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Cine de rumberas



El cine de rumberas es un género cinematográfico que floreció en México, en la llamada Época de Oro del Cine Mexicano en los años cuarenta y cincuenta. Sus estrellas principales fueron las llamadas "rumberas", bailarinas de ritmos musicales afroantillanos. El género es una curiosidad fílmica, uno de los híbridos más fascinantes de la cinematografía mundial[1]​ y encuentra sus raíces en diversos géneros cinematográficos.

Hoy en día, gracias a sus singulares características, es considerado dentro del llamado cine de culto. El cine de rumberas, al igual que el cine de luchadores, es una de las aportaciones del cine mexicano a la cinematografía internacional. El cine de rumberas representó una mirada social del mundo de las trabajadoras de la noche del México de los 1940s y 1950s que confrontaban la moral y los convencionalismos sociales de su tiempo, y un acercamiento más realista a la sociedad mexicana de entonces. Se trató de melodramas sobre la vida de estas mujeres, a las que se redimía a través de los bailes exóticos.[1]

Se conoce como rumberas a las bailarinas y actrices que se movían al compás de ritmos musicales afroantillanos, que florecieron en el cine mexicano en su Época de Oro en los años cuarenta y cincuenta. El término "rumbera", proviene del baile cubano conocido como la Rumba, ritmo musical que se puso de moda en América Latina desde finales del siglo XIX hasta los años cuarenta del siglo XX. Las primeras rumberas bailaban al compás de este ritmo. Eventualmente, surgieron nuevos ritmos musicales afroantillanos, como el mambo y el cha-cha-chá, que rápidamente desplazaron a la Rumba como el ritmo favorito del público. Aunque las rumberas incursionaron eventualmente en estos nuevos géneros y los plasmaron con sus danzas en el cine, el término "rumbera" siguió utilizándose para referirse a ellas.

El cine de rumberas encuentra sus raíces en diversos géneros cinematográficos: el cine negro, muy popular en Hollywood y en otras cinematografías en los años treinta y cuarenta, puede considerarse como su piedra angular, dado el ambiente urbano y cabaretero característico del género. El cine negro se caracterizó por mostrar entre sus principales protagonistas a la mujer fatal, la cabaretera que despertaba las pasiones de los hombres y en muchas ocasiones era el conflicto central del argumento. El estereotipo fue exaltado a su máxima expresión por figuras como Gloria Grahame o Rita Hayworth, intérpretes clave del Cine negro, mujeres de cabaret que interpretaban grandes números musicales y luego disfrutaban haciendo sufrir a los hombres. A este género se anexa el cine social o cine urbano, pero con el estilo melodramático del cine mexicano (cuyo principal artesano fue el director Alejandro Galindo). A estos ingredientes se le sumaría el cine musical hollywoodense de los años treinta, con sus famosos números musicales vistosos y extravagantes. Aunque no de una forma tan estilizada (porque operaba con presupuestos más limitados), el cine de rumberas trató de imitar en sus números musicales las pautas marcadas por este género cinematográfico. Toda esta mezcla de elementos y géneros puede considerarse la base del cine de rumberas.[2]

En el cine de rumberas, las principales heroínas son mujeres, generalmente humildes e ingenuas que, debido a una mala jugada del destino, se ven obligadas a caer en el bajo mundo de la prostitución y a involucrarse con gánsteres, mafiosos y proxenetas. Estas mujeres sufrían la mayor parte del tiempo. La trama les permitía solo unos momentos de placer en la película. Invariablemente, la "pecadora" tenía que encontrar su castigo. Las rumberas también fueron objeto de crítica y desprecio de la doble moral del público.

