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Enrique Flórez



Enrique (o Henrique) Fernando Flórez de Setién Huidobro y Velasco, O.S.A. (Villadiego, Burgos, 21 de julio de 1702Madrid, 5 de mayo de 1773) fue un religioso agustino español, célebre como historiador, si bien también puede ser considerado traductor, geógrafo, cronologista, epigrafista, numismático, paleógrafo, bibliógrafo y arqueólogo de la Ilustración.

Nacido en una familia de diez hermanos, fue hijo de Pedro José Flórez de Setién Calderón de la Barca († 1747) y de Josefa de Huidobro y Velasco Puelles († 1743);[1]​ en su infancia residió en Zahara de los Algodonales (Cádiz) y en El Barco de Ávila, donde su padre ejerció como corregidor en nombre del duque de Alba Francisco Álvarez de Toledo.

De joven estudió Lógica en el convento de Santo Domingo de Piedrahíta, y a los dieciséis años ingresó en el convento de Salamanca de la Orden de San Agustín, en la que profesó el año siguiente. Estudió Filosofía en el colegio agustiniano de Valladolid y Teología en la Universidad de Salamanca hasta terminar la carrera eclesiástica en 1725. Tras ganar una oposición a lector en Artes y ordenarse sacerdote en 1725, se graduó como bachiller en el colegio de Santo Tomás de Ávila y como doctor en la Universidad de Alcalá, en la que fue catedrático.[2]

Fue además académico de la Real Orden de Caballeros de Valladolid, miembro de la Academia del Buen Gusto de Zaragoza y Académico de la Real de Inscripciones y Bellas Letras de París. Durante su estancia en Madrid conoció a algunos de los españoles más cultos de su tiempo, como Gregorio Mayáns y Siscar, el padre Martín Sarmiento, Blas Nasarre y los Iriarte, Juan y Tomás. Fue miembro del consejo de la Inquisición con el cargo de revisor y visitador de librería (1743), así como asistente general de la provincia española de su orden (1765). Por entonces escribió los seis volúmenes de una Teología escolástica (1732–1738). Después se inclinó entonces a los estudios eruditos y a la investigación, particularmente a la historia eclesiástica de España, aplicando la metodología de la Ilustración, el criticismo, a las fuentes originales. Abandonó, pues, su cátedra en Alcalá y emprendió su investigación a los cuarenta años, en 1742. Realizó varios viajes por toda España en busca de documentos y referencias y para visitar archivos. Exhumó numerosos documentos importantes, algunos de ellos perdidos hoy. Al año siguiente publicó la Clave historial con que se abre la puerta a la historia eclesiástica y política, libro que se reimprimió doce veces en poco más de medio siglo.[3]

En 1747 salió impreso el primer tomo de su obra más famosa, la monumental España sagrada, que llegó a alcanzar cincuenta y seis volúmenes, de los cuales el padre Flórez compuso los 29 primeros, entre los años 1747 y 1750 los cinco primeros; el resto fue saliendo hasta 1775, mientras que los dos últimos aparecieron póstumos. Flórez se inspiró claramente en la Gallia christiana (París, 1715–1785, 13 vols.) de Denis de Sainte-Marthe y en la Italia sacra (Venecia, 1717–1722, 10 vols.) de Ferdinando Ughelli, dos de los más ambiciosos empeños historiográficos de su tiempo. Los agustinos, sus compañeros de la Orden, no quisieron dejar interrumpida la obra y la continuaron, en cuya labor destacaron los padres Manuel Risco, quien se ocupó de la edición de los tomos 30 al 42; y Antolín Merino y José de la Canal, que se ocuparon de los tomos 43 a 46. La Desamortización de Mendizábal en 1836 interrumpió los trabajos, y los tomos 47 y 48 aparecieron gracias a Pedro Sainz de Baranda; impulsada la continuación por la Real Academia de la Historia, Vicente de la Fuente preparó los tomos 49 (1865) y 50 (1866). Carlos Ramón Fort elaboró el 51 editado en 1879 y el volumen 52, elaborado por Eduardo Jusué, apareció en 1917; Ángel Custodio Vega compuso los dos últimos publicados, que aparecieron en 1957.

Para proceder a su ingente tarea, Enrique Flórez dividió a España en diócesis de las cuales estudia su fundación, monedas, monumentos, inscripciones, manuscritos, obispos, iglesias, conventos, abadías y santos. Reproduce gran número de manuscritos antiguos, incluso textos de los antiguos cronicones como los Anales toledanos, la Crónica compostelana y muchos otros. Estas ediciones no se hicieron con el moderno rigor paleográfico que hoy impera, pero hay que acudir a la España sagrada todavía hoy, y eso demuestra la solidez del trabajo realizado por los laboriosos agustinos. Gran parte de esa solidez deriva de la humildad del sabio padre Flórez, al consultar y comunicarse con toda suerte de expertos en materias en las que él mismo lo era, pues mantuvo una ingente correspondencia literaria y científica con todos los que se dedicaban al estudio de las antigüedades, la epigrafía y la numismática, o los que se ocupaban también de la historia antigua y tardoantigua de la península ibérica, estuvieran o no de acuerdo con él: los anticuarios Miguel de Espinosa, conde del Águila; Andrés Burriel; Patricio Gutiérrez Bravo; Luis José Velázquez de Velasco, marqués de Valdeflores; Gregorio Mayáns y Siscar; Francisco Pérez Bayer, el bibliógrafo padre Francisco Méndez, que sería su biógrafo, amigo y compañero de fatigas, o los hermanos Mohedano.

Promovió diversas ediciones bajo su atenta dirección: Viaje de Ambrosio de Morales, por orden del Rey Don Felipe II a los reinos de León y Galicia y Principado de Asturias (1765); la del De Formando Theologiae Studio Libri IV collecti ac restituti per R. P. M. Fr. Laurentium a Villavicentio; la del De Sacris Concionibus y el famoso Sancti Beati, Presbyteri Hispani Libanensis, In Apocalypsim (1770) o Exposición del Apocalipsis por San Beato de Liébana, que fue exhumada por el Padre Flórez. Escribió además como numismático Medallas de las colonias, municipios y pueblos antiguos de España (tres vols., 1757, 1758 y 1773) y como genealogista Memoria de las reinas católicas, historia genealógica de la Casa Real de Castilla y León (1761, dos vols.), entre otras varias. El libro «La Cantabria»,[4]​ de 1768 en principio iba a ser un apéndice al tomo XXIV de la España sagrada, pero se publicó de manera independiente porque en él se estudian varios puntos, «dignos de particular consideración, con más examen y extensión que las regulares materias». Esta obra está considerada como referente para el descubrimiento en tiempos modernos de los límites de la antigua Cantabria, siendo el punto de partida para numerosos estudios posteriores del pueblo cántabro en la antigüedad. Entre las muchas aportaciones que nos brinda su obra, merece una mención especial la equivalencia realizada por él mismo entre las ruinas de Retortillo y la ciudad romana de Julióbriga, así como la localización de las míticas Fuentes Tamáricas en Velilla de Guardo[5]​ (Palencia).

Fallecido de neumonía en 1773 a los 70 años de edad después de varios días enfermo, su cuerpo recibió sepultura en el Convento de San Felipe el Real de Madrid; su tumba resultó destruida durante la demolición del convento en 1838 y sus restos, junto con los de otros religiosos allí enterrados, fueron trasladados al cementerio del sur, y tras la desmantelación de este en 1942, al de la Almudena.[6]

(Casi todos desaparecidos durante la Guerra de la Independencia)



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