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Huaca de Chena



La Fortaleza incaica de Chena, también conocida como Huaca de Chena o Pucará de Chena, es una construcción de origen incaico ubicada en el cerro Chena, en la que fuera la sexta hijuela del antiguo fundo de San Agustín, en el límite de las comunas de Calera de Tango y San Bernardo, en la Región Metropolitana.[1]

Los primeros trabajos sobre la Fortaleza Incaica de Chena sostuvieron que era un sitio defensivo o pucará. Recientes investigaciones han sostenido otros usos: un observatorio astronómico, una huaca sagrada o un ushnu, o bien cumplía todas estas funciones.[1][2][3]

En quechua, huaca se refiere a todo lo que descuella del paisaje, en este caso un cerro con forma de puma, (en quechua, chiena, significa puma en celo) por lo que la huaca se debe haber erigido sobre el cerrito que representaba al producto de la concepción de este.

Construida por los incas del Collasuyo, la fortaleza o Pucará del Cerro Chena se ubica en la puntilla de Cucará, hasta donde se accede por el camino Catemito.[4]​ En 1976, el arqueólogo Rubén Stehberg[5]​ publicó el informe «La fortaleza de Chena y su relación con la ocupación incaica de Chile central».[6]​ El levantamiento topográfico lo realizó el ingeniero Hans Niemeyer, destacado investigador en arqueología.

En la actualidad, el Pucará de Chena, pese a la controversia existente en relación a su ocupación por la cultura inca en el periodo prehispánico, es reconocido como el Santuario inca más austral del mundo.

Hay antecedentes de un intercambio desarrollado entre Patricio Bustamante, investigador en arqueoastronomía, que estudió el sitio de Cuz Cuz entre otros, exmiembro del desaparecido grupo Intijalsu,[7][8]​ y Rubén Stehberg, arqueólogo de la Universidad de Chile, autoridad en la materia de la ocupación inca en el Collasuyu, en torno al simbolismo y función del pucará del cerro Chena. Patricio Bustamante (1997) defendía la tesis de que la instalación de Chena sería una huaca y no un pucará, dadas las características de los restos arqueológicos encontrados y las correspondencias astronómicas que tenía el recinto en cuestión. Stehberg, que es el primero en estudiar sistemáticamente las instalaciones de Chena, era de la opinión que los restos correspondían a una fortaleza defensiva relacionada con la expansión militar del imperio.[9][10]​ Rubén Stehberg reconoció la posibilidad de una interpretación desde la arqueoastronomía,[11]​ al mismo tiempo que abría la puerta a hacer confluir otras variables al estudio de la arqueología en Chile.

Esta fortaleza cuenta con un conjunto de nueve recintos situados en la cumbre del cerro y de dos muros de circunvalación que se interpretaron en un comienzo como defensivos pero son parte de la tripartición cósmica inca.

Los incas así como las culturas que los predecieron milenios antes, desde la época de la Civilización Caral, creían que el espacio horizontal estaba dividido en dos partes, y cada una de ellas subdividida en otras dos, el mundo aparecía compuesto por tres planos:

Pacha significa ‘mundo’, 'tiempo y espacio' y Mama es la ‘madre’, pachamama entonces es la madre Tierra.

La primera aproximación a una nueva interpretación, fue publicada en 1991. Esta apunta a que el perímetro de los muros del pucará, sugiere la forma de un animal, posiblemente un felino.[12]​ Y los muros defensivos no serían tales sino las tres áreas de la cosmovisión inca.

Esta forma semejante a un animal (única descrita en Chile), es similar a la figura de un puma que estaba representada en la planta de la ciudad capital del Imperio inca, Cuzco.[14]Pedro Sarmiento de Gamboa[15]​ señaló que la ciudad fue concebida por sus constructores con la forma de un puma. Fernando y Edgardo Elorrieta,[16]​ describen gran cantidad de edificios incaicos ubicados en el valle sagrado, que semejan formas de animales, algunos de ellos relacionados con las constelaciones oscuras que veían en el cielo nocturno. También describen asociaciones de estos edificios con la astronomía. La parte trasera de este felino, presenta aberturas de puertas, pasillos y separaciones entre muros, que permiten el paso del primer rayo de sol en solsticios y equinoccios. El paso del primer rayo de sol en el solsticio de invierno (21 de junio) a través de cuatro puertas recorre un sentido. Durante el amanecer del solsticio de verano (21 de diciembre) a meses después, el último rayo de sol recorre el camino inverso.