En general, el cine mexicano se caracterizó por representar a la prostituta como la figura principal en numerosas ocasiones. Desde la prostituta de buen corazón representada en Santa (1932), a la prostituta trágica de La mujer del puerto (1934). En el cine de rumberas, estas heroínas trágicas además también bailaban e irradiaban sensualidad.[1]

Las rumberas primero llegaron a México a través del teatro, y lo hicieron desde el siglo XIX, cuando llegaron acompañando a muchos cómicos y bufos de origen cubano que se establecieron en la Ciudad de México, en la época de las Carpas y los Teatros de revista. En las primeras tres décadas del siglo XX, en pleno furor de las grandes Vedettes del teatro frívolo mexicano (Como María Conesa o Lupe Vélez), empezaron a surgir figuras que bailaban al compás de la Rumba. Se considera popularmente a Lolita Téllez Wood como la primera bailarina en popularizar este baile en los teatros. Durante el transcurso de la siguiente década, llegaron a México numerosas rumberas y vedettes provenientes de Cuba.[3]

La figura de la "rumbera" se plasmó en el Cine mexicano desde los inicios de su etapa sonora, a principios de los años treinta. Maruja Griffel, fue la primera en bailar rumba en la cinta ¡Que viva México! (Sergei Eisenstein, 1930). A ella le siguieron otras como Rita Montaner en La Noche del Pecado (1933), Consuelo Moreno en ¿Mujeres sin Alma: Venganza Suprema? (1934), y Margarita Mora en Águila o Sol (1937), además de la Puertorriqueña Mapy Cortés (llamada "La Rumbera Blanca"), famosa por bailar la Conga en numerosos filmes. La misma Lolita Téllez Wood participó en tres películas mexicanas: El rosal bendito (Juan Bustillo Oro, 1936), Mujeres de Hoy (Ramón Peón, 1936) y Honrarás a tus padres (1936), esta última dirigida por Juan Orol, considerado el "padre espiritual" del cine de rumberas, y de cuya imagen probablemente se inspiró para moldear a su futura musa: María Antonieta Pons.

Juan Orol nació en España, pero pasó su infancia en Cuba, donde se crio en los llamados "solares", como se le conoce en Cuba a las vecindades o barrios populares. Allí tuvo mucho contacto con gente de origen africano, quienes le enseñaron todas sus técnicas de baile, particularmente la Rumba.[4]​ Después de establecerse como director de cine en México, Orol se volvió famoso por importar numerosas figuras cubanas al Cine Mexicano. María Antonieta Pons fue uno de sus descubrimientos. Es común reconocer a María Antonieta como la primera rumbera del cine a raíz de su debut en la cinta Siboney (1938), dirigida por Orol, quien se percató de que tenía entre sus manos una mina de oro tras el éxito taquillero que resultó la cinta. De esta manera, poco a poco el Cine de rumberas se va perfilando y enriqueciendo. Quien inventó llevar las maracas en la cintura fue la bailarina Estela, con el objetivo de así hacer más llamativos los números musicales. Otra destacada figura fue la cubana Celina, quién montó las coreografías de numerosas películas.[3]​ Aunque la rumba fue el género musical que inicialmente se bailó en estas producciones, pronto otros ritmos tropicales se integraron al repertorio, tales como el mambo, la conga, el calypso, la samba, el son cubano, el bolero o el Cha Cha Cha. Mención especial merecen cantantes como Dámaso Pérez Prado, Beny Moré, Agustín Lara, Kiko Mendive, Toña la Negra, Rita Montaner, María Luisa Landín, Olga Guillot, Pedro Vargas, Los Panchos, María Victoria y otros más, cuyas voces acompañaron a las rumberas en sus números musicales y contribuyeron a su lucimiento fílmico. Muchos populares boleros de la época (principalmente las canciones de Agustín Lara, dedicadas a las mujeres en la perdición), sirvieron como inspiración para los argumentos o títulos de las cintas de rumberas (La bien pagada, Pervertida, Aventurera, Traicionera etc.)

