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Guerra de Iquicha (1825-1828)



La Guerra de Iquicha fue una rebelión indígena y campesina que estalló entre 1825 y 1828, enfrentando a las fuerzas de la naciente República del Perú y los realistas de Huanta, denominados iquichanos.[1][2]

Huanta era un partido con un sector español de antiguo raigambre y una numerosa población indígena.[3]​ Su población estaba «más polarizada que mestizada».[4]​ El «odio de los indios hacia los blancos era igual al desprecio de éstos por aquéllos»,[5]​ aunque había una suerte de status quo entre ambos sectores.[6]​ Por el contrario, Huamanga contaba con una población blanca y mestiza mucho más numerosa.[7]​ Según un empadronamiento de 1802, Huanta tenía 11.129 blancos y mestizos y 30.308 indios, en cambio, Huamanga 23.466 y 21.531 respectivamente; los dos partidos más poblados de la intendencia de Huamanga y con mayor porcentaje de españoles.[8]

Eran las relaciones entre la «comunidad punta de lanza de la rebelión», en este caso San Pedro de Iquicha, y sus vecinas lo que indica cuánto se involucró cada pueblo en la guerra.[9]​ Todas estaban unidas en alguna medida por lazos de parentesco, cultura, ritualidad, economía, etc.[10]​ Cada comunidad indígena estaba dirigida por sus curacas, jefes o señores de lo que eran «grupos étnicos» más que «reinos» o «naciones». La lealtad del curaca a la monarquía legitimaba su estatus privilegiado de «indio noble».[11]

El historiador Manuel Jesús Pozo indica «Los geógrafos, entre otros el comandante Stiglich, en su Diccionario Geográfico,[n 1]​ le asigna a Iquicha, cuatrocientos veinte y dos habitantes. Nos parece que esta cifra, es reducida». Si se sumaban las demás comunidades movilizadas «Los iquichanos, sino hubiesen contado, cuando menos con diez o doce mil habitantes, dispuestos a combatir».[12]​ El político ayacuchano Carlos Mendívil habla de 15.000,[13]​ coincidiendo con estimaciones del intendente Tristán,[14]​ el etnógrafo Abilio Vergara Figueroa[15]​ y la escritora Alfonsina Barrionueva.[16]​ En cambio, el historiador francés Patrick Husson de 30.000 indígenas en las comunidades rebeldes.[7]

Para Inca Garcilaso de la Vega, los iquichanos eran un aillu de los chancas,[n 2]​ que en palabras del folklorista Víctor Navarro del Águila[n 3]​ eran «parte de una confederación más grande de grupos» o un «grupo macroétnico» que atacó Cuzco en 1438 pero fue vencida.[17]

Sin embargo, en esta rebelión la mayoría de los dirigentes eran comerciantes o arrieros, ningún cacique.[18]​ De hecho, su principal caudillo fue Antonio Huachaca, arriero analfabeto y pobre pero popular entre su comunidad, conocedor de las rutas, con contactos comerciales y relaciones de parentesco que le hicieron ganarse a los pueblerinos y la gente pobre que vivía en la selva.[19]​ Carismático, con años de experiencia política en la defensa de los intereses de su gente, valiente, sano físicamente, hábil militar y estratega.[20][21]​ Apareció primero en 1813 como un líder popular,[22]​ cuando los campesinos se negaron a obedecer al intendente de Huamanga para hacer cumplir la Constitución de Cádiz, que abolía el tributo indígena y el trabajo no asalariado en obras públicas (minka).[23][24]

Durante su servicio en el ejército realista alcanzó el grado de general de brigada.[8][25][26]​ Destacó durante al enfrentarse a los rebeldes de Cuzco como jefe de guerrillas bajo las órdenes del hacendado y comandante de milicias Pedro José Lazón.[27]​ La principal acción fue la exitosa defensa de Huanta el 1 de octubre de 1814, cuando el coronel rioplatense Manuel Hurtado de Mendoza atacó la ciudad.[28]

Otro cabecilla fue el coronel Tadeo Chocce (Choque), indio letrado y con hacienda en las punas.[29]​ También hubo sacerdotes que cambiaron sus hábitos religiosos para dirigir las guerrillas «con sable en mano y pistola de chispa al cinto».[30]

Durante la rebelión de Túpac Amaru II (1780-1783), los indios de Huanta contribuyeron con hombres para sofocarla.[31]​ El miedo a un «deslizamiento etnicidiario» llevó a muchos no indígenas a negarse a apoyar la rebelión.[32]​ Décadas después, en la rebelión de Cuzco (1814-1815), la administración virreinal liberal y la aristocracia de Huamanga se aliaron con unos rebeldes[33]​ que se alzaron en nombre de la Constitución española de 1812.[34]​ Los huantinos movilizaron sus fuerzas para detener a los rebeldes en su avance sobre Huamanga.[35][26]​ Su importancia estratégica radicaba en que ambas urbes eran claves para las comunicaciones entre Cuzco y Lima.[36]

A la larga, Huanta se volvió el foco realista y Huamanga el patriota, marcando la historia de la región durante esa época como un epicentro de grandes batallas,[37][38]​ lo que llevó a los patriotas huantinos a huir a Huamanga y los realistas huamanguinos a Huanta.[36]​ La villa recibió el lema «la fiel e invencible ciudad de Huanta» para su blasón el 22 de febrero de 1821.[39]​ También hubo un fuerte apoyo indígena a la causa realista en otras regiones como Puno, Arequipa, Oruro y Cuzco.[11]

Entre 1821 y 1824, la intendencia de Huamanga se convirtió en un bastión del ejército monárquico pero donde surgieron feroces guerrillas patriotas de morochucos de Cangallo.[28][39]​ Su resistencia a los realistas era natural, pues las necesidades del ejército recaían sobre sus ganados, arruinándolos económicamente.[40]​ Durante el período 1820-1824, los Andes peruanos fue el principal campo de batalla entre patriotas y realistas que devastaron el territorio, especialmente en la intendencia.[41][2][42]​ Después de una década de conflictos, Huamanga acabó arruinada.[43][44]

El 15 de febrero de 1825, por decreto de Bolívar, la ciudad de Huamanga pasó a llamarse Ayacucho en honor a la victoria final sobre los realistas; lo mismo sucedió con la provincia y el departamento homónimos. Orden cuyo cumplimiento quedó a cargo del ministro José Faustino Sánchez Carrión.[n 4]

En cambio, los campesinos de Huanta eran cultivadores de coca principalmente y la situación poco los afecto.[40][45]​ Además, algunas fuentes indican que nunca pagaron tributo[15]​ y por ello fueron «decididos partidarios de la Corona de España».[13]

La mayoría no era muy favorable a las ideas liberales, en parte porque no había grandes propietarios agrícolas deseosos de reformas (los grandes terrenos particulares solo se multiplicaron en la región entre finales del siglo XIX e inicios del XX).[46][40]​ Después de la independencia, los indios de Huanta debieron soportar el castigo por apoyar a los monárquicos:[47]​ era el pago de un impuesto de 50.000 pesos que todo el partido homónimo debía reunir (excepto los pueblos de Quinua, Guaychán y Acosvinchos) que exigió el mariscal Antonio José de Sucre «por haberse revelado contra el sistema de la Independencia y de la libertad».[45][2][44]​ El dicha imposición alteró los precios de la coca y causó una crisis económica.[48]

Además, después de vivir la guerra sin mayores problemas económicos, el nuevo sistema republicano promovió indirectamente a Huánuco como un competidor comercial de Huanta al permitir a sus soldados saquear, arrestar, forzar a la fuga y secuestrar los bienes de muchos habitantes.[50][45]​ Al mismo tiempo, el liberalismo económico imponía condiciones para eliminar las tierras comunales y sólo dejar propiedades individuales, lo que chocaba directamente con la supervivencia de las comunidades y la autonomía de sus autoridades étnicas.[2]​ Tampoco desapareció el tributo colonial, convertido en una «exacción fiscal de la República» en 1826, después de dos años sin pagar tributos.[51]

Huanta se volvió el punto de reunión de numerosos opositores al «nuevo sistema», especialmente españoles demasiados pobres para volver a la metrópolis[52]​ y soldados realistas que se dispersaron después de la Capitulación de Ayacucho.[53]​ Huachaca mantuvo importantes vínculos con aquellos militares.[22]​ Debe mencionarse que cuando los monárquicos se retiraron de Lima a la sierra ante San Martín, muchos soldados, casi todos indios peruanos indiferentes a quién les mandará, realistas o patriotas, se refugiaron en Iquicha. La mayoría carecían de sus armas y sus oficiales apenas portaban sus espadas.[54]​ Militares como estos fueron los principales instigadores de la revuelta junto con sacerdotes realistas.[48][55][30]

