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Huete



Vista de Huete.

Huete es un municipio y localidad española de la provincia de Cuenca, en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Tiene el título de ciudad[1]​ y cuenta con una población de 1776 habitantes (INE 2017).

Huete se encuentra en el noroeste de la provincia, a 54 km de Cuenca y a 120 km de Madrid. Se localiza en las laderas este y sur de un alto cerro, conocido como del Castillo, entre el río Cauda o Borbotón y el arroyo de las Canales, en un valle cerca de la confluencia de ambos cursos con el río Mayor, en la comarca conquense de la Alcarria.

Sus núcleos de población son el propio núcleo urbano de Huete y las pedanías de Valdemoro del Rey, Moncalvillo de Huete, Saceda del Río, Bonilla, Caracenilla, Verdelpino de Huete, La Langa, Carrascosilla y Villas Viejas (abandonado).

     Población de derecho (1842-1897, excepto 1857 y 1860 que es población de hecho) según los censos de población del siglo XIX.      Población de derecho (1900-1991) o población residente (2001) según los censos de población del INE.      Población según el padrón municipal de 2014 del INE.

Los primeros vestigios que indican la presencia del hombre en su territorio datan del final del Paleolítico Inferior —hace unos 10 000 años—, aunque, a lo largo del Paleolítico Medio (Musteriense), esta ocupación se hizo más patente y generalizada en forma de pequeños grupos que nomadeaban por los valles de los ríos Mayor y Borbotón, encontrando en sus márgenes no solo caza, pesca y abrigo, sino también el abundante material de sílex —pedernal—, con el que fabricaban sus distintos útiles y herramientas.

Hace unos cuatro mil años, se producía el primer asentamiento estable en la cima del cerro del Castillo por grupos de la Edad de Bronce, lugar elegido tanto por cuestiones defensivas como de control del territorio. Estos factores continuaron siendo válidos a lo largo de la Primera Edad del Hierro, de la que también se han encontrado abundantes vestigios en este mismo lugar.

En siglo VI a. C. se documenta un nuevo centro de población en el cerro de Álvar Fáñez, núcleo posteriormente romanizado del que dependería la explotación minera del lapis specularis (yeso especular), minas, de las que hay buenos ejemplos en la zona. Repartidas, en los valles de ambos ríos, se encuentran restos de varias villas tardo-romanas que tendrían como principal eje económico el cultivo de cereales de los campos de su alrededor.

Tras una hipotética presencia visigoda, el actual núcleo de Huete entró verdaderamente en la historia en la Edad Media durante el período andalusí, ya en su fase emiral, tal como constatan las fuentes escritas y arqueológicas, siendo conocida como Wabda. Formando parte de la cora de Santabariyya o Shant Bariya (Santaver), el cerro del Castillo y una gran parte de su ladera meridional se fortificaron con murallas. Durante los siglos IX y X, fue uno de los centros más importantes en la zona de las tribus bereberes de los Hawwara y Madyuna, bajo el poder de la familia de los Banu Di-l-Nun, que más adelante se haría con el control de la región estableciendo la taifa de Toledo (1031-1085). Precisamente fue a Huete donde al-Qádir, el último rey toledano, se retiró tras dejar el poder de Toledo en manos de Alfonso VI, y antes de establecerse como rey en Valencia. Tras morir en esta ciudad (1091), tanto Huete como sus tierras particulares al sur del Tajo pasaron a manos de Álvar Fáñez.

