x
1

Batalla del Atlántico



Cronología de la Batalla del Atlántico

La batalla del Atlántico fue el enfrentamiento naval que tuvo como escenario de operaciones el océano Atlántico, prácticamente en toda su extensión, librada durante la Segunda Guerra Mundial entre los grandes navíos alemanes, los U-Boot comandados por el almirante Karl Dönitz y la casi totalidad de la escuadra británica.

Comenzó el 3 de septiembre de 1939 y duró hasta el final de la guerra. Conscientes de que la Kriegsmarine alemana no podría derrotar a la Royal Navy británica, los marinos alemanes intentaron bloquear al Reino Unido, destruyendo los buques mercantes que le suministraban recursos. La insuficiencia de buques submarinos alemanes al inicio de la guerra y la superioridad tecnológica y numérica aliada al final de la misma, frustraron los planes alemanes desde el comienzo. Aunque la Kriegsmarine nunca puso en peligro de muerte a Gran Bretaña, causó muchos problemas de abastecimiento hasta principios de 1944, cuando la batalla acabó.

Durante la Primera Guerra Mundial, la formidable flota de guerra alemana dio bastantes quebraderos de cabeza al Almirantazgo Británico. Sin embargo, las preocupaciones británicas carecían de fundamento, ya que la mayoría de estas naves, salvo por alguna salida esporádica al Mar del Norte (batalla de Jutlandia), permanecieron en sus puertos durante toda la guerra. Pero ello no significaba que los barcos británicos estuvieran fuera de peligro, pues una nueva arma acababa de aparecer en escena: el submarino.

En efecto, mediante esta sigilosa arma los alemanes empezaron a atacar a los barcos mercantes que abastecían al Reino Unido, poniendo en peligro el abastecimiento de las Islas Británicas. En 1917, el número de barcos mercantes hundidos por submarinos alemanes era tan grande que el Almirantazgo Británico previó la rendición de su país si no hacían algo rápido. Sin embargo, la introducción del sistema de convoyes redujo drásticamente las pérdidas británicas, salvando al Reino Unido.

Debido al importante papel jugado por los sumergibles alemanes durante la guerra, no fue extraño que en el Tratado de Versalles se prohibiera a Alemania la construcción de más buques de esa clase.

El 3 de septiembre de 1939 el comandante superior de submarinos (conocidos como U-Boot en la jerga de la marina alemana, del alemán Untersee-Boot, nave submarina) de la Kriegsmarine tenía dieciocho sumergibles en total en el mar. El día 1 de septiembre de 1939, el entonces contraalmirante Karl Dönitz enviaba al Alto Mando Naval alemán su último memorándum, en donde subraya con insistencia el insuficiente desarrollo del arma submarina. El día 3, recibe un despacho del Alto Mando Naval en donde se le avisa que «El Reino Unido ha declarado la guerra».

El mismo día 3, el Alto Mando Naval celebra una conferencia en Berlín, en la cual estuvieron presentes el comandante en jefe, almirante Schniewind, el jefe del Estado Mayor General, almirante Fricke, el jefe de la Sección de Operaciones, capitán de fragata Wagner, el jefe del Tercer Negociado y el capitán de fragata Schulte-Mönting, jefe del Estado Mayor Especial del almirante Erich Raeder. Dicha reunión concluye con las siguientes palabras de Raeder:

Producto de aquel acuerdo, se modifica el plan de construcciones navales para poner en servicio de veinte a treinta submarinos al mes. Ello implica abandonar o retrasar cuanto menos la construcción de unidades navales de superficie: acorazados, cruceros, etc.

La guerra se inició demasiado temprano para la Kriegsmarine. El agresivo plan de modernización de la flota alemana (el plan Z) prácticamente acababa de comenzar, y como los almirantes alemanes sabían, la Flota Metropolitana (Home Fleet) británica era muy superior en número a la Kriegsmarine alemana. Los británicos poseían en ese momento 15 acorazados, 62 cruceros, 7 portaaviones, 178 destructores y 56 submarinos. Por su parte, Alemania contaba con 3 acorazados de bolsillo, 2 cruceros de batalla, 8 cruceros y 21 destructores. De los 57 submarinos de que disponía Dönitz, solo 22 eran oceánicos del tipo VII y podían operar en el Atlántico. Además, estos submarinos eran muy viejos, ya que en la práctica eran utilizados solamente como sumergibles. Eran muy lentos bajo el agua, por lo cual tenían que permanecer casi todo el tiempo en la superficie, exponiéndose con ello a las patrullas británicas. A la hora de atacar, salían a la superficie, donde eran detectados fácilmente y, debido a su escaso blindaje, tenían que sumergirse para protegerse, permitiendo que los convoyes escapasen.

