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Incidente de Palomares



El accidente nuclear de Palomares fue un accidente nuclear ocurrido en la localidad española de Palomares, perteneciente al municipio de Cuevas del Almanzora (Almería), el 17 de enero de 1966. En el contexto histórico de la Guerra Fría, dos aeronaves de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF), un avión cisterna KC-135 y un bombardero estratégico B-52, colisionaron en vuelo en una maniobra de reabastecimiento de combustible. Esto provocó el desprendimiento y la caída de las cuatro bombas termonucleares que transportaba el B-52, así como la muerte de siete del total de los once tripulantes que sumaban ambas aeronaves.

En el accidente nuclear de Palomares se vieron implicados un bombardero estratégico B-52 y un avión nodriza KC-135 cargado con 110 000 litros de combustible, ambos de nacionalidad estadounidense. Los dos aviones colisionaron a 10 690 metros de altura sobre la costa mediterránea, en el cielo de la pequeña localidad española. El B-52 volvía de la frontera turco-soviética hacia la Base Aérea de Seymour Johnson en Goldsboro (Carolina del Norte) y el KC-135 provenía de la Base Aérea de Morón (Sevilla). La maniobra era de rutina: los B-52 se reaprovisionaban de combustible a la ida, desde la Base Aérea de Zaragoza, y a la vuelta desde la de Morón.[1]

Debido a un fallo en la maniobra de acoplamiento, ambas aeronaves colisionaron, se destruyeron y cayeron. Los cuatro tripulantes del KC-135 resultaron muertos, al igual que tres del B-52. Cuatro tripulantes del bombardero lograron eyectarse, pero el paracaídas de uno de ellos no se abrió. Otro miembro de la tripulación se lanzó a través de una escotilla abierta por una de las eyecciones, al contar el B-52 con solo seis asientos eyectables.

El B-52 transportaba cuatro bombas termonucleares Mark 28 (modelo B28RI) de 1,5 megatones cada una, de 1,5 metros de largo por 0,5 metros de ancho, con un peso de 800 kg. Dos de ellas quedaron intactas, una en tierra (cerca de la desembocadura del río Almanzora) y la otra en el mar Mediterráneo. Las otras cayeron sin paracaídas, una en un solar de la pedanía y la otra en una sierra cercana. Se produjo la detonación del explosivo convencional que contenían, lo que sumado al choque violento con el suelo, hizo que ambas bombas se rompieran en pedazos. Las tres que cayeron en tierra fueron localizadas en cuestión de horas, pero la que se precipitó al mar solo pudo ser recuperada 80 días después.[1]

Como resultado de la explosión, se formó un aerosol, una nube de finas partículas compuesta por los óxidos de elementos transuránicos que formaban parte del núcleo de las bombas, más el tritio que se vaporizó al romperse el núcleo. Dicha nube fue dispersada por el viento y sus componentes se depositaron en una zona de 226 hectáreas de superficie que incluía monte bajo, campos de cultivo e incluso zonas urbanas. La contaminación radiactiva resultante (principalmente por plutonio-239, también plutonio-240 y americio-241) superó los 7400 Bq/m², con notables diferencias según el punto considerado, habiendo zonas con 117000 Bq/m², y hasta más de 37 millones de Bq/m² (saturaron los instrumentos de medida) cerca de los puntos de impacto.[1]​ A finales de los años 1980, la contaminación residual era de 2500 a 3000 veces superior a la de las pruebas atómicas.[2]

La reacción en cadena que hubiera desencadenado la explosión nuclear no se produjo gracias al dispositivo o sistema que lo impedía en caso de impactos. Sistema aún mantenido bajo secreto.[3]

El vicepresidente del Gobierno, Agustín Muñoz Grandes, ordenó al presidente de la Junta de Energía Nuclear, José María Otero de Navascués, enviar al comandante del cuerpo de ingenieros aeronáuticos del Ejército del Aire, Guillermo Velarde, físico y experto en energía nuclear, para que comprobara los daños ocasionados. Velarde pudo examinar los restos de plutonio de las bombas termonucleares.[4]

La bomba perdida en el mar podía seguir intacta e incluso ser recuperada por algún otro país, en especial por la Unión Soviética. Por ello la Armada de los Estados Unidos, previa autorización del Gobierno español, desplegó un gran dispositivo de buceadores, 34 buques y 4 minisubmarinos sumergibles. Tras 80 días de búsqueda,[3]​ la bomba fue localizada por el minisubmarino Alvin a 869 metros de profundidad y 5 millas de la costa, gracias a la ayuda de un pescador local, un vecino de la localidad cercana de Águilas llamado Francisco Simó Orts.[5]​ Este observó el accidente mientras estaba faenando en el mar cerca del lugar, y guió a los marines hasta el lugar donde cayó la bomba. Desde este día a Orts se lo conoce en la zona como «Paco el de la bomba».[6]​ El rescate efectivo de la bomba sumergida se realizó gracias a un ingenio denominado «CURV», utilizado habitualmente para recuperar torpedos del fondo marino.

