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Ejército Real del Perú



El Ejército Real del Perú, fue la agrupación militar organizada por las autoridades españolas del virreinato del Perú para hacer frente al generalizado proceso de insurrección independentista que a principios del siglo XIX convulsionó los territorios de ultramar.

En documentos españoles se le conocía como Ejército del Perú[14]​ haciendo referencia al ejército de esa dependencia territorial (el nombre también era usado por su rival del Río de la Plata, llamado Ejército Auxiliar del Perú, luego conocido como Ejército del Norte). Generalmente los jefes realistas le llamaban Ejército Real del Perú o, abreviadamente, Ejército Real, sin embargo durante el trienio liberal se denominó Ejército Nacional. Es menor el uso del término Ejército Español, utilizado principal aunque no exclusivamente por sus enemigos.[15]​ En las referencias independentistas también se encuentra el sobrenombre de Ejército Godo en relación al antiguo pueblo indoeuropeo que pobló la España peninsular.[16]

Durante el Trienio Liberal, que desde 1820 ocasionó en España el abierto enfrentamiento entre Liberales y Absolutistas, el Ejército Real Español paso a denominarse oficialmente como Ejército Nacional, esto se debía a que las Cortes Generales buscaban transformar a las fuerzas armadas, en ese entonces bajo el control directo del monarca y en su beneficio e intereses, en un ejército que se encontrara al servicio de la nación española. Estas ideas se habían gestado ya durante la guerra frente a la invasión napoleónica pero habían sido desechadas con la restauración absolutista de 1814.[17]​ Por aquel entonces en España se entendía como realista, al defensor del absolutismo mientras que en el teatro de guerra americano tenía una connotación diferente como explicaba el general García Camba:

Los jefes españoles en el Perú, aunque de simpatías liberales en su mayoría, se definían a sí mismos como realistas y trataban de no tomar un abierto partido en el conflicto que sacudía a la metrópoli, esperando pacientemente el envió de refuerzos. Tras tener noticias de las victorias obtenidas por el ejército real del Perú en 1823 el periódico español "El Restaurador" de marcada posición absolutista publicaba lo siguiente:[18]

En 1824, apoyado por 100.000 soldados franceses, el monarca Fernando VII logró recuperar sus antiguos poderes y a la vez abolir todas las leyes y disposiciones decretadas por las Cortes, sin embargo entre estas figuraba también el reconocimiento de La Serna como virrey del Perú lo que sería aprovechado por el general Olañeta para rebelarse contra su autoridad y minar el potencial realista para continuar la lucha.

Las tropas reales en el Perú se componían principalmente de peruanos, entiéndase por tales a los habitantes del virreinato del Perú,[19]​ organizados en batallones y milicias según su lugar de procedencia o casta, siendo así que existían unidades de negros y mulatos, como el batallón de Pardos de Arica y de mestizos e indígenas organizados según sus pueblos de origen como el escuadrón de caballería miliciana Dragones de Tinta. Sin embargo la necesidad de cubrir las bajas y refundir en una sola distintas unidades hacían que la evolución de muchos de los cuerpos realistas de línea terminasen como una amalgama de castas, clara expresión de la realidad social peruana.

Étnicamente la masa de las tropas reales la formaban la Casta (colonial) de indígenas mestizos[20]​ los cuales eran reclutados con preferencia sobre los indígenas tributarios, los negros esclavos o los criollos, y en general del resto de tejido económico productivo del país. En el contexto socio-cultural de la época la masa mestiza se componía en su mayoría de quechuahablantes los cuales no dominaban el español, lo que ha llevado a algunos autores a afirmar que el ejército realista estaba compuesto casi en su totalidad por indígenas.[21]

El ejército real estaba formado inicialmente por unidades veteranas (permanentes) y de milicias (movilizadas), los primeros eran soldados a tiempo completo, generalmente de dotación (Fortificaciones) como el Real de Lima, mientras que los segundos se levantaban en caso de necesidad militar. Las milicias podían ser de dos tipos: urbanas o provinciales. Las milicias urbanas, estaban limitadas más bien a la defensa de una localidad concreta y tenían componentes más irregulares. Las milicias provinciales en cambio, eran capaces de desplazarse a distancia, y tuvieron un papel protagónico y un destacado desempeño, de tal manera que sentaron las bases para la consolidación de una fuerza regular propia (como los regimientos de Línea del Cuzco o de Arequipa) y que dieron lugar a una sucesión de victorias militares, como la obtenida por el brigadier José Manuel Goyeneche en la batalla de Guaqui.

En cuanto a la organización militar esta era:

-Los Granaderos: eran escogidos entre los hombres de mejor conducta y constitución física, generalmente los más altos y fornidos del batallón, constituían una fuerza de choque y recibían su nombre de las granadas de mano que originalmente usaban en los combates aunque su uso en la época era ya casi anecdótico. Su distintivo original eran las birretinas o gorros de piel de oso negro aunque lo costoso y escaso de este material hacía que fuera reemplazado también por pieles negras de perro, mono o cabra.

