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Guerras habsburgo-otomanas




Aliados de los Habsburgo:


Aliados de la Liga Santa:

Vasallos:

Las guerras Habsburgo-otomanas o austro-turcas (guerras del Turco en la literatura clásica española)[5]​ fueron los conflictos militares que enfrentaron al Imperio otomano y a los Estados de la Casa de Habsburgo (los llamados Austrias de Viena y Austrias de Madrid) durante toda la Edad Moderna, y que se prolongaron durante la Edad Contemporánea hasta comienzos del siglo XX.

La condición de liderazgo que ambas potencias tenían dentro de sus respectivos ámbitos (la cristiandad y el islam) hasta el siglo XVII hizo que el factor religioso fuera muy importante en estas guerras; aunque los factores determinantes fueron geopolíticos, lo que explica que simultáneamente cada una de ellas tuviera enfrentamientos con otras potencias de su misma religión y que incluso hubiera alianzas con potencias de la religión opuesta. A partir del siglo XVIII el nuevo equilibrio europeo desplazó la centralidad de ambos contendientes en beneficio de otras potencias emergentes.

Las guerras habsburgo-otomanas consistieron en campañas terrestres en los Balcanes, que implicaban a los Habsburgo austríacos; y en enfrentamientos navales en el Mediterráneo, que atañían por su parte a los Habsburgo españoles.

Inicialmente el avance terrestre otomano fue imparable, con la decisiva victoria de Mohács (1526, que redujo la mayor parte del Reino de Hungría a la condición de estado vasallo y tributario), hasta el fracasado Sitio de Viena (1529, que marcó su mayor avance territorial).

La presencia creciente de la flota turca en el Mediterráneo occidental fue contestada con enfrentamientos periódicos que culminaron en la victoria cristiana de Lepanto (1571).

En 1683 los turcos asediaron por segunda vez la capital austríaca, siendo rechazados por una coalición multinacional.

La guerra de Sucesión Española (1700-1713), que puso a los Borbones en el trono español, dejó a Austria como la única potencia en manos de los Habsburgo. No obstante, para entonces el equilibrio de poderes había cambiado en beneficio de la Europa cristiana, que pasó a disponer de tácticas y tecnologías militares superiores (especialmente en la artillería), así como de superiores recursos económicos; situación frente a la que el tradicional cuerpo de élite otomano (los jenízaros) dejó de ser tan eficaz. A finales del siglo XVIII, el Imperio turco había pasado a ser el hombre enfermo de Europa.

La expansión del Imperio austríaco (luego Imperio austro-húngaro) por los Balcanes fue recortando territorios al Imperio turco durante todo el siglo XIX, en competencia con el Imperio ruso. Las continuas guerras balcánicas y los sucesivos tratados (Berlín, San Estéfano) fueron marcando distintos puntos de equilibrio entre las tres potencias.

Ya en el siglo XX, en el periodo previo a la Primera Guerra Mundial (1914), turcos y austríacos pasaron de enemigos a aliados, constituyendo con el Imperio alemán el bloque denominado como Imperios Centrales, cuya derrota supuso la común desintegración (1918).

Los Balcanes en 1400.

Los Balcanes en 1600.

El Imperio otomano en su máxima expansión (1683).

Los Balcanes en 1890.

Si bien los Habsburgo fueron ocasionalmente reyes de Hungría (además de archiduques de Austria y emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico), no fueron protagonistas de las guerras contra los otomanos hasta el siglo XVI. Ese papel correspondió hasta entonces a otras dinastías húngaras (Jagellón, Hunyadi), así como a las demás nacionalidades del complejo mundo balcánico (alemanes, serbios, croatas, albaneses, transilvanos, moldavos, valacos, búlgaros, griegos, etc.), entre las que destacaron líderes anti-turcos como Vlad Tepes.

El avance turco hacia Europa central atrajo la ayuda de los estados cristianos occidentales, conscientes de la amenaza para la cristiandad que ese hecho suponía, y se organizaron verdaderas cruzadas en las batallas de Nicópolis (1396, con participación húngara y francesa) y de Varna (1444, con participación húngara y polaca). El Reino de Hungría había llegado a hacer frontera con el Imperio otomano y sus estados vasallos.