Tras su paso al reino de Castilla, Huete fue repoblándose con gentes de la Meseta norte; y no sin grandes dificultades, debidas a la consiguiente reacción almorávide tras la conquista de estas tierras por Alfonso VI —muy cerca de la localidad de Huete se produjo la derrota de las tropas castellanas en la batalla de Uclés (1108), y que puso al reino en un gran aprieto—. A lo largo del siglo XII, al estar en la vanguardia del reino por su parte más oriental, Huete fue adquiriendo un papel cada vez más destacado frente al poder andalusí. Ello explica que el ejército almohade —el nuevo poder africano dominante en al-Ándalus en ese momento—, en julio de 1172, y dirigido por el propio califa Abu Yaqub Yusuf (Yusuf I), se dirigió contra Huete, cercándola durante diez días. Después de instalar sus reales en el llamado Cerro de las Tiendas —que alude a este hecho de armas—, los almohades, tras los numerosos asaltos que realizaron, sólo llegaron a entrar en los arrabales pero no lograron tomar el castillo. Agotados ambos contendientes —los cristianos, por la falta de agua, y los almohades, por la falta de forrajes—, el 22 de julio el ejército musulmán levantó el campo dirigiéndose hacia Cuenca. De esos críticos momentos data el patronazgo de las santas Justa y Rufina, pues la tradición narra que el 19 de julio, durante el cerco almohade y tras fracasar el último asalto del califa, cayó tal tormenta en Huete que llenó los secos aljibes de la fortaleza, permitiendo así que los defensores esperaran, sin los apuros anteriores, la llegada del rey Alfonso VIII para poder desbaratar los planes del ejército sitiador.

Tras la retirada almohade y previendo nuevos ataques, que ya no sucedieron, se acometería la reconstrucción de las murallas de Huete, para así poder acoger mejor a sus habitantes, que desde ese momento, ya en paz la región y relativamente alejado el peligro almohade, fueron a poblar el lugar: una villa de frontera que durante un cierto tiempo de la segunda mitad del siglo XII disputó a Cuenca el ser la cabeza rectora de la zona más oriental de la submeseta sur castellana.

En 1164 tuvo lugar en la localidad la Batalla de Huete, en la que las tropas de la Casa de Castro, a las órdenes de Fernando Rodríguez de Castro "el Castellano", derrotaron a las tropas de los partidarios de la Casa de Lara, dirigidas por el conde Manrique Pérez de Lara, que resultó muerto en la batalla, y sus hermanos Álvaro y Nuño. La batalla tuvo lugar en el contexto de la turbulenta minoría de edad de Alfonso VIII de Castilla, vencedor de la batalla de las Navas de Tolosa,quien tuvo que combatir, entre otros, con su tío el rey Fernando II de León, quien ocupó la ciudad de Toledo en el año 1162.

En 1290 se realizaría en Huete el padrón de las aljamas de los judíos castellanos.

Rodeada de territorios de señorío, Huete, aunque nunca perdió su condición de villa de realengo —con título de ciudad desde que el 26 de julio de 1428 el monarca Juan II se lo otorgara—,[2]​ junto a su fortaleza, con la intención de asentar su poder en la zona o resolver cuestiones dinásticas, sólo fue dada por los monarcas castellanos a diferentes parientes suyos. Pese a ello, sobre todo a lo largo de la baja Edad Media, los amplios términos de Huete fueron mermando a favor de la clase nobiliaria. Ésta, que poseía amplias tierras en la región, contando con la intervención de algunos de sus miembros afincados en la propia Huete, fue ocupando a favor de sus propios intereses diversos cargos en el gobierno del concejo de la ciudad.

Desde el siglo XII la presión sobre Huete de la nobleza era evidente, pues tanto los Laras como los Castros, las familias que por entonces se disputaban el control del poder real, intervinieron en la designación de los tenentes de su fortaleza. Alfonso VII le otorgaría su primer Fuero (un fuero breve de conquista), mejorado posteriormente por uno similar al de Cuenca en época de Alfonso VIII. En esta época también tendría su origen el escudo de la ciudad: un león rampante sobre una media luna menguante en campo azul. Huete, pasará a ser el centro de un amplio territorio, la Tierra de Huete, extendido por las actuales provincias de Cuenca y Guadalajara.