También había muchos peruanos temerosos de quedar subordinados a los intereses de la Gran Colombia.[56]​ Por último pero no menos importante, estaba la cosmovisión de la figura mistificada del rey como un «Inca Católico» al que se debía lealtad según la tradición y la religión. «El problema era de principios: la república era considerada por los andinos como enemiga de su pueblo y de su fe».[57]

Debido a estos eventos, los rebeldes de Huanta reclamaron su intención de «Expulsar a los opresores, rechazar el tributo, y defender a la religión católica».[58]

El movimiento rebelde se constituía de arrieros, curas, campesinos y hacendados locales apoyados por soldados, oficiales y comerciantes españoles.[59]​ Los criollos y mestizos solían dedicarse a la organización y propaganda de la rebelión.[9][8][60]​ Después de la derrota muchos culparon a los indios de obligarlos a participar, descargando sobre ellos el peso de la culpa.[61]

Huachaca fue nombrado «Gran Jefe de la División Restauradora de la Ley».[62][13]​ Su ejército inmediatamente empezó a buscar estructurar su jerarquía de mando exactamente igual que el Ejército Real del Perú, que era su punto de referencia.[63]​ El funcionamiento interno de cada comunidad llevaba a los individuos a seguir las decisiones del colectivo como si fueran una sola voz, lo que facilitaba la movilización masiva de combatientes.[64]

En cuanto al armamento, su caballería era numerosa e iba armada de lanzas y rejones.[65]​ Su infantería estaba relativamente escasa de fusiles,[66]​ vistiendo ujutas, medias, pantalones cortos azules, montera y ponchos y usando cabelleras largas trenzadas.[62]

En su interrogatorio, el prisionero español Manuel Gato[n 5]​ afirmaba que «había mil quinientos hombres, mil que venían de las punas y el resto de Huanta» participaron en el asalto de Huanta el 12 de noviembre de 1827.[67][56][68][66][9]​ Por su parte, el político peruano Aurelio García y García[n 6]​ escribió muchos años después que «más de cuatrocientos soldados y más de cuatro mil Iquichanos» participaron en el ataque contra Ayacucho del 29 del mismo mes.[56][69][70]​ Sin embargo, para Husson, el primero es el relato de alguien deseoso de disminuir su culpa y la magnitud del alzamiento en que participó y el segundo deseaba exagerar la heroica defensa republicana.[9]​ Por eso cree que realmente eran entre 2.000 y 3.000 combatientes, principalmente indígenas.[9]

Su colega, el boliviano aymará Ramiro Reynaga Burgoa, cree que eran 3.000 indios «qheswas» y 80 fusileros criollos.[62]​ Se basa en Fidel Olivas,[n 7]​ quien habló que Huachaca atacó Ayacucho «con 80 fusileros de los desertores del ejército y más de tres mil indios montoneros».[71]​ También esta el testimonio del coronel peruano Francisco García del Barco, quien dice que Huachaca contaba con 300 tiradores de línea, 100 prisioneros gubernamentales que cambiaron de bando y 400 iquichanos con lanzas y rejones nuevamente se lanzaron contra Ayacucho.[72]​ Sin embargo, poco después, eleva la cifra a 4.000 «cosacos de Iquicha».[73]​ Por último, el comerciante alemán Heinrich Witt[n 8]​ describe a 3.000 o 4.000 iquichanos asaltando esa ciudad.[74]

Téngase en cuenta que poco antes, en 1821, las parroquias de Huanta, Luricocha y Huamanguilla (todas en el partido de Huanta) proveyeron al ejército monárquico con armas, pertrechos y 4.000 reclutas.[75]​ En la batalla de 1814, contra los rebeldes de Cuzco, las milicias huantinas sumaron 500 hombres según el historiador peruano Luis Antonio Eguiguren Escudero y el militar español Andrés García Camba.[76][77]​ Sin embargo, Evaristo San Cristóval Palomino dice que el ejército realista en su conjunto pasaba las 5.000 plazas[78]​ y Gerardo Quintana[n 9]​ afirma que Huanta aportó 3.000 lanceros para el encuentro.[79]

También, menos de una década después, durante la guerra civil de 1834 los iquichanos movilizaron 4.000 combatientes en apoyo del caudillo liberal Luis José de Orbegoso, «Este ejército fue más grande que aquel de la rebelión monarquista».[1]​ La razón es que aunque inicialmente enfrentados, los liberales consiguieron aliarse con los huantinos[80]​ y sumar a sus fuerzas a muchos vecinos que ni siquiera habían participado en la rebelión realista.[81]​ Este último número coincide con una carta del prefecto Tristán,[n 10]​ quien creía que los indios de Huanta podían movilizar cuatro a cinco mil hombres[82]​ (aunque versiones en inglés del documento elevan esos números a cinco o seis mil).[83]

Los primeros levantamientos se dieron en marzo y diciembre de 1825, pero fueron sometidos fácilmente por el enorme contingente del ejército patriota que aún se encontraba en la zona.[84][85]​ Sin embargo, la situación se hacía cada más caótica en Perú porque estallaba el fuerte resentimiento contra el gobierno bolivariano y contra su Constitución Vitalicia, nadie quería una «federación de países andinos» con un «presidente vitalicio». Bolívar debió usar las tropas para intentar calmar la situación en las ciudades.[86]​ El periodo 1823-1827 fue políticamente caótico en Perú.[87]​ Esto permitió a los campesinos de las punas el organizarse mejor para resistirse a los recaudadores del diezmo a la coca.[67][88]​ El caos peruano había comenzado a formarse con la llegada de San Martín en 1820, cuando se formaron dos gobiernos: el virreinal en Cuzco en fragmentación y el republicano en Lima en construcción.[89]​ La independencia peruana «fue más concedida que obtenida» gracias a la intervención de los ejércitos de José de San Martín y Simón Bolívar, cuya victoria generó un vació de poder en el que la única fuerza organizada capaz de generar el orden era el ejército, el que se volvió un elemento clave para el poder político.[90]

Corría enero de 1826 y los indígenas se movilizaron contra el cobro del diezmo a la coca. De hecho, ellos mismos organizaron su propio diezmo y así financiaron una nueva rebelión.[53]​ Inmediatamente, el prefecto de la zona, general Juan Pardo de Zela y Vidal, organizó una expedición punitiva que solo consiguió endurecer su resistencia.[88]​ Con el ejército republicano disperso por todo Perú, los rebeldes asaltaron Huanta el 5 de junio bajo el mando del cabecilla Huachaca y el antiguo militar y entonces comerciante español Nicolás Soregui (o Zoregui).[86]​ La escasa guarnición se retiró antes de que llegaran los comuneros, quienes quemaron el cabildo, las barrancas y otros edificios.[74]

Poco después, el 6 de julio, dos regimientos de los Húsares de Junín acantonados en Huancayo se amotinaron y unieron a los rebeldes, animándolos a asaltar Ayacucho. Finalmente son repelidos por la guarnición local[86]​ formada por el resto de los Húsares y el Pichincha.[91]​ En respuesta, el presidente del Consejo de Gobierno, el general Andrés de Santa Cruz, viajó personalmente a Ayacucho a sofocar la rebelión. La represión fue feroz con ejecuciones de los que no pagaban el diezmo, vejaciones a mujeres, fusilamiento de prisioneros sin juicio, matanzas de ganados, profanación de iglesias, encarcelamiento de mujeres y niños en Huanta y el incendio de los pueblos de Iquicha, Caruahuran y Huayllas; violencia ausente en el otro bando. Los guerrilleros debieron refugiarse en los cerros.[92][93][67]

Un tercer levantamiento se produjo a inicios de octubre de 1827 Huachaca volvía a movilizar la población con vivas al rey español.[94]​ El 12 de noviembre una hueste de 1.500 indios[67][56]​ salieron de las montañas,[68]​ rodearon[62]​ y asaltaron Huanta.[68]​ Bajaron sobre el pueblo desde las alturas de Mio y Culluchaca e invadieron la villa desde distintas direcciones, envolviendo a la guarnición.[95]​ De los 175 defensores del batallón Pichincha, comandados por el sargento mayor Narciso Tudela, acuartelados en el cabildo,[68][95]​ murieron 10 a 12 y lograron escapar a Ayacucho en grupos dispersos 80 o 90. Sesenta asaltantes cayeron en combate.[68]​ La mayor parte de los habitantes se quedaron en la urbe sin mayores problemas, aunque muchos fueron los que escaparon. No hubo saqueo a excepción de algunos edificios públicos;[96][87]​ el principal cuartel militar es quemado. Los soldados republicanos se refugiaron en los templos y los juzgan. Los criollos más crueles con los indios son ajusticiados por los comuneros.[62]​ Los días 22 a 24 fueron de negociaciones entre ambos bandos que no llevaron a nada.[97]

Huachaca fundó un breve «seudo Estado» donde se organizó la movilización de la mano de obra para reparar puentes y caminos, reglamentar el orden público y cobrar diezmos en Huanta.[98]

El 29 de noviembre, 3los 400 iquichanos nuevamente se lanzaron contra Ayacucho.[72]​ Acorde al testimonio de Witt, se dividieron en dos columnas, una secundaria avanzó por la izquierda y otra principal, formada por más de 2.000 indios, lo hizo por el centro.[74]​ La defensa era dirigida por el prefecto, general Domingo Tristán y Moscoso. Según Husson, Tristán tenía 100 soldados armados con fusiles y un pequeño cañón.[72]​ En cambio, Witt habla de 150 soldados de línea[74][55]​ atrincherados en ocho trincheras, cada una con un cañón.[74]​ Eran dos compañías del batallón N° 8 mandadas por el coronel Francisco de Vidal.[94]

Anteriormente, Vidal había sido asignado para reclutar hombres para el batallón N° 8,[n 11]​ pero al llegar a Ayacucho se la encontró sitiada por una partida rebelde. Hábilmente se introdujo con armas, municiones y pertrechos para organizar su defensa.[99]​ Entre tanto, el prefecto había enviado tres sacerdotes a Huanta para intentar aplacarlos y a Chiara una proclama para reclutar morochucos y esperaba 250 fusiles desde Lima. Para apoyar a su centenar de soldados acude a los «cangallinos, andahuaylinos y cívicos», estos últimos eran milicianos de 15 a 50 años.[100]​ Básicamente, todos los hombres en edad militar de la ciudad[94]​ se movilizaron porque se temía que la villa fuera quemada.[74]​ Pronto se congregaron 120 andahuaylinos,[100]​ 200[74]​ a 260[100]​ cívicos y 1.000[101][102]​ a 2.000 morochucos, aunque no todos participaron de la defensa.[100]

Huachaca llegó por Mollepata con 100 tiradores de línea y muchos indios con lanzas y rejones.[100]​ Avanzó por Pampa del Arco,[99]​ donde quemaron la casa del rico propietario Justo Flores,[100]​ pero Vidal pudo dispersarlos[99]​ gracias a la decidida defensa de las milicias cívicas de los gremios, andahuaylinos y morochucos.[100]​ Las primeras formaron en el centro, bajo los tunales del arrabal Calvario, los segundos atacaron el ala derecha iquichana por Huatatas, y los terceros bajaron desde La Picota por quebrada Honda para amenazar la retaguardia rebelde.[100]​ La principal columna iquichana fue vencida por las fuerzas de línea, mientras que la secundaria por las milicias de civiles.[74]​ Los derrotados atacantes fueron perseguidos hasta Macachacra.[100]

Al día siguiente continuaron hasta la colina de Mollepata y la quebrada Honda, donde los vencedores les dieron alcance y les vencieron nuevamente.[103][104]​ Las bajas iquichanas bordearon los 200[74]​ a 300[103][100]​ muertos y 64[103]​ a 74[100]​ prisioneros. Ningún defensor murió.[74]

La derrota fue decisiva.[105]​ Nuevamente la «guerra de campesinos» se mostraba incapaz de tomar una ciudad, viéndose relegada a su «ruralidad». La toma de la capital provincial podía «transformar esta guerra campesina en guerra civil».[106]​ Su plan fue apoderarse de Ayacucho para cortar las comunicaciones entre Cuzco y Lima y aislar al sur de Perú[86]​ a la espera de refuerzos de la Santa Alianza y España. Con ellos esperaban alzar en armas Huancavelica, Ica, Aymaraes y Cerro de Pasco para formar un gran ejército con el que recuperar Perú para su rey.[107]​ Poco después llegaba el general Francisco de Paula Otero con 300 soldados desde Lima.[100]​ El 12 de diciembre las tropas republicanas recuperaban Huanta.[108]

