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Antinatalismo



El antinatalismo es la posición filosófica, política o demográfica contraria a la reproducción y el nacimiento de nuevos seres humanos.

El antinatalismo atribuye un valor negativo a la procreación. Los antinatalistas argumentan que las personas deben abstenerse de procrear ya que es un acto éticamente incorrecto (algunos también reconocen la procreación de otros seres sintientes como moralmente incorrecta). [1][2]

El antinatalismo puede tener fundamentos filosóficos, de carácter ético y moral, políticos y demográficos.[3]​ Puede ser defendido a título individual, por asociaciones, o por gobiernos y organismos internacionales que desarrollen políticas de población antinatalistas para alcanzar objetivos socioeconómicos y estratégicos que requieren un óptimo de población.

El término “antinatalismo” se establece en oposición al término "natalismo" o “pro-natalismo”.

Las enseñanzas de Buda (c. 400 a. C.), entre otras las Cuatro nobles verdades y el comienzo del Mahāvagga, son interpretadas por Hari Singh Gour (1870-1949) de la siguiente manera:

Buda expresa sus proposiciones en el estilo dogmático de su época (...) y todo lo que desea transmitir es esto: ajeno al sufrimiento al que está sujeta la vida, el hombre engendra hijos y, por lo tanto, es la causa de vejez y muerte. Si tan solo se diera cuenta del sufrimiento que acarrea con este acto, desistiría de la procreación y detendría así el ciclo de vejez y muerte.[4]

Acerca del antinatalismo en el budismo también investigó Amy Paris Langenberg.[5]

Antiguas doctrinas cristianas como el marcionismo, [6][7][8]encratismo, [9][10][11]​ los bogomilos[12][13][14]​ o los cátaros[15][16][17]​ sostenían que el mundo físico y visible era obra de un demiurgo malvado, enemigo del auténtico Dios. No era correcto crear nuevas personas, pues equivalía a aprisionar el alma (un elemento divino) en la materia, condenándola al sufrimiento y la muerte. Sus seguidores se oponían al matrimonio y la procreación y practicaban el ascetismo.

Filósofos como Julio Cabrera, Seana Shiffrin, Gerald Harrison, Juilia Tanner y Asheel Singh argumentan que la procreación es moralmente problemática a causa de la imposibilidad de obtener consentimiento del humano que será creado. Cabrera argumenta que la procreación es una violación de la autonomía porque no tenemos el consentimiento de un humano cuando obramos en nombre de él a través de la procreación, y que un agente racional, poseyendo informaciones confiables sobre la situación humana y la capacidad de opinar en su posible venir a existir, podría escoger no nacer y evitar los dolores asociados a la existencia (esta es una referencia a un experimento mental propuesto por Richard Hare, que supone que sería obvio escoger el nacimiento).[18]

Seana Shiffrin da cuatro razones por las cuales, en su opinión, el hipotético consentimiento de la procreación es un problema:

Gerald Harrison y Julia Tanner argumentan que cuando vamos a afectar significativamente a alguien con nuestra acción y no es posible obtener su consentimiento, entonces la posición por defecto debería ser no tomar tal acción. La excepción es, de acuerdo con ellos, acciones por las cuales queremos evitar que una persona sufra un daño mayor (por ejemplo, empujarla para apartarla de un piano en caída libre). Sin embargo, en su opinión, tales acciones no incluyen la procreación, porque antes de tomar esa acción, no existe aún una persona.[20][21][22]

Asheel Singh enfatiza que no es necesario creer que venir a la existencia es siempre un daño total para reconocer el antinatalismo como una visión correcta. Bastaría pensar que no hay derecho moral de infligir daños serios y evitables a otros sin su consentimiento.[23]

Chip Smith y Max Freiheit sostienen que la procreación es contraria al principio de no agresión del libertarismo de derechas, según el cual las acciones que no estén consensuadas con otra persona no deberían llevarse a cabo.[24][25]

