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Gómez Pereira



¿Dónde nació Gómez Pereira?

Gómez Pereira nació en Medina del Campo.


Gómez Pereira (Medina del Campo, 1500 – ¿1558?) fue un filósofo, médico y humanista español, natural de Medina del Campo.[1]​ Fue un afamado profesional de la medicina, aunque dedicó su tiempo a ocupaciones muy diversas, como los negocios, la ingeniería y, sobre todo, la filosofía. En el campo de la medicina fue un claro exponente del rechazo de los conceptos medievales y proponiendo la aplicación de métodos empíricos; por lo que se refiere a la filosofía, es de orientación nominalista y sus razonamientos son un claro precedente de la corriente cartesiana.

No se sabe mucho de su vida, porque no hubo quien recogiera su semblanza por escrito; lo que se sabe de él es el resultado de la investigación de documentos inconexos a los que diversos investigadores han dado cuerpo, muchos de ellos relacionados con pleitos o negocios.

Nació en el año 1500, en Medina del Campo.[2]​ Era el segundo de cinco hermanos; su padre, llamado Antonio Pereira, poseía una pequeña tienda de "xerguería", es decir, de jergas o tejidos y paños de baja calidad en dicha villa; su madre, de nombre Margarita de Medina, murió en 1515 y sus hijos pasaron al cuidado de su tía Ana de Ávila. Se lo supone descendiente de una familia de judíos conversos procedentes de Portugal. Aunque no es seguro, pues la fuente es un vecino que testificó contra él en un pleito:

Sin embargo, tampoco se puede descartar que fuera converso, pues se sabe que hasta su matrimonio Gómez Pereira vivió con sus padres en una calle llamada Serranos que se sitúa donde los investigadores ubican la antigua judería de la villa («desde que nació e se crio en la mesma calle do este testigo vive e mora, que se dice calle de Serranos»[3]​).

Gómez Pereira estudió filosofía natural en la Universidad de Salamanca con el profesor Juan Martínez Silíceo (luego arzobispo de Toledo entre 1545 y 1557); allí, al parecer, intervino activamente en las disputas entre realistas y nominalistas, inclinándose por estos últimos al rechazar la autoridad de los viejos maestros frente al conocimiento que proporciona la experiencia y la razón. También estudió medicina en la misma universidad, concluyendo en el año 1520 sus estudios.

Posteriormente regresó a Medina donde se estableció como médico. Se casó con Isabel Rodríguez e instaló su casa en la Rúa Nueva (actualmente denominada calle Padilla) y de manera simultánea a su tarea como médico se ocupó de las actividades comerciales heredadas de su familia. Así, se sabe que era poseedor de un considerable capital que invertía en negocios muy diversos. Muchas veces fue encargado de tomar las rentas reales y gestionaba la recaudación de varias parroquias; además tenía sus propias bodegas y traficaba con sus vinos, también alquilaba habitaciones en su casa a los mercaderes que iban a las «Grandes Ferias del Reino» que tenían lugar en Medina. Falleció sin haber tenido hijos en una fecha no precisada, algunos sostienen que en 1558, aunque se conservan documentos de fechas posteriores: la patente del Molino de Sifón en 1563 y un documento notarial de 1567, que podrían demostrar que aún vivía en esos años.

Su fama como médico rebasó los confines de Medina, ejerciendo en Burgos, Segovia, Ávila y otras ciudades importantes de Castilla. Incluso llegó a la corte de Felipe II desde donde fue reclamado para asistir al príncipe Carlos, malogrado heredero al trono que había sufrido un grave accidente y que, gracias a su intervención, pudo vivir hasta 1568. Se interesó, además, por la construcción de artilugios hidráulicos; de hecho, con su compañero Francisco Lobato diseñó un molino de sifón capaz de funcionar como aceña sin necesidad de represar el agua, que patentó en 1563.[4]