-Los Cazadores: eran soldados de infantería ligera, ágiles y de menor talla, adiestrados en tácticas de orden disperso o "guerrilla", en batalla eran usados como escaramuzadores o avanzadas. Se les entrenaba como tiradores de preferencia y en algunos casos solían portar fusiles más livianos y de mayor precisión ("Rifles" cuyo cañón en su interior era rayado para dar al disparo mayor alcance y precisión). Su distintivo era el cuerno de caza que llevaban en el Chacó o bordado en la casaca.

-Los Fusileros: constituían el núcleo de la infantería, la poca precisión de las fusiles de la época hacía que la infantería utilizara formaciones cerradas (codo a codo) disparando por salvas sobre la formación enemiga para maximizar el daño producido por sus descargas. En caso de ser atacados por la caballería formaban un cuadro, donde la primera fila esgrimía sus bayonetas y la segunda disparaba sobre los jinetes enemigos. Esta formación fue muy utilizada en el Alto Perú para repeler los repentinos ataques de los gauchos.

Originalmente la caballería realista era toda de milicias y estaba formada por dragones, estos soldados eran una especie de infantería montada, armada de fusil y sable, que combatía tanto a pie como a caballo. La caballería de línea armada de carabinas y sables aparecería por primera vez en 1813 en el Alto Perú. Las unidades expedicionarias fueron utilizadas de base la creación de cuerpos de húsares, granaderos a caballo y lanceros.

Esta arma se dividía en artillería de plaza y de campaña, la primera utilizaba piezas fijas y de mayor calibre, como las ubicadas en la fortaleza del Real Felipe en el Callao, la artillería de campaña se componía de piezas de montaña, obuses y morteros. Se trataba de armas más livianas y fáciles de transportar.

Las refuerzos europeos no fueron abundantes ya que España simultáneamente combatía contra la invasión napoleónica y luego quedó convulsionada por conflictos civiles entre absolutistas y constitucionales. A decir del historiador militar Robert L. Scheina a lo largo de toda la revolución hispanoamericana fueron 6000 hombres los que partieron de puertos de España con destino al Perú,[23]​ según el historiador español Julio Mario Luqui-Lagleyze los expedicionarios embarcados contabilizaron un total de 6.511;[24]​ sin embargo no todos ellos llegaron a su destino pues aparte de las bajas naturales durante la travesía, se debe tener en cuenta que: 1) la expedición del batallón Infante Don Carlos quedó totalmente diezmada por enfermedad en Portobelo, siendo sus restos refundidos con el Real de Lima; 2) que la expedición del segundo batallón del Burgos y el segundo escuadrón de Lanceros quedaron retenidos por el pacificador Pablo Morillo en Costa Firme, siendo sustituido el primero por el batallón americano Numancia; y 3) que, finalmente, la gran parte de la expedición del Regimiento Cantabria se sublevó o fue capturada en alta mar llegando tan solo algunos restos al Callao y al sur de Chile. En 1824, último año de sus campañas, el general Andrés García Camba dice que el componente europeo alcanzaba los 1.500 hombres para cubrir todos los frentes del virreinato (diezmado en la mitad con los años, como también ocurrió de forma parecida con el ejército expedicionario de Costa Firme de Pablo Morillo), y de ellos dice que 500 hombres combatieron en la decisiva batalla de Ayacucho.

Los refuerzos expedicionarios generalmente ostentaban el nombre de sus unidades europeas de origen, nombre que permanecía pese a que inmediatamente en campaña estas compañías eran duplicadas con americanos y luego reemplazados por ellos casi completamente (excepto en sus compañías de Granaderos -llamadas de Preferencia- donde se reunía a los europeos). Entre los más famosos estuvieron los batallones Talavera, Burgos, Cantabria y Gerona y los escuadrones de caballería Húsares de Fernando VII y Lanceros del Rey. La mayoría de refuerzos europeos llegaron al Perú vía Panamá y eran parte de la expedición que Pablo Morillo había dirigido contra los patriotas de Venezuela en 1815. El último intento por parte de la metrópoli de reforzar a los realistas se dio en mayo de 1818 vía Cabo de Hornos, la flota expedicionaria se componía de la fragata de guerra Reina María Isabel y 10 transportes contando con 2.080 individuos formados por dos batallones del regimiento de Cantabria, tres escuadrones de Cazadores-Dragones, una batería de artillería y dos compañías de zapadores, esta tardía medida arribaba cuando ya los patriotas chilenos y argentinos dirigidos por el general José de San Martín habían obtenido una decisiva victoria en la batalla de Maipú sepultando definitivamente la esperanza de reconquistar la Capitanía general de Chile, siendo que el Archipiélago de Chiloé decididamente leal a la corona y punto estratégico en la travesía por el Pacífico sur, era un punto de resistencia aislado, aunque para empeorar las cosas la expedición despachada de Cádiz se encontraba en pésimas condiciones de preparación, salubridad y disciplina. La tripulación de uno de estos transportes (el Trinidad) se amotinó en plena travesía y tras asesinar a sus oficiales se entregó en Buenos Aires poniendo en manos de los independientes los planes del convoy peninsular, de forma que, ya en aguas chilenas, continuando la travesía la solitaria Reina María Isabel fue capturada por dos buques pertenecientes a la marina chilena y utilizada luego, enarbolando la bandera española, para capturar uno a uno cinco transportes de ese convoy que venían a Talcahuano, únicamente cuatro transportes lograron llegar a su destino con parte de la tropa, tres de ellos desembarcando tropas en Talcahuano y uno en el Callao.[25]​ Según el general inglés Guillermo Miller los transportes españoles estaban sumamente sucios y grasientas las cubiertas, una cuarta parte de la expedición había fallecido por enfermedad en la travesía y al menos la mitad de los restantes se encontraban de baja por escorbuto siendo que al ser capturados algunos individuos agonizaban tendidos en los portalones de las naves. Miller concluiría señalando que el poco estado limpieza en que estaba la flota, era impropio áun del servicio de la marina española.[26]