Julio Cabrera,[26]​ David Benatar[27]​ (nacido en 1966), y Karim Akerma,[28]​ argumentan que la procreación es contraria al imperativo práctico de Immanuel Kant (de acuerdo con Kant, un hombre nunca debe ser usado como un medio para un fin, sino siempre como un fin en sí mismo). Estos autores argumentan es posible crear una persona para el bien de sus padres o de otras personas, pero que es imposible crearla por su propio bien. Por tanto, siguiendo la recomendación de Kant, no deberíamos crear nuevas personas. Según Heiko Puls, las consideraciones de Kant en relación a la crianza y procreación humana conducen efectivamente a implicaciones antinatalistas, pero el filósofo rechazó esa posición en su teleologia por razones meta-éticas.[29]

El filósofo pesimista[30]​ noruego Peter Wessel Zapffe (1899-1990) veía a los humanos como una "paradoja biológica". Nuestra conciencia habría evolucionado en exceso, volviéndonos incapaces de funcionar normalmente como el resto de los animales. La cognición nos da más de lo que podemos soportar, haciéndonos conscientes de nuestra fragilidad e insignificancia en el cosmos. Queremos vivir, pero, por como evolucionamos, somos la única especie cuyos miembros son conscientes de estar destinados a morir. Somos además los únicos capaces además de imaginar el sufrimiento de miles de millones de personas (además de otros animales), vivos o ya fallecidos, y sentir compasión por su sufrimiento. De anhelar justicia y significado en un mundo que no los tiene. Por todo ello, la vida de los individuos conscientes es trágica. Tenemos deseos, necesidades espirituales que la realidad es incapaz de satisfacer, y si nuestra especie aún no se ha extinguido presa de la locura es porque limitamos nuestra consciencia para protegerla de la realidad. La existencia humana está protegida por una maraña de mecanismos de defensa, individuales y sociales, presentes en nuestros patrones de conducta. De acuerdo con Zapffe, la humanidad debe detener este autoengaño, y la consecuencia natural sería su extinción, al abstenerse de la procreación.[31][32][33]

Algunos antinatalistas creen que la mayoría de las personas desecha el pesimismo porque no evalúa la vida de forma realista, y que, de hacerlo, se cuestionaría su deseo de tener hijos. Peter Wessel Zapffe identifica cuatro mecanismos represivos que usaríamos, de manera consciente o no, para limitar nuestro entendimiento de la realidad.

De acuerdo con Zapffe, los trastornos depresivos son frecuentemente “mensajes de una percepción más profunda y directa de la vida, frutos amargos de una genialidad del pensamiento”. Algunos estudios parecen confirmar eso, como la hipótesis del realismo depresivo, y autores como Colin Feltham dicen que el antinatalismo podría ser una de sus consecuencias posibles.[34]

David Benatar, citando numerosos estudios, enumera tres fenómenos descritos por psicólogos, que, según él, hacen que nuestras autoevaluaciones no sean de fiar:

Benatar concluye que es lógico que el pesimismo sea minoritario:

El escritor Thomas Ligotti llama la atención sobre la similitud entre la filosofía de Zappfe y la Teoria de la gestion del terror (TMT, Terror management theory). La TMT argumenta que los humanos están equipados con habilidades cognitivas únicas que exceden lo necesario para la supervivencia, que incluyen el pensamiento simbólico, la autoconsciencia, o la percepción de sí mismos como seres temporales finitos. El deseo de vivir unido a la inevitabilidad de la muerte nos causa terror. La lucha contra ese terror es una de nuestras motivaciones primarias. Para escapar del miedo a la muerte, levantamos defensas a nuestro alrededor para garantizar nuestra inmortalidad simbólica o literal, sentirnos miembros valiosos de un universo significativo, y enfocarnos en protegernos de amenazas externas inmediatas.[36]

En la línea del llamado utilitarismo de preferencias, Marc Larock defiende que:

Larock argumenta que si una persona fuese privada de satisfacer un número infinito de preferencias, sufriría un número infinito de daños. Ese "daño infinito" sería la muerte, a la cual conduce inevitablemente la procreación.

