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El 3 de mayo en Madrid



El 3 de mayo en Madrid (también conocido como Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío[2][3]​ o Los fusilamientos del tres de mayo[1]​) es un cuadro del pintor español Francisco de Goya terminado en 1814 que se conserva en el Museo del Prado (Madrid, España). La intención de Goya al elaborarlo era plasmar la lucha del pueblo español contra la dominación francesa en el marco del levantamiento del dos de mayo, al inicio de la guerra de la Independencia española. Su pareja es El dos de mayo de 1808 en Madrid —también llamada La carga de los mamelucos—. Ambos cuadros son de la misma época y corriente artística. Su técnica y cromatismos propios del Goya maduro. Goya sugirió el encargo de estos cuadros de gran formato a la regencia liberal de Luis María de Borbón y Vallabriga, antes de la llegada del rey Fernando VII. Habitualmente se decía que adornaron un arco del triunfo dedicado al rey en la Puerta de Alcalá. Sobre ello se tienen relatos que narran la entrada de Fernando VII a Madrid, que, concretamente, afirman:

pero últimas investigaciones lo desmienten.[5]​ En cualquier caso, la intención de Goya para hacer estos cuadros queda plasmada en una carta autógrafa del aragonés, donde escribe:

La pintura es oscura, muestra imágenes fuertes y crea el arquetipo del horror en la pintura española, que Goya aprovechó en esa época para sus aguafuertes titulados Los desastres de la guerra.

El 3 de mayo de 1808 ha inspirado numerosos cuadros, como El fusilamiento de Maximiliano, de Édouard Manet, así como otras obras de este relativas a la acción bélica. Guernica y Masacre en Corea son las dos obras de Pablo Picasso en que se aprecia la influencia de Los fusilamientos.

En la década de 1850 el pintor José de Madrazo —entonces director del Prado— puso en duda que Goya hubiese pintado este lienzo. Afirmó que «el cuadro es de calidad muy inferior a otros retratos del maestro Goya».[8]​ Décadas después, durante el apogeo del impresionismo y del Romanticismo, adquirió fama mundial al ser considerada antecedente directo de tales estilos. La obra fue trasladada a Valencia en 1937 junto con todo el fondo del Museo para evitar posibles daños durante la Guerra Civil, pero durante el trayecto la obra sufrió un accidente. Los desperfectos se fueron reparando gracias a las restauraciones emprendidas en 1938, 1939, 1941 y 2008. En esta última restauración, realizada por Clara Quintanilla, se ha procedido a la limpieza y restauración completa del cuadro, a base de rebajar los barnices amarillentos que cubrían gran parte de la obra y se han reintegrado algunas partes que resultaron dañadas en el accidente.[9]

Napoleón Bonaparte se autoproclamó cónsul de la Primera República Francesa el 18 de febrero de 1799, y en 1804 Pío VII le coronó emperador. España controlaba el acceso al mar Mediterráneo y poseía varias colonias, por lo que era un punto crucial en el mapa europeo que los franceses debían dominar cuanto antes. Carlos IV, un hombre abúlico y desinteresado por el gobierno, era el rey de España desde 1788. La reina María Luisa de Parma y su supuesto amante, el primer ministro Manuel Godoy, eran quienes manejaban el reino.[10]​ Napoleón tomó ventaja de la situación y propuso al gobierno español conquistar Portugal y repartirlo entre ambas naciones.[11]​ El Príncipe de la Paz —como se conocía a Godoy— negoció el trato y poco después acepta gustoso la oferta, y permite a los franceses penetrar en territorio español. Sin embargo, las verdaderas intenciones del emperador eran otras, conquistar España y Portugal simultáneamente y situar a su hermano José Bonaparte —desde 1806, soberano de Nápoles— a la cabeza de ambos reinos. Pero el acuerdo casi subrepticio de Godoy con el Primer Imperio Francés desató descontento en varias esferas de la sociedad española, lo cual fue capitalizado por el príncipe Fernando de Borbón, acérrimo adversario de Godoy. Junto a otras personalidades del gobierno, como el infante Antonio Pascual, Fernando entendió claramente que era un plan de los franceses para hacerse con el reino y pensó en asesinar al ministro e incluso a sus padres, para tomar él el poder y sacar a las tropas de Napoleón.[11]

Más de 20 000 soldados franceses entraron a España en noviembre de 1807, con la misión de reforzar al ejército hispano para atacar Portugal. Los españoles no opusieron resistencia y permitieron su libre tránsito.[12]​ Hacia febrero de 1809, los auténticos planes de Napoleón comenzaron a saberse y hubo pequeños brotes de rebeldía en varias partes de España, como Zaragoza.[13]Joaquín Murat, comandante de las fuerzas francesas, creía que España reaccionaría mejor bajo el mando de José I de Nápoles, hermano de Napoleón, que gobernada por Carlos IV o por su hijo Fernando. Así lo expresó al emperador en una carta del 1 de marzo de 1808.[14]​ En marzo se produce el motín de Aranjuez. Carlos IV debe destituir a Godoy y este tiene que salir del país por temor a morir linchado a manos del pueblo. Obligado por la penosa situación, el rey abdica y Fernando se convierte en el nuevo monarca español. Al conocer los sucesos en España, Napoleón se precipita y aprehende a Fernando VII, que debe devolver la corona a su padre y este la pone en manos del francés. Napoleón no duda en traspasar la corona a su hermano y desde el 6 de junio de 1808, José Bonaparte es rey de España.