A pesar de todos estos inconvenientes, el almirante Karl Dönitz no se dejó desanimar. Siguió insistiendo en el incremento de la producción de U-Bootes, asegurando que con 300 buques modernos podrían hundir 700 000 toneladas de barcos mercantes al mes, poniendo de rodillas a Gran Bretaña y sufriendo pocas bajas. Para neutralizar la técnica del uso de convoyes, Dönitz propuso una táctica bautizada por él mismo como Rudel, traducida al español como "la manada de lobos".

El plan de Dönitz consistía en dispersar a todos los U-Bootes por las rutas utilizadas por los convoyes. Cuando un sumergible detectara uno, lo comunicaría por radio a los demás, y todos los submarinos de la zona interceptarían al mismo tiempo al convoy, por la noche. El entusiasmo de Dönitz contagió a Hitler casi inmediatamente.

Volviendo a la realidad, la Batalla del Atlántico, como la bautizaron los británicos, acababa de comenzar, y la producción de submarinos alemanes era extremadamente inferior a las exigencias de Dönitz, por lo que era de esperar que al inicio la balanza de la batalla estuviera inclinada a favor de los británicos. Estos seguían confiando plenamente en los convoyes, que ahora contaban con buques de escolta equipados con sonar. La aparición de las cargas de profundidad brindó mayor seguridad a los británicos, que creían que sus rutas mercantes eran casi intocables, y en esta etapa de la guerra ciertamente lo eran.

La Batalla del Atlántico puede dividirse en cinco etapas:

Con una flota de submarinos obsoletos, Alemania no podía hacer mucho. La mayoría de los submarinos gastaba casi todo su combustible en el viaje de ida y vuelta entre su puerto y Gran Bretaña, y una vez en el campo de batalla, los aviones de patrulla que rondaban por las costas británicas los detectaban fácilmente.

En esta etapa, fueron hundidos 222 barcos mercantes británicos, que equivalen a 900 000 toneladas, una pérdida que el Reino Unido estaba preparada para soportar. El almirante Dönitz sabía que a este paso jamás ganarían la guerra y presionaba a Hitler para que construyera más submarinos. Sin embargo, el promedio de construcción de submarinos por mes fue de 2 en 1940.

Si bien los británicos también contaban con ventaja en el ámbito de la lucha de superficie, la hazaña del submarino U-47 comandado por Günther Prien en el ataque a Scapa Flow, que hundió al acorazado Royal Oak en la base naval de Scapa Flow, y las emboscadas del acorazado de bolsillo Admiral Graf Spee, que fue acorralado en el Atlántico Sur, cambiaron la percepción del público alemán respecto a la supuesta debilidad de su Kriegsmarine. Como resultado de los ataques de superficie y las minas submarinas, fueron hundidas otras 900 000 toneladas de barcos mercantes, aunque el monto no era aún suficiente para doblegar al Reino Unido.

La invasión de Francia y la ocupación de Noruega cambiaron el mapa geopolítico de forma adversa al Reino Unido. La ocupación de los puertos noruegos y franceses permitió a los alemanes alcanzar el interior del Atlántico y las costas africanas, hundiendo a buques mercantes desprovistos de escolta aérea. Esta etapa de la guerra fue bautizada como los tiempos felices por los alemanes: entre junio y noviembre de 1940 fueron hundidos 1 600 000 toneladas de barcos mercantes. Sin embargo, el Reino Unido se esforzó en aguantar estas pérdidas, ya que sabía que si permitía ser bloqueada, Alemania la invadiría.

En esta etapa, los capitanes Otto Kretschmer, Wolfgang Lüth y Günther Prien alcanzaron su fama en acciones individuales porque todavía no se implementaba la manada de lobos. Los submarinos de estos lobos de mar pasaban debajo de los buques de escolta, que arrojaban cargas de profundidad formando verdaderos muros de fuego submarinos. Si bien la pericia de estos oficiales alemanes los ayudó a sobrevivir sus osadas incursiones, la mala puntería británica al usar las recién inventadas cargas de profundidad también fue un factor importante.

