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Incendio de la Iglesia de la Compañía



El incendio de la Iglesia de la Compañía de Jesús ha sido «la catástrofe más grave» en la historia de Santiago,[1]​ la capital de Chile, y por su magnitud ha sido considerado uno de los peores de la historia moderna.[1][2][3][4]​ Este incendio «causó en todo el mundo una sensacion [sic] profunda»[5][6]​ y «[en el extranjero,] hizo conocer a Chile más que toda su historia anterior».[7]

Ocurrió al atardecer del martes 8 de diciembre de 1863, durante la clausura de la festividad religiosa conocida como «mes de María»,[8][9]​ y afectó al antiguo templo jesuita, originalmente construido entre 1595 y 1631.[8]​ Se originó en el altar mayor, «por haberse comunicado de una media luna que contenía luces de parafina á algunos adornos de gasa y de flores que allí habían, y de éstos á un cuadro de lienzo que lo transmitió hasta el techo (ortografía original)»,[10]​ de donde se extendió velozmente por la iglesia.[11]​ En poco más de una hora, el incendio dejó el céntrico templo en ruinas y causó «cerca de dos mil» muertos[10]​ —alrededor del 2 % de la población de la capital chilena de entonces—,[n 1]​ principalmente mujeres y niños.

Tras el siniestro, se ordenó llevar los cadáveres al cementerio[9][11]​ y demoler los restos de la iglesia.[8][13]​ Además, y por iniciativa ciudadana, se creó el Cuerpo de Bomberos de Santiago.[8]​ Posteriormente, en el lugar del templo, se plantó un jardín donde se erigió un monumento en recuerdo de las víctimas que fue inaugurado el 8 de diciembre de 1873.[14][15]​ Asimismo, el incendio de la iglesia de la Compañía contribuyó a la secularización parcial del gobierno chileno durante las dos décadas siguientes.[16]

La iglesia de la Compañía de Jesús, estrechamente asociada con el culto mariano, estaba ubicada a una cuadra al poniente de la Plaza de Armas de Santiago, en la esquina norponiente de las actuales calles Compañía y Bandera, donde hoy se encuentran los jardines del ex-Congreso Nacional.[15]

Originalmente construida entre 1595 y 1631, la iglesia de la Compañía reemplazó la capilla provisoria levantada por los jesuitas en 1593.[8]​ En los siglos posteriores, y debido a los diversos daños sufridos, el templo debió ser reconstruido, tras el terremoto de 1647, o reparado, luego del terremoto de 1730.[8]​ Tras la expulsión de los jesuitas del Imperio español en 1767, ordenada por el rey Carlos III, la iglesia quedó abandonada hasta el primer lustro del siglo XIX, cuando el sacerdote Manuel Vicuña Larraín se hizo su capellán y la habilitó para el culto. Posteriormente, fue afectada por un incendio el 31 de mayo de 1841.[8]

A las 19:45 del martes 8 de diciembre de 1863, debía celebrarse en la iglesia la misa en conmemoración de la Inmaculada Concepción con la que se daría por finalizada la celebración del mes de María, una de las festividades religiosas más populares del catolicismo chileno.

Ya al atardecer, el templo estaba iluminado por miles de velas, lámparas de aceite y parafina, y adornado con cortinajes, globos de colores, cintas de papel y flores artificiales y naturales.

Cerca de las 18:45, comenzó un incendio que se extendió velozmente por el templo; según una resolución judicial del 18 de julio de 1864, «el fuego tuvo orijen en el altar mayor, por haberse comunicado de una media luna que contenía luces de parafina á algunos adornos de gasa y de flores que allí habían, y de éstos á un cuadro de lienzo que lo transmitió hasta el techo (ortografía original)».[10]

Las primeras llamas provocaron gran pánico entre las personas, principalmente mujeres y niños, quienes se precipitaron a las salidas. Los grandes vestidos con crinolina usados entonces hicieron que el escape fuera difícil, o completamente imposible, provocando que los fieles cayeran y fueran pisoteados por los que venían detrás. Esto provocó un tumulto que bloqueó las puertas impidiendo la huida de las personas, que quedaron atrapadas y fallecieron aplastadas por la multitud, calcinadas por las llamas o sofocadas por el humo.

El improvisado rescate de las víctimas resultó en su mayor parte infructuoso. Se intentó aplacar el fuego e incluso una bomba a palancas estadounidense, construida en 1821, participó de dicho intento.[18]

Cerca de las 20:00 horas, la cúpula, el campanario y la torre con el reloj se desplomaron.

En poco más de una hora, el incendio dejó la céntrica iglesia en ruinas y, de acuerdo a una resolución judicial del 18 de julio de 1864, causó «cerca de dos mil» muertos[10]​ —otras fuentes señalan que «[s]e enterraron más de dos mil, según la cuenta de la policía»,[9]​ «dos mil quinientas personas»,[19]​ y «[e]l número verdadero de las víctimas [...] llegaba a cerca de tres mil»[7]​—; cifra abrumadora para una ciudad que tenía aproximadamente 100 000 habitantes.[n 1]

Debido a la imposibilidad de reconocer los cadáveres —solo se reconocieron siete según las fuentes—,[8]​ debieron ser sepultados en una fosa común de «veinticinco varas en cuadro [cavada por] cerca de doscientos hombres» frente al Cementerio General.[8]

El incendio ocurrido en el templo de la Compañía motivó al ciudadano José Luis Claro y Cruz, quien había participado en el rescate de las víctimas, a crear una compañía de bomberos —tal como aquellas fundadas en Valparaíso (1851), Valdivia (1853)[n 2]​ y Ancud (1856)— mediante un llamado público en los diarios La Voz de Chile y El Ferrocarril los días 10 y 11 de diciembre, respectivamente, que fue respondido de forma masiva:

El lunes 14, más de doscientos hombres se reunieron para crear un cuerpo de bomberos; se formó una comisión y, además, se acordó una segunda reunión para aprobar los estatutos y la organización de la institución para el día 20.[21]

En los salones del casino de la Filarmónica el domingo 20 de diciembre se fundó oficialmente el Cuerpo de Bomberos de Santiago (CBS), que entonces fue organizado en cuatro compañías:[8]​ del Oriente, del Sur, del Poniente, y de Guardias de Propiedad —actuales 1.ª, 2.ª, 3.ª y 6.ª compañías, respectivamente—.[21]

Por demanda popular, el decreto supremo 1383 del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública ordenó el 14 de diciembre la demolición de los muros del templo que habían soportado las llamas:[8][13]

Posteriormente, en el lugar de la iglesia, se plantó un jardín donde se erigió en recuerdo de las víctimas el monumento «Al dolor», también denominada «La Dolorosa», obra en bronce del escultor francés Albert-Ernest Carrier-Belleuse,[14][15]​ que fue inaugurado el 8 de diciembre de 1873 con las inscripciones:

Este monumento, símbolo del dolor de la ciudad, fue transportado más tarde a una de las avenidas interiores del Cementerio General de Santiago. Posteriormente, fue trasladado a la actual plaza de ingreso del cementerio por el bombero, escritor y escultor Alberto Ried Silva.[14]

En tanto, en los jardines del antiguo Congreso Nacional, su lugar fue ocupado por un monumento que representa la resignación cristiana ante los designios divinos, «La virgen orante», también llamada «La Purísima», obra en mármol del escultor chileno José Miguel Blanco Gavilán,[22]​ de acuerdo al diseño Madonna e quattro angeli del artista italiano Ignazio Jacometti.

Inauguración del monumento original a las víctimas (1873), grabado de Gastón Marichal

Monumento símbolo del dolor de la ciudad, en la plaza de ingreso del Cementerio General de Santiago

Detalle del monumento «Al dolor»

Monumento «La virgen orante» en los jardines del antiguo Congreso Nacional

Días después del incendio, se inició una dura polémica entre el presbítero Joaquín Larraín Gandarillas y el intendente de Santiago, Francisco Bascuñán Guerrero —ambos deudos de algunas de las víctimas—, por medio de la publicación de las cartas de uno y otro en la prensa capitalina los días 16, 21 y 22 de diciembre de 1863.

El motivo de la controversia fue el hallazgo de las cartas que las devotas dirigían al cielo en el llamado «Buzón de la Virgen» dentro de la iglesia incendiada. Larraín Gandarillas pidió al intendente la publicación de todas ellas para desvanecer el rumor de que la iglesia era «un foco de inmoralidad y corrupción»; sin embargo, Bascuñán Guerrero contestó al presbítero negando tal rumor aunque lamentó «que la superstición hubiera creado y fomentado prácticas imprudentes».[8]​ Las cartas nunca fueron publicadas.