El pueblo español había aceptado gobernantes extranjeros en el pasado —la Casa de Borbón en 1700, con Felipe de Anjou (posteriormente Felipe V) como rey—, pero esta vez no estaba dispuesto a permitir una ocupación francesa. El lunes dos de mayo, el gobierno invasor decretó la salida de los últimos miembros de la familia real, entre ellos los infantes María Luisa y Francisco de Paula. Al percatarse de ello, el cerrajero Blas Molina gritó al pueblo: «¡Traición! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todos los miembros de la familia real! ¡Muerte a los franceses!». Comenzó así el levantamiento. Murat escribió sobre ello a José Bonaparte que «el pueblo de Madrid se ha levantado en armas, dándose al saqueo y a la barbarie. Corrieron ríos de sangre francesa. El ejército demanda venganza. Todos los saqueadores han sido arrestados y serán fusilados».[15]​ Tal como escribió el general, esa noche comenzó en la capital una implacable persecución de presuntos sublevados. Cualquiera que llevase una navaja —común entre los artesanos madrileños— era arrestado y condenado a muerte sin previo juicio. Las ejecuciones se realizaron a las cuatro de la mañana en Recoletos, Príncipe Pío, la puerta del Sol, La Moncloa, el paseo del Prado y la puerta de Alcalá.[16]​ Cerca de allí se encontraba la montaña del Príncipe Pío, donde se dieron los sucesos que inspiraron a Francisco de Goya para la obra que emprendería un lustro más tarde. Pocos días después, la población de Madrid tenía ya en un altísimo concepto de heroicidad a los caídos la noche del tres de mayo y algún tiempo después circularon estampas en las que conmemoraba su lucha contra Napoleón —visto ya como la personificación del Anticristo católico—.

La vasta mayoría de los ejecutados en Príncipe Pío —actualmente conocida como plaza de España— eran condenados por una Comisión Militar que no les concedía derecho a defensa, aunque casi todos los rehenes habían participado activamente en la insurrección y se les aprehendió con las armas en la mano.[17]​ Goya debió de documentarse abundantemente para sus obras —como era habitual en él— y para ello utilizó algunos testimonios de presos que lograron fugarse, como uno que huyó hacia la ribera del Manzanares.[18]

El pintor conmemorará los hechos acaecidos en la reyerta del dos de mayo en La carga de los mamelucos, donde un grupo de milicianos franceses a caballo pelean contra el pueblo sublevado en la puerta del Sol, escenario de varias horas de fiero combate.[14]​ Muchos de los rebeldes fueron sofocados, arrestados y fusilados en las localidades cercanas a Madrid durante los días siguientes, hecho que representa El tres de mayo de 1808. La oposición española persistió durante los siguientes cinco años, en forma de una dura guerra de guerrillas.[14]​ Tiempo más tarde unieron sus ejércitos con portugueses y británicos, bajo la dirección de Arthur Wellesley, duque de Wellington —militar que tuvo su «bautizo de fuego» en la Península hacia agosto de 1808—. Como ya se ha dicho, en la época en la que Goya concibe este cuadro los españoles habían mitificado a tal extremo a los rebeldes de mayo de 1808 que eran ya sinónimo de patriotismo y heroísmo.[19]

Como otros españoles de ideas liberales y próximas a las de la revolución francesa —llamados, casi peyorativamente, «afrancesados», en referencia a su supuesta simpatía por Bonaparte—,[21]​ Goya mantenía una difícil postura ante la invasión francesa, puesto que mantenía esperanzas de que España sufriese cambios similares a los que vivió el vecino país años atrás, al tiempo que se sentía herido en lo más profundo de su orgullo español.[22]​ Compartía esta visión con otros amigos intelectuales como Juan Meléndez Valdés y Leandro Fernández de Moratín. Un autorretrato de Goya de 1798 fue regalado al embajador francés Ferdinand Guillemardet, quien profesaba al aragonés una gran admiración.[23][24][25]​ Para mantener su puesto de pintor de cámara, Goya debe servir a José I Bonaparte —véase la Alegoría de la villa de Madrid—, a pesar de que siempre ha sentido un desprecio por la autoridad y llega a degradarla en sus retratos.[26][27][28]​ Mientras tanto, es testigo de la forma en que sus compatriotas pelean ante los franceses, lo que motivará algunas obras en que refleja la crueldad de los actos bélicos.[29]​ Celebérrimo es El coloso —basado en los horrores físicos de la invasión y en La profecía del Pirineo, poesía de Juan Bautista Arriaza—. Las acciones de la lucha hispanofrancesa le inspiran a grabar la serie conocida como Los desastres de la guerra (1810-1815).[23]