Luego de una revisión de sucesivos estudios arqueológicos realizados en el Pucará de Chena. el arqueólogo Rubén Steberg reexaminó las conclusiones disponibles en el 2001.[13]​ El Pucará de Chena no sería solo una fortaleza incaica sino más propiamente una “huaca”, un lugar sagrado. Su instalación estaría ajustada a prácticas de sacralización de la geografía y estaría formando parte de un paisaje ritualizado. Su disposición morfológica respondería no solo a claves zoo-mórficas sino también claves astronómicas. Es posible también la influencia de lugares sacramentales locales previos a su fundación.[13]​ Una huaca es un lugar sagrado, un espacio de uso ritual. Las descripciones anteriores parecen señalar que el Pucará de Chena fue y es una huaca.[17]

Las razones que apoyan a este lugar como ceremonial[17]​ y no como militar son:

Los incas habían desarrollado una astronomía, basada en la salida y puesta del Inti (el Sol), Quilla (la Luna) y ciertos planetas y astros, particularmente Chasca (Venus) y Collca (las Pléyades)[19]​ En 1996 se publicó un nuevo artículo en una revista de ingeniería.[17]​ En él se abordó una nueva propuesta de interpretación, según la cual «el pucará podría ser un sitio ritual y un observatorio astronómico». La abundante literatura especializada, señala que los astrónomos incas realizaban observaciones de alta precisión y construían observatorios a lo largo del territorio que ocupaban. Estos observatorios eran necesarios para la elaboración de calendarios con fines agrícolas, religiosos, civiles, etc.[20][21]​ profundizan en esta línea de análisis.

Debido a las grandes distancias que normalmente había entre villorrios y la necesidad de recorrerlas a pie, hace presumir que cada asentamiento de relativa importancia, contaba con un observatorio que permitía a los habitantes, manejar su propio calendario. El asentamiento inca que encontraron los españoles al llegar al valle de Santiago seguramente no era la excepción.[22][23]

La fecha en la cual el sol pasa por el nadir (el anticenit) también era conocida, y formaba un eje temporal con el paso por el cenit. Aveni descubrió, en la ciudad incaica de Huánuco Pampa, dos edificios importantes cuya orientación es notoriamente diferente del resto de la ciudad: se alinean con el eje cenit-anticenit, lo que denomina posteriormente el "tiempo estándar de Cuzco", pues sugiere que los incas, al no poder aplicar los mismos criterios temporales en todo su imperio (pasado los trópicos, el sol no pasa nunca por el cenit -caso de Chena-), tenían que mantener una coherencia calendárica entre lugares remotos de su imperio y la capital. En Chena, no hemos visto este tipo de alineamiento hacia el "huso horario de Cuzco".

El 23[24]​ de junio es la fiesta del Inti Raymi, el Año nuevo inca. Si el inca se paraba en el comienzo de la línea roja más corta, observaba salir el primer rayo de sol a través de una ranura entre dos muros. El sol se elevaba tras el Ushnu o altar. Para desnaturalizar esta fiesta solaparon con la fiesta de san Juan Bautista ( 24 de junio) y en otros pueblos la fiesta de san Pedro y san Pablo ( días 29 y 30 de junio)[25]

La puesta del sol del solsticio de invierno ocurre en un punto "clave" desde el ushnu de Chena: la intersección del horizonte más cercano (el cordón de Chena) y del más lejano (cordillera de la Costa). Además, en esta dirección precisa se encuentra la cumbre del cerro más alto (1.166 msnm) que culmina al sur de la Cuesta Zapata (mapa IGM Santiago 3300-7030 a escala 1:250.000). Este detalle podría no ser una coincidencia, sino un requisito topográfico importante, debido a la asociación conocida de los cerros altos con el culto al agua en varias culturas.[26]​ La interacción con los incas ayudó a los mapuches a hacer mejores observaciones astronómicas. De acuerdo con Aveni,[27]​ la salida heliaca[28]​ de las Pléyades da inicio al año Inca, lo que ocurre unos 13 a 15 días antes del solsticio de invierno. Ellos vieron una relación entre el tiempo en que las Pléyades son visibles y el ciclo agrícola anual. De esta manera uno de los nombres con que designaban al cúmulo era Collca, que significa depósito de alimentos en quechua.[29]​ Las Pléyades están ausentes del cielo nocturno entre el 3 de mayo y 9 de junio, durante un período de 37 días, período que coincide con el que media entre la cosecha y la próxima época de siembra en el altiplano. La observación de la primera aparición de las Pléyades no solo definía el inicio del año Inca y Mapuche, sino también les permitía pronosticar las precipitaciones en la siguiente temporada y según esto adelantar o atrasar las siembras.