Todos nosotros somos traídos a la existencia sin nuestro consentimiento, y a lo largo de nuestras vidas, descubrimos que existen infinidad de bienes. Desafortunadamente, hay un límite en la cantidad de bien que podremos experimentar. Eventualmente, cada uno de nosotros morirá y nos será negado cualquier bien adicional. [37]

En la opinión de Larock, la vida es una "broma cruel" a la cual arrastramos a nuestros descendientes. Otorgamos la vida a personas que encadenamos a esa interminable búsqueda de satisfacer nuevas preferencias, y que inevitablemente acabarán sufriendo ese "daño infinito". El único caso en que la muerte podría no ser un daño sería quizá cuando representa el fin de una penosa enfermedad degenerativa. Pero aún así, dado que nuestro fallecimiento representa el fin de la posibilidad de adquirir cualquier bien, para Larock siempre habrá una asimetría entre los beneficios y daños que nos causa la muerte. La solución para evitarle a cualquier persona estos conflictivos escenarios sería la no procreación.

El utilitarismo negativo defiende que reducir el sufrimiento es más importante (moralmente) que aumentar la felicidad.

Los académicos Hermann Vetter y Jan Narveson defienden que: [38]

En lugar del tercer supuesto, Vetter presenta la siguiente matriz de decisión:

Basado en eso, Vetter concluye que no debemos crear personas: [39][40]

La acción de “no engendrar un hijo” sería preferible porque es igual de buena que la de “engendrar un hijo” en uno de los supuestos, y mejor en el otro. Por lo tanto, debe preferirse siempre que no podamos excluir con certeza la posibilidad de que el niño vaya a ser más o menos infeliz; y nunca podemos.

El filósofo Karim Akerma argumenta que el utilitarismo requiere de supuestos menos metafísicos y es, por lo tanto, la teoría ética más convincente. Cree que el utilitarismo negativo es correcto porque las posibles cosas buenas de la vida no compensarían las malas, como la posibilidad de experimentar un gran sufrimiento o dolor.[41]

Miguel Steiner, doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona, defiende también en su tesis Ética, sufrimiento y procreación[42]​(2000) el utilitarismo negativo, y sustituye el lema utilitarista de la mayor felicidad para el mayor número de personas por el del el menor sufrimiento y el menor número de afectados. Según Steiner, toda nuestra noción del mal se deriva de nuestra experiencia del sufrimiento, y sin la posibilidad de recibir daño no existiría mal alguno. No hay ninguna necesidad de llegar al mundo para poder ser feliz, pero sí es necesario evitar el sufrimiento físico o psíquico (dolor, hambre, depresión, carencias...) en el mundo.

Steiner mantiene que el antinatalismo queda justificado con dos perspectivas confluyentes:

El filósofo sudafricano David Benatar defiende que hay una asimetría crucial entre el placer y el dolor:

Y lo utiliza para elaborar la siguiente tesis antinatalista, donde evalúa el bien y el mal presentes en la existencia (y la no existencia) de un sujeto X:

La existencia de X generará dolor y placer, pero la no existencia de X no implicará ni dolor ni placer. Y dado que la ausencia de dolor es buena, y la ausencia de placer no es mala, la decisión ética se inclinaría en favor de la no-procreación.