En febrero de 1814 los franceses son expulsados de España y Goya aprovecha para escribir una carta —fechada el 24 de febrero— al gobierno provisional, presidido por Luis María de Borbón y Vallabriga, donde propone la realización de una pintura que pudiese «perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa».[32]​ Ello no obsta para que Mena considere que «no existe documentación relevante, para aclarar si la idea de estos grandes lienzos partió de Goya. Su carta, que no se conserva, pudo haber sido su contestación y sus condiciones económicas a un encargo de la regencia de preparar una serie de lienzos conmemorativos de la defensa contra Napoleón, ante el inminente regreso de Fernando VII, que entraba en Madrid el 19 de mayo de ese año». Así, el 9 de marzo la Tesorería le informaba de la siguiente manera, a fin de que comenzara a trabajar cuanto antes en sus cuadros:

A pesar de no conocerse a ciencia cierta si presenció o no las revueltas y los ajusticiamientos,[23]​ han existido muchos intentos de probar que así fue.[33]​ Por aquel tiempo el aragonés habitaba una casa sita en la esquina de la Puerta del Sol, marco de la más brutal matanza del pronunciamiento. Supone Antonio de Trueba que el pintor presenció los eventos de mayo de 1808. Esto se lo contó, supuestamente, Isidoro Trucha, el jardinero de Goya, que afirma haber acompañado al pintor durante la noche de la masacre a observar los cuerpos de los ejecutados. El testimonio de Trucha es reconstruido por Trueba: «en medio de charcos de sangre vimos una porción de cadáveres, unos boca abajo, otros boca arriba, en la postura del que estando arrodillado, besa la tierra, otro con las manos levantadas al suelo, que pide venganza o tal vez misericordia».[34]​ Es probable que sea verídico, pues la narración incluye la descripción de «un personaje temeroso y mordiéndose los puños» y «un charco de sangre», que en el cuadro Goya pintará con gran realismo.[35]

Puede decirse que es pionera de una nueva generación pictórica, que rompe con las costumbres artísticas impuestas por el cristianismo y el Antiguo Régimen, ya en decadencia. No tiene ningún precedente en las pinturas de guerra y es reconocida como una de las primeras obras de lo que se conoce como arte contemporáneo. Kenneth Clark es tajante al afirmar «es la primera pintura que puede llamarse grande y revolucionaria en toda la extensión de la palabra, en su temática, en su género y en su intención».[36]

Goya prescinde de los elementos del neoclasicismo imperante para representar la gesta. Coloca únicamente en el cuadro a los ejecutados y a sus poco visibles captores.

Se trata, en fin, como considera Bozal,[37]​ de uno de los cuadros más apreciados y que más repercutieron en la obra de Goya y en la forma en que ha sido examinada. También, enuncia el historiador, refleja como pocas obras el punto de vista contemporáneo hacia la comprensión de la esencia de toda conflagración.

Habitualmente podría esperarse un cuadro que ensalzara al héroe como protagonista del cuadro. Bozal aprecia que Goya pudo colocar en el centro de su composición a los militares que más descollaron durante la guerra, Daoíz y Velarde, para establecer un opuesto paralelismo con aquellas obras que manifestaban el poder del emperador galo —cuyo prototipo era Napoleón cruzando los Alpes—.

El aragonés crea una composición en que el protagonismo cae en manos del colectivo anónimo que llega al más bajo estrato de violencia, diferenciándose de las estampas sobre el tema que habían publicado Tomás López Enguídanos, Zacarías González Velázquez y Juan Carrafa. Estas imágenes fueron reproducidas por José Ribelles y Alejandro Blanco (h. 1813), y para cuando Goya aborda la ejecución de sus cuadros de historia, las láminas —constituidas a modo de Aleluya— ya eran parte de la imaginación popular.

Se categoriza dentro de la pintura histórica, que tenía algunos antecedentes en el arte español e italiano, pero ninguno tan realista como el de Goya.[38]​ En lontananza se admira la silueta de algunos edificios, pero se aprecian tan desdibujados que no logran identificarse con exactitud.[38]​ Sin embargo, no es inverosímil la hipótesis de que uno de ellos pueda tratarse del Cuartel del Conde-Duque, visible desde el monte del Príncipe Pío.