Desde el comienzo de la República, se había iniciado en Chile una larga disputa entre la Iglesia y el Estado; sin embargo, a mediados del siglo XIX, el ejercicio por las autoridades chilenas de prerrogativas respecto de la Iglesia —como el derecho de patronato que reclamaba el Estado de proponer a la Santa Sede los candidatos a obispos y otros cargos eclesiásticos— originó una cada vez mayor oposición de parte de la jerarquía eclesiástica. Las divisiones se profundizaron con la llamada cuestión del Sacristán (1856-1857), en la cual se llegó a usar el recurso de fuerza en contra de una decisión del arzobispo de Santiago.

El incendio de la iglesia de la Compañía contribuyó a la secularización parcial del gobierno chileno durante las dos décadas siguientes.[16]​ Se instauró una ley interpretativa del artículo 5.º de la Constitución de 1833, que estableció una relativa libertad de culto (1865), y se aprobaron las llamadas leyes laicas, que establecieron los cementerios laicos (1883), el matrimonio civil (1884), y el registro civil (1884). Posteriormente, con la aprobación de la Constitución de 1925, se separó oficialmente la Iglesia del Estado en Chile; esta separación fue ratificada por la Santa Sede en dicho año, lo que puso término a las disputas.

En el periodo 1871-1875, con la cooperación del presidente Federico Errázuriz Zañartu y de su ministro de Guerra y Marina, Aníbal Pinto, una de las campanas de la iglesia fue devuelta a los jesuitas, quienes la fundieron y crearon dos de las tres campanas de la torre derecha de la iglesia de San Ignacio (1872),[23]​ el nuevo templo de la orden.

El resto de ellas se vendió como chatarra al comerciante galés Graham Vivian, cuyo hermano mayor, el anticuario Henry H. Vivian,[n 3]​ supo apreciar la ornamentación y el valor de las campanas y propuso colocarlas en el campanario de la Iglesia de Todos los Santos en Oystermouth, Swansea (Gales), parroquia de la familia.[24]​ Como regalo con ocasión del Bicentenario, estas campanas fueron devueltas a la ciudad de Santiago, donde se levantó un memorial provisorio a las víctimas en la Plaza de la Constitución.[25][26]

A partir de marzo de 2011, las campanas han repicado a mediodía en los jardines del ex-Congreso Nacional, en reemplazo del cañonazo de las 12 del cerro Santa Lucía.[27]

Varios textos que tratan total o parcialmente del incendio de la iglesia de la Compañía fueron publicados a partir de 1863.

Los primeros fueron aquellos del historiador Benjamín Vicuña Mackenna, Resumen histórico del gran incendio de la Compañía (1863)[28]​ y Relación del incendio de la Compañía (1864);[29]​ del sacerdote Mariano Casanova, El incendio de la Iglesia de la Compañía: acontecido en Santiago de Chile el 8 de diciembre de 1863 (1865)[5]​ e Historia del templo de la Compañía de Santiago de Chile (1871);[6]​ y del cronista Daniel Riquelme, El incendio de la iglesia de la Compañía: el 8 de diciembre de 1863 (1893).[30]

También fue el tema del poema «Incendio de la Compañía» (Poesías populares de El Pequén, 1911),[31]​ de Juan Rafael Allende, uno de los feligreses que lograron escapar ilesos del incendio.[32]​ Asimismo, este hecho fue posteriormente incluido en las memorias del político Abdón Cifuentes (Memorias, 1936),[9]​ del pintor y diplomático Ramón Subercaseaux Vicuña (Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas, 1936)[7]​ y de la escritora Martina Barros Borgoño (Recuerdos de mi vida, 1942).[11]

El británico Nathan Hughes (fl. 1849-1870) pintó The Destruction by Fire of the Church de la Compania, Santiago, Chile, 8 December 1863, cuadro de 135 × 197 cm que se encuentra en exposición en el Ayuntamiento del municipio de Lambeth (en inglés: Lambeth Town Hall), en Brixton, Londres (Inglaterra).[33]

En 1960 el conjunto Cuncumén incluyó «Décimas al incendio de la Compañía», canto a lo humano del repertorio del dúo folclórico Las Hermanas Acuña, en su álbum 150 años de historia y música chilena.[34]

En 1993 se emitió un sello postal chileno en conmemoración de los «Carros antiguos de bomberos».[35]​ Aunque ninguno de los dos carros bomba representados corresponde al periodo del incendio de la Compañía, en su versión para coleccionistas, las estampillas se encuentran contenidas dentro de una pintura que representa esta catástrofe.[36]



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