Mientras el almirante Dönitz procuraba obtener más submarinos para poder implementar su táctica de manada de lobos, el almirante Raeder se esforzaba en demostrar la vigencia de la lucha naval de superficie. A principios de 1941, Raeder transformó nueve buques mercantes en barcos de guerra, aunque a simple vista todavía parecían buques mercantes. Estos auténticos corsarios navegaron por el Atlántico durante tres años, hundiendo buques mercantes aislados. El Atlantis es el más famoso de todos y hundió a 144 000 toneladas, hasta que fue hundido en noviembre de 1941. En total, estos buques mercantes hundieron 850 000 toneladas durante la guerra.

Los buques de guerra alemanes también golpearon fuerte a la flota británica. En noviembre de 1940, el Admiral Scheer echó a pique 15 buques, mientras que el Scharnhorst y el Gneisenau hundieron 22 buques en enero de 1941. Sin embargo, estas victorias motivaron al almirante Raeder a enviar finalmente al orgullo alemán, el acorazado Bismarck, a un viaje del que nunca regresó.

Si por un tiempo pareció que los alemanes podían hacer frente a la flota más poderosa del planeta, Reino Unido se recuperó de sus pérdidas, se reorganizó y tomó de nuevo la iniciativa en la batalla.

En 1941, el almirante británico Percy Noble tomó el mando de la campaña antisubmarina en el Atlántico. Noble estaba convencido de la efectividad de los convoyes y adoptó medidas para regularizar la táctica. Ante la falta de buques de escolta, se utilizaron las corbetas, que eran baratas y ejecutaban la tarea de escolta de manera eficiente.

Los británicos empezaron entonces a recibir ayuda externa, primero de Canadá, que comenzó a escoltar los buques mercantes desde la mitad de la travesía del Atlántico, luego de Estados Unidos, que empezó a prestar destructores al Reino Unido a cambio de bases en el océano Pacífico. Además, el gobierno de los Estados Unidos dio la orden secreta de atacar a todos los submarinos alemanes aislados que encontraran, a pesar de que aún no estaban en guerra oficialmente con Alemania.

Debido a que Canadá escoltaba a los convoyes en la parte occidental del Atlántico, y Reino Unido lo hacía desde la parte oriental, los U-Bootes atacaron en el centro del océano, donde los convoyes estaban más desprotegidos. Las costas de Sierra Leona también sirvieron de cementerio para una gran cantidad de convoyes.

En esta época, matemáticos polacos los criptoanalistas de Bletchley Park lograron desarrollar el programa Ultra, que permitía descifrar las transmisiones de la máquina criptográfica alemana Enigma, una tecnología que sin duda posibilitó a los Aliados localizar con mayor facilidad a los submarinos alemanes. Poco después los Aliados también pudieron detectar el origen de las transmisiones de radio de los submarinos, consiguiendo otra arma tecnológica importante contra Alemania.

En marzo de 1941, la Kriegsmarine sufrió un duro golpe cuando en un mismo mes, cuatro de los Ases de los Abismos - Otto Kretschmer, Joachim Matz, Joachim Schepke y Günther Prien - fueron capturados o muertos en batalla.

Cuando el Almirantazgo Británico se enteró de la aparición del acorazado Bismarck en el Atlántico, se inició la cacería. Navegaba detrás de él el barco polaco ORP Piorun. Si bien el acorazado alemán se defendió de forma extraordinaria contra sus perseguidores, destruyendo al Hood y dañando seriamente al novísimo acorazado Prince of Wales, sufrió algunas averías que disminuyeron su velocidad de escape. Posteriormente unos viejos aviones biplanos Swordfish lanzados desde el portaaviones Ark Royal lo alcanzaron y lo dañaron gravemente, permitiendo que la escuadra británica bajo el mando del almirante John Tovey enviada a cazarle lo alcanzaran y hundieran finalmente en mayo de 1941. De esta manera, la lucha naval de superficie alemana prácticamente se acabó, y desde entonces todas las esperanzas de la Kriegsmarine recaerían sobre los U-Bootes.

Aunque Estados Unidos declaró la guerra a Alemania en 1941, su participación en el océano Atlántico fue casi nula ese año. Sin embargo, el presidente Franklin Delano Roosevelt siempre pensó en ganar la guerra primero en Europa y luego ir contra Japón, por lo que insistió en la necesidad de limpiar el Atlántico de submarinos alemanes antes de enviar a los soldados estadounidenses a Europa.

Inesperadamente, la incursión estadounidense contra Alemania tuvo un efecto contraproducente para los Aliados. Los estadounidenses no tenían mucha confianza en la táctica de los convoyes y dudaban en usarlos. Además, los submarinos alemanes ahora podían enfrentarse abiertamente a los buques mercantes norteamericanos, que hasta entonces habían navegado por las aguas del mar Caribe despreocupadamente.

En enero de 1942, la cifra de hundimientos era de 180 000 toneladas, algo inaceptable para la Kriegsmarine. Sin embargo, las cifras de hundimientos por los U-Bootes se empezaron a disparar rápidamente, ya que los estadounidenses le dejaban el trabajo fácil a los lobos de mar. Debido a que todavía no era obligatorio apagar las luces en las ciudades costeras de Estados Unidos, los submarinos alemanes encontraban fácilmente los puertos y se detenían en la entrada a esperar que zarpase un buque mercante. De esta manera, a pesar de que solo doce U-Bootes podían hacer el viaje hasta la Costa Este de los Estados Unidos, se logró superar en junio la cifra de 700 000 toneladas mensuales, que según Dönitz era suficiente para bloquear al Reino Unido.

Aunque el comandante de la Flota del Atlántico, el estadounidense Ernest King, rechazaba completamente los convoyes asegurando que no disponían de los destructores para poder proteger los convoyes y los transportes de soldados al mismo tiempo, las altas cifras de hundimientos lo obligaron a introducir en julio el sistema de convoyes en el Atlántico, hundiendo inmediatamente siete U-Bootes. Sin embargo, como King temía, se dejaron muchas zonas sin proteger, y los submarinos alemanes se trasladaron al golfo de México y a las costas frente a Venezuela, hundiendo muchos petroleros.

Finalmente, los submarinos alemanes llegaron a sumar 300 en agosto, otorgando a Dönitz los recursos suficientes para poner en práctica la "táctica de la manada de lobos", Rudeltaktik, a plenitud. De esta manera, las cifras de hundimientos, que habían estado bajando desde la introducción de los convoyes en Estados Unidos, aumentaron de nuevo en noviembre.

El almirante Karl Dönitz logró por fin demostrar la utilidad de los submarinos en la economía de guerra, y fue promovido entonces a Gran Almirante de la Flota, mientras que el almirante Raeder fue depuesto de su cargo al perder varios cruceros en el mar de Barents. Desde entonces, Alemania se dedicó a construir submarinos.

No obstante, el peligro estaba sobrevalorado, puesto que la mayoría de los mercantes hundidos no se dirigían al Reino Unido, pero el presidente Roosevelt consideraba todavía el océano Atlántico demasiado peligroso como para enviar a las tropas a Europa.

El almirante Dönitz tenía grandes planes para 1943. Dado que los puertos enemigos se habían vuelto muy peligrosos, decidió enfocarse de nuevo en la brecha del centro del Atlántico. Para marzo de 1943, los submarinos habían hundido 600 000 toneladas de buques, y la inmensa mayoría de estos se dirigía a Gran Bretaña, lo que confirmaba la confianza alemana.

Sin embargo, al dar Roosevelt la orden de limpiar el Atlántico, se puso al mando de los Accesos Occidentales al almirante Max Horton, que incrementó la protección de los convoyes, y con los buques que sobraban organizó escuadrones cazasubmarinos o "Hunter Killer", que rondaban por una zona esperando encontrar un sumergible alemán y hundirlo. Además, se mejoró el sonar y se perfeccionó el lanzamiento de cargas de profundidad, llegándose a lanzar hasta 24 cargas por la proa con mayor precisión. Por último, los nuevos aviones con alta autonomía de vuelo disponían de un potente radar que les permitía localizar fácilmente a los submarinos y como contaban con sus propias cargas de profundidad, podían atacar a los U-Bootes sin esperar ayuda. Repentinamente, los sumergibles empezaron a ser hundidos rápidamente gracias a la superior tecnología aliada.

El mayor desastre para la Kriegsmarine ocurrió en mayo de 1943. El convoy ONS-5 fue atacado por muchas manadas de lobos, sumando 50 sumergibles en total, que libraron una lucha brutal en el Atlántico. Sin embargo, solo un tercio de los barcos del convoy fueron hundidos, siendo echados a pique 41 U-bootes alemanes. La carnicería fue tan grande que Dönitz retiró a todos los buques de este tipo del Atlántico Norte ya que, como posteriormente escribió en su diario, se dio cuenta de que Alemania había perdido la batalla del Atlántico.

En septiembre, Alemania contaba con los nuevos torpedos acústicos y una nueva clase de submarinos llamados clase Walter. Estos avances motivaron que Dönitz intentara suerte de nuevo en el Atlántico Norte, y aunque los U-Bootes obtuvieron algunas victorias, 25 de ellos nunca regresaron a puerto. A principios de 1944, Dönitz volvió a enviar a sus submarinos a la mar, pero esta vez la derrota alemana fue evidente: 37 sumergibles fueron destruidos, hundiendo solo tres buques mercantes. Lo peor de todo es que la mayoría ni siquiera había podido salir del golfo de Vizcaya, donde estaban la mayoría de los puertos alemanes.

Los submarinos alemanes hundieron en total 2848 buques mercantes, con un total de 14 000 000 de toneladas. La teoría del almirante Dönitz jamás pudo comprobarse, ya que incluso en los dos "Tiempos Felices", el Reino Unido nunca estuvo en peligro de ser bloqueado completamente. Además, ningún barco de transporte de tropas estadounidense fue hundido en la guerra.

Una vez que los estadounidenses, los canadienses y los británicos, coordinaron sus esfuerzos, no solo lograron brindar apoyo casi total a sus rutas de transporte, sino que pudieron dejar el papel defensivo de los convoyes y tomar el papel ofensivo de los escuadrones cazasubmarinos. El desarrollo de nuevas tecnologías y nuevas tácticas en ambos bandos inclinaron la balanza de un lado al otro, pero al final, Alemania no pudo hacer frente a las potencias tecnológicas angloparlantes.

Por el lado alemán, el porcentaje de bajas fue alarmante: de los 1170 U-Bootes alemanes que participaron en la Segunda Guerra Mundial, 785 fueron hundidos por los Aliados, sin contar los que fueron hundidos en accidentes, capturados o desaparecieron. La llegada tardía de los Submarinos del tipo XXI, no pudo subsanar lo que 6 años de guerra no habían podido hacer. En total, el 76% de los sumergibles fueron hundidos o capturados, un porcentaje de bajas más alto que el de los kamikazes.

Los comandantes de los U-Bootes alemanes hundieron un total de 2828 buques mercantes durante la Segunda Guerra Mundial, anotándose 14 687 231 toneladas de carga aliada. De todos los comandantes que actuaron 34 superaron las 100 000 toneladas de hundimientos (873 barcos), con un total de 4 826 238 toneladas.[1]

El principal de los llamados Ases de las Profundidades fue Otto Kretschmer. Atacó tan implacablemente en el primer año y medio de la guerra que se anotó el mayor tonelaje total pese a ser capturado durante un ataque en el Atlántico Norte en marzo de 1941 y haber pasado los restantes cuatro años en un campo de prisioneros.

El entusiasmo de Kretschmer por la guerra submarina fue igualado por el de Günther Prien, el temperamental héroe de Scapa Flow y favorito de Dönitz y el Alto Mando alemán. “Me divierto más en un ejercicio con un convoy realmente bueno que en un permiso”, observó en una ocasión.

Después de la guerra, y como otros muchos veteranos, Kretschmer entró a servir en la Deutsche Marine (1955) llegando, en 1962, al Estado Mayor de la OTAN para posteriormente ser nombrado Jefe del Estado Mayor del mando COMNAVBALTAP de la OTAN (Kiel). Se retiró en 1970 con el grado de Almirante.

Los diez mayores ases cubrieron todo el océano Atlántico. Wolfgang Lüth y Erich Topp se anotaron gran número de presas a lo largo de la Costa Este de los Estados Unidos, a veces a la vista de los complejos turísticos costeros.

Heinrich Lehmann-Willenbrock operaba en el Atlántico Norte. Georg Lassen hundió siete buques de un convoy de diez en una sola noche junto a la costa de Sudáfrica, y Kart Friedrich Merten avanzó osadamente bajo el agua directamente hasta el interior del puerto de Jamestown, en la isla de Santa Elena, en el Atlántico Sur y hundió un petrolero británico anclado allí.

Casi todos los grandes "ases" murieron en combate. Prien murió en el Atlántico Norte, el 7 de marzo de 1941, bajo las cargas de profundidad de buques de escolta británicos. Lüth terminó la guerra sin ninguna herida, y murió en 1945, cuando no escuchó la voz de "alto" que le dio un centinela debido a la tormenta que caía en ese momento.