Contrasta demasiado con su pareja, La carga de los mamelucos. Aquí la fuerza escénica recae en el momento previo a la ejecución y no en los instantes de esta. Los franceses no tienen rostro, a manera de enemigo anónimo y mortífero. Señala Glendinning que el único intento de Goya por suavizar el tremebundo impacto psicológico que produce un fusilamiento son los poco claros frontispicios de construcciones.[38]

Entre los personajes que van a ser asesinados existe una enorme diversidad: un religioso en actitud de oración; un hombre con gorra que espera con resignación su inminente destino; el hombre en primer plano, que alza las manos al cielo.[39][40]​ Incluso es posible la categorización de los prisioneros en tres grupos: los ya muertos, los que están siendo fusilados y los que aguardan su turno. La irrupción de la mujer en el cuadro es notoria, aunque es una sola fémina.[38][41]

Como es habitual en Goya, hay múltiples variedades de interpretaciones. Tiene una composición equilibrada y una tonalidad oscura y pavorosa, herencia de lo Sublime. Se ha dicho que quizá se pintó a modo de complemento para La carga, a pesar de que este tiene una composición y tonos totalmente distintos. Schlegel le definió como «romántico», un término aún en ciernes. También afirmó que «Goya marca en ello un deseo de romper con las costumbres del siglo XVIII».[42]

El momento capturado por Goya en el lienzo acaece durante la madrugada del 3 de mayo de 1808.[43]​ Clark indica que las víctimas y los verdugos se enfrentan en un estrecho espacio, al afirmar que «una pincelada del genio ha contrastado las actitudes de los soldados y el objetivo irregular de sus rifles».[44]​ La lámpara que yace en el suelo se transforma en la fuente de luz, perceptible en la tonalidad amarillenta que muestra el cuadro en su parte central, para toda la obra, y la mayor parte de la iluminación recae en los muertos localizados en la izquierda y en el fraile que reza arrodillado. Así podrían cumplirse las órdenes de un implacable Murat, deseoso de venganza que decide ejecutar a religiosos y miembros de las clases bajas en un intento por acallar la resistencia de los españoles.[45]​ En el desorden que refleja el conjunto de las figuras subyace el deseo de Goya por únicamente conmemorar a las víctimas, pero no crea un fortísimo sentimiento patriótico que ensombrezca al rey Fernando.[45]

El grupo de militares erecto en el lado derecho está sumido por completo en la sombra y aparentan formar un conjunto monolítico.[46]​ Al observarse desde la distancia podría parecer que las bayonetas, los uniformes y el resto de las armas se han metamorfoseado en artefactos implacables e inmutables. Tampoco se pueden contemplar las caras de los soldados, pero una de las víctimas reacciona horrorizada al mirar a los soldados, convirtiéndose ambos gestos en una fuente inagotable de dramatismo para la obra —en especial si se admira el cuadro desde lejos—. El papel de la multitud de personas que se mantienen alejados de la ejecución y que cargan antorchas no se ha dilucidado, pero las dos hipótesis más difundidas establecen que se trata de soldados o de simples curiosos.[47]

Mena sugiere, a diferencia de lo planteado por Glendinning y Tomlinson, que Goya ha recreado con maestría el enclave del sacrificio patriótico con una exactitud casi topográfica. La historiadora sostiene que es posible identificar edificios destruidos en el siglo XIX —el cuartel del Prado Nuevo, el colegio de doña María de Aragón, el cuartel del Conde Duque e incluso el palacio de Godoy—. También, señala Mena, se puede reconocer, a tenor de los uniformes, a los soldados como parte del Batallón de Marineros de la Guardia Imperial. Junto a su sable de tiros largos, los soldados llevan también el capote de reglamento. Respecto a esta cuestión Mena conjetura que la noche se había tornado fría debido a la lluvia.

La misma estudiosa afirma que el cuadro obtiene cierto rigor histórico al pintar Goya a un sacerdote, pues en la montaña del Príncipe Pío fue el único lugar en todo Madrid donde esa noche se ajustició a un eclesiástico, Francisco Gallego y Dávila. El conjunto de los historiadores concuerda en destacar el aspecto físico de los condenados, algunos sin camisa y mal vestido. Su captura, el día anterior, se produjo durante una jornada calurosa y soleada.

Es muy factible que La carga de los mamelucos y El tres de mayo de 1808 hayan sido planeados como parte de una serie mayor. Tomlinson[48]​ y Buendía[49]​ defienden la idea de que Goya pintó cuatro óleos para representar los hechos de mayo de 1808 en la capital española: los dos ya conocidos, Levantamiento de los patriotas ante el Palacio Real y La defensa del Parque de Artillería. Fuente vital para dicha teoría constituyen los testimonios de José Caveda, académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que escribió en 1867 un informe en el que mencionaba otras dos pinturas alusivas al dos de mayo por parte del aragonés, y Cristóbal Férriz —coleccionista y estudioso del arte goyesco que indaga sobre los ya mencionados temas de las obras que hoy permanecen en paradero desconocido—.[48]​ Algunos estudios, como el de Janis Tomlinson, hablan acerca de la desaparición como una medida que reprobaba tajantemente la representación de la revuelta popular ofrecida por dichos cuadros de Goya.[48]

El estudio de la pieza ha provocado reacciones divergentes. Se le considera una de las mejores obras de la pintura de historia, pero el poco heroico carácter que muestran los personajes del lienzo hace que muchos críticos pongan en duda su idoneidad para representar una escena bélica. El escritor Richard Schickel analiza las deficiencias técnicas e historiográficas de El tres de mayo, como la colocación en ángulos estrechos de los soldados. Según él, ello se aleja de ser realista, ya que Goya solo deseaba alcanzar el reconocimiento académico por este cuadro y su pareja, sino reforzar el impacto de la guerra y perdurar la memoria del levantamiento en el pueblo español. Esta teoría, de acuerdo a Schickel, se apoya en la carta del pintor a la regencia.