La recuperación y limpieza de las armas caídas en tierra requirió otro tipo de dispositivo. Varios miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos se presentaron en las cercanías del pueblo, previa autorización del Gobierno, equipados con trajes NBQ. Durante varios días permanecieron en la zona, retirando la tierra superficial contaminada de 25 000 metros cuadrados de suelo.[6]

Las operaciones le costaron al ejército estadounidense 80 millones de dólares de la época, retirando en 4818 bidones, 1400 toneladas de tierra y tomateras que fueron transportadas a Savannah River (Carolina del Sur). Se calcula que el 15% del plutonio, unos 3 kg en estado natural, en óxidos y en nitratos, quedó esparcido en forma pulverizada y fue irrecuperable.[cita requerida] Actualmente, Palomares es la localidad más radiactiva de España.[cita requerida]

El Gobierno español no suministró protección de ninguna clase a los guardias civiles que participaron en la limpieza, protección que sí llevaba el personal estadounidense. El plutonio-239, utilizado en las armas nucleares, emite radiación alfa y tiene una vida media de 24 100 años. No se han realizado estudios epidemiológicos sobre enfermedades asociadas a la radiactividad y a la toxicidad química del plutonio ni a nivel local ni entre los guardias civiles que participaron en la limpieza. El Gobierno, bajo presión de su homólogo estadounidense, mantuvo secretos los informes de monitorización médica, hasta que finalmente los desclasificó en 1986.[cita requerida] Aproximadamente el 29% de la población de Palomares presentaba trazas de plutonio radiactivo en su organismo.[cita requerida] En la actualidad hay alguna urbanización turística por los alrededores, lo bastante cerca como para que los coches pasen levantando polvo que entra en el circuito del aire acondicionado, por ello el Consejo de Seguridad Nuclear ha prohibido la construcción en las zonas más afectadas.[cita requerida] Aún hay zonas cercadas con vallas metálicas que se consideran contaminadas y están vigiladas por el CIEMAT. Las armas termonucleares también utilizan deuteruro de litio, que refuerza las reacciones de fusión. Técnicos españoles recolectaron muestras de esos restos, y el CIEMAT en Madrid pudo determinar la composición de esa sustancia, que aumentaba la potencia de las reacciones en cadena. Tanto el plutonio finamente dividido como el deuteruro de litio, parece ser que son pirofóricos, así pues la explosión que acompañó la caída de las bombas podría ser debida a una reacción exotérmica (química) de los combustibles nucleares.[cita requerida]

Un accidente parecido —el accidente de Thule— tuvo lugar dos años y medio después, el 21 de enero de 1968, en la base militar estadounidense de Thule, enclavada en territorio danés. Un accidente en pista provocó el incendio y posterior explosión de un bombardero B-52, que llevaba 4 bombas B28 como las de Palomares. Aquí sí se hizo estudio epidemiológico y la tasa de cáncer entre los trabajadores que participaron en la limpieza era un 50% superior a la de la población general.[cita requerida] Hubo también informes de esterilidad y otros trastornos asociados a la radiactividad.[cita requerida]

Palomares es —en la terminología militar estadounidense— un Broken Arrow (accidente relacionado con armas nucleares),[7]​ uno de los más graves que se conocen.[8]​ Ya en 1961 había ocurrido otro Broken Arrow en Carolina del Norte, en este caso con dos bombas de uranio.[9]​ Desde 1950 el Departamento de Defensa de Estados Unidos ha informado de 32 Broken Arrow.[8]

Tras el accidente, el Gobierno español y su homólogo estadounidense iniciaron una campaña intentando demostrar la inexistencia de contaminación nuclear en la zona. El elemento más recordado de dicha campaña fue el baño conjunto que se dieron el ministro de Información y Turismo del régimen franquista, Manuel Fraga, de 43 años, y el embajador de Estados Unidos en España, Angier Biddle Duke, en la playa de Quitapellejos, en Palomares, ante las cámaras de RTVE y emitido por el NO-DO, para evitar rumores sobre la peligