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Gran inmigración europea en Argentina



La gran ola de inmigración europea a la Argentina que tuvo lugar a finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Consistió mayormente en el arribo de inmigrantes italianos y españoles, junto con otras nacionalidades, especialmente ucranianos, polacos, rusos, croatas, franceses, alemanes, suecos e irlandeses entre otros. Entre 1880 y 1915 llegaron más de 1 500 000 de europeos.[1][2]

En la provincia de San Juan la mayoría de los inmigrantes ubicados fueron españoles; en la provincia de Mendoza fue italianos; en la provincia de La Rioja, españoles y árabes; en la provincia de Santa Fe, fueron muchos italianos, españoles, polacos, alemanes y otros del centro europeo. Mientras que en la provincia de Buenos Aires confluyeron personas de diversos países asiáticos y europeos.[3]

La crisis de 1929 había frenado la inmigración. Aparecieron también políticas discriminatorias que causó el fin de esta inmigración.[4]

Antes de la inmigración, la Argentina estaba poco poblada. La colonización española de la América favoreció a México y a Perú, pero en las regiones españolas del sur no encontraron ninguna fuente de riqueza, hecho que ocasionó que hubiera menos pobladores. Esta población decreció aún más en el siglo XIX, durante la Guerra argentina de Independencia y las Guerras Civiles argentinas. Varios argentinos de aquel período, como Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, creyeron importante fomentar la inmigración para así poblar el país. La Constitución de Argentina de 1853 promovió inmigración europea eliminando las barreras para la llegada de extranjeros.

Llegaron inmigrantes de diversos países de Europa. Algunos de ellos sencillamente buscaban un estilo de vida mejor, pero muchos otros llegaron huyendo de los conflictos europeos. Algunos de los recién llegados, de nacionalidad española e italiana pertenecían a la Asociación Internacional de los Trabajadores. Algunos inmigrantes alemanes habían sido exiliados de Alemania por un decreto de 1878 de Bismarck que prohibía el socialismo. Los inmigrantes españoles huían de la Tercera guerra Carlista.[5]

En 1862 habían entrado al territorio 6.716 inmigrantes; en el año 1880 vinieron 41.651, y la cifra había ascendido a 70.000 en 1874. Los inmigrantes se habían distribuido de preferencia en la zona litoral, y así surgieron centros agrícolas de alguna importancia en brevísimo plazo.

En el Litoral se habían instalado colonias de diversas etnias: judíos, suizos, franceses, rusos, alemanes, españoles e italianos. Esto dio origen a lo que se llamó pampa gringa o pampa sin gaucho.

La mayoría de los inmigrantes había decidido establecerse en las grandes ciudades de Argentina como: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Ciudad de Córdoba y Rosario. Ya que daba la posibilidad de poder trabajar en puertos, construcción de edificios y desagües, o en talleres industriales que comenzaron a establecerse a fines del siglo XIX.

El impacto que causó esta inmigración fue el gran crecimiento económico. Gracias a ella la producción había crecido en tal escala que ya en la época de Avellaneda se había logrado exportar cereales, inaugurando una era de prosperidad económica que haría que el país tenga un creciente beneficio. En 1865 las importaciones habían superado a las exportaciones en cuatro millones de pesos oro cuando la suma del comercio exterior apenas pasaba los 56 millones; quince años más tarde, en 1880, las exportaciones llegaban a 58 millones contra 45 de las importaciones y el monto total del comercio exterior pasaba de los 100 millones.[4]​ También esta inmigración instaló gran parte de la arquitectura de Argentina, como la del Teatro Colón. También heredaron las tradicionales comidas, como las pastas italianas y también dejaron como parte de la cultura la literatura española o el arte francés.[6]​ También produjo cambios en el lenguaje y las costumbres de los argentinos. Y entre otras cosas produjo desarrollo de la educación, las artes y los oficios.[7]

Tras el crack del 29 y distintas políticas discriminatorias, la inmigración se había desvanecido.[4]

Fuente: Dirección Nacional de Migraciones (DNM).