En la Batalla de Mohács (29 de agosto de 1526), el rey Luis II de Hungría y I de Bohemia murió; y su viuda, María de Austria, huyó para refugiarse junto a su hermano, el archiduque Fernando de Austria, quien reforzó su reivindicación al trono vacante con su matrimonio con Ana, hermana del rey Luis II, único miembro de la familia real. Fernando fue elegido rey de Hungría y de Bohemia por una Dieta fuertemente dividida, reunida en Bratislava; mientras que Juan I Szapolyai fue elegido rey por una Dieta rival (diciembre de 1526). Quedó el reino así dividido entre la zona noroeste, la Hungría real de Fernando, integrada entre los Estados de los Habsburgo; y el reino de Hungría de Szapolyai, vasallo del Imperio otomano, cuya parte suroriental terminó configurándose como Principado de Transilvania. La zona central, sometida a la mayor presión militar, se conoce con el nombre de Hungría otomana, y sufrió continuos vaivenes en los siguientes siglos.[6]

Suleimán el Magnífico, hacia 1530, por Tiziano.

Fernando de Habsburgo, hacia 1531, por Barthel Beham.

Juan Szapolyai.

En 1527 Fernando atacó la parte de Hungría controlada por Szapolyai, muy debilitado por divisiones internas, y que no consiguió evitar que Fernando conquistara Buda y otras plazas clave a lo largo del Danubio. El sultán otomano Solimán el Magnífico esperó para acudir en su ayuda hasta el 10 de mayo de 1529, cuando envió un imponente ejército de más de 100.000 hombres.

Los turcos arrebataron fácilmente a Fernando gran parte de las conquistas que este había realizado en los dos años precedentes; y sólo la fortaleza de Bratislava ofreció una eficaz resistencia. Considerando las dimensiones del ejército de Solimán y la devastación desatada sobre Hungría pocos años antes, era lógica la falta de voluntad de las zonas en disputa para resistir los ataques.

El sultán llegó a Viena el 27 de septiembre de 1529. El ejército de Fernando contaba con cerca de 16.000 soldados (número siete veces inferior al de los atacantes), y las murallas de Viena no debieran haber sido suficientes para la potencia de fuego de los cañones otomanos; pero las medidas de reforzamiento adoptadas permitieron que la ciudad se defendiera con gran vigor. También contribuyeron las lluvias e inundaciones, que impidieron usar las armas de fuego con efectividad y dificultaron las maniobras ofensivas. El 12 de octubre, después de haber minado y contraminado, se reunió un consejo de guerra otomano, que el 14 de octubre decidió abandonar el asedio. La retirada del ejército turco fue estorbada por la fiera resistencia de Bratislava que, todavía una vez más, le bombardeó. Las primeras nevadas complicaron aún más la situación de la expedición turca. La dureza de la derrota, y los conflictos existentes en otros lugares del Imperio desviaron la atención prioritaria del sultán, lo que hizo que tuvieran que pasar tres años antes de que Solimán pudiera comenzar una nueva campaña en Hungría.

Con el nombre de "pequeña guerra" o "pequeña guerra de Hungría" se conoce historiográficamente al periodo entre 1529 (el sitio de Viena) y 1552 (el sitio de Eger).[7]​ Las hostilidades se reanudaron en 1530, cuando, aprovechándose de la retirada turca, el archiduque Fernando lanzó una ofensiva que reconquistó la ciudad húngara de Esztergom (conocida con los nombres de Gran, Orishon o Estrigonia) además de otras fortalezas. El asalto a Buda fue detenido por la presencia de soldados otomanos.