Por ejemplo, para determinar el norte astronómico o geográfico, basta observar el punto de salida y el punto de puesta de la estrella Vega (Alfa de Lira), Urcu Chillay o llama macho para los incas, alrededor del solsticio de invierno. Luego buscar el punto medio, este representa el norte. Probablemente este método simple permitió a los antiguos astrónomos determinar el eje Norte–Sur. El esquema siguiente, producto de más de una década de observación in situ de eventos astronómicos, muestra el sistema de observación astronómica a simple vista, probablemente usado por los astrónomos incas para diseñar la huaca y luego para realizar sus observaciones del movimiento aparente de los astros.

Durante la celebración del Inti Raymi de 2006 en la huaca de Chena, el joven arqueólogo y andinista Ricardo Moyano, observó la salida del sol y reconoció la depresión en los cerros donde sale el Sol, como el sitio llamado Portezuelo del Inca. Hasta ese momento este nombre no tenía explicación. A partir de esa observación, en opinión de Stehberg, podría tratarse de la primera línea de ceque[30]​ encontrada en Santiago. En Cuzco, los ceques consistían en líneas imaginarias que partían desde el Coricancha y se dirigían hacia cada huaca,[30]​ conformando un total de 328 huacas. Cumplían funciones de orden político, social y religioso.[30]​ El Coricancha era el principal templo de la cultura inca.[nota 2]​ Al amanecer del equinoccio, el sol atraviesa la puerta del recinto oriente y cruza el pasillo. Al atardecer realiza el camino inverso. La diagonal del pasillo de acceso señala la línea Norte-Sur. Mediante este sencillo método, y utilizando barro y piedras como materiales de construcción, los astrónomos incas lograban observaciones de relativa precisión.

Stehberg en otra excavación halló cerámica con influencia incaica la que se evidencia en una escudilla ornitomorfa (Rengo) y dos escudillas gemelas (Chillehue)[nota 3]​ que presentan similitudes con piezas encontradas en los sitios incas del cerro Chena[31]​ y el cementerio "Los Valientes" de Nós.[32]

Al pie del cerro Chena se encontraron también dos cementerios, presumiblemente diaguita-incásico, separados uno de otro por unos 600 m. Los diaguitas, por la preocupación mostrada en sus entierros, mostraban una preocupación por una vida post-muerte en la cual la llama tiene un papel primordial. Las cerámicas duales apuntan hacia la creencia de la existencia de dos mundos en las cuales los chamanes son el nexo. Con la llegada de los incas se trajo la tradición de hacer altares y santuarios en los cerros más altos del valle.

Lamentablemente, este importante sitio está bastante abandonado. La administración del mismo está en manos de las Municipalidades de Calera de Tango y San Bernardo, las cuales no cuentan con los recursos necesarios para una adecuada mantención y administración. Una alambrada, al parecer ilegalmente reubicada, invade terrenos de la Huaca. La ausencia de planos detallados en las municipalidades de San Bernardo y Calera de Tango han retrasado las investigaciones. Donde se encontraron los cementerios ubicados al poniente, hoy hay campos de cultivo. En la cumbre, la reconstrucción realizada en la década de 1960 está prácticamente destruida, quedando solo la base de algunos muros y parte de ellos han desaparecido por completo. Los excursionistas inconscientemente retiran piedras de los muros para hacer sus fogatas. Los letreros instalados hace años, todavía mencionan como única función del pucará el uso bélico. Ninguna mención existe a los hallazgos realizados producto de las nuevas investigaciones. Es urgente un esfuerzo serio para salvar y revitalizar este importante trozo del pasado prehispánico.

En contraste con este abandono físico, en la última década diversos grupos y personas están redescubriendo la Huaca. Destaca la comunidad Quechua Aymará de Santiago, que está realizando gestiones ante las autoridades con el objeto de recuperar la huaca de Chena como un espacio ritual para las nuevas generaciones de descendientes de las etnias originarias andinas. Las comunidades estiman importante que los descendientes de los pueblos andinos pudieran recuperar este lugar sagrado (actualmente en virtual abandono), para contar con un espacio ritual propio dentro de la ciudad. Esto les permitiría establecer un nexo físico y espiritual con su herencia cultural. Jach'a Marka Aru (La Voz del Pueblo Grande) que agrupa a los descendientes de los incas quieren adorar al sol en el Ushnu de Chena en los próximos Inti Raymis.[33]



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