Durante el sexenio del Presidente Miguel Alemán Valdés (1946-1952), el crecimiento de la Ciudad de México como una gran metrópoli, se reflejó en el enorme auge de los cabarets y vida nocturna por toda la ciudad. El cine mexicano se vio influenciado por este fenómeno. Las tramas de corte rural que marcaron la pauta durante la primera mitad de los años cuarenta, comenzaron a perder terreno frente a los nuevos melodramas de corte urbano, arrabalero. La célebre cinta Salón México (Emilio Fernández, 1949), marcó la transición del rol de la heroína del Cine mexicano. Las jóvenes campiranas e ingenuas, pasaron la batuta a las mujeres de clases bajas, pecadoras, mujeres "nocturnas" arrastradas por la revolución urbana a los arrabales y la perdición. En este sentido, aún con toda su fantasía y extravagancias tropical, el cine de rumberas fue un género que mostró de una forma más auténtica la vida social del México de la época, sin las falsas imágenes estilizadas que había mostrado el cine de corte mexicanista o indigenista de Emilio "Indio" Fernández y otros directores. No obstante, existe también otro tipo de heroína en el cine de rumberas. Ellas no pueden recibir el apelativo de "pecadoras", ya que pertenecen a un universo primitivo y amoral que desconoce el concepto de pecado. Son las "rumberas selváticas" (Tania, Sandra, Yambaó, Zonga, Tahími...), inspiradas en personajes de novelas ilustradas y llevadas al cine principalmente por Juan Orol.[5]

María Antonieta Pons es considerada como la primera "rumbera" cinematográfica, en toda su extensión y la que marcó las pautas y bases para forjar el género, que luego las otras cuatro grandes (Meche Barba, Amalia Aguilar, Ninón Sevilla y Rosa Carmina) enriquecieron con sus propios códigos y matices. Se considera a la cinta Humo en los ojos (1946), del cineasta Alberto Gout, y protagonizada por Meche Barba, como la que comenzó la producción masiva del cine de Rumberas. Por su parte, la cinta Aventurera (1950), también dirigida por Alberto Gout y protagonizada por Ninón Sevilla, es considerada la obra cumbre del género,[6]​ pues tiene los ingredientes industriales perfectos que amarran a la cinta al género: cinco intermedios cantados, tres números musicales, una historia emblemática de inocencia mancillada por la perversión y un importante cuadro interpretativo de soporte. Los tics genéricos más evidentes del Cine de rumberas son fácilmente identificables en Aventurera y no difieren gran cosa de otras muchas películas más.

El cine de rumberas, tan propio de México, alcanzaría en algunos años la atención de muchas plumas especializadas, e incluso el célebre director francés François Truffaut, todavía crítico de la revista Cahiers du Cinéma, escribiría un dossier sobre este subgénero exótico exclusivo de México y tan empapado en sudores como en lágrimas.[7]​ En general, el cine de rumberas volvió locos a los cine-críticos franceses de Cahiers du Cinéma, que escribieron algunas de las páginas más ardientes que hayan sido dedicadas a cualquier actriz mexicana en esa revista. Además, es importante destacar que algunas rumberas lograron conjuntar en torno a ellas a verdaderos equipos fílmicos que las enmarcaban como pocas actrices lo lograron en el cine mexicano (privilegio quizá solo limitado a María Félix o Dolores del Río): ejemplo, las mancuernas Rosa Carmina-Juan Orol, María Antonieta Pons-Ramón Pereda o Ninón Sevilla-Alberto Gout.

Además, también es importante destacar que gracias al éxito del cine de rumberas, se financiaron muchas otras cintas, que en su conjunto, permitieron consolidar la industria fílmica mexicana, que al día de hoy no se recupera, pese a éxitos muy puntuales.