Benatar usa la asimetría anterior para desarrollar cuatro más:

De acuerdo con Benatar, al tener un hijo, somos responsables de su sufrimiento, pero podría también considerársenos corresponsables del sufrimiento de los descendientes de este hijo:

Suponiendo que cada pareja tenga tres hijos, los descendientes totales de una pareja original tras diez generaciones ascenderían a 88.572 personas. Eso es mucho sufrimiento inútil y evitable. Sin duda, la responsabilidad total no recae en la pareja original, porque cada nueva generación se enfrenta a la elección de continuar o no con la descendencia. Sin embargo, sí tienen cierta responsabilidad. Si uno no desiste de tener hijos, difícilmente puede esperar que sus descendientes lo hagan.[46]

Benatar cita estadísticas, mostrando a donde lleva la creación de personas. Se estima que:

Más allá de los argumentos filantrópicos que “surgen de una preocupación para con los humanos que serán traídos a la existencia”, Benatar también afirma que otro camino para el antinatalismo es el argumento misantrópico: [50]

El filósofo argentino Julio Cabrera propone el concepto de “ética negativa” en oposición a lo considera éticas “afirmativas”, que afirman el ser.[52][53][54][55][56]​ Cabrera describe la procreación como una manipulación, un daño, y como el envío unilateral y no-consensual de un ser humano a una situación inmoral, dolorosa y peligrosa.

Cabrera considera la procreación como un problema ontológico de manipulación total: el propio "ser" de alguien es fabricado y usado. Y, al contrario que frente a las situaciones dañinas de la vida mundana, no hay posibilidad de defensa contra ese acto. Según Cabrera, la manipulación en la procreación se manifiesta principalmente en el carácter unilateral y no consensuado del acto, lo que hace que la procreación per se sea inevitablemente asimétrica; ya sea producto de la previsión, o producto de negligencia: siempre está conectada con el interés (o desinterés) de otros humanos, y no del humano que se va a crear. Además, Cabrera señala que, a su juicio, la manipulación de la procreación no se limita al acto mismo de la creación, sino que continúa en el proceso de crianza del hijo, durante el cual los padres adquieren un gran poder sobre la vida del niño, que se forma según sus preferencias y para su satisfacción. Resalta que, si bien no es posible evitar la manipulación en la procreación, es perfectamente posible evitar la procreación misma y que entonces no se viola ninguna regla moral.

Para Cabrera, la vida humana es “estructuralmente negativa” porque sus componentes son inherentemente adversos. Los más destacados de esos componentes serían los siguientes:

Cabrera denomina el conjunto de estas características (1-3) la “terminalidad del ser”.

Su opinión es que una gran cantidad de humanos en todo el mundo no pueden resistir esta lucha contra esa "estructura terminal de su ser", lo que lleva a consecuencias destructivas para ellos y otros: suicidios, enfermedades mentales de mayor o menor gravedad, o comportamiento agresivo. Acepta que la vida puede ser (gracias a los propios méritos y esfuerzos humanos) llevadera y hasta muy placentera (aunque no para todos, porque el precio de la vida placentera de unos puede ser la vida desagradable de otros), pero también considera problemático otorgarle existencia a alguien para que intente hacernos la vida agradable luchando contra la situación difícil y opresiva en que lo colocamos al procrear. Parece más razonable, según Cabrera, simplemente no ponerlos en esa situación, ya que los resultados de su lucha serán siempre inciertos. Y concluye que: “todo lo que nos decimos para poder continuar viviendo no tiene sentido para aquel que todavía no es”.

Cabrera cree que en la ética, incluida la ética afirmativa, hay un concepto general al que llama “Articulación Ética Fundamental” (AEF): la consideración de los intereses de los otros, de no manipular y de no perjudicar. Para él, la procreación es una violación obvia de la AEF: alguien es manipulado y colocado en una situación dañina como resultado de esa acción. A su juicio, los valores incluidos en la AEF son ampliamente aceptados por la ética afirmativa, son incluso sus fundamentos, y si se abordan radicalmente, deberían conducir al rechazo de la procreación.