Vino la fase de «pacificación» llamada «guerra de las punas».[108][109]​ Esta fue una verdadera «campaña de exterminación» comandada por el general Otero, veterano en enfrentar guerrillas.[110]​ Toda vez que se movilizaba un contingente masivo de la población india, su represión era feroz para desalentar nuevas insurrecciones[58]​ e Iquicha no fue distinta, como la supresión de la rebelión de Túpac Amaru, la pacificación se caracterizó por las numerosas masacres.[111]

Sus tropas incluyeron «contramontoneras» de indios reclutados en Tambo, Pacaicasa, San Miguel Huamanguilla y otras localidades y dos batallones de línea.[110]​ Durante la independencia, todo ejército regular era acompañado por guerrillas locales. Estas eran milicias de campesinos bajo el mando de sus propias autoridades, «alcaldes de indios», dedicadas a facilitar la logística, entorpecer los movimientos enemigos y a veces a enfrentarlo directamente. Las guerrillas fueron usadas con éxito primero por los españoles en su lucha contra Francia, importándose a Hispanoamérica por ambos bandos.[112]

Tres meses después de la defensa de Ayacucho, Vidal y su batallón N° 8, que ya sumaba más de 800 efectivos, fueron enviados por las punas hasta las cejas de montañas, un recorrido de 60 días en que logró vencer a los rebeldes y capturar a muchos cabecillas.[99]​ Hubo combates feroces en Cangari y Huayhuas, pero prevalecieron los republicanos, forzando a sus enemigos a refugiarse en las punas, desde donde atacaron Huanta sin éxito.[113]​ Un gran combate se libró en Uchuraccay, el 25 de marzo de 1828, cuando el comandante de los batallones cívicos, Gabriel Quintanilla, asalto el cuartel de Huachaca. En el enfrentamiento se hicieron 24 prisioneros y cayeron 21 guerrilleros,[114][115]​ incluyendo el sargento mayor Pedro Cárdenas, el oficial español Sebastián Valle y el hermano del caudillo, Prudencio Huachaca.[114][115][101]​ Quintanilla había sido el jefe de las guerrillas de Pacaicasa y Tambo pero desertó a los republicanos.[101]

En uno de los combates, un piquete mandado por el capitán Miguel de San Román y 25 soldados fue emboscado por 1.000 iquichanos. La unidad perdió 16 hombres y sólo fue salvada por la oportuna llegada de refuerzos a las órdenes del capitán Eleuterio Aramburú.[116]​ Después de esta acción, San Román fue enviado con Gamarra y participó de la invasión de Bolivia.[117]

Al comenzar mayo se dio el último combate en Ccano en el actual Distrito de Huanta, en plena región de las punas; el coronel Vidal derrotaba a los montoneros definitivamente. El 8 de junio, en una acción armada en plena selva, casi todos los líderes realistas son capturados. La guerra acababa definitivamente.[118][67]​ Los cabecillas capturados fueron fusilados en Luricocha.[101]​ Los más afortunados, como Soregui, aunque inicialmente condenados a la pena capital, después de dos años de apelación sus sentencias fueron conmutadas a diez años de destierro.[119]

Huachaca se vio obligado a refugiarse en las selvas del Apurímac[118]​ pero su esposa y dos hijos fueron capturados y llevados a Ayacucho.[30]​ Por su parte, Vidal volvió victorioso a Ayacucho y luego a Lima seguido por un batallón que superaba las 1.000 plazas.[99]​ Las campañas punitivas continuaron durante 1829, consiguiéndose atraer a varios jefes iquichanos que ayudaron a acorralar a los monárquicos restantes. El general Agustín Gamarra instigó estas luchas, haciendo que muchos de los últimos españoles en la zona fueran asesinados con hachas, piedras o palos.[101]