El atractivo principal de El tres de mayo consiste en el manejo de la técnica, apartándose de las convenciones pintoresquistas vigentes.[51]​ El Romanticismo idealizó las obras de Goya y las tomó de ejemplo, pues estaban imbuidas de la injusticia, la guerra y la muerte; las temáticas predilectas —y que en su trabajo enfatizara Goya— de los artistas de dicha corriente.[47]La balsa de la medusa, de Théodore Géricault, y La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, son ejemplos de la pintura romántica que inspiró el aragonés.[50]

El asunto que trata este cuadro, así como su estructura, tienen bases en la iconografía tradicional del martirio en el arte cristiano. Esta cuestión se halla ejemplarizada por el dramático empleo del claroscuro, yuxtapuesto a la inevitable ejecución.[52]​ Se puede admirar la impronta de algunos trabajos religiosos de José de Ribera, con la tortura y la muerte final como característica común, un elemento habitual en la pintura española hasta el siglo XIX.[53]

En el centro, el hombre de camisa blanca con los brazos abiertos en el punto central recuerda la crucifixión de Cristo, pues su postura evoca a Jesús de Nazaret en el monte de los Olivos —véase el cuadro homónimo de Caravaggio y El prendimiento de Cristo o Cristo en el huerto de los olivos, del propio Goya—.[52]​ La figura central de nuevo porta un estigma en la mano, muy parecida a las marcas de Cristo.[52]​ La linterna sita en el centro ha sido, tradicionalmente, un instrumento atribuido a la soldadesca que prendió a Jesucristo. Sobre todo a partir del siglo XII abundan las representaciones de los romanos —que portan una linterna— arrestando a Jesús, y Pedro intentado frustrar sus planes con una espada, acción que evita Cristo.

Además, existen en El tres de mayo algunas otras referencias al arte del cristianismo, como la gama cromática —los principales colores que se muestran son el amarillo y el blanco, a la sazón, los símbolos heráldicos del papa—.[52]​ A diferencia de la iconografía cristiana, aquí no persiste el ideal de salvación que pregona el catolicismo, sino que se mira a la muerte como algo inevitable.

El ya mencionado recurso de la linterna surge durante los albores del barroco y es perfeccionado por Caravaggio, usándose tradicionalmente como una metáfora de la presencia de Dios.[54]​ De igual forma, la luz emitida por las antorchas o por un candelabro tiene connotaciones religiosas, pero en El tres de mayo demuestra una intención totalmente diferente a lo hasta entonces conocido. El pelotón de fusilamiento se mueve en penumbras, y trata, quizás, de infligir más dolor a sus víctimas.[54]

El conjunto de los fusilados permanece tan anónimo como sus verdugos. Los prisioneros ruegan a Dios, aunque no de la manera más ortodoxa. Al sentir que sus plegarias son desoídas, los patriotas españoles que han caído presos se dejan morir a manos de los franceses. Es aquí donde radica el punto crucial de la falta de heroísmo: la negativa de la salvación.

Como contrapeso a este punto Goya ha pensado en crear una apología del martirio vivido. Nuevamente vemos a los tres grupos de cautivos: un cadáver desfigurado y sangriento, los que en ese preciso momento son ajusticiados y los que pronto lo serán. Para Licht en Goya el martirio individual carece de sentido, lo que en el pintor será la génesis de toda una ejecución masiva.[52][55]

El italiano Giovanni Battista Tiépolo es autor de una de las obras más violentas y que supuran más dramatismo en todo el barroco: El martirio de San Bartolomé. Es muy probable que la hipótesis mencionada por Glendinning —relativa a que Goya debió de haber visto el cuadro en cuestión durante su viaje a Italia en 1771— sea verídica.[56]​ Así lo sostienen otros autores como Chantal Eschenfelder.[57]​ En todo caso, ambos lienzos irradian terror y merced a ello se convirtieron en piezas aclamadas por sus contemporáneos.

La manera de pintar retratos colectivos que Goya utiliza tiene un precedente en la historia del arte occidental, mas siempre se presentaba como una víctima que es asesinada en solitario.[58]Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío ofrece una visión menos catártica al crear una procesión de condenados que mueren uno tras otro.