Un año después se preparaba en Cádiz un verdadero ejército de reconquista de 20.000 soldados, cifra impresionante para los estándares de las guerras hispanoamericanas pues como ejemplo ese mismo año el ejército realista peruano contabilizaba 7.000 hombres para cubrir todos sus frentes, mientras que el independentista al mando de San Martín tenía menos de 5.000. Esta nueva expedición española bajo el mando del conde de Calderón, tenía como objetivo reconquistar y someter definitivamente los territorios de ultramar.

Debía conducir la expedición a América una flota compuesta por barcos de segunda mano adquiridos al zar de Rusia, que ya habían demostrado en las expediciones anteriores no contar con las condiciones de preparación y salubridad necesarias para tan largo viaje lo que unido al descontento de los soldados hicieron que el 1.º de enero de 1820 estallara la sublevación liberal del comandante Rafael del Riego quien con las tropas a su mando inicia un movimiento popular contra el absolutismo del rey Fernando VII, aunque no logra obtener el apoyo que esperaba los diferentes pronunciamientos liberales que se suceden después en el resto de España, obligan al rey a jurar la constitución liberal de 1812, iniciándose así el Trienio Liberal (1820-1823) cuyas consecuencias y los posteriores intentos del monarca español por restaurar el absolutismo mantendrán a la metrópoli en convulsión interna por el resto de la guerra de independencia hispanoamericana, y en consecuencia, desde el embarque de la Expedición Libertadora del Perú quedaban los realistas del Perú solos en la contienda y bajo un manto de discordia civil entre ellos, lo que a la postre desencadenará en 1824 el abierto enfrentamiento entre liberales y absolutistas del virreinato con la Rebelión de Olañeta.

Aunque a lo largo de la guerra, las guarniciones del ejército real tuvieron que hacer frente a los constantes ataques de montoneras provenientes de los pueblos insurreccionados, también contaron con algunas unidades de irregulares, que formadas por civiles realistas hicieron frente a los ejércitos independientes bajo el mismo sistema de guerrillas empleado por su contraparte independentista. En 1822 el mariscal Canterac autorizó la formación de estas partidas y en 1823 el mismo virrey La Serna intervino activamente en su organización en diversas villas y poblados de la sierra central peruana.[34]​ Este apoyo se manifestó hasta la misma campaña de Ayacucho, en la cual según narra el general Miller, las montoneras realistas, instruidas por el virrey, no solo inutilizaban los caminos y destruían los puentes por donde debía pasar el ejército libertador sino que hasta atacaban las columnas de bagajes, enfermos y rezagados causándoles pérdidas significativas a pesar de hallarse con escoltas armadas.[35]​ El general Gerónimo Valdés, por su parte refiere en sus memorias que la situación era al contrario pues las poblaciones que Miller afirmaba eran adictas a los realistas "nos retiraban por todas partes los ganados, nos tomaban los convoyes y los rezagados; se quedaban con los pertrechos y los equipajes que no podían conducirse, y, en una palabra, nos hacían la guerra de cuantas maneras estaba a sus alcances".[36]​ A pesar de lo dicho por Valdés, el también general español García Camba confirma lo dicho por Miller, en lo referente al apoyo que algunas partidas guerrilleras dieron a la causa del rey durante las marchas previas al encuentro de Ayacucho.[37]

Esta situación aparentemente contradictoria demuestra que tanto realistas como independentistas contaron con el apoyo de montoneras locales, algo que en el caso de las realistas la historiografía tradicional peruana prefiere omitir. En opinión del historiador Virgilio Roel,[38]​ los realistas supieron aprovechar al máximo las rencillas históricas existentes entre algunos poblados de mestizos e indios para ganarlos a su causa. Particularmente célebres durante la guerra en el Perú fueron los feroces montoneros iquichanos, quienes tenían hondas rivalidades con los morochucos huamanguinos y bajo el mando de su caudillo Antonio Huachaca, a quien el virrey La Serna incluso llegó a nombrar brigadier de los reales ejércitos, combatieron por la causa realista hasta mucho después de la batalla de Ayacucho. Estos autonombrados defensores de "su rey y la fe católica" llegaron incluso a levantarse contra los "anticristos republicanos" en 1839.[39]