Los alemanes consideraban a sus "lobos de mar" como héroes que llevaban vidas glamurosas, pero la realidad de la vida en un submarino alemán era algo completamente distinto. En los U-Bootes se vivía en un mundo angosto y fétido, y la vida era una mezcla de aburrimiento, incomodidad y terror. Las tripulaciones ocupaban aposentos atestados de maquinaria, instrumentos o torpedos, y dormían en planchas encima de los proyectiles hasta que éstos habían sido utilizados contra blancos, dejando sitio para literas y hamacas.

Los motores diésel elevaban la temperatura hasta casi los 50 °C. El aire se volvía sofocantemente rancio durante los largos períodos bajo el agua. El agua potable era escasa; no había duchas, y nadie se bañaba durante los tres meses que duraba una patrulla. El olor de los sudorosos cuerpos se añadía al olor de sentinas, letrinas, cocina, ropas mohosas, gasóleo y la colonia al limón que utilizaban los hombres para eliminar la sal de sus rostros. No había intimidad ni tranquilidad. De fondo había siempre luces encendidas, el chillido de las comunicaciones por radio, el siseo de las mojadas botas de goma, el zumbar de una bomba de sentina, el sorber de las válvulas de entrada de aire y el pulsar de los motores diésel.

El peligro estaba siempre presente. Con mal tiempo, el océano saltaba por encima de la torreta en sólidos muros, a veces arrastrando a los hombres por encima de la borda. En octubre de 1941, cuando el U-106 cruzó el golfo de Vizcaya en un tranquilo día azul, una nueva guardia salió al exterior para descubrir que habían desaparecido los cuatro hombres del turno anterior a los que acudían a reemplazar. Una tremenda ola de popa los había barrido.

Tales ominosos incidentes se añadían a la paranoia de los submarinos que los alemanes llamaban Blechkoller, o neurosis de la lata de conserva, una forma de tensión nerviosa que podía conducirles a una violenta histeria, particularmente bajo ataques con cargas de profundidad. Cuando los cazasubmarinos aliados abandonaban un ataque, el primer pensamiento del comandante era llevar a su submarino a respirar a la superficie. Con suerte, pronto hallarían una presa, y la victoria aliviaría la tensión de sus tripulantes.

El terror provocado por los submarinos alemanes era igual al que enfrentaban los hombres de estos mismos submarinos. Porque ser capitán o miembro de la tripulación de un submarino alemán era una de las ocupaciones más azarosas de la Segunda Guerra Mundial. Alemania perdió 28 542 de sus 41 300 tripulantes de sumergibles, y 753 de sus 863 U-Bootes operativos.

El episodio empezó cuando el capitán Gerhardt Muntz, mientras buscaba desde su torreta barcos aliados en el Atlántico Norte a 600 millas al oeste del Reino Unido, divisó un convoy que se aproximaba. Al mismo tiempo, el submarino de Muntz, el U-175, fue divisado por el guardacostas de los Estados Unidos USS Spencer, a la vanguardia del convoy. El U-175 se sumergió apresuradamente, y durante un corto tiempo eludió con éxito la detección. Pero siguiendo al Spencer, en once columnas paralelas, estaban los 19 buques tanque y los 38 cargueros del convoy "HX-233", un blanco irresistible. Muntz decidió arriesgarse a un ataque. Cuando el U-175 inició su ascensión desde las profundidades del océano, el Spencer pasó justamente por encima de él, y el sonar del guardacostas detectó al submarino.

El comandante Harold S. Berdine, a bordo del Spencer, ordenó el lanzamiento inmediato de once cargas de profundidad ajustadas para estallar bajo el agua a 15 y 30 metros. Luego, ansioso por neutralizar al submarino antes de la llegada del convoy, Berdine liberó once cargas más. El furioso asalto funcionó: las bombas de aire del U-175 y los controles de inmersión resultaron dañados, y Muntz no tuvo otra elección que llevar su dañado submarino a la superficie.

Cuando la torreta del U-175 se alzó por encima de las aguas a milla y media del guardacostas, los barcos del convoy y el guardacostas gemelo, el USS Duane, abrieron fuego. Todo terminó en unos pocos momentos. El capitán Muntz y seis miembros de su tripulación murieron en la cubierta del U-175. Los restantes miembros de la tripulación saltaron por la borda; mientras aún se debatían entre las olas, el U-175 se hundió hasta el fondo.




Escribe un comentario o lo que quieras sobre Batalla del Atlántico (directo, no tienes que registrarte)


Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)


Aún no hay comentarios, ¡deja el primero!