Como ocurrió en la ofensiva anterior, el retorno de los otomanos forzó nuevamente a los Habsburgo a retornar a una posición defensiva. En 1532 Solimán envió un enorme ejército con el objetivo de capturar Viena; pero finalmente se tomó un trayecto distinto, hacia Kőszeg (también llamada Güns). La heroica defensa por parte de una fuerza austríaca compuesta por solo 700 soldados, consiguió resolverse con una rendición honrosa de la fortaleza, en la que simplemente se levantó el estandarte turco.[8]​ Conforme con esta demostración de poder, el sultán no deseó arriesgar más y se retiró de nuevo, lo que en la práctica reconocía las limitadas conquistas austríacas en Hungría, mientras que al mismo tiempo forzó a Fernando a reconocer a Juan I Szapolyai como rey de Hungría.

Mientras la paz entre los austríacos y los otomanos duró nueve años, Juan I Szapolyai y Fernando de Habsburgo encontraron conveniente seguir luchando a los largo de su frontera. En 1537 Fernando rompió el tratado de paz enviando a sus generales más hábiles al desastroso asedio de Osijek que finalmente resultó un triunfo para los otomanos (batalla de Dakovo).[9]

En 1540 la muerte de Juan Szapolyai llevó a Austria a avanzar nuevamente hacia Buda reclamando sus derechos reales sobre la ciudad, y argumentando que el rey Juan I había violado el pacto, pues poco tiempo antes de morir nació Juan Segismundo Szapolyai, a quien hizo coronar de inmediato, mientras que el acuerdo entre ambos reyes preveía que tras la muerte del rey húngaro sin herederos el trono sería de Fernando. El sultán turco Solimán, enterándose de que los dos reyes habían pactado a sus espaldas, decidió ocupar Buda. El ejército austríaco fue aniquilado por Solimán, mientras el más anciano general austríaco, Wilhelm von Roggendorf, pagó con su propia vida su incapacidad de detener el avance turco (25 de agosto de 1541). Solimán procedió a aniquilar de facto a Hungría. En 1543 se puso sitio y rindió la ciudad de Esztergom.[10]​ En 1551, cuando fue impuesto un tratado de paz, la Hungría habsbúrguica había sido reducida a una tierra de frontera. Sin embargo, en Eger los austríacos obtuvieron una sorprendente victoria, en parte gracias a la participación de la población civil, incluidas las mujeres (1552).[11]

La "pequeña guerra" vio oportunidades desperdiciadas por ambos lados; las tentativas de los austríacos de incrementar su influencia en Hungría fueron fallidas, al igual que los intentos otomanos de asaltar Viena. A pesar de la objetiva situación de empate, eso no suponía el mantenimiento permanente de un statu quo ya que el Imperio Otomano era un adversario demasiado poderoso y peligroso. En los siguientes 100 años, los austríacos debieron permanecer a la defensiva, evitando costosas batallas como las de Buda y Osijek. En cualquier caso, los intereses estratégicos de los Habsburgo no contemplaban únicamente la lucha contra el avance islámico en Europa, pues incluían también la lucha contra los protestantes alemanes, que minaban la autoridad imperial (tras la abdicación de Carlos V, hermano mayor de Fernando, este fue elegido Emperador -1558-, y tras él toda la línea de sus descendientes en la rama vienesa); mientras que la rama española de la familia (la Monarquía Católica, en la que se sucedieron los descendientes de Felipe II, hijo de Carlos) tenía un enfoque aún más global, que incluía la expansión por América y los océanos de todo el mundo (rivalizando primero con los portugueses y luego con ingleses y holandeses), además del mantenimiento de la hegemonía europea, comprometida frente a Francia en las guerras de Italia (hasta que Francia se vio dividida por las guerras de religión), frente a los rebeldes flamencos durante la guerra de los Ochenta Años (1568-1648), y en el Mediterráneo, durante todo el periodo, frente a la flota turca. Los otomanos por su parte no pudieron expandir su poder tal y como lo habían hecho en tiempos pasados.