La estética de lo Sublime ha quedado atrás, de forma que no hay posibilidad alguna de resurrección.[50]​ El efecto que Goya desea producir en el espectador es que el patriotismo está antes de todo, incluso que la muerte.[55]

Al creer que sujeto y sufrimiento están íntima e indisolublemente ligadas, Goya no hace ni el más mínimo intento por amortiguar su composición.[59]​ La pincelada carente de atractivo y a los colores sangrientos, circunscritos solo a la oscuridad,[60]​ originan una de las composiciones goyescas más fuertes y llenas de dramatismo, superada únicamente por las Pinturas negras.[59]

Con las mismas técnicas que las empleadas en Los caprichos, Goya utiliza el aguafuerte para generar los grabados de Los desastres de la guerra, inspirándose en las vivencias de la nación española durante los años de la lucha por la independencia. Antes de comenzar a realizar los grabados hizo algunos bocetos en uno de sus álbumes, conservado en el Museo Británico. En el álbum había dibujos preliminares de los grabados y detalles sobre la numeración de cada uno de ellos. Por ejemplo, Yo lo vi está numerado como 49, pero en la entrega final tuvo el número 15. También ofrece datos sobre el tipo de papel utilizado. En principio, el maestro de Fuendetodos usó papel importado de los Países Bajos, pero al agotarse debió emplear papel español.[61]​ Posiblemente hayan sido bocetos para otro cuadro relativo a la guerra, especialmente dedicado a los Sitios de Zaragoza, pero que la restauración del absolutismo frustró por completo.[62]​ Es una sucesión más completa y ordenada cronológicamente que Los caprichos, y la muerte es un tema muy socorrido en toda la serie. No solo mueren en la lucha los españoles, sino también ajusticiados por el invasor, situación que alude nuevamente a El tres de mayo.

Subraya Hagen la íntima relación que mantienen Los desastres de la guerra y El tres de mayo de 1808 en Madrid con una gama de grabados planeada por el francés Jacques Callot, intitulada Las miserias de la guerra.[63]​ Las estampas fueron tomadas de momentos acaecidos durante la Guerra de los Treinta Años. Su publicación en 1633 coincidió con la ocupación de la Lorena por las tropas francesas; se decía que estos hechos las inspiraron, aunque Callot había empezado a grabar las planchas tiempo antes. Dos siglos después de Callot, Goya procrea composiciones que, de igual forma, muestran el genocidio en masa.[64]​ Pero a diferencia de Callot Goya no se aleja de la violencia sino que mantiene al ajusticiado en primera línea, muestra la muerte sin formalidades y prácticamente exenta de todo orden.[65]

Sin embargo, no todo es un panorama desolador y destructivo en la mente del Goya que planeó Los desastres de la guerra, también hay escenas que representan el valor, sobre todo femenino, de los combatientes.[66]​ Otras obras de la época que de igual forma presentan los desastres causados por la lucha son Fabricación de pólvora en la Sierra de Tardienta y Fabricación de balas en la Sierra de Tardienta. Goya viajó a Zaragoza a petición de José de Palafox y Melci, a quien retrataría durante aquel tiempo, y —quizás— fruto de ese viaje fueron las estampas de la guerrilla ya mencionadas.[67]

No se puede mirar es una composición que insinúa claramente la participación de la mujer en la guerra, —semejante al número 4, Las mujeres dan valor—. Se presenta a una mujer con sus manos en actitud de oración, mientras unos soldados —que, como en El tres de mayo, no son visibles— acechan.[68][69]

Y no hay remedio es uno de los primeros grabados, producido en el punto álgido de la contienda y en que el panorama se tornó negro y desesperanzador. Se aprecia a un combatiente que será ejecutado por garrote vil, acusado de rebeldía ante los franceses. Su similitud con Los fusilamientos radica en la aparente derrota de los sublevados y en el ambiente oscuro y devastado que se plantea en la composición.[70]

Durante la guerra circularon estampillas —producto de la imaginación del colectivo popular— que brindaban una representación de las escenas de la guerra. Los fusilamientos eran parte integral del corpus de imágenes que mostraban escenas ocurridas durante la Guerra de Independencia,[71]Miguel Gamborino grabó en 1813 Los cinco religiosos fusilados en Murviedro, un grabado al aguafuerte y buril del que se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional y otro en el Gabinete de Dibujos y Estampas del Museo del Prado, y donde Napoleón I y sus ejércitos toman la forma de un incontenible Anticristo. Es factible que todos estos grabados, y en especial el de Gamborino, hayan podido inspirar a Goya.[72][73]​ El aguafuerte de marras tiene numerosas similitudes con El tres de mayo, especialmente en la posición física que adoptan los monjes al ser fusilados —eco de la de Cristo en el Calvario—. Pero el grabador no incluye el sentido de la iluminación pictórica como lo hace Goya.[74]

La postura de víctimas y victimarios en Goya recuerda a El juramento de los Horacios (1784), del artista francés Jacques-Louis David. En él, los jóvenes Horacios juran la bandera de Roma y preconizan a los militares de El tres de mayo, con la salvedad de que en el lienzo del francés no se desconocen sus rostros. Igualmente, el hombre que toma el juramento prefigura a los milicianos franceses que aplican la muerte a sus adversarios. David es uno de los primeros maestros del neoclasicismo, estilo pictórico a la que Goya se sumaría años más tarde. Es habitual considerar que Goya aprovecha cualquier recurso que tenga a mano para matizar y dotar de crueldad a sus figuras en El dos y el tres de mayo de 1808 en Madrid, puesto que La carga de los mamelucos también está influenciada por el arte neoclásico de David.[75][76]​ También puede encontrarse un posible precedente para este lienzo en La capitulación de Madrid, de Antoine-Jean Gros.[77]​ Sobre ello se manifiesta en estos términos Valeriano Bozal:

