios y martirologios. El más antiguo conservado es un breviario impreso en París en 1533, por encargo de la diócesis de Salisbury, que contiene una hermosa antífona métrica y una oración en honor de Wilgefortis.
En el arte, santa Wilgefortis es una mujer barbuda crucificada. También hay ejemplos de una mujer barbuda siendo decapitada (según Roeder).
La leyenda de Santa Wilgefortis aparece como objeto de una investigación hagiográfica que lleva a cabo el protagonista de Fifth Business, novela del escritor canadiense Robertson Davies (1970), traducida al castellano como El quinto en discordia.
En febrero de 1969, el papa Pablo VI ordenó revisar el calendario litúrgico para suprimir a los santos de cuya existencia no hubiese pruebas. Eso no significa que los «descanonizara», sino simplemente que su celebración y veneración no es obligatoria.
En abril de 1969 se dictaminó la eliminación de santa Librada del santoral —junto con san Cristóbal, san Jorge y muchos otros santos—, aunque se mantuvo el derecho a su representación iconográfica y veneración por razones tradicionalistas. Se veneran unos restos como suyos en la catedral de Sigüenza.
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