Para Cabrera, lo peor en la vida humana y por extensión en la procreación es lo que él llama "impedimento moral": la imposibilidad estructural de actuar en el mundo sin dañar o manipular a alguien en un momento dado. Este impedimento no se produce por un “mal” intrínseco de la naturaleza humana, sino por la situación estructural en la que se ha encontrado siempre el ser humano. Nos vemos acorralados por diversos tipos de dolor, el espacio para actuar es limitado y los diferentes intereses a menudo entran en conflicto entre sí. No son necesarias malas intenciones para tratar mal a los demás; estamos obligados a hacerlo para sobrevivir, para perseguir nuestros proyectos y escapar del sufrimiento.

Herman Vetter,[39]​ Théophile de Giraud,[57]​ Tina Rulli[58]​ y Karim Akerma[59]​ argumentan que, actualmente, en vez de involucrarse en el acto moralmente problemático de la procreación, puede hacerse el bien adoptando niños que ya existen. De Giraud enfatiza que, en todo el mundo, existen millones de niños que necesitan ser cuidados.

El antinatalismo puede conducir a posiciones específicas sobre la moralidad del aborto.

De acuerdo con David Benatar, una persona comienza a existir (no como un organismo en el sentido biológico, sino como un ser en sentido ético, una entidad con intereses morales relevantes) cuando surge la conciencia, cuando un feto es sintiente. Solo antes de ese punto el aborto sería moral. Si el embarazo continúa, sería inmoral abortar. Benatar cita estudios de electroencefalografía y sobre percepción del dolor del feto que apuntan a que la conciencia fetal surge no antes de las veintiocho o treinta semanas de embarazo, antes de las cuales el feto es incapaz de sentir dolor.[60]​ Un informe de 2010 del Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos también apuntaba a que un feto está inconsciente hasta la semana veinticuatro del embarazo, y quizá nunca es del todo consciente en el útero en ningún momento, afirmando que "el feto no puede experimentar dolor de ningún tipo antes de las 24 semanas".[61]​ Aun así, algunas conclusiones de este informe (relativas a la sensibilidad del feto después del segundo trimestre) han recibido críticas.[62]​ El "argumento mentalista" del filósofo alemán Karim Akerma es similar. Akerma diferencia entre organismos "sin propiedades mentales" y seres vivos que ya poseen "propiedades mentales". Según él, sólo podemos decir que un ser vivo comienza a existir cuando un organismo goza de consciencia, por simple que sea.[63][64]

Julio Cabrera cree que el problema moral del aborto es totalmente diferente al de abstenerse de procrear porque en el caso del aborto no hablamos de un no-ser, sino de un ser que ya existe, la más desvalida e indefensa de las partes involucradas, que algún día podría gozar de autonomía para opinar, y por la que no podríamos decidir. Desde el punto de vista de la ética negativa de Cabrera, el aborto es inmoral por razones similares a las de la procreación. Para Cabrera, la excepción en la que el aborto está moralmente justificado son los casos de enfermedad irreversible del feto (o ante "enfermedades sociales" graves como el nazismo), según él en tales casos estamos pensando claramente en el no nacido, y no simplemente de nuestros propios intereses. Aun así, Cabrera cree que en determinadas circunstancias es legítimo y comprensible cometer actos no éticos, por ejemplo, el aborto es legítimo y comprensible cuando corre riesgo la vida de la madre o cuando el embarazo es producto de una violación. [65]: 208–233

Pese a que en la corriente antinatalista el suicidio no se suele contemplar como una solución al problema del sufrimiento de la existencia humana ya que los vivos tienen justificaciones para seguir viviendo, y suicidarse es a menudo una opción física, emocional o moralmente insoportable;[66][67]​ algunas corrientes de la filosofía antinatalista tienden a la justificación moral del suicidio, pues los seres humanos no tienen la obligación de existir ni de seguir existiendo.[68]​ El mismo Schopenhauer recomendó el ascetismo y la abstinencia sexual, a fin de evitar la reproducción de lo único y la multiplicación permanente de la voluntad.[69]

