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Desinformar



La desinformación[1]​ es información falsa o engañosa[2]​ que se difunde de manera intencionada para engañar e intentar manipular las creencias, emociones y opiniones del público en general. Este es un subconjunto de la información errónea y está relacionada estrechamente con la propaganda y las fake news. Es, en definitiva, el acto y el resultado de desinformar.

Normalmente es una de las argucias de la agnotología y suele estar presente en los medios de comunicación,[3]​ pero estos no son los únicos medios por los cuales se puede manifestar una desinformación. Puede darse en países, sectas religiosas, gobiernos que no acatan medios de oposición o extranjeros (dictaduras o tiranías), naciones en guerra que ocultan información, etc. Y es que, la desinformación tiene formas muy variadas de manifestarse en el panorama mediático, hecho que obliga a la sociedad a estar alerta en todo momento para evitar la propagación de este fenómeno.

Su origen data de 1923, momento en que la desinformación fue utilizada como arma táctica, cuando Józef Unszlicht, vicepresidente del GPU, solicitó la creación de “una oficina especial de desinformación para realizar operaciones de inteligencia activas”, como petición personal. Esta organización fue precursora en la Unión Soviética[4]​ en nombrar este término para sus tácticas de inteligencia. A raíz de este momento, se utilizó la desinformación como una táctica que se ejecutaría en la guerra política soviética. Aparece por primera vez en el diccionario de la lengua rusa de S. Ojegov en 1949, descrita como “la acción de inducir a error mediante el uso de informaciones falsas”. Este término se populariza en 1980, cuando un agente de la Dirección de Surveillance du Territoire (DST) amplía la difusión a las técnicas del Comité para la Seguridad del Estado, en el juicio contra el comentarista Pierre Charles Pathé.

Según el Oxford Dictionaries, la palabra inglesa disinformation, traducida del ruso desinformatsiya,[5]​ comenzó a usarse en la década de 1950.[6]​ Durante el período más activo de la Guerra Fría, la táctica fue utilizada por múltiples agencias de inteligencia, además de la KGB, como el Servicio Secreto de Inteligencia británico y la CIA estadounidense.[7]

La desinformación está basada en distintos procedimientos retóricos tales como la presuposición, la mentira, el uso de bulos y falacias, la sobreinformación, la generalización y el oscurantismo.

Por parte de la publicidad pública de un régimen político, generalmente organizada por un spin doctor por medio de los mecanismos de la ingeniería social, o de la publicidad privada o por medio de engaños o bulos (en inglés, hoaxes), filtraciones interesadas o rumores,[8]​ "sondeos", estadísticas alteradas o estudios científicos presuntamente imparciales, pero pagados por las empresas o corporaciones económicas interesadas, uso de "globos sonda" o afirmaciones no autorizadas para inspeccionar los argumentos adversos que pueda suscitar una medida y anticipar respuestas y uso de medios no independientes o financiados en parte por quien divulga la noticia o con periodistas sin contrato fijo y, por tanto, sin opinión, o por apropiación o manipulación o creación de supuestos movimientos populares (astroturfing). Un tipo particular de desinformación es la contrainformación estatal.

La desinformación se realiza a través de diversos procedimientos retóricos como demonización, astroturfing, oscurecimiento, esoterismo, presuposición, uso de falacias, mentira, omisión, sobreinformación, descontextualización, negativismo, generalización, especificación, analogía, metáfora, eufemismo, desorganización del contenido, uso del adjetivo disuasivo, etc. A continuación se explican algunos de los procedimientos propios de la desinformación:

La demonización o satanización es la técnica retórica e ideológica de desinformación o alteración de hechos y descripciones (próxima a la inversa sacralización, o al victimismo) que consiste en presentar a entidades políticas, étnicas, culturales o religiosas, etc., como malas y nocivas. Es una forma de posicionarse positivamente respecto a esas entidades (llamar demonio al otro "diviniza" y hace tan indiscutible como un Dios a quien lo hace) para justificarse, por omisión, un trato político, militar o social mejor, o atribuir maldad a lo que sencillamente es distinto.

La demonización o satanización consiste pues en relacionar la opinión contraria con el mal, de forma que la propia opinión quede ennoblecida o glorificada. Hablar del opuesto como de un demonio nos convierte a nosotros en ángeles. Si convertimos a nuestro oponente en villano, nosotros seremos el héroe. Se trata ante todo de convencer con sentimientos y no con razones a la gente, habitualmente una mayoría, que se convence más con sentimientos que con razones. Habitualmente se emplea en defensa de intereses económicos o políticos.

Algunas palabras y expresiones no admiten réplica ni razonamiento lógico: son los llamados adjetivos disuasivos, contundentes y negativistas. Para ello se utiliza la polaridad, un concepto lingüístico y semántico por el cual las palabras negativas atraen por concordancia otras palabras negativas en el sintagma de negación.

Es una característica muy propia del lenguaje utilizado por algunos políticos, definida como el uso de calificativos que pretenden el descrédito del oponente, pero que terminan siendo una logomaquia, esto es, la abundancia de palabras vacuas que dejan escapar las ideas.