De acuerdo con expertos y críticos cinematográficos, de todas las rumberas que transitaron por el cine mexicano, solo cinco de ellas han logrado pasar a la historia como las verdaderas forjadoras del género. Algunas rumberas tuvieron un paso efímero y fugaz por el género, pero estas cinco grandes figuras protagonizaron por separado varias decenas de filmes que en conjunto construyeron y sostuvieron toda la producción del cine de rumberas. En 1993, el periodista Fernando Muñoz Castillo las bautizó como las Reinas del Trópico. Ellas fueron María Antonieta Pons (1922-2004), Meche Barba (1922-2000), Ninón Sevilla (1929-2015), Amalia Aguilar (1924) y Rosa Carmina (1929).[8]​ Estas "Reinas del Trópico" lo son debido a su autenticidad. Ninguna se parece a la otra. Todas fueron distintas, no solo en sus estilos de bailar, sino también en sus películas, que gozaban de un estilo y sello particular e inconfundible.

Es la primera rumbera del cine mexicano y la que marca las pautas y características que distinguirán al género. Maritoña (como también se le llamaba en la época) llegó a México en 1938 de la mano de su entonces marido, el cineasta español Juan Orol. María Antonieta Pons transitó con éxito variable del melodrama arrabalero hasta la comedia infantil o familiar. Pese a su voluptuosidad al bailar, la actriz siempre estuvo cuidada de una manera particular en sus películas (sobre todo aquellas que dirigió su segundo marido, el cineasta Ramón Pereda) De su extensa filmografía (la más larga entre las Reinas del Trópico), destacan títulos como Siboney (1938), Konga Roja (1943), Embrujo antillano (1945), La reina del trópico (1945), La bien pagada (1948), La hija del penal (1949), La mujer del puerto (1949), El ciclón del Caribe (1950), La reina del mambo (1950) y María Cristina (1951), entre otras. Tras el declive del género, María Antonieta intentó incursionar, con escaso éxito, en géneros como la comedia y los dramas rancheros. Tras su último filme en 1965, la actriz permaneció completamente aislada de la vida pública hasta su muerte.[9]

Fue la única mexicana entre las cinco grandes exponentes del género, por lo que también es conocida como "La Rumbera Mexicana". Barba inició su carrera siendo una niña en las carpas o teatros populares. Debuta en el cine en 1944. Su incursión al cine de rumberas ocurre con la cinta Rosalinda (La flor de la costa) (1945). Fue la protagonista de Humo en los ojos (1946), cinta que inicia la realización masiva de películas de rumberas. Por el hecho de ser mexicana, Barba carecía del sabor y la voluptuosidad característicos de los bailes de las rumberas cubanas. Gozaba de un estilo más mesurado y fino, razón por la que fue llamada la "Rita Hayworth mexicana".[10]​ De entre sus cintas destacan Cortesana (1948), Venus de fuego (1949), Lola Casanova (1949), Amor de la calle (1950), Si fuera una cualquiera (1950), Cuando los hijos pecan (1952), La mujer desnuda (1953) y Ambiciosa, entre otras. Formó una célebre pareja cinematográfica con el cantante y actor Fernando Fernández. Meche Barba se retiró del cine a principios de los años cincuenta, reapareciendo en la televisión tres décadas después. Su origen mexicano le permitió adaptarse más fácilmente a las telenovelas o unitarios mexicanos, donde permaneció vigente hasta su muerte.[11]

Poseedora de una exótica belleza felina y una armoniosa anatomía, Ninón Sevilla comenzó su formación en centros nocturnos en Cuba y llega a México en 1946 de la mano del cineasta y productor Fernando Cortés. Fue estrella exclusiva de Cinematográfica Calderón, y logró consolidar un sólido equipo fílmico a su alrededor que contribuyó a su lucimiento (Alberto Gout, Alex Phillips, Álvaro Custodio). Fue la favorita de mercados como Francia y Brasil. Fue una vedette completa, pues no solo bailaba y actuaba, sino que también cantaba y montaba sus propios números musicales, los cuales eran siempre vistosos, exóticos y extravagantes. De su filmografía destacan Perdida (1950), Aventurera (1950), Víctimas del pecado (1950), Sensualidad (1950), Aventura en Río (1953), Llévame en tus brazos (1954), Mulata (1954) y Yambaó, entre otras. De todas las rumberas, Sevilla se caracterizó por interpretar de una manera más audaz y atrevida el arquetipo de la mujer fatal, la pecadora y cabaretera. Tras permanecer retirada del cine durante más de una década, regresó a los platós de rodaje en los años ochenta, y permaneció vigente a través de la televisión hasta su muerte, en la mayoría de los casos con personajes de corte popular que la mantuvieron vigente entre las nuevas generaciones.[12]