En sus orígenes el virreinato peruano no tuvo un ejército profesional y permanente, limitándose los cuerpos militares a las escoltas del virrey y funcionarios importantes siendo así que existían cuerpos de alarbaderos, lanzas y arcabuces de función más protocolaria y honorífica que guerrera, solo en casos de inmediata necesidad se organizaban milicias civiles que actuaban localmente o eran enviadas a otras dependencias territoriales que las requerían. Estas improvisadas unidades se formaron por primera vez en 1580 cuando el virrey Toledo ordenó alistar a "todos los habitantes capaces del Perú" para defenderlo del corsario inglés Sir Francis Drake que merodeaba en las aguas del pacífico sur.

Al no limitar las colonias inmediatas al virreinato peruano con las de otras potencias rivales de la corona española las funciones de estas milicias eran principalmente resguardar el imperio de ultramar de incursiones piratas, un sangriento episodio de este tipo se dio cuando en 1681 el puerto de Arica fue atacado por piratas ingleses liderados por John Watling y Bartolomé Sharp, el ataque fue rechazado por una milicia de ariqueños pereciendo en la refriega Watling y 29 de sus hombres. Hacia 1661 la capital del virreinato contaba para su defensa con 1000 milicianos divididos en cinco escuadrones de infantería y 8 de caballería.

Con cierta regularidad contingentes de hombres junto con armas, equipos y dinero eran despachados desde el Callao a otras dependencias territoriales siendo un caso común los refuerzos destinados a la capitanía general de Chile para sostener la llamada Guerra de Arauco, solo en 1662 fueron enviados por el virrey Diego Benavides y de la Cueva 950 soldados y 300.000 pesos,[40]​ o a Panamá para hacer frente a las incursiones de corsarios ingleses.[41]

El ejército que la dinastía de los Habsburgo mantenía en el Perú y las colonias adyacentes distaba mucho de ser una fuerza profesional y disciplinada siendo la corrupción en los subsidios militares y las influencias y favoritismos tan solo algunos de sus muchos problemas; sin embargo es a mediados del siglo XVIII, con la llegada de la dinastía Borbón al trono de España, cuando se inician una serie de reformas en las colonias americanas estableciéndose las bases para la conformación de un ejército permanente, con la creación de cuerpos regulares y milicias disciplinadas a las que se impuso la ordenanza militar española como el uso de emblemas, equipos y un uniforme distintivo.

Entre las reformas que los Borbones implementaron se encontraba la designación de los virreyes del Perú entre los mejores y más experimentados oficiales militares a diferencia de la nobleza titulada que había imperado con los Habsburgo. En 1776, año en que las colonias británicas en América declararon su independencia de la metrópoli, el llamado ejército del Perú se componía de 3.404 regulares (1.894 en Chile) y 7.448 milicias, asimismo el número de peruanos en los regimientos fijos había ido incrementándose significativamente siendo que ese mismo año el regimiento del Callao constaba de 484 plazas de las cuales tan solo 137 eran españoles siendo los restantes 31 extranjeros y 320 peruanos. Aunque los españoles y criollos constituían la alta oficialidad los mestizos dominaban la suboficialidad; las milicias indígenas que tanto habían prosperado bajo la tutela de los Borbones se vieron grandemente afectadas por la revolución de Túpac Amaru II lo que provocó que fueran reducidas considerablemente y que en 1783, fueran enviados al Perú 2.561 veteranos españoles para guarnecer y mantener el orden en las importantes ciudades de Lima, Cuzco y Arequipa.[42]​ Pese a estos hechos durante la posterior guerra de independencia el grueso del ejército realista estaría constituido por indígenas y mestizos, aunque su liderazgo se vería seriamente disminuido tras la rebelión del brigadier Mateo Pumacahua, contando también los realistas con la sincera adhesión de las principales ciudades de la sierra sur peruana que concentraban a las masas populares.

A principios del XIX, aprovechando la invasión napoleónica a España, los líderes criollos independentistas inician los primeros movimientos libertarios en diversas partes del continente americano lo que obligó a los virreyes del Perú a acelerar la formación de un ejército capaz de mantener y garantizar los derechos del Rey en América.

En 1809 los peruanos disponían de 1.500 hombres de línea apoyados por 40.000 milicianos. El virrey Abascal trabajó enérgicamente para crear un poderoso ejército regular (8.000 plazas en febrero de 1813) apoyado por una escuadra que le daba la supremacía en el Pacífico Sur.[1]​ El virrey estableció dos campamentos (Bellavista y Chorrillos) donde se acuartelaban a los efectivos en dos divisiones. Estos eran distribuidos según su provincia y habilidades, los cuzqueños usualmente iban a infantería, los cochabambinos a caballería y los negros de Chincha a unidades costeras; la artillería, por sus privilegios, conseguía sus reclutas de forma voluntaria.[43]