El Imperio otomano había comenzado rápidamente a desplazar a sus oponentes cristianos en el mar. En el siglo XIV los otomanos tenían tan solo una pequeña armada. En el siglo XV cientos de navíos tomaron parte en la conquista de Constantinopla y comenzaron a desafiar el poder naval de las repúblicas de Venecia y de Génova. En 1480 los otomanos inentaron sin éxito sitiar la isla de Rodas, rocafuerte de los Caballeros de San Juan. En una nueva ocasión, en 1522, finalmente consiguieron, tras un asedio de seis meses, conquistar la isla, con lo que los cristianos perdieron una importante base naval. No obstante, Chipre aún permanecía en poder de los venecianos.

Cuando los caballeros de San Juan fueron trasladados a Malta (1530) los otomanos observaron cómo su victoria en Rodas tan solo había desplazado el problema. Los barcos otomanos realizaron diversos ataques contra los caballeros, mientras que éstos detenían el avance turco en el este.

Turgut Reis y Jeireddín Barbarroja dirigieron flotas turcas como aliadas de Francisco I de Francia contra Carlos V en el contexto de las guerras italianas en las que ambos reyes cristianos estaban enfrentados. La presencia de la flota turca en el Mediterráneo occidental, sumada a la actividad corsaria de los berberiscos, comprometía seriamente la seguridad de las costas de España e Italia, y garantizaba la continuidad de la presencia musulmana en el Norte de África.

La situación se volvió insostenible en 1565 cuando Solimán el Magnífico (vencedor en Rodas) decidió eliminar la base de los caballeros de San Juan en Malta. Los españoles comenzaron a reunir primero una pequeña fuerza expedicionaria (que llegó a tiempo para el sitio) y finalmente una gran flota para socorrer la isla. La ultra-moderna fortaleza estrellada de Sant'Elmo fue tomada a tan gran coste en material y vidas que la toma del resto de la isla no fue posible y los turcos se retiraron. A pesar de ello, la piratería berberisca continuó y la victoria de Malta no tuvo un efecto decisivo sobre la presión militar otomana en el Mediterráneo.

La muerte de Solimán el Magnífico en 1566 trajo la subida al poder de Selim II, conocido como Selim el Borracho, que envió una gran expedición (Pialí Bajá, Lala Kara Mustafa Pasha) para conquistar Chipre a los venecianos (1570). La otra opción militar de Selim, acudir en apoyo de la rebelión de los moriscos españoles (1568-1571), no se emprendió de forma eficaz. Tras la conquista de Chipre, los venecianos pidieron ayuda a las potencias cristianas, que tan sólo fue respondida inicialmente por el papa Pío V; finalmente, el papa consiguió el apoyo de Felipe II de España para crear una Liga Santa que formó una armada para enfrentarse a los turcos, y que consiguió destruir la flota turca frente a las costas griegas en la Batalla de Lepanto (1571). Aunque tampoco esta victoria cristiana fue decisiva, sí que permitió el mantenimiento del equilibrio de potencias en el Mediterráneo, con pocas alteraciones (a los pocos años, los turcos ocuparon Túnez en 1574).[12]

Se denomina historiográficamente "guerra larga", "guerra de los trece años" o "guerra de los quince años" al conflicto habsburgo-otomano entre 1591 y 1606.[13]

El Imperio otomano no intervino en la guerra de los Treinta Años (1618-1648), periodo en que los Habsburgo de Viena y Madrid estaban comprometidos en una agotadora empresa por mantener la supremacía europea, y que acabó en un verdadero desastre para los Austrias de Madrid y el mantenimiento del estatus de los Austrias de Viena (Tratado de Westfalia, 1648). Mientras tanto, en su frente mediterráneo contra Venecia, los turcos consiguieron conquistar Creta (Guerra de Candía, 1645-1649).

La segunda mitad del XVII se vio inmersa en la llamada "Gran Guerra Turca" (1645-1699), que implicó a toda Europa Central y Oriental, y cuyo episodio culminante fue el Segundo sitio de Viena (1683), momento a partir del cual los otomanos fueron cediendo terreno: Liberación de Buda (1686), Segunda batalla de Mohacs (1687, que simbólicamente, vengó la derrota cristiana de la de 1526) y batalla de Zenta (1697).[14]



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