También conocida como "La Bomba Atómica". Amalia llega a México en 1945 de la mano del bailarín cubano Julio Richard. Su enorme carisma y extraordinaria técnica de baile, le abrieron las puertas del cine y le brindaron la oportunidad de incursionar en Hollywood. Amalia Aguilar fue la rumbera que filmó comedia por excelencia. Su incursión interpretando mujeres malas, perversas y pervertidas, se resume en cinco películas. Del resto de su filmografía (19 cintas), sus personajes fueron casi siempre el de una muchacha alegre, prefirió inclinarse por las comedias ligeras. Ella será mítica mancuerna de figuras como Tin Tan o Resortes. De sus cintas destacan Calabacitas tiernas (1948), Conozco a los dos (1949), Ritmos del Caribe, Al son del mambo (1950), Amor perdido (1951), Las tres alegres comadres (1952), Los dineros del diablo (1953) y Mis tres viudas alegres (1953), entre otras. Del grupo de las rumberas cubanas, Amalia es la mejor bailarina. Se nota su aprendizaje y disciplina ante la barra de clásico y ese don caribeño para la improvisación, para dejarse llevar por el sentimiento y la energía.[13]​ Aguilar se retiró del cine en 1955, realizando a partir de entonces, solo apariciones esporádicas en espectáculos en vivo. A pesar de su retiro, la actriz hace apariciones frecuentes en eventos públicos.[14]

Poseedora de una singular estatura (poco usual entre las actrices de la época) y una deslumbrante belleza física, la despampanante Rosa Carmina llega a México en 1946, tras ser descubierta por Juan Orol en Cuba. En ese mismo año debutó en el cine mexicano en la cinta Una mujer de Oriente. A esa película la seguirían otras bajo la dirección de Orol que la darían a conocer ampliamente y le abrirían paso a su entronización como una de las figuras fundamentales del cine de rumberas. Sensual, extraordinaria en los bailes que realizaba en sus actuaciones, de rostro muy atractivo,[15]​Rosa Carmina no solo fue exponente del cine de rumberas, sino también del cine negro mexicano, cuyo principal protagonista en México fue Juan Orol. Por este motivo, fue llamada "La Reina de los Gángsters". Entre sus cintas más relevantes se encuentran Tania, la bella salvaje (1947), Gángsters contra charros (1947), Amor salvaje (1949), Cabaret Shangai (1950), En carne viva (1951), Viajera (1952), La diosa de Tahití (1953) y Sandra, la mujer de fuego (1954), entre otras. En su carrera cinematográfica, Rosa Carmina gozó de una versatilidad y riqueza pocas veces vista en una actriz mexicana, pues tránsito por numerosos géneros fílmicos que van del melodrama al terror, acción, drama, fantasía etc. Tras el declive del género, la actriz se dedicó principalmente a sus espectáculos personales. Tras esporádicas apariciones en la televisión, Rosa Carmina se retiró del espectáculo en 1992. Actualmente radica en Suiza.[16][17]

También hay otras bailarinas que incursionaron en el género, pero que, por diversas circunstancias, no alcanzaron a consagrarse y tuvieron un paso fugaz en la pantalla:

Muchas actrices también bailaron ritmos tropicales en algunas películas, pues el cine de rumberas se encontraba en su apogeo y era un éxito en las taquillas. De ellas destacan:

Es un error frecuente confundir a las Rumberas con las llamadas Exóticas, nombre que se le dio en México a una serie de vedettes que florecieron en la vida nocturna de México en la misma época del auge del cine de rumberas. Aunque las Exóticas también bailaron en el Cine mexicano, se caracterizaron por bailar ritmos diferentes (polinesios, orientales, africanos, tahitianos, hawaianos, etc.). Debido al control de la censura sobre el Cine, las Exóticas vivieron su momento de gloria en los centros nocturnos, y solo aparecieron de manera muy puntual en el cine. Algunas se caracterizaron por utilizar nombres exóticos. Entre las más famosas figuran Su Muy Key, Kalantán, Trudi Bora, Bongala, Eda Lorna, Turanda, Gemma, Francia, Friné, Brenda Conde, Josefina del Mar, Tula Montenegro, Joyce Cameron, etc. La más destacada de todas fue Tongolele, probablemente la única Exótica que logró consolidar una carrera destacada en el cine. Dámaso Pérez Prado las inmortalizó en un mambo llamado Las mangoleles.

Entre 1938 y 1965, se realizaron más de un centenar de producciones del llamado cine de rumberas. Entre sus principales directores se encuentran:

A mediados de los años cincuenta, las tramas del cine de rumberas habían perdido originalidad. Todas las estrellas actuaron en tramas y papeles similares. Incluso llegaron a bailar las mismas piezas musicales. El género dejó paulatinamente de ser atractivo para el público. El final del cine de rumberas coincide también con el final del sexenio presidencial alemanista, pues la nueva administración resultó mucho menos tolerante para la vida nocturna que triunfaba en la Ciudad de México, que si bien no desapareció, si perdió el esplendor del que había gozado años atrás. El Cine mexicano en general estaba a punto de comenzar su estrepitoso declive. La fuerte carga sexual de estas películas (en su época), también presagia el arribo de un nuevo tipo de cine erótico.[5]​ Mientras en las pantallas del Cine mexicano comenzaba la apertura, en la vida real ganan terreno los "defensores de la moralidad".

A esto se sumaron los ataques de grupos radicales como la llamada "Liga de la Decencia", que contaba con el apoyo de las autoridades (entre ellos el que fuera regente de la Ciudad de México, Ernesto P. Uruchurtu), y que consideraba al género como una falta a la moral y a las buenas costumbres. Y es que la rumbera del cine mexicano representaba la imagen de la prostituta, la mujer nocturna y la pecadora. Una lluvia de decretos y reglamentos, provoca el cierre masivo de centros nocturnos, teatros de variedad y salones de baile que habían servido de trampolín y escaparate a las más famosas rumberas.[5]​ La doble moral imperante en la sociedad mexicana comenzó la marginación de las rumberas en el cine. La crisis del teatro de variedad se extiende rápidamente a las películas de rumberas. Las estrellas rápidamente se quedaron sin personajes cinematográficos a su disposición. A esto se suma también, que en la segunda mitad de la década de los cincuenta, como consecuencia también de una serie de cambios en la cultura popular, el Cine mexicano desvía definitivamente su mirada hacia nuevos ritmos y problemáticas.[5]

El final del género es abrupto, sin decadencia. Tras casi dos décadas de éxito rotundo, las rumberas optan por retirarse de las cámaras en espera de un nuevo auge.[5]​ Algunas comenzaron a transitar hacia otros géneros cinematográficos, o bien, se refugiaron en sus espectáculos personales en teatros y centros nocturnos, mientras que otras optaron por un decoroso retiro. La película Caña Brava (1965), protagonizada por María Antonieta Pons, es considerada la cinta que cierra el género, e incluso puede considerarse una especie de memorial del mismo.