Durante el período trastámara, en 1388, Juan I dio Huete a Doña Constanza, hija mayor de Pedro I y duquesa de Lancaster, con el fin de resolver el problema dinástico que en ese momento se daba al aspirar ésta al trono castellano. En la Paz de Troncoso y el tratado de Bayona se acordó que, junto a Guadalajara, Olmedo y Medina del Campo, Huete, con todas sus rentas y derechos, fuera dada de por vida a Doña Constanza, y que su hija, Catalina, casara con el infante Enrique, adoptando ambos, como príncipes herederos al trono castellano y por primera vez, el título de Príncipes de Asturias. Tras la muerte (1394) de la duquesa de Lancaster, tal como estaba acordado, Huete pasó a su hija Catalina, ya reina desde 1390, que unió a sus propias villas, dadas a raíz su matrimonio con Enrique III, de Soria, Atienza, Almazán, Deza y Molina de Aragón —todas ellas, en una misma zona geográfica del oriente de Castilla—. La nueva posesión no acabó con los intentos de la nobleza por hacerse con el control de la zona de Huete. Así, durante el reinado de Enrique III, diversos linajes fueron alcanzando un progresivo protagonismo en las comarcas cercanas a ella, y que a la postre convirtieron en señoríos, rápidamente ampliados hasta convertirse en importantes estados señoriales. Tales fueron los linajes de los Mendoza —en alguna de sus ramas—, y sobre todo los Carrillo y los Acuña, que emparentaron entre sí.

Ya en el siglo XV, Juan II le concedió el título de ciudad, gracias a la intervención de Pedro Carrillo de Huete, El Halconero, su cronista. Los Reyes Católicos, el 28 de febrero de 1477, la distinguirían con los títulos de Noble y Leal, tratamiento con el que se denominará a partir de entonces.

Con los Austrias pasó a ser cabeza del Partido de Huete, dentro de la provincia de Cuenca.

En el siglo XIX, el rey Fernando VII, durante el verano de 1816, permaneció varios días en la ciudad.

Fue fundado a finales del siglo XIII. Su magnificencia y prestigio lo convirtieron en uno de los monasterios más importantes de la Orden mercedaria en Castilla, sede de algunos capítulos generales y provinciales, en los que tomaron parte representantes de los monasterios mercedarios más importantes de todo el mundo para decidir los designios de la institución. De la edificación actual lo más antiguo es el tramo central de la fachada principal, único vestigio de una bella obra diseñada en 1639 por Cosme de Peñalacia. Aquella obra contaba con dos torres rematadas en chapitel de pizarra en los extremos y dos bellas portadas, una con columnas para la iglesia y otra más discreta para la portería, todo ello desaparecido. La fachada correspondiente a la iglesia fue remodelada en estilo neoclásico en 1867 y la esquina sur (la más cercana a la puerta del Ayuntamiento) fue transformada a finales del siglo XIX. El claustro, uno de los mejores patios barrocos de la provincia, fue diseñado y construido por el arquitecto Cosme de Peñalacia entre 1645 y 1647, destacando el bello contraste cromático producido por la utilización de distintos materiales. La iglesia, diseñada en 1670 por el arquitecto madrileño José de Arroyo, incorpora un entablamento de piedra con ménsulas pareadas y dentículos que recorre todo el perímetro del templo. Sobre el crucero se eleva una bella media naranja con una pintura al temple que representa la aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco, fundador de la Orden. En 1754 se construyó la sacristía, que actualmente incorpora un retablo manierista procedente de la abadía de Caracena del Valle. Realizado en la segunda mitad del siglo XVI, la mazonería fue encargada a Diego de Villadiego mientras que las pinturas sobre tabla son obra de Pedro Muñoz de Aguilar. Por último, en la segunda mitad del siglo XVIII se llevó a cabo la ampliación del monasterio, seguramente con la intervención de José Martín de Aldehuela, con dos bellas fachadas con un orden de rejas y dos de balcones, una sala capitular y un refectorio, hoy Museo de Arte Contemporáneo Florencio de la Fuente. Actualmente el edificio alberga el Ayuntamiento de la Ciudad, así como diversas dependencias administrativas, la oficina de turismo, la biblioteca municipal, la Parroquia de San Esteban y tres museos. En el año 1992 el conjunto es declarado Bien de Interés Cultural.

Cuenta con una estación férrea de la línea Madrid-Cuenca-Valencia, cuyo incierto futuro ha llevado a varios ayuntamientos de la zona a constituir una plataforma en su defensa.



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