En el catolicismo, las apariciones marianas son las manifestaciones de la Virgen María ante una o más personas, en un lugar y tiempo histórico determinado. Algunas han sido reconocidas por la Iglesia católica.
Algunas de estas apariciones han dado origen a lugares de culto o peregrinación conocidos como santuarios marianos, algunos de ellos muy famosos (como la Basílica de Guadalupe, en México, el Santuario de Fátima, en Portugal, y el Santuario de Lourdes, en Francia). Otras han inspirado la creación de órdenes religiosas (Orden de los Carmelitas, Orden de los Mercedarios, Orden de las Concepcionistas, entre otras), pero la mayoría no han tenido un fin institucional, sino de renovación espiritual, y sirven también en los casos más conocidos como destino de peregrinación.
Las llamadas "apariciones" o manifestaciones de la Virgen María son fenómenos que aparentemente suceden a lo largo de la historia de la Iglesia. La Iglesia católica ha reconocido muy pocas, y aun estas son consideradas "revelaciones privadas", dejando a los fieles en libertad de creer en ellas o no.
La primera es la de la Virgen del Pilar al Apóstol Santiago en Zaragoza, en torno al año 40 d. C. Luego aparece la Virgen del Monte Carmelo manifestada a San Simón Stock. En la Edad Media aparece en Puy. Aproximadamente en 1392 se aparece bajo la advocación de Virgen de la Candelaria a dos pastores Aborígenes guanches en Tenerife (Canarias, España). En 1481, se aparece en la isla de Gran Canaria bajo la advocación del Pino. En el siglo XVI el 12 de diciembre de 1531 la aparición a San Juan Diego en México bajo el nombre de Guadalupe. En Guanare, Venezuela, el 8 de septiembre de 1652 se registra la aparición de la Virgen María al Cacique de los Cospes, el indio Coromoto y a su mujer, diciéndole en su propia lengua: "Vayan a casa de los blancos y pídanles que les echen el agua en la cabeza para poder ir al cielo". En 1950 el Papa Pío XII declaró esta aparición mariana bajo la advocación de "Virgen de Coromoto" como Patrona de Venezuela, en 1996 el Papa Juan Pablo II la coronó en su visita al Santuario mariano en Guanare y el Papa Benedicto XVI elevó en 2006 al Santuario Nacional de Nuestra Señora de Coromoto a la categoría de Basílica Menor. La llamada Virgen del Huerto se le apareció al joven Sebastián descalzo (en la mitad del siglo XVIII). En el siglo XIX aparece en La Salette a los pastores Melanie Calvat y Maximin Giraud (1846); en Lourdes (1858) a Santa Bernadette Soubirous; y en el siglo XX aparece en Fátima (1917) a los pastorcitos Lucía dos Santos, Francisco y Jacinta Marto; entre 1941 y 1988 se le apareció a Felisa Sistiaga en Umbe; entre el 27 de mayo y el 4 de junio de 1945 se apareció a dos niñas en La Codosera, Badajoz en un paraje llamado Chandavila; el 13 de julio de 1945 se le apareció a Pierina Gilli en Montichiari y Fontanelle, Italia, llamándose María Rosa Mística; y en 1999 se apareció como Nuestra Señora de la Bondad en el Algarve, Portugal.
Prácticamente cada santuario mariano tiene como origen una revelación o un fenómeno extraordinario vinculado a la Virgen María. La actitud de la Iglesia católica ante estos fenómenos ha variado según el caso, desde la aceptación, luego de un proceso de investigación y análisis intenso, hasta el rechazo. Muchas apariciones, especialmente sucedidas en el siglo XX, no cuentan aún con un dictamen formal. Benedicto XV fijó las normas a seguir para estudiar estos casos, en los que participa también la ciencia.
La praxis de los favorecidos con las mariofanías, incluidos fundadores de órdenes religiosas, ha sido el secretismo de las supuestas comunicaciones de María, por temor al malentendido y miedo a que la obra de fundación se viera perjudicada.
Quienes sustentan opiniones adversas a las mariofanías las asocian a movimientos marginales en la Iglesia, a expresiones excesivas de la piedad popular o incluso a alucinaciones colectivas. Desde fuera de la Iglesia, se las atribuye a veces a manipulaciones de la ignorancia popular por parte de los eclesiásticos o de los mismos gobiernos. Ha habido ocasiones en las que las autoridades civiles, y hasta las eclesiásticas, fustigaron a los presuntos videntes (tales los casos de Bernadette Soubirous en Lourdes o Lucía dos Santos, Francisco Marto y Jacinta Marto en Fátima).
En la teología católica, se ha acentuado la consideración negativista de las manifestaciones, ya fueran epifanías, pero sobre todo las marianas, tendencia articulada ya desde el siglo XIV por Gerson. Se las considera como "revelaciones privadas", las cuales siempre han sido tratadas con sumo cuidado y reserva entre los formadores católicos, aduciendo testimonios como los siguientes:
Se aduce también este párrafo de San Juan de la Cruz, que fue sacado de contexto a fin de extender el rechazo de las manfiestaciones en favor de una religiosidad común, esto es, sin mística. Esta cita debe ser entendida en el marco de la severa persecución sufrida por el santo, en el contexto de la represión de la mística popular propia del siglo XVI:
Esto se debe a que, según la teología católica, la revelación de Dios ha quedado cerrada con la muerte del último de los apóstoles ("revelación pública"), por tanto una revelación posterior y privada, sea de Jesús, María o un ángel, no puede añadir nada a lo ya revelado, es el principio de la certidumbre de la revelación contra la incertidumbre relativa de las apariciones que suponen un componente personal en el o los videntes.