El reformismo borbónico implicó el cierre de muchas misiones, llevando necesariamente a la pérdida del control de vastas regiones selváticas del valle del Apurímac. El liberalismo de los períodos 1808-1814 y 1820-1823 y los revolucionarios de Bolívar no llevaba más que a profundizar dicha situación. El 1 de noviembre de 1824 mandaba clausurar el convento franciscano Santa Rosa de Ocapa.[43]​ Esto demostraría ser una mala decisión, los guerrilleros iquichanos lograron resistir por años gracias al encontrar refugio en las selvas bajas al este de la sierra, zonas solo accesibles por el Mantaro y el Apurímac, territorios fuera del control estatal.[2]​ No habría nuevos impulsos de «asimilación y/o peruanización» de las extensas zonas orientales hasta los gobiernos de Ramón Castilla.[120]

El movimiento es comparado con la resistencia de los vandeanos y chuanes durante la Revolución francesa.[121][122]​ Existieron situaciones similares, con resistencia de campesinos a ejércitos regulares de nacientes Estados revolucionarios en San Juan de Pasto y la Araucanía.[84]​ El conflicto también ha sido definido como: «la época en que ese trozo de nuestra patria se resistía absurda y ferozmente a separarse de España».[123]

Huachaca tomó el nombre Antonio por el mariscal Sucre y el apellido Navala en honor a la Marina de Guerra del Perú.[58]​ Siguió viviendo una vida de prófugo, siendo detectado en 1830 cerca de Huanta y Carhuahurán, ofreciéndose 2.000 pesos por su cabeza. En 1834 apoyo al liberal Orbegoso contra el cuzqueño Gamarra.[125]​ Finalmente, fue durante ese conflicto que las fuerzas iquichanas lograron tomar Huanta y Ayacucho.[126][1]​ A fines de ese año, el presidente Orbegoso viajó a Huanta y quiso reunirse con Huachaca pero no se produjo el encuentro.[127]​ Para generar una relación de clientelismo entre él y el caudillo, el presidente se comprometió a educar personalmente a uno de los hijos de Huachaca. La condición social de este último, arriero semi-analfabeto y quechua hablante, le impedía darle un alto puesto en la administración pública o el ejército, preventas usuales de la época.[127]​ En 1838 apoyó a la Confederación Perú-Boliviana, a la que veía como «la continuación del imperio por otros medios»,[128]​ pero cuando fue disuelta por la victoria del Ejército Restaurador del Perú se internó en las selvas del Apurímac de forma definitiva.[129]

Como él, los huantinos mantuvieron su actitud levantisca.[130]​ Esto les valió el emblema de su escudo: «jamás desfalleció». Siguiéndolo, apoyaron a la Confederación y las fuerzas restauradoras enviaron expediciones que masacraron civiles y ganados sin piedad.[131]​ La paz llegó el 15 de noviembre de 1839, con la firma del convenio de Yanallay, los iquichanos fueron representados por su comandante Tadeo Chocce, quien fue ascendido por los republicanos a capitán, en lugar de su considerado «legendario» general Huachaca: «pacificándose la microregión iquichana por cerca de medio siglo, hasta las revueltas por el impuesto a la sal (1896)» en que vuelven a tomar Huanta.[132]​ Historial sorprendente para una ciudad que a mediados de la centuria apenas tenía 2.000 habitantes.[133]​ Según la historiadora peruana Cecilia Méndez Gastelumendi, el término «iquichano» pasó de ser usado para referirse a todos los indios de la región que participaron de la revuelta (gracias a los pasquines de la propaganda realista) a un símbolo de orgullo colectivo.[35][134]

Los morochucos e iquichanos sólo olvidarían su rivalidad para combatir a órdenes del coronel huantino Recaredo Alvarado y del doctor Ángel Cavero, a favor del general Mariano Ignacio Prado en la guerra civil de 1865.[16]

Algunos historiadores (actualmente criticados) se refieren a los indígenas como «masa informe y ahistórica»[135]​ porque la mayoría de ellos vivían diseminados en valles de difícil acceso[87]​ y con una cultura «arcaica» basada en el respeto a la tradición.[136]​ Como otras comunidades campesinas, no estaban «aisladas» de la política, sino que jugaron un rol clave en la formación del Estado peruano, el «Estado caudillista», periodo de las décadas 1820 a 1840 caracterizado por la lucha constante entre caudillos ambiciosos.[137]




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