Las inmigraciones italiana y española fueron las dos más numerosas e importantes hacia la Argentina. Por eso se dice que la mayoría de los argentinos tienen ascendencia completa o parcialmente italiana y/o española.[8][9][10]​ Esto hizo que Argentina tenga una fuerte influencia de las culturas tanto italiana como española en cuanto a lenguaje, tradiciones y costumbres.[11][12][9][10]

La llegada de italianos comenzó desde la década de 1860, aunque en 1870 es cuando empieza el gran flujo de inmigrantes, y finalizó en la década de 1920.[13][14]​ Los inmigrantes italianos provenían de distintas regiones de Italia, entre ellas estaban: Véneto, Piamonte, Campania, Friuli-Venecia Julia, Sicilia, Lombardía, Calabria, Abruzos, Marcas, Basilicata, Apulia, Molise, Liguria, Toscana o la de Emilia-Romaña.[15][14]

noroccidental

Se dice que en total emigraron 2.941.000 de italianos.[14]

Las causas de la inmigración fueron diversas. Entre ellas fueron:

Los italianos se habían concentrado principalmente en Buenos Aires (casi el 60% de ellos) siendo 285.000 italianos inmigrados, en Córdoba eran 83.000, en Santa Fe eran 164.000 y en Mendoza fueron 28.600.[10]​ También se ubicaron en las provincias de Corrientes, Tucumán, Santiago del Estero, La Pampa y Entre Ríos.[19]

Rosario y La Plata son dos ciudades donde la mayoría de la población «Extranjeros (en gran mayoría italianos) en Argentina en 1980» es directamente descendiente de italianos. En Rosario los descendientes de italianos (casi el 65 % del total de la ciudad) habían alcanzado los niveles sociales más altos de la comunidad.[20]​ En La Plata a fines del siglo XIX había casi 4600 emigrantes italianos en una ciudad de apenas 10 000 habitantes.[21]

En el censo de 1960, el 73,3 % de los inmigrantes italianos estaban concentrado en la provincia de Buenos Aires.[22]

Se puede decir que se formaron siete grandes categorías ocupacionales: comerciantes, agricultores, artesanos, jornaleros, profesionales liberales, varios y sin profesión. En los primeros momentos de la corriente inmigratoria, los datos brindados por los inmigrantes de su actividad ocupacional muestran que era nulo el número de personas sin ocupación. Es muy probable que algunos de ellos hayan mentido por temor a no ser aceptados. Recién en este siglo comienzan a aparecer contingentes sin ocupación (entre 10 % y 15 % de la población mayor de 16 años), llegando a un 20 % en los años de la guerra y el fascismo.

Muchas italianas instaladas en La Boca trabajaron de mucamas, lavanderas, cocineras, planchadoras y colchoneras.[18]

Las causas de la inmigración española fue la pobreza, el servicio militar obligatorio y las condiciones rurales. Los inmigrantes de este país provenían de Galicia (un 70 % de ellos),[23]Andalucía (15-20% de ellos ),[24]Asturias, Cantabria y el país Vasco, también vinieron de Madrid, Extremadura y de las islas Canarias. Esta inmigración duró hasta 1952, pasando el período post-guerra.

Los gallegos y los catalanes se ubicaron,la mayoría en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Rosario. Mientras que los meridionales, en la provincia de Santa Fe, Mendoza, Río Negro y Entre Ríos. Los valencianos por su parte en la provincia de Corrientes y Misiones. Y los asturianos estuvieron en las provincias andinas del noroeste argentino.[25][26]

Los hombres catalanes se dedicaron al talabartero y hojalatero; mientras que las mujeres a la planchadora, la moda y la peluquería. Mientras que los gallegos trabajaron en el servicio doméstico. Los vascos, se habían dedicado como ganaderos, tamberos, fruticultores, ganaderos, artesanos, agricultores y trabajadores domésticos.[10]​ Los andaluces se dedicaron a la horticultura. Y los meridionales se dedicaron al trabajo rural en la plantación.[26]

Los inmigrantes europeos al llegar a la Argentina les tocó sufrir xenofobia contra ellos.[10]

A las mujeres polacas y francesas se las solía asociar con la prostitución. Mientras que a los hombres italianos, se los refería despectivamente como "tano bruto",[27]​ o "cocoliche", solían ser estereotipados como mal hablados y escandalosos. Existían también connotaciones peyorativas, «gallego» se llamaba al que provenía de España y, «ruso» a los de Europa del Este o a los judíos. Aunque estos términos no siempre eran usados como términos despectivos sino como un simple adjetivo.[28][29]

El padre de la constitución argentina de 1853, Juan Bautista Alberdi, tenía una especie de racismo contra los españoles, italianos y judíos, considerándolos a estos como etnias indeseables. Él sostenía que las etnias que podían mejorar a la especie argentina eran las del norte de Europa principalmente las de Francia e Inglaterra, que eran los países más progresistas de aquel tiempo.

Alberdi explicaba en su libro Bases y puntos de partida para la reorganización nacional (1852):

Alberdi también proponía que el idioma argentino fuese el francés, ya que él creía que las tradiciones hispánicas y cristianas eran contrarias al progreso.[31]

Él también decía:



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