Peter Paul Rubens (1577-1640) fue un pintor neerlandés que desarrolló gran parte de su obra en España. Aquí bien podría encontrarse a otro de los maestros de la pintura que Goya tomó como fuente de inspiración para algunas de sus más sórdidas obras. La masacre de los inocentes y Los horrores de la guerra —realizadas entre 1638 y 1640— presentan rasgos parecidos a las obras de Goya realizadas a partir de su grave convalecencia en 1793. Esta teoría es reforzada por el parecido de Saturno devorando a un hijo —parte de las Pinturas negras goyescas— con el Saturno de Rubens. Este último fue pergeñado por el neerlandés durante las obras de la Torre de la Parada (1634-1636). Clark insiste que la dilogía de cuadros emprendida por Goya —basadas en los hechos en el Madrid de 1808— fue claramente influenciada por dichas obras del pintor flamenco.[44]​ La hipótesis del historiador se asienta en que, hacia 1796, el aragonés realizó un dibujo preparatorio para un Saturno, muy similar al de Rubens y que finalmente no llegó a realizarse.[44]

Ambos cuadros tuvieron buena acogida entre la sociedad española, aunque todos los autores señalan que no se tienen más datos acerca de su primera exposición. Pero la pintura no fue del agrado del rey Fernando VII, en virtud de que se mostraba una exaltación del levantamiento como forma de patriotismo e ideal de amor a España —estandarte de los republicanos y liberales opositores al monarca—. La dinastía trató de impedir la proliferación de movimientos que pudiesen poner en peligro su continuidad al frente del reino.[79]​ Goya no tiene el aprecio de Fernando como sí lo tuvo de sus padres, pero el rey opta por mantenerle la pensión, a pesar de que sus obras terminan en un almacén.[80]​ Algún tiempo después, Vicente López Portaña es nombrado primer pintor de la corte, en sustitución de Goya —tachado de simpatizante de las ideas liberales francesas y acusado de servir al usurpador Bonaparte—. Comenzará entonces su retiro, alejado de encargos oficiales. En ese contexto, el de Fuendetodos logrará la génesis de sus más libres piezas.[81][82]

Goya murió exiliado en Burdeos, en 1828. En cuanto al cuadro, permaneció junto a su pareja almacenado en los sótanos de la colección real.[83]​ Cuarenta años después de su creación pasó a los fondos del Museo del Prado —del texto de Hughes y de la carta de Madrazo se infiere que llegó a la pinacoteca madrileña en los años cuarenta o cincuenta del siglo XIX—. Ello no obsta para que Théophile Gautier[84]​ manifieste la hipótesis de que Fernando VII rechazó la obra por contrariar sus preferencias estilísticas, y que El tres de mayo pasó a poder del nieto del pintor, Mariano Goya. También indica el autor que en 1834 se traslada el lienzo al museo, por orden de la regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Gautier relata su visita al Prado en 1845, y menciona la obra en cuestión.

En 1858 se publica el primer catálogo oficial de la institución, y ya aparecen en sus anales Los fusilamientos. A partir de 1872 se le nombra con su título actual, Los fusilamientos del tres de mayo de 1808 en Madrid.[48]​ Uno de los primeros biógrafos de Goya, Charles Yriarte, concluyó en 1867 que «la grandeza de la obra debía ser mostrada en una exposición junto a La carga de los mamelucos».[48][85]

Los estragos de la Guerra Civil Española llevaron a retirar algunas piezas del Museo del Prado en 1937, cuando fueron trasladas a Valencia y después a Ginebra. Entre éstas se encontraban El dos y el tres de mayo de 1808 en Madrid.[86]​ Durante el trayecto sufrieron un percance y los daños surgidos a consecuencia de ello eran visibles hasta hace relativamente poco tiempo en la parte lateral izquierda de ambos cuadros. Entre 2007 y 2008 se ha abordado una paliación de los desperfectos.[87]​ En 2008 se le brindó a El tres de mayo la catalogación número 749.[88]

En marzo de 1938, el camión que transportaba El dos y el tres de mayo sufrió un percance cuando un balcón se derrumbó sobre él a su paso por el pueblo de Benicarló, de camino a Gerona. Los escombros cayeron sobre el camión y las obras, que iban emparejadas, sufrieron severos daños al romperse su tela en varios cortes horizontales. Ambas piezas fueron reenteladas poco después en el castillo de Peralada, en Gerona. Los responsables de esta primera restauración fueron Tomás Pérez, y Manuel Arpe y Retamino —forrador y restaurador del Museo del Prado, respectivamente—. El proceso consistió, esencialmente, en añadir por la parte posterior del lienzo una tela nueva, a fin de que la vieja adquiriese mayor consistencia.[89]