Ejemplo de esta técnica de desinformación son los adjetivos: incuestionable, inquebrantable, inasequible, insoslayable, indeclinable y consustancial. Su maximalismo sirve para remachar cualquier discurso y crear una atmósfera irrespirable de monología. Además, según Noam Chomsky, muchas de estas palabras suelen atraer otros elementos en cadena formando lexías pleonásticas: adhesión inquebrantable, inasequible al desaliento (incorrecto, ya que inasequible significa inalcanzable, inconseguible),[9]​ deber insoslayable, turbios manejos, legítimas aspiraciones, absolutamente imprescindible o lexías redundantes como totalmente lleno o absolutamente indiscutible, inaceptable o inadmisible.

La mística (del verbo griego myein, «encerrar», de donde mystikós, «cerrado, arcano o misterioso») designa un tipo de experiencia muy difícil de alcanzar en que se llega al grado máximo de unión del alma a lo Sagrado durante la existencia terrenal. Se da en las religiones monoteístas (zoroastrismo, judaísmo, cristianismo, islam), así como en algunas politeístas (hinduismo) y en religiones no teístas (budismo), donde se identifica con un grado máximo de perfección y conocimiento.

El esoterismo es la tendencia al enigma y al oscurantismo en la expresión sibilina, ambigua, enredada y cercana a razones que no atan ni desatan o bernardinas, así que cualquier interpretación es plausible y por tanto errada. Se suprime cualquier conclusión lógica y se deja el poder de interpretación en manos de quien está y las posiciones en que estaban sin iniciar ningún camino y negando toda posible evolución o pensamiento.

Es habitual entre los políticos hablar de las reglas del juego, pero nadie dice cuáles son; también se habla del marco institucional si bien nadie ha descrito ese marco; tampoco existe quien lleve el árbol genealógico de las llamadas familias políticas. Es frecuente el alargamiento de las construcciones verbales en forma de perífrasis verbales paralizantes y fatigosas construcciones pasivas analíticas. Se usa además la hipérbole, la dilogía o disemia, la eufonía, el pleonasmo, la perífrasis y el énfasis (dar a entender más de lo que se dice) recurriendo a hiperónimos.

Las palabras del político abusan del léxico abstracto, toman segundos acentos enfáticos al principio o en los prefijos y se alargan mediante procedimientos inútiles de derivación: ejercitar por ejercer, complementar por completar, señalizar por señalar, metodología por método, problemática por problema. Son característicos los verbos ‘ampliados’ viciosamente con el sufijo –izar, como judicializar por encausar, criminalizar por incriminar, concretizar por concretar, sectorializar, potencializar, institucionalizar, funcionalizar, instrumentalizar, racionalizar, desdramatizar, ideologizar, sobredesideologizar, objetivizar. Algunos llaman a este frenesí por alargar las palabras sesquipedalismo.

La desinformación encubierta es una comunicación de origen identificado falso, oral o escrita, que incluye información intencionadamente falsa, incompleta o desorientadora (frecuentemente combinada con información verdadera) que busca engañar,[10]​ informar erróneamente y/o inducir al error al blanco objetivo. Se encuentra relacionado con la propaganda política. El blanco puede estar constituido por élites gubernamentales y no gubernamentales extranjeras, o audiencias masivas en el exterior.

Al no tener que sustentarse en la veracidad, las noticias e informaciones falsas pueden jugar en un terreno mucho más libre para impactar a quien las recibe. Esta combinación de novedad, indignación y sorpresa hace que sean compartidas de forma meteórica. Por ejemplo, durante la campaña electoral de Donald Trump en Estados Unidos en 2016, las 20 noticias falsas más populares tuvieron más interacción que las 20 noticias más populares de grandes medios.

El objetivo de la desinformación es hacer que el blanco crea en la veracidad del mensaje y consecuentemente actúe según los intereses de la nación que conduce la operación de desinformación. Esta técnica puede ser fomentada mediante rumores, falsificaciones, acciones políticas de manipulación, agentes de influencia, organizaciones y otros medios.

Si bien no podemos saber quién fue el primer ser humano en manipular la verdad, sí conocemos la historia de la oficina especial de desinformación que se creó en la Unión Soviética en el año 1923. Uno de tantos ejemplos de uso de la desinformación como arma de guerra política,  porque el poder de la palabra es enorme. Detrás de su fundación se encontraba Józef Unszlicht, el vicepresidente del Directorio Político Unificado del Estado (conocido también por sus siglas OGPU o GPU), del cual la KGB fue sucesora.

Este Directorio Político fue pionero en el uso de la desinformación como parte de su estrategia de inteligencia. Su objetivo era «inyectar» en la población datos engañosos que resultaran fáciles de creer. Desde aquel entonces, la guerra política soviética volvió a usar esta táctica en su lista de medidas activas, donde también se contaron la manipulación de la prensa y la falsificación. De acuerdo con las declaraciones de un antiguo miembro de la policía secreta rumana, Ion Mihai Pacepa, la palabra la acuñó Iósif Stalin y la usó tanto en la Segunda Guerra Mundial[11]​ como en la Guerra Fría.[12]​ De acuerdo con diferentes fuentes históricas y lingüísticas, la palabra desinformación comenzó a volverse internacional en la década de los 50, y poco a poco esta táctica fue usada por otras agencias de inteligencia,[13]​ como la CIA de Estados Unidos y el Servicio Secreto de Inteligencia de Reino Unido. Además, la desinformación también es un arma de campaña política usada de forma recurrente.



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