En la década de los setenta, la Ciudad de México vive una nueva época de oro de la vida nocturna y los cabarets. Esto fue posible en gran parte a la desaparición de la Liga de La Decencia. El cine mexicano, que había vivido un nuevo esplendor con el cine gubernamental de principios de la década, nuevamente cayó en el declive con el auge de películas de escasa calidad que se valieron del morbo y la explotación para llenar las taquillas. El ejemplo más claro, es el auge del llamado cine de ficheras de finales de los setenta y principios de los ochenta. Al igual que el cine de rumberas, el cine de ficheras basaba sus argumentos en las mujeres de la vida nocturna, las mujeres del cabaret, pero desde un contexto muy distinto, pues para ese momento, la censura cinematográfica se había relajado y el cine internacional se encontraba atrapado en medio de la revolución sexual. A diferencia del cine de rumberas, el cine de ficheras se valió de los desnudos explícitos para atraer público a sus taquillas, en contraste con la labor de las rumberas, que habían demostrado ser vedettes completas, y que nunca necesitaron mostrar sus cuerpos de forma explícita para lograr el éxito. De cualquier manera, el auge de las tramas cabaretiles en el cine mexicano comenzó a provocar la nostalgia de los espectadores, que poco a poco comenzaron a reclamar la presencia de las auténticas "reinas de la noche" a las pantallas. Algunas rumberas comenzaron a reaparecer, primero en el cine, y luego en la televisión.

Escritores de telenovelas como Ricardo Rentería, Carlos Olmos y Carlos Romero fueron otras figuras que ayudaron a la revaloración del género al crear personajes para las rumberas en las telenovelas. Durante sus inicios en los años cincuenta y sesenta las rumberas no aparecieron en los melodramas mexicanos. Sin embargo, en la década de los ochenta Meche Barba, Ninón Sevilla y Rosa Carmina se integraron a los repartos de las telenovelas, generalmente en personajes de corte popular, alejados de sus mitos cinematográficos y en la gran mayoría de los casos, con personajes poco acordes a sus trayectorias. Sin embargo, estas figuras encontraron una nueva forma de permanecer vigentes en la memoria del público y de acercarse a las nuevas generaciones convirtiéndose en nuevos mitos populares. Algunas de ellas coincidieron en la pantalla chica, algo que nunca sucedió en el cine. Incluso, algunas telenovelas mexicanas han basado sus argumentos en las tramas características del cine de rumberas, tales como La pasión de Isabela (1984) o Salomé (2001).

En 1993, el periodista e investigador cinematográfico Fernando Muñoz Castillo publicó el libro Las Reinas del Trópico, donde homenajea y recopila las filmografías de las cinco principales exponentes del género. A partir de ese momento comenzó la aparición de otras publicaciones que despertaron el interés en el género. Muchos festivales y ciclos de cine alrededor del mundo comenzaron a homenajear al cine de rumberas. Al igual que el cine de luchadores mexicano, el cine de rumberas ha sido apreciado por su singularidad en algunos países (principalmente europeos) poco familiarizados con el género. Las rumberas han sido objeto de acalorados recibimientos en festivales de cine en Francia, Brasil o Alemania. Su condición de curiosidad fílmica exclusiva de México, sumada a sus otras singulares características, le ha creado un nicho en el hoy en día cotizado cine de culto.

Desde el año 1997, el guion del filme Aventurera ha sido adaptado como una obra de teatro musical (una de las más duraderas de la historia del teatro en México), y en donde hace un homenaje a la vieja época del Cine de rumberas. La obra logró llegar a Broadway y ha sido protagonizada por diversas actrices como Edith González, Itatí Cantoral, Niurka Marcos y Susana González, entre otras. Ante el éxito del espectáculo comenzaron a realizarse otras obras teatrales, espectáculos musicales y revistas de corte cabaretil inspiradas en el viejo cine de rumberas, tales como Dos gardenias (1999), Perfume de Gardenia (2011) y Qué rico mambo (2013).

En 2012, se estrenó la cinta El fantástico mundo de Juan Orol: dirigida por Sebastián del Amo, es una novelización o versión libre inspirada en la vida y obra del cineasta Juan Orol. La cinta muestra parte de los orígenes y auge del cine de rumberas entre los años 1940's y 1950's, debido a la gran influencia que Orol tuvo sobre el género.[20]



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