Pronto el ejército acuartelado en los alrededores de Lima se componía del regimiento Real de Lima (2200 veteranos), el batallón Disciplinado del Número (1.500), el de Pardos (1.400), el de Morenos (600), el del Comercio (800) y cuerpos milicianos de provincias cercanas (600). Hubo un regimiento de la Nobleza teóricamente formado por tres batallones (1000). Esa era la infantería, en tanto que la caballería el escuadrón Carabayllo (150 plazas), el de Chancay y Huaura (100), el de Pardos (150), el de Morenos (80) y regimiento Dragones de Lima (600).[43][44]​ Esta solía organizarse en regimientos de dragones, aunque en realidad sólo fueran milicianos, por todo el país. A partir de 1813 empezaron a llegar algunas unidades de veteranos peninsulares. Primero fue un batallón de Infantería, los Talavera, y artilleros (1.473 hombres); en 1814 se les unieron en varios envíos 118 soldados y oficiales; en 1815 el batallón de Infantería Ligera Gerona (1.479); y en 1816 el batallón de Infantería Infante Don Carlos, un escuadrón de caballería y artillería, todas unidades incompletas (723).[43]

Respecto de la artillería, su antecesor, Gabriel de Avilés y del Fierro, le dejó 200 hombres y 16 caballos acuartelados estrechamente en el colegio de los Desamparados. La reorganizó en una brigada de 342 plazas montadas o de a pie con 50 caballos, construyó en plaza Santa Catalina un nuevo cuartel con parque, maestranza, armería y sala de armas.[44]​ También construyó una batería de ejercicios, un taller de fundición de cañones y un balerio. Todo gracias al trabajo de los soldados y 60 prisioneros ingleses que estaban en el Callao. Así pudieron fabricar más de 100 cañones (52 de los cuales, de 4 libras, sirvieron en las campañas de Alto Perú, Quito y Chile en 1813-1816), todos con carruajes, dotación de proyectiles, correajes, tiendas de campaña, armas de chispa y blancas, cartucheras, etc. Todo esto fue enviado a apoyar el esfuerzo bélico realista en otras regiones de Sudamérica. También concluyó la nueva fábrica de pólvora (la anterior fue destruida en un incendio en 1792). Ocho mil de sus quintales fueron enviados a Cádiz a mediados de 1812 para ayudar en su defensa. Por último, aprovechando los destrozos del terremoto del 1 de diciembre de 1806, reconstruyó o reparó numerosas defensas de la bahía.[45]​ En el mar estableció un almirantazgo con base en el apostadero naval del Callao, donde mercantes y su flotilla de guerra recalaban. Gracias a ella pudo apoyar a sus aliados en Chile y Montevideo. Tenían 400 hombres apostados en la fortaleza del Real Felipe encuadrados en un cuerpo de infantes de marina.[43]

En 1809 los patriotas quiteños conformaron la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito, declarando su independencia de España. A solicitud del depuesto gobernador realista Manuel Ruiz Urriés de Castilla, Conde de Ruiz de Castilla el virrey Abascal envió a Quito al coronel Manuel Arredondo con 180 artilleros y parte del batallón Real de Lima y algunos oficiales y soldados de cuerpos de Pardos para formar nuevos cuerpos realistas con los que fueran incorporados en Guayaquil.[46]​ Los patriotas quiteños encontraron la oposición y el rechazo de Cuenca, Guayaquil y Pasto y la rebelión fue fácilmente sometida siendo la mayoría de los principales líderes capturados.

Para enfrentar a Buenos Aires el virreinato del Perú de Abascal auxilió a los realistas de las provincias de Córdoba y Charcas sobre las cuales trataban los patriotas argentinos de extender la independencia. El Alto Perú fue separado provisionalmente por Abascal del virreinato del Río de la Plata y anexionado al virreinato peruano como lo fue hasta 1776.

Teniendo como base los cuerpos milicianos de la Intendencia del Cuzco a los que posteriormente se sumaron los creados en el Alto Perú, el 13 de julio de 1810 el virrey Abascal organizó el llamado Ejército de operaciones del Alto Perú que tuvo entonces como principal oponente al Ejército del Norte que con el apoyo de montoneras y guerrillas de Charcas trató infructuosamente de socavar la dominación española en el Alto Perú que ocupó y desocupó continuamente, de forma que el virreinato logró contener y derrotar su avance en tres importantes campañas ofensivas, aunque tampoco pudo avanzar más allá del territorio en disputa ni peligrar la independencia de Buenos Aires, lo que a la postre produciría la independencia de Chile y daría lugar a la expedición libertadora al Perú, permitiendo a Bolívar y la corriente libertadora del Norte concluir con la dominación española y dar fin al último baluarte realista en América del Sur.

Si bien los virreyes concentraron la mayor parte de sus esfuerzos militares en el frente altoperuano, no descuidaron a la Capitanía General de Chile, donde los patriotas chilenos habían organizado una junta autónoma de gobierno en Santiago el 18 de septiembre de 1810. Esta junta tenía la finalidad de mantener en un comienzo la lealtad al rey español ante la invasión francesa de España, pero con el tiempo se fue radicalizando el pensamiento de la junta al querer buscar una separación definitiva con la metrópoli.

