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Cuauhtémoc



Cuauhtémoc (en náhuatl: Cuāuhtēmoc‘el águila se posó’‘cuāuhtli 'águila'; tēmoc, 'descendió, se posó' )? (1496-1525), conocido por los conquistadores españoles como Guatemuz[1]​ fue el último tlatoani mexica de México-Tenochtitlan. Asumió el poder en 1520, un año antes de la toma de Tenochtitlan por Hernán Cortés y sus tropas.

El nombre Cuāuhtémōc que significa literalmente 'Águila que descendió (se posó)' (náhuatl cuāuh(-tli) 'águila', temō- 'descender', -c PASADO). La forma honorífica de Cuāuhtémōc es Cuāuhtémōctzīn (el sufijo -tzīn se usa para designar una dignidad similar a "Don" o "Señor" en español).

Cuāuhtémōc, hijo de Ahuizotl y primo de Moctezuma Xocoyotzin y, Tecuichpo (náhuatl, 'copo de algodón') al llegar ésta a la nubilidad. Cuando asumió el poder, los conquistadores ya habían sido expulsados de Tenochtitlan, pero la ciudad estaba devastada por el hambre, la viruela, y la falta de agua potable. Cuauhtémoc llegaba a este momento tras haber sido tlacatlecutli (jefe de armas) de la resistencia a los conquistadores, dado que desde la muerte de Moctezuma previo a la Noche Triste, se le identifica como líder militar de los mexicas.

Tras la muerte de Cuitláhuac, Cuauhtémoc fue elegido Huey Tlatoani en el mes de febrero[2]​ de 1521, durante Izcalli, que es el último mes del año "2 tecpatl".[3]

Cuauhtémoc se dio a la tarea de reorganizar el ejército mexica, reconstruir la ciudad y fortificarla para la guerra contra los españoles, pues suponía que éstos regresarían a pelear contra los mexicas. Envió embajadores a todos los pueblos solicitando aliados, disminuyendo sus contribuciones y aun eliminándolas para algunos.

Los españoles regresaron un año después de haber sido expulsados y con ellos venía un contingente de más de cien mil aliados nativos,[4]​ la mayoría de ellos tlaxcaltecas, históricamente enemigos de los mexicas.

Después de sitiar Tenochtitlán por 90 días,[5]​ el 13 de agosto de 1521, los españoles, que eran comandados por Hernán Cortés, lo capturaron en Tlatelolco.

Según Bernal Díaz del Castillo en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Cuauhtémoc fue capturado. La canoa en la cual huían de Tenochtitlan él, su familia y sus más allegados guerreros, fue alcanzada por un bergantín español pilotado por García Holguín. Cuauhtémoc exigió ser llevado ante "Malinche" (así llamaban a Cortés los mexicas, siendo este un término patronímico de Malintzin o doña Marina, su traductora indígena).[6][7]

Una vez en su presencia, señalando el puñal que el conquistador llevaba al cinto, le pidió que lo matara con él, pues no habiendo sido capaz de defender su ciudad y a sus vasallos, prefería morir a manos del invasor. Entre los guerreros mexicas, como el propio Cuauhtémoc, se asumía que el derrotado y capturado por el enemigo debía aceptar morir en sacrificio a los dioses para así alcanzar como destino final acompañar al sol en su travesía diaria, por lo cual la petición de Cuauhtémoc a Cortés pudo no ser simplemente una petición de ejecución, pero prevalece la interpretación del hecho por los cronistas europeos que no consideraron las normas de honor de los ejércitos indígenas. Este hecho fue descrito por el propio Hernán Cortés en su tercera carta de relación a Carlos I de España:

De acuerdo al cronista Francisco López de Gómara:

Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, describió el suceso de la siguiente forma:

De la importancia que los españoles concedieron al prendimiento de Cuauhtémoc, Tlatoani mexica, da idea la disputa entre García Holguín y Gonzalo de Sandoval por atribuirse el mérito de la captura, que ya veían reflejada en sus escudos de armas, como lo estuvo la cabeza de Cuauhtémoc, según Madariaga, en el escudo del propio Cortés.[11]

A Cortés no le interesó en ese momento la muerte de Cuauhtémoc. Prefería utilizar ante los mexicas su dignidad de Tlatoani, ahora subsidiaria del emperador Carlos V y del propio Cortés. Así lo hizo con éxito, aprovechando la iniciativa y el poder de Cuauhtémoc para asegurar la colaboración de los mexicas en los trabajos de limpieza y restauración de la ciudad. En los cuatro años que siguieron, la administración codiciosa por parte de los españoles, la desconfianza en Cortés, y los temores del propio Cortés, le llevaron a aprobar el tormento y la muerte del último tlatoani azteca.

