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Cruz votiva



La cruz votiva es una cruz preciosa entregada a una iglesia como exvoto.

En la Hispania visigoda y en el Románico los reyes y magnates ofrecían cruces votivas a los templos. En algunas ocasiones los exvotos eran coronas con alguna inscripción sobre la ofrenda y el nombre del oferente, que eran colgadas del altar y que, a su vez, tenían cruces suspendidas.[1]

De la etapa visigoda destacan las del tesoro de Guarrazar,[1]​ donde hay coronas votivas con cruces y cruces votivas. Del Románico destacan: la cruz donada en el siglo X por Ramiro II al monasterio de Santiago de Peñalba, el crucifijo de marfil (con un receptáculo para albergar una reliquia de la Vera Cruz) donado por Fernando I y su esposa Sancha en el siglo XI a la colegiata de San Isidoro de León.[2]​ Otras cruces votivas destacadas son dos cruces procesionales de la catedral de Oviedo: la cruz de los Ángeles, donada por Alfonso II en el siglo IX; y la cruz de la Victoria, donada por Alfonso III en el siglo X y que, según la tradición, estuvo en la batalla de Covadonga.[3]



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