Este hecho motivo a que el virrey Abascal se viera en la necesidad de enviar a Chile un ejército para derrocar a los patriotas chilenos. El virrey planificó inicialmente enviar una poderosa fuerza de 1.500 soldados del virreinato peruano, pero viendo el caos político que había en Chile y la necesidad de dichas tropas en otros frentes, optó por enviar un grupo de oficiales y reducido número de soldados con la idea de organizar un ejército con tropas chileno realistas. Esta misión fue encargada al brigadier Antonio Pareja que salió del Perú con sólo 20 oficiales y 50 soldados[47]​ más algunos recursos militares como armas, dinero y uniformes para formar un ejército en las provincias chilenas leales al rey con el cual sofocar la rebelión.[48]​ Estas provincias que eran de la zona sur de Chile demostraron no ser muy afectas a la causa patriota y sus habitantes pasarían a formar el grueso del Ejército Real de Chile que lograría vencer a los patriotas.[49]

El brigadier Pareja, al llegar a Chile por vía marítima a comienzos de 1813, comenzó la campaña con relativo éxito al obtener para la causa realista recursos y tropas locales, y hacerse con el control de los territorios al sur del río Maule. Sin embargo, su ejército sufrió luego varios reveses militares y él muere a causa de una enfermedad en mayo de ese año, teniendo como consecuencia la pérdida del territorio ganado al inicio. En esos momentos difíciles llegaba del Perú un refuerzo enviado por el virrey compuesto de dinero, funcionarios administrativos y 38 oficiales a cargo del brigadier Simón Rábago que venia como segundo jefe de Pareja. Este refuerzo fue capturado en junio por los patriotas en Talcahuano.[50]

Al tener conocimiento el virrey de la situación de los realistas en Chile envió una nueva expedición a cargo del brigadier Gabino Gainza, recientemente nombrado capitán general de Chile, quien con 200 soldados escogidos del regimiento Real de Lima, del que era jefe, se embarcó para el sur llevando también los pertrechos necesarios para reforzar a los realistas chilenos. Gainza desembarcó en Arauco a comienzos de 1814 con sus tropas y un refuerzo de 600 hombres enviado desde Chiloé,[51]​ y procedió a unirse a las tropas realistas que había en el territorio y que estaban interinamente bajo el mando del teniente coronel Juan Francisco Sánchez luego del fallecimiento de Pareja. Al tomar Gaínza el mando efectivo de todas las tropas reavivó la guerra contra los independentistas chilenos, que había caído en una situación de cierta inmovilidad. Se sucedieron durante tres meses varios enfrentamientos que no produjeron resultados concluyentes, solo agotaron y dejaron en pésimas condiciones logísticas a ambos bandos por lo que luego de varias negociaciones Gaínza firmó con los patriotas el Tratado de Lircay, en el cual logró que los revolucionarios aceptaran la soberanía de Fernando VII rey de España, pero comprometiéndose el jefe realista a abandonar con sus tropas la provincia de Concepción. Este acuerdo indignó al virrey, provocando la destitución de Gainza del mando del ejército y nombrando en su lugar al coronel Mariano Osorio. Este nuevo oficial dirigió una nueva expedición a Chile llevando de refuerzo al batallón Talavera de la Reina y una compañía de artillería con 6 piezas, parte de esas tropas habían llegado recientemente llegados de la Península pero la mayoría eran peruanas.[52]​ Una vez en Chile Osorio organizó el ejército y marchó hacia Santiago para vencer de una vez a los patriotas. En esos momentos los patriotas venían recién saliendo de una guerra interna provocada por las desavenencias entre sus principales líderes, pero se volvieron a unir para hacer frente al nuevo avance realista. Sin embargo, los patriotas con un ejército mermado por la lucha interna mencionada y ante las vacilaciones de sus jefes para ejecutar un plan que les diera el triunfo, son finalmente derrotados en octubre por las tropas de Osorio en Rancagua, provocando la caída del gobierno independentista y la huida a las provincias argentinas de los principales líderes y los restos del ejército patriota.

En 1816, tras diez años de gobierno y exitosas campañas militares el virrey Abascal regresó a España, le sucedió Joaquín de la Pezuela militar que se había distinguido en la guerra del Alto Perú, sin embargo su gobierno no empezó con los mejores auspicios pues en febrero de 1817 el general José de San Martín cruzó la cordillera hacia Chile a la cabeza de un numeroso Ejército de los Andes, reunido en Mendoza y formado por soldados argentinos y algunos restos del derrotado ejército chileno al mando de O'Higgins, tomando por sorpresa y disperso al Ejército Real de Chile venciéndolo en la Batalla de Chacabuco tras lo cual ocupó la capital.