Primero fue el tormento, surgido de la codicia del oro: Bernal Díaz del Castillo, en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España[12]​ narra detalladamente cómo cundió la desconfianza entre los españoles, al desmentir tercamente la realidad sus soñadas riquezas. El oro que habían obtenido en total (83 200 castellanos) no era suficiente para repartir de forma satisfactoria entre toda la tropa española, por lo que iniciaron suposiciones por parte de los mandos para obtener más oro. Algunos españoles juzgaron que después de la Batalla del Canal de los Toltecas, los aztecas habían recuperado el botín y lo habían echado a la laguna o lo habían robado los tlaxcaltecas o bien los propios soldados españoles. De ahí que fueran los oficiales de la Real Hacienda, y sobre todo el tesorero Julián de Alderete, y no Cortés, que se limitó a consentirlo, los que ordenaran —Bernal Díaz y López de Gómara así lo argumentan[13]​— el tormento de Cuauhtémoc y Tetlepanquetzaltzin. De acuerdo a los libros de Díaz del Castillo, López de Gómara y las acusaciones hechas a Cortés posteriormente en su juicio de residencia coinciden en que fueron torturados mojándoles los pies y las manos con aceite y quemándoselos.[14]​ Según Bernal, Cuauhtémoc confesó que cuatro días antes "que le prendiesen lo echaron en la laguna, así el oro como los tiros y las escopetas que nos habían tomado a la postre a Cortés, y fueron a donde señaló Guatemuz a las casas en que solía vivir", de donde los españoles sacaron "de una como alberca grande de agua un sol de oro como el que nos dio Montezuma".[14]

Fuentes posteriores atribuyeron a Cuauhtémoc sin respaldo alguno un estoicismo pleno mostrado en ese trance. El libro escrito por López de Gómara refiere que el "señor" que le acompañaba en la tortura le pidió permiso para hablar y cesar el tormento, a lo que Cuauhtémoc le respondió: «si estaba él en algún deleite o baño».[15]​ Una novela histórica escrita por Eligio Ancona en 1870 popularizó la variante "¿Estoy yo acaso en un lecho de rosas?".[16]

Tras el episodio de la tortura, Cuauhtémoc quedó tullido y cojeó, las heridas de Tetlepanquetzaltzin fueron peores.[17]​ El doctor Cristóbal de Ojeda fue quien curó las heridas al tlatoani. Años más tarde el médico declaró, durante el juicio de residencia de Cortés, que en el incidente se dio tormento a Cuauhtémoc "quemándole los pies e las manos".[18]​ El huey tlatoani vuelve sorprendentemente a su papel de noble mexica respetado y bien tratado, pero cautivo, cuyo prestigio y autoridad utiliza Cortés para el gobierno de los vencidos.

Como todos los súbditos recién conquistados, se intentó convertirlo al cristianismo, pero solo lo consiguieron hasta el día que le dieron muerte.[19]​ Si seguimos a Héctor Pérez Martínez, su nombre católico habría sido el de Hernando de Alvarado Cuauhtémoc; otras fuentes citan sólo el de Hernando o Fernando. Los conversos recibían el nombre de los padrinos, y Pérez Martínez supone que los de Cuauhtémoc fueron el propio Hernán Cortés y Pedro de Alvarado.