Arpe y Retamino concluyó la restauración en septiembre de 1939, cuando ya estaba en el Museo del Prado y una vez finalizada la guerra. En esta fase se disimularon los daños y se aplicó color nuevo en las zonas donde se había perdido. Para ello, Arpe decidió utilizar la llamada «tinta neutra», empleada en la restauración de pintura mural. El resultado final obtenido por el restaurador prevalecería en el cuadro hasta su siguiente restauración, en 2007.[90]

El Museo del Prado planteó, en 2000, la necesidad de restaurar La carga de los mamelucos y Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío. Para ello convocó a un simposio internacional en la pinacoteca, que contó con la participación de reconocidos historiadores y restauradores.

El barniz, aplicado en la última restauración hasta entonces (1941), había perdido su transparencia y se transformó en un velo amarillo que dificultaba la visión de los colores originales. Los tonos de la gama cromática original, además, estaban cubiertos por suciedad acumulada con el paso del tiempo. Los barnices amarillentos fueron rebajados, y la profundidad del color ha sido recuperada. Nuevos detalles técnicos se han podido apreciar de mejor manera, lo que permite que la luz se aprecie en todos sus matices.[91]

La restauración fue realizada por Clara Quintanilla y Enrique Quintana, a base de una limpieza de barnices oxidados similar a la de La carga. Sin embargo, era un trabajo más sencillo y necesitó menos tiempo de ejecución.[92]

El pintor Édouard Manet era un ferviente admirador de la obra de Goya, pues había visto algunos de sus trabajos durante su viaje a España en 1865. En concreto, admiró por segunda vez Los fusilamientos en una exposición realizada en el Museo del Louvre.[93]​ Incluso se dice que el francés poseía en su biblioteca un libro con copias de cuadros goyescos, como El tres de mayo.[94]

Alrededor de dos años después Manet ejecutó El fusilamiento de Maximiliano, donde ambos cuadros —el de Goya y el de Manet— se vinculan a través de la temática: una muerte violenta. El pintor francés había visto algunas fotografías del ajusticiamiento del monarca, que tomó de modelo para los tres cuadros que realizó acerca del asunto.[95]​ El crítico Arthur Danto se expresa así de la motivación de Manet y de la de Goya:

Otra pintura que guarda relación con El tres de mayo de 1808 en Madrid es Guernica, de Pablo Picasso, que simboliza el bombardeo a Guernica durante la Guerra Civil Española. El traslado de las obras contenidas en la pinacoteca del Prado, para evitar posibles daños, durante los bombardeos de Madrid ocurridos desde finales de agosto de 1936 hasta enero de 1937, es lo que representa Picasso en Guernica, en opinión de A. Visedo: la pinacoteca es la yegua herida. Su contenido es simbolizado por un pequeño Pegaso (caballo alado de la mitología griega) que hace salir del vientre de la yegua en los bocetos preparatorios realizados desde el 1 de mayo de 1937. Este Pegaso ya lo había utilizado para representar al Arte en las viñetas de sus aguafuerte Sueño y mentira de Franco. Finalmente, y siguiendo con la mitología griega, transforma al caballo en Constelación (el sol con bombilla) tal como hizo Zeus en premio a sus servicios, convertirlo de mortal en inmortal; así es como Picasso consigue que el Arte no muera. “Toda mi vida ha sido una lucha por mantener vivo el Arte” (P.R.P.) [97]​ En 2006, con la colaboración del Museo Reina Sofía —donde se encuentra expuesto el Guernica—, el Museo del Prado montó una presentación que contaba entre sus piezas a El tres de mayo de 1808 en Madrid, así como a El fusilamiento de Maximiliano y Guernica, sitos los tres en una misma sala.[98]​ En dicho salón también estuvo expuesto La masacre de Corea, que evoca los más rudos momentos de la guerra de Corea y que fue pintado con algunos rasgos parecidos a los que Goya utilizó en El tres de mayo. No se ha aclarado qué combatientes ejecutan a la muchedumbre en La mascare de Corea, puesto que pueden tratarse de los soldados del Ejército de Estados Unidos o de las fuerzas de las Naciones Unidas.

Aldous Huxley escribió en 1957 un ensayo que compara las obras de Rubens —Las consecuencias de la guerra y La masacre de los inocentes— con la de Goya, y al referirse a El tres de mayo, comentó: «es una composición propia de Goya, donde el dramatismo y la intensidad son la mejor manera de reflejar una escena tan cruda».

Clark remarca nuevamente la preponderancia de El tres de mayo en la historia del arte, con estas intensas palabras:

Es muy habitual la utilización de la composición de Los fusilamientos en todas las facetas gráficas del arte popular.[100]

La obra sinfónica de 2002 del compositor español Andrés Valero-Castells, Los fusilamientos de Goya, está inspirada en estos acontecimientos y en la contemplación del cuadro de Goya.

101.https://guernicaeramadrid.wordpress.com/



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