En el folio 26 del Manuscrito de Francisco Lobato, el ingeniero medinense explica que decidió diseñar un molino muy especial, por iniciativa del rey Maximiliano II de Austria, que por esas fechas (ca. 1550) se hallaba pasando una temporada en Valladolid, refugiado a causa de las guerras contra los protestantes. El futuro rey de Bohemia tuvo el capricho de navegar por el río Duero, para lo que mandó construir una galera y ordenó retirar todas las construcciones que entorpeciesen la navegación, es decir, pesquerías y aceñas. Tal acción perjudicaba muchísimo a los lugareños, lo que indujo a Lobato y Pereira a diseñar un molino capaz de moler con la fuerza del agua sin ocupar el cauce del río. Lobato sigue explicando que hicieron un modelo que probaron en el río Zapardiel y que «molió y se meneaba con razonable fuerza [...], pero era tanta el agua que chupaba, que en medio día no quedaba gota...». Aunque el modelo fue perfeccionado con un azud que volvía parte del agua al río, el soberano se desentendió del proyecto y este cayó en el olvido. Lobato se quejaba amargamente de que, a pesar de las promesas de financiación de los Habsburgo «teníamos ya gastados 150 ducados, [...] y nunca se me pagó cosa ninguna, que algún día se lo tengo que pedir.» (op. cit.).

Pero Gómez Pereira ha pasado a la Historia sobre todo por sus escritos, particularmente por sus obras Antoniana Margarita (Medina del Campo, 1554)[5]​ y Novae veraeque Medicinae (Medina del Campo, 1558).

De la unión de filosofía y medicina surgió la original forma de discurrir de Gómez Pereira, que, como hemos comentado, rechazaba el criterio de autoridad de los viejos maestros antiguos y medievales y aplicaba la razón, la lógica y la experiencia. Por otra parte, para exponer sus ideas se servía a menudo de paradojas y silogismos que dejaban al descubierto los errores de aquellos a quienes cuestionaba, de modo que es posible afirmar que sus argumentaciones eran más negativas que positivas, innegable, pero explicable en el contexto de represión ideológica y religiosa, incluso bajo la amenaza de veladas acusaciones por su origen, como hemos visto, que vivió este personaje en la Castilla del siglo XVI. El famoso ensayista Menéndez Pelayo llegó a escribir sobre este insigne pensador:[6]

Gómez Pereira formuló casi de modo idéntico y con anterioridad a Descartes, 1554, el célebre principio cogito ergo sum, ("pienso, luego existo"),[7]​ elemento esencial del racionalismo occidental,

La historia no le ha reconocido hasta la fecha esta aportación, a pesar de que Descartes ya fue acusado en su siglo por tan evidente plagio, entre otros por Pierre Daniel Huet.[8]

Su contenido es exclusivamente médico. Se centra en el estudio de las fiebres (sus causas y sus tipos) y en ciertas enfermedades concretas como la lepra o la viruela, entre otras. En esta obra, que dedicó al infante don Carlos, se enfrenta a las ideas de Galeno y de Aristóteles, así como a la tradición medieval del "magister dixit". Su método es totalmente empírico y racional, basándose en su experiencia como médico como criterio supremo de verdad y utilizando métodos curativos sencillos: «En no tratándose de cosas de Religión, no me rendiré al parecer y sentencia de algún filósofo, si no está fundado en la razón».

Gómez Pereira consideraba que el calor febril es engendrado por el propio cuerpo como un sistema de defensa para expulsar el daño que le afecta y, de este modo, la naturaleza restablece el equilibrio natural de todo organismo. Es pues una concepción totalmente moderna de la fiebre como una reacción contra las enfermedades.

En cuanto a sus estudios sobre enfermedades como la lepra o la viruela, entre otras, llegó a conclusiones que años después fueron elogiadas por el historiador y médico Antonio Hernández Morejón.

Una obra que fue reeditada numerosas veces y que, sin embargo no fue traducida al castellano hasta el año 2000 (con motivo del quinto centenario del nacimiento de su autor; la obra editada es facsimilar y bilingüe).[9]​ Está dedicada a su maestro Juan Martínez Silíceo y, a su vez, el título es un homenaje a sus padres, Antonio y Margarita; aunque en el subtítulo intenta explicar el contenido del libro: "una obra tan útil como necesaria a médicos, físicos y teólogos" (Opus nempe phisicis, medicis ac teologis, non minus utile quam neccessarium). Es un tratado muy difícil de leer, pues carece de capítulos o apartados; según parece, al ser un cristiano nuevo y exponer ideas que parten del empirismo, hasta llegar al rozar el materialismo, Gómez Pereira quiso esconder un poco sus razonamientos, dado que, la sociedad y el estado en el que vivía (Castilla en el siglo XVI, el concilio de Trento ya iniciado...), podrían rechazarlos y no se atrevió a desarrollarlos hasta sus últimas consecuencias.

Es un tratado, de filosofía en el que aborda tres temas fundamentales: el “automatismo de las bestias” la teoría del conocimiento humano y la inmortalidad del alma.



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