Preso quedó; y el Indio, que nunca sonreía, una sonrisa tuvo que se deshizo en hiel. -"¿ En dónde está el tesoro ?" —clamó la vocería—; y respondió un silencio más grande que el tropel…

Llegó el tormento… Y alguien de la imperial nobleza quejóse. El héroe díjole, irguiendo la cabeza:

En 1524, Cortés emprende viaje a las Hibueras (Honduras), en busca de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid. No es un viaje de rescate, sino de persecución: Cortés tiene constancia de que Cristóbal de Olid puede haberse confabulado con su viejo enemigo, el gobernador de Cuba Diego Velázquez, para poblar, conquistar y sobre todo obtener oro u otras riquezas en el sur, ignorándolo a él. Sabe Cortés que Cristóbal de Olid lo traiciona, de la misma forma en que él traicionó seis años antes a Diego Velázquez.

La expedición, enorme y cortesana, incluye desde ministriles (músicos de viento de la época) hasta médico y cirujano, pasando por suntuosas vajillas y cuberterías, y una piara que cierra la comitiva, para asegurar el avituallamiento. El contingente militar es, como ocurrió a lo largo de la conquista, más indígena que español, y en esta expedición más azteca que tlaxcalteca o de otros pueblos. No es de extrañar por tanto que en la expedición viajen varios notables aztecas, seguramente como mandos militares de esa tropa, y posiblemente también como embajadores y facilitadores de las relaciones con los pueblos de la ruta: Cuauhtémoc y Tetlepanquetzal son dos de ellos.

Tras un año de viaje, Cortés toma una decisión controvertida, criticada por sus soldados según cuenta Díaz del Castillo: le llegan rumores de que Cuauhtémoc está conspirando en contra de los españoles, decidido a atacarlos. Según Cortés, un tal Mexicalcingo, ("Ciudadano honrado de esta ciudad de Temixtitlan" escribe Cortés a Carlos V, aclarando además que tras su bautizo se llama Cristóbal) se dirigió al capitán español para narrarle una larga, y un tanto fantasiosa, historia de conspiración de Cuauhtémoc, que se iniciaría con el asesinato de Cortés, continuaría con la rebelión contra los españoles en todo el país, y terminaría con el bloqueo de México... "hecho esto, pondrían en todos los puertos de la mar recias guarniciones de gente para que ningún navío que viniese se les escapase". No se sabe si Cortés magnificó en su quinta carta de Relación el alcance de la conspiración, para justificar la ejecución una vez consumada. El hecho es que sintiéndose vulnerable, decidió mandar ahorcar a Cuauhtémoc y quemarle los pies, pues eso no se sabe y al cacique de Tacuba, Tetlepanquetzal, que volvieron a encontrarse ante el verdugo.

No se tiene certeza ni del sitio ni de la fecha exacta de cuando murió Cuauhtémoc. Los dos testigos presenciales de los hechos que dejaron testimonios escritos, Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, no precisaron ambos datos.[20]

Habían pasado cuatro años desde el fin del sitio de Tenochtitlan, y quizá los mismos desde que se torturó quemándoles los pies a los caciques a los que ahora se ejecutaban.

Tanto las fuentes españolas (Bernal Díaz) como las indígenas cuestionan los motivos aducidos por Cortés. Según Prescott, el propio Mexicalcingo negó posteriormente haber narrado la historia de la conspiración tal como la reflejó Cortés en su quinta carta al emperador.

Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, un historiador novohispano del siglo XVII, avala la realidad de la conspiración. Diego López de Cogolludo relata en su obra "Quauhtemoc confesó ser así, como los demás lo habían dicho; pero que no fue él principio de aquella consulta, ni sabía si todos fueron en ella ó se efectuaría, porque él nunca tuvo intención de salir con ello, que solo había pasado la conversación referida, Sin más probanzas, dice Bernal Díaz, que D. Hernando Cortés mandó ahorcar á Cuauhtemoc, y al señor de Tacuba, que era su primo; pero la Historia General de Herrera dice, que fue dada sentencia mediante proceso jurídico, y sentenciados á ahorcar Cuauhtemoc, Couanoctzin y Tetepanquetzal."

Cuauhtémoc es uno de los personajes más reconocidos por los mexicanos como héroe nacional. En todos los rincones de México su nombre se usa en toponimia y onomástica, y su imaginada efigie aparece en monumentos, que hacen alusión a su coraje en la derrota, al pedir la muerte por el puñal de Cortés, o en el tormento, al reclamar estoicismo a sus compañeros de tortura. El 28 de febrero de cada año, la bandera mexicana ondea a media asta en todo el país, recordando la muerte del prócer. A partir del siglo XIX su figura fue usada con fines nacionalistas, teniendo máximo ejemplo en la inauguración del Monumento a Cuauhtémoc obra de Miguel Noreña durante la dictadura de Porfirio Díaz.