Vistas en su aspecto positivo, las apariciones marianas ayudan en la medida en que motivan a los creyentes a una vida coherente con su fe, y los mensajes remitan siempre a la Revelación Pública. Como señala Santo Tomás de Aquino, las revelaciones privadas son relativas a la virtud de la Esperanza antes que a la de la Fe.[cita requerida]
La tradición religiosa católica recoge como primera aparición mariana a la llamada "Virgen del Pilar". Documentos del siglo XIII hacen mención a la antigua historia de la aparición de la Virgen María, estando ella viva en Jerusalén, al apóstol Santiago "el Mayor" cuando este predicaba en tierras españolas, concretamente en Zaragoza, junto al río Ebro.
En la edad media los relatos de apariciones se hacen sumamente populares. En la literatura de esta época, textos como Los milagros de Nuestra Señora, del español Gonzalo de Berceo (siglo XI) o las Cántigas de Alfonso X el Sabio reflejan la praxis celestial de María, para salvar de peligros, para consolar a sus devotos, para implantar un espíritu de misericordia, para renovar la fe, y reconquistar regiones enteras para la fe católica. Mujeres como Santa Gertrudis, Santa Brígida, Santa Catalina y Santa Juana de Arco (+1431) son una muestra de esta situación que, sin ser mensajes exclusivamente de la Virgen, son aceptados por las autoridades de la Iglesia.
Hasta el siglo XIII las apariciones tuvieron una fácil aceptación por la Iglesia. Celebrados santuarios y pequeñas ermitas de la Virgen no se fundaban sin mariofanías previas explícitas y locales. A partir de esa época, el clima dejaría de ser tan favorable, especialmente por la difusión de las tesis de Jean de Gerson, que marcarían un pensamiento en extremo restrictivo, que plantearían la exigencia de "pruebas" mediante un método de criterios de verificación, que dejaba fuera el utilizado hasta entonces: el "inspiracional" o revelación interna de los jueces, y que supondrían la entrada del exceso racionalista en la evaluación espiritual. Esta se escoraría inevitablemente hacia un juicio negativo, como mero velo justificativo, ante la percepción de amenaza para el poder eclesial, que brotaba de cualquier movimiento espontáneo no organizado; el método tenía sus ventajas, al condenar el fenómeno aparicionista en bloque fuera cierto o no, se impedía un desarrollo del que nunca era previsible la evolución. Esto explicaría por qué los primeros opositores a las videncias infantiles sean los mismos padres, sabedores del rigor inquisitorial y de los problemas ante el estamento eclesiástico y político, del hecho aparicionista.
En ese clima de semiclandestinidad, paradójico en un tiempo aún de dominio social y cultural del catolicismo, las apariciones serán de manera recurrente apreciadas por los creyentes del pueblo natural.
La reforma protestante, con su invocación exclusivista de Cristo, será prácticamente, sin exclusión, contraria a las apariciones o mariofanías. Ello ha sido así antes, durante y después de la Reforma: antes, por ejemplo en el movimiento de los hermanos de la fe común, (dentro del clima de la mística renana y de los Países Bajos), con la marginación conceptual de María, y durante la Reforma con la devastación de los santuarios marianos originados en su mayor parte en mariofanías; porque, amén de fines de apropiación material, las iglesias reformadas no dan otro papel a María que el biológico o de simple honra humana; y ya en los tiempos modernos, los movimientos generados tras el orden conciliar, no plantean ningún valor epifánico a la figura de María, insistiendo en un orden "común" del que quedaría excluida la manifestación que no fuera de orden interno, por completo subjetiva.
Frente a estas tesis, la teología mariofánica de la pléyade de fundadores de órdenes religiosas es muy explícita a este respecto (San Juan Eudes, San Juan Bosco, Guillermo José Chaminade y el fundador redentorista San Alfonso María de Ligorio, siendo dos de los mariófilos más grandes Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores y San Luis María Grignion de Montfort, fundador de la Compañía de María, quienes expondrían sin ambages la condición de vanguardia de María no solo dogmática o devocional, sino de acción. Esta acción incluyó de manera genuina, y por decirlo así "natural", la manifestación mariana y su conducción necesaria de la Iglesia en todos los órdenes, si bien estrictamente no es necesario el reconocimiento explícito oficializado, e incluso esto evita potenciales manipulaciones.
Dentro del marco de la Iglesia católica existen apariciones que se consideran de la Virgen María. Algunas de ellas son las siguientes:
Una serie de fiestas basadas en tradiciones históricas que involucran apariciones se celebran en la Iglesia católica. Estas apariciones no pertenecen técnicamente a la categoría aprobada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya que generalmente son anteriores a la congregación, creada en 1542. Se reconocen con base en la declaración papal de la fiesta en lugar de análisis formal de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
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