Estas noticias causaron conmoción en Lima, por lo que el virrey dispuso el envió de una tercera expedición nuevamente al mando del brigadier Osorio, compuesta de compuesta por 3.276 hombres y 10 piezas de artillería[54]​ con ella iban algunos soldados españoles recientemente llegados al Perú formados por el batallón Burgos y el escuadrón de Lanceros del Rey, este pequeño número de tropas europeas sería el último que se recibiría como refuerzo de la metrópoli. Una vez en Chile y reforzado con el ejército real de esa capitanía Osorio al mando de 4.612 hombres con 14 cañones obtuvo un sorpresivo triunfo en Cancha Rayada sobre los patriotas que contaban con casi el doble de hombres y cañones (8.011 soldados y 33 cañones) sin embargo y pese a sufrir considerables bajas (2.420 hombres entre muertos, heridos y dispersos) San Martín logró reagrupar sus tropas y obtener un decisivo triunfo en Maipú que consolidó la independencia de Chile. Esta derrota desprestigio hondamente al virrey Pezuela y al brigadier Osorio.

Para afianzar su independencia el nuevo gobierno de Chile organizó una expedición libertadora al Perú que dueña del mar desembarcó, al mando de San Martín, al sur de Lima en 1820. Los jefes realistas sumamente descontentos por el rumbo que había tomado la guerra depusieron a Pezuela en enero de 1821, nombrando al teniente general José de la Serna nuevo virrey del Perú, quien optando por una nueva estrategia se retiró al Cusco, ciudad a la que designó capital del virreinato.

Tras independizar las actuales Venezuela, Colombia y Ecuador, Simón Bolívar se entrevistó con San Martín acordando colaborar con la independencia peruana en retribución al apoyo de tropas independentistas peruanas en la Batalla de Pichincha. Esta ayuda se materializó en 1823, cuando dos divisiones colombianas de 3.000 hombres cada una se sumaron al ejército unido libertador.

Tras proclamar la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, los independentistas peruanos, argentinos y chilenos comenzaron en Cerro de Pasco una prometedora campaña para derrotar al Ejército Real del Perú mandado por el virrey La Serna. Pero los realistas, bajo una sólida subordinación militar, destruyeron sucesivos ejércitos independientes. El primero en las campañas de Ica, comandado por los patriotas Domingo Tristán y Agustín Gamarra, un año después en las campañas de Torata y Moquegua aniquilaron la Expedición Libertadora dirigida por Rudecindo Alvarado, retirado José de San Martín tras la Entrevista de Guayaquil. El inesperado año 1823 terminaba con la destrucción de otro ejército patriota comandado por Andrés de Santa Cruz y Agustín Gamarra, en otra campaña abierta sobre Puno, que comenzó con la batalla de Zepita, que ocupó la ciudad de La Paz el 8 de agosto, consiguiendo llegar a Oruro en el Alto Perú. El virrey La Serna terminó la campaña de Zepita desbandando las tropas aisladas de Santa Cruz y recuperando Arequipa tras batir a Antonio José de Sucre, quien reembarcó a los colombianos el 10 de octubre de 1823, salvándose con sus tropas pero perdiendo la mejor parte de su caballería. El 16 del mismo mes el general Olañeta destruyó la montonera del comandante José Miguel Lanza principal caudillo independentista del Alto Perú. Al concluir el año de 1823 las tropas reales se encontraban nuevamente en situación victoriosa.

Paradójicamente el golpe mortal a la causa realista en el Perú provino de los mismos realistas, al comenzar el año 1824, los 5.000 soldados que componían el ejército del Alto Perú fueron sublevados por el caudillo absolutista español Pedro Antonio Olañeta contra el virrey del Perú, tras saberse que en España había caído el gobierno Constitucional. Olañeta ordenó el ataque de los realistas altoperuanos contra los constitucionales del virreinato peruano dando una magnífica oportunidad a Bolívar para iniciar una campaña definitiva contra las aisladas tropas del general Canterac, recibiendo la orgullosa caballería del ejército real una primera gran derrota en la batalla de Junín lo que seguido a la orden de retirada a vista del enemigo desmoralizó a los veteranos del ejército del Norte.

Las desalentadoras noticias de Junín no tardaron en llegar al Alto Perú junto con las terminantes órdenes de virrey a Valdés para que abandonara la campaña y volviera precipitadamente al Bajo Perú para hacer frente a Bolívar. El ejército que había cruzado el desaguadero se encontraba ahora reducido a esqueleto.

Pese a que las tropas del virrey lograron derrotar a Olañeta en el Alto Perú esta campaña fratricida significó la desaparición de 10 000 veteranos soldados realistas de ambos bandos y el desmontaje del aparato defensivo realista, el virrey trató desesperadamente de organizar un nuevo ejército recurriendo a la recluta masiva de campesinos en la sierra pero estas tropas carentes de instrucción y disciplina no eran comparables a las que tantos triunfos habían obtenido en las campañas anteriores y que ahora se encontraban casi todas en el sepulcro o el hospital. Aun así el virrey obtuvo un sonado y último triunfo en Corpahuaico que de haber sido aprovechado podría haber resuelto la campaña en su favor, pero sus tropas recibieron una aplastante derrota en Ayacucho, tras la cual su bisoño ejército se dispersó por completo. Incapaz de continuar la lucha el Ejército Real del Perú capituló tras la batalla.