El poeta mexicano Ramón López Velarde lo designa como el joven abuelo de México, y lo califica como único héroe a la altura del arte.

En 1949 la arqueóloga Eulalia Guzmán mediante falseamiento de datos y una incorrecta metodología arqueológica[22][23]​ descubrió restos humanos que atribuyó a Cuauhtémoc, debajo del piso de la iglesia del pueblo de Ixcateopan de Cuauhtémoc -denominación que recibió en 1950- en el estado de Guerrero. Además, el descubrimiento se basaba en una serie de documentos del siglo XVI resguardados en el mismo pueblo por la familia Juárez que probarían el tránsito de los restos desde el sureste de México hasta Ixcateopan, algunos de ellos incluso con la firma de Motolinía.[22]

El hecho se vio precipitado por presiones oficiales.[22]​ El 26 de septiembre de 1949 la arqueóloga anunció el descubrimiento en el atrio de la iglesia. Al siguiente día el entonces gobernador Baltazar R. Leyva Mancilla avaló el hecho.[22]​ Desde entonces hubo voces a favor y en contra del descubrimiento. El criminólogo Alfonso Quiróz Cuarón fue el primero en contradecir a Guzmán el mismo año,[22]​ a lo que la arqueóloga respondió con una comisión para sustentar su verdad formada por José Gómez Robleda, Luis Chávez Orozco, José A. Cuevas, Alejandro von Wutheneau, Carlos Graef Fernández y Marcos Moshinsky.[22]​ Incluso el pintor Diego Rivera abogó por la autenticidad de los restos y acusó de traidores a quienes contradijeran la versión.[22]​ En 1950 se dictaminó que no había evidencia científica para determinar que los restos pertenecían al tlatoani. El Comité Estatal para la Alianza de Comunidades Indígenas del Estado de Guerrero manifestó su indignación ante el fallo, y la comisión determinó que los restos y las fuentes documentales que presuntamente respaldaban la autenticidad podían dejar la puerta abierta a futuras investigaciones.

En 1976 se abrió nuevamente la polémica y se formó una comisión multidisciplinaria de antropología física, social, entnohistoria y arqueología que analizó de nueva cuenta todas las evidencias disponibles.[23]​ El entonces gobernador del estado de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, declaró durante la visita del equipo:

Los investigadores determinaron que todas las pruebas que justifican los hallazgos fueron manipuladas.[23]​ Los documentos alegados como del siglo XVI en realidad eran falsificaciones hechas en el siglo XIX por Florentino Juárez. Los restos prehispánicos en Ixcateopan no tenían relación alguna con México-Tenochtitlan ni hay evidencias concluyentes de que existiera relación con el tlatoani.[23]​ Finalmente los restos alegados como de Cuauhtémoc y que se siguen como tales exhibiendo en la iglesia de Ixcateopan son en realidad de ocho distintas personas incluso en temporalidad. El cráneo es de una mujer mestiza que no es del siglo XVI.[23]​ El informe final de la comisión dictaminó de la siguiente forma:

Como apunta Anne W. Johnson, "la controversia alrededor de los restos excavados en Ixcateopan en 1949 involucró ideologías rivales acerca de la historia y esencia del pueblo mexicano, intereses locales, estatales y nacionales, y conflictos filosóficos y metodológicos entre visiones antagónicas del pasado".[23]​ Pese a que estas evidencias prueban lo contrario, cientos de personas peregrinan anualmente hasta Ixcateopan, el pueblo mismo conserva el apelativo de Cuauhtémoc e incluso hay eventos oficiales conmemorativos.[23]

Existen diversos monumentos dedicados a Cuauhtémoc entre ellos están los de:

El buque escuela de la Armada de México fue nombrado en su honor; en él se forman los cadetes de la Heroica Escuela Naval Militar.

Cuauhtémoc es personaje de las siguientes óperas

Ha sido retratado en diversas monedas.




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