Algunos antinatalistas también consideran la procreación de animales sintientes no humanos como moralmente problemática, y plantean que podría ser ético esterilizarlos. Karim Akerma define el antinatalismo que incluye animales sintientes no-humanos, como "antinatalismo universal",[70]​ una postura que asume:

David Benatar enfatiza que su argumento de asimetría se aplica a todos los seres sintientes y menciona que los humanos jugamos un papel decisivo en la cantidad de animales que existe: al igual que criamos numerosas especies, somos capaces de esterilizarlas.[72]

El escritor Magnus Vinding argumenta que la vida de los animales salvajes en su ambiente natural es habitualmente muy mala. Mueren frecuentemente antes de llegar a la edad adulta, sufren hambre, enfermedades, parasitismo, infanticidio, depredación y son devorados vivos. Cita investigaciones sobre vida salvaje con datos como que sólo uno de cada ocho cachorros de león macho llega a adulto. Otros mueren como resultado del hambre, la enfermedad y, a menudo, son víctimas de otros leones. Llegar a adulto es aún más raro para los peces. Solo uno de cada cien salmones reales macho llega a adulto. Vinding es de la opinión de que si la vida y la supervivencia de los niños humanos fueran así, nuestros actuales valores nos disuadirían de procrear; sin embargo, esto no es posible para los animales, que actúan movidos por instinto. Considera que incluso si uno no está de acuerdo con que la procreación sea siempre moralmente mala, debería reconocer la procreación en la vida silvestre como moralmente problemática y algo a evitar (al menos en teoría, no necesariamente en la práctica). Sostiene que, si rechazamos el especismo, no intervenir es inexcusable y que deberíamos rechazar el dogma de que algo es bueno porque ocurre en la naturaleza.

Podrían considerarse "políticas antinatalistas" aquellas que fomentan el control de la población para evitar escenarios de superpoblación al estilo de la llamada catástrofe malthusiana. Estas políticas de control de la natalidad se practican por algunos gobiernos, con diferente éxito, desde los años 70 (en 1972 se publicó el primer informe Los límites del crecimiento). La posición demográfica más radical fue la Política de hijo único en la República Popular China. También se han llevado a cabo políticas de planificación familiar (educación sexual, métodos anticonceptivos) en numerosos países, entre ellos la India.

El informe Los límites del crecimiento (1972, actualizado en 1992, 2004 y 2012), encargado al MIT por el Club de Roma, sostenía que si las tendencias de crecimiento de principios de los 70 en materias de población mundial, industrialización, contaminación, producción de alimentos y explotación de los recursos naturales continuaban sin cambios, los límites del crecimiento del planeta se alcanzarían en algún momento de los siguientes cien años.[74]: 23–24  Básicamente, el informe concluía que era imposible sostener un alto crecimiento de la población junto a un crecimiento económico (limitado por los recursos disponibles), que satisficiera las necesidades de esa población. Los autores proponían como posible solución a este colapso el «crecimiento cero» o «estado estacionario», deteniendo el crecimiento exponencial de economía y población, de modo que los recursos naturales no se agotasen.

A finales del siglo XIX y principios del XX un grupo de autores franceses neomalthusianos, Fernand Colney (autor de La grève des ventres, 1907), Paul Robin, Eugène Humbert, León Marimont, André Lorulot, Gabriel Giroud y el español Luis Bulffi de Quintana, defendieron la limitación de la natalidad para reducir el número de hijos y por tanto de familias numerosas en las clases bajas, que acababan en la miseria. Todos ellos fueron miembros de la «Liga de la regeneración humana» o «generación consciente» y son considerados como los primeros defensores del uso de los métodos anticonceptivos y precursores, por tanto, de la planificación familiar.[75]

Organizaciones como la británica Population Matters (que cuenta entre sus patronos con David Attenborough y Paul R. Ehrlich, autor del libro de 1968 Population Bomb), defienden un antinatalismo relativo, ya que proponen limitar los nacimientos para alcanzar lo que consideran un óptimo de población que garantice un bienestar sostenible para toda la humanidad.

El Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria es una organización vinculada a la ecología profunda que respalda la extinción voluntaria de la especie humana a favor del bienestar de miles de otras especies que sufren extinción o deterioro infligidos por los humanos. La organización no aboga por el asesinato, el suicidio, el aborto, ni ningún método violento; lo que propone es que todos los humanos se abstengan de reproducirse. [76]

Los grupos Sin hijos por elección (Childfree) defienden el derecho a la no procreación de quienes así lo decidan, por motivos diversos. Muchos cuestionan las ayudas, subsidios y apoyo institucional a la procreación y la natalidad (no a las ayudas para cuidar a niños ya nacidos si disponen de pocos recursos).

Han mantenido posiciones antinatalistas figuras como el poeta Al Ma'arri, Arthur Schopenhauer, Mark Twain, Emil Cioran,[77]​ Brother Theodore, Peter Wessel Zapffe, Philipp Mainländer, Albert Caraco, Gustave Flaubert, Doug Stanhope, Guido Ceronetti,[78][79]Philip Larkin,[80]Chris Korda, Les U. Knight, David Attenborough y Paul R. Ehrlich[81]​ (de Optimum Population Trust), David Benatar,[82]Matti Häyry,[83][84][85]Thomas Ligotti,[86]Nina Paley,[87][88]Richard Stallman[89][90]Serge Latouche,[91]Corinne Maier, Fernando Vallejo, entre otros.

Arthur Schopenhauer, en su ensayo Los dolores del mundo, afirmaba: «Si el acto de la procreación no fuera acompañado de deseo y de placer, y se basara en consideraciones puramente racionales, ¿existiría la raza humana hoy? Tendríamos compasión por las siguientes generaciones como para preferir ahorrarles la carga de la existencia o al menos para no arrojar sobre ellos esta carga a sangre fría».[92][93]

En el ámbito político, tanto las iniciativas de control de natalidad —antinatalistas — como las de fomento de la natalidad —natalistas—, han recibido la crítica de considerar a los seres humanos como meros medios o instrumentos para conseguir fines (ideológicos, políticos, militares o económicos)[94][95]​. La libertad individual es esencial en los derechos humanos, los derechos reproductivos, los derechos sexuales y la salud reproductiva, campos en los que se defiende que los seres humanos son libres de decidir reproducirse o no. Las políticas estatales (natalistas o antinatalistas) no responden, desde ese punto de vista, ni a los intereses ni a la libertad de los ciudadanos de los distintos estados.[96][97]

Sin embargo, el antinatalismo filosófico (el que se preocupa del sufrimiento individual inherente a la vida, y que es objeto de la mayoría de este artículo) rechaza precisamente que los seres humanos sean utilizados como medios o instrumentos para conseguir fines, donde caben cualquiera de las razones que alguien pueda tener para ser madre o padre. Su foco está, precisamente, en el respeto de la libertad individual del no nacido.

Un estudio apunta a que, en algunos individuos, podría existir correlación entre rasgos de personalidad de la tríada oscura (narcisismo, maquiavelismo y psicopatía) y el apoyo a ideas antinatalistas.[98]

Massimo Pigliucci, profesor de filosofía, sostiene que el argumento asimétrico de David Benatar no tendría sentido para escuelas de pensamiento como el estoicismo, que consideran el placer y el dolor como indiferentes.[99]

El término «Antinatalismo» fue probablemente usado por primera vez en 2006 como defensa de una posición filosófica (crítica con la reproducción) por Théophile de Giraud en su libro L'art de guillotiner les procréateurs: Manifeste anti-nataliste [100]​. Hasta entonces, las palabras "antinatalismo" o "antinatalista" solían usarse de forma peyorativa, en contextos críticos con las políticas de control de la población.[101]



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