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Conquista de Córdoba



La conquista de Córdoba fue realizada por Fernando III el Santo el 29 de junio de 1236, con la entrega de las llaves de la ciudad del príncipe Abul-l-Casan.

El monarca de Castilla y de León dirigió sus esfuerzos a la toma de los reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla, consiguiendo tomar varias plazas. Los emires Alhamar de Arjona, Zayan de Valencia y Mahfuz de Niebla hacía tiempo que eran independientes de la taifa de Córdoba, por lo que el emir de Córdoba firmó en 1235 una tregua de un año con Fernando III. Para esto, el emir debió pagar 430.000 maravedíes. Sin embargo, esta tregua no abarcaba baluartes que ya no dependían del emir, por lo que este tomó los castillos de Iznatoraf y San Esteban. Ese año muere su esposa Beatriz de Suabia y Fernando se traslada al norte.

El emir decide no pagar lo pactado y los cristianos de los consejos fronterizos dirigidos por el segoviano Domingo Muñoz toman los arrabales de Córdoba y se hacen fuertes. Además, unos desertores moros informaron a los cristianos de que la ciudad estaba desguarnecida y sería muy fácil llegar a la Axerquía, tal y como ha sido documentado:

Los cristianos, viendo la debilidad en la que se encontraba la ciudad, deciden comenzar la conquista sin la presencia del rey. Una vez dado el permiso, se reúnen estos nobles almogáraves y llegan a Córdoba la noche del 23 de diciembre de 1235 desde Andújar. Esa noche, con ayuda de una escalera, comienzan a trepar vestidos con ropas árabes por las murallas de la ciudad, la más cercana a la población mozárabe, ya que apoyarían la causa. Álvaro Colodro sería el primer soldado en entrar a la ciudad.

Los nobles consiguieron conquistar todo el barrio de la Axerquía, aproximadamente la mitad de la ciudad, hasta llegar a la puerta de Martos (donde hoy se encuentra el molino homónimo), entrada que abrieron para el resto de la caballería.[1]

Fernando se encontraba con sus tropas en la ciudad leonesa de Benavente a mediados de enero de 1236 cuando llegó un correo del sur que le informó de que la Axerquía de Córdoba, el barrio oriental amurallado de la ciudad, había sido tomada por un puñado de hombres y que estos pedían refuerzos para completar la toma de la Medina, también amurallada, donde se encontraban el Alcázar andalusí y la famosa Mezquita. El rey, al informarse, junta fuerzas de las ciudades del reino leonés, de León, de Salamanca, de Zamora, de Toro y de las órdenes militares y marcha hacia Córdoba.[2]​ El monarca partió haciendo parada en los municipios de Castuera, Benquerencia y Belalcázar, llegando el 7 de febrero a la ciudad.

Ibn Hud, alertado por los cordobeses, parte de Murcia con un potente ejército y acampa en Écija. Fernando se colocó en la orilla izquierda del río para taponar el puente romano, defendido por el castillo de Calahorra. Esta era una posición arriesgada, pero ese puente comunicaba Córdoba con Écija, Sevilla y toda la parte meridional de al-Ándalus, por lo que era la única posibilidad de los cordobeses y asumió el riesgo. Mientras, otros cristianos mantenían sus posiciones al otro lado del río, en la Axerquía.

Junto al rey moro se encontraban Lorenzo Suárez y su mesnada de 200 hombres. Lorenzo Suárez había sido desterrado de Castilla por "malferías que ficiere" y le propuso a Ibn Hud dirigirse al campamento cristiano como espía para informarle de lo que hacían las tropas de Fernando, sin embargo, lo que él realmente quería era hacer las paces con Fernando III. Cuando Lorenzo Suárez se encontró con Fernando III le propuso lo siguiente: que realizase hogueras en diversos puntos por la noche para dar la sensación de tener muchas tropas mientras él iba a volver a hablar con Ibn Hud para convencerle de la fortaleza del ejército cristiano.[3]

Ibn Hud, que tampoco necesitaba demasiados argumentos para no combatir contra Fernando III, tomó la decisión de retirarse. Jaime I de Aragón estaba acechando Valencia e Ibn Hud planeó dirigirse a Almería para tomar unos barcos e irse a proteger aquella ciudad, dando Córdoba por perdida. La ciudad, abandonada por su emir, planteó rendirse y pedir a Fernando que les dejase marcharse llevando sus enseres, sin embargo, al notar que el contingente cristiano era muy pequeño decidieron resistir más. Los concejos de León, al pasar tres meses de campaña, proponen volver ya a su tierra, pero Fernando persevera.

Fernando III, liberado del peligro de Ibn Hud, firma una tregua con el entonces rey de Jaén, Alhamar, enemigo de los cordobeses y de Ibn Hud, para así, sin enemigos en la retaguardia poder resistir un poco más.

Córdoba, desgastada por el asedio, decide rendirse. El 29 de junio, fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, se hizo la entrega de las llaves. Aunque algunos nobles hablaron de pasar a cuchillo a los moros de la ciudad, el rey Fernando aceptó la rendición en los mismos términos en los que había sido pactada antes; salir vivos y con sus bienes muebles a todos los musulmanes de la ciudad. Todos los edificios quedaron intactos tras la toma. En el alminar del Alcázar fue colocado el pendón de Castilla y un crucifijo. La caída de Córdoba en manos cristianas conmocionó al mundo musulmán, ya que era la antigua capital del antaño poderoso Emirato, y posterior Califato, de Córdoba, la etapa más gloriosa de Al-Ándalus.

El 30 de junio Fernando III hizo su entrada solemne en la ciudad. El obispo de Osma, y el maestro Lope Fitero, futuro obispo de Córdoba, purificaron aquella tarde la Mezquita para el servicio al culto cristiano, bajo la advocación de la Asunción de la Virgen María. En la Mezquita-Catedral pasó a celebrarse solemne pontifical por el obispo de Osma y se entonó el te deum. Después Fernando III pasó a residir en el Alcázar andalusí. Las campanas de la Catedral de Santiago de Compostela, que Almanzor trajo en 997 a hombros de cristianos, fueron encontradas en la mezquita cordobesa utilizadas como grandes lámparas y fueron llevadas a hombros de moros a Galicia para que sonaran de nuevo ante la tumba del apóstol.

El rey Fernando dejará como gobernador de la ciudad a Alfonso Téllez de Meneses y como gobernador militar a Alvar Pérez de Castro.[2]

La repoblación de Córdoba tardó en efectuarse porque estaba lejos de los lugares de origen de los soldados en León y Castilla y estos quisieron regresar a sus casas tras un asedio tan largo. En el imaginario figuraba una Córdoba musulmana muy próspera, lo que motivó a muchos a ir por curiosidad e interés en un botín que parecía inagotable, pero no siempre pensarían en establecerse.[4]​ El rey no pudo impedir la desbandada, pero se quedó en el Alcázar hasta agosto y luego partió hacia Toledo para visitar a su madre Berenguela. Sin embargo, a partir de las fiestas de San Miguel (29 de septiembre), cuando concluyó la cosecha y la vendimia, vino una multitud de castellanos tan grande que las casas antiguas no podían albergarlos a todos.[4]​ A la ausencia del Rey se unió una enorme carestía de los víveres y las provisiones.[4]​ En 1240 regresó Fernando a Córdoba e hizo el repartimiento de las tierras y premió especialmente a aquellos que ayudaron a ganarla.



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