José de La Serna, Comandante en Jefe
José de Canterac, Jefe de estado mayor

El brigadier José Ramón Rodil, comandante militar de las fortalezas del Callao, se negó a acogerse a la capitulación de Ayacucho confiando en que aun podría recibir refuerzos de España y asediado en los Castillos del puerto resistió un sitio de casi dos años, contaba para su defensa con los veteranos regimientos Real de Lima y Arequipa junto a los soldados independentistas desertores que se le habían unido. Se habían refugiado también en el Callao millares de civiles realistas que perecieron en gran número por hambre y enfermedad, finalmente en enero de 1826 cuando la mayoría de sus soldados habían muerto y los sobrevivientes se alimentaban de ratas, Rodil aceptó capitular ante el comandante del asedio, el general Bartolomé Salom, obteniendo condiciones honrosas y llevando consigo las banderas de sus regimientos que fueron las últimas en abandonar el Perú. Con la entrega del Callao, desapareció el último ejército español de América del Sur.

Las primeras noticias del llamado desastre de Ayacucho llegaron a España como rumores procedentes de Gran Bretaña desde donde el ministro español Camilo Gutiérrez de los Ríos había escrito a su gobierno que el ministro de Asuntos Exteriores de ese país, George Canning, le había comunicado la noticia "nada menos que de un triunfo completo del rebelde Bolivar sobre el ejército realista del Perú". La confirmación de este rumor llegó a España en mayo de 1825 con el coronel José María Casariego quien procedente del Perú portaba los pliegos mandados por el virrey La Serna. El 17 de mayo la Gaceta de Madrid, publicaba que no había una confirmación oficial de los hechos y que las fuerzas realistas se estaban recuperando. Sin embargo con la llegada de los primeros oficiales capitulados en Ayacucho estas esperanzas se desvanecieron. Ante lo inesperado de la derrota de un ejército cuyas noticias recibidas el año anterior reportaban solo victorias algunos medios de prensa publicaron entonces que la batalla había sido perdida por traición acusando a los jefes realistas de masónicos y liberales. En adelante todos ellos serían conocidos despectivamente como "ayacuchos" y aunque la corona les confió cargos altos y de confianza, este mote perduraría en el tiempo.[60][61]

Refiere el general Guillermo Miller en sus memorias que tras la capitulación de Ayacucho algunos soldados realistas se incorporaron al ejército patriota pero que la gran mayoría se dispersaron y regresaron a sus hogares,[63]​ respecto a los oficiales peruanos hubo varios que entraron a servir en el ejército republicano aunque muchas veces sufriendo el desprecio de quienes pese a haber servido también en el ejército real habiánse unido a los independentistas antes de Ayacucho, estos oficiales conocidos como "capitulados" sufrían la misma estigma que los "ayacuchos" en España.

Altos oficiales españoles como Andrés García Camba y Jerónimo Valdés dedicaron la redacción de sus Memorias sobre la guerra de independencia peruana a defenderse del epíteto de ineptos, cobardes e incluso traidores que recibían de parte de la sociedad española y en especial de sus enemigos políticos, a esta labor se sumaron historiadores como Mariano Torrente, todos ellos resaltaron la desesperada lucha que sostuvieron en el Perú por los derechos del Rey y su patria, manteniendo una guerra desigual y venciendo muchas veces a ejércitos multinacionales que les doblaban en número y elementos señalando que mientras los independentistas peruanos podían recibir refuerzos de Colombia, Chile y Argentina por un océano dominado por sus flotas, ellos se encontraban aislados de la metrópoli; haciendo además especial mención a la traición de Olañeta como verdadera causa de la ruina del ejército real.

Los altos jefes realistas, la mayoría de ellos peninsulares, obtuvieron en las condiciones de capitulación de Ayacucho y el Callao que el gobierno republicano les costeara los pasajes a España comprendiendo también a los individuos de tropa expedicionaria que habían sobrevivido a los 16 años de campaña. No obstante algunos de estos oficiales entraron a servir a la república obteniendo la nacionalidad peruana por sus posteriores servicios aunque hubo varios que volvieron a caer en desgracia por apoyar al caudillo perdedor en una de las tantas guerras civiles peruanas que se sucedieron hasta mediados del siglo XIX.[65]

Tras la restauración del gobierno absolutista de Fernando VII en España mediante la intervención militar francesa al mando de Luis Antonio de Francia, los gobiernos de Inglaterra y Francia dejan reflejado en el mismo año 1823, en el Memorándum Polignac, su acuerdo de no intervenir en América en ayuda del rey español. En el año 1830 Fernando VII de Borbón pierde toda posibilidad de ayuda por parte de absolutismo francés con la caída del gobierno borbónico en Francia y el ascenso al trono francés del constitucional Luis Felipe. Finalmente todos los planes españoles de reconquista de América cesan con el fallecimiento del monarca Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, momento en que se pone punto final en España a toda operación militar contra la independencia de los estados hispanoamericanos.[66]



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Comentarios
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Victor:
El contenido del articulo no esta de acuerdo con fotos mostradas en éste.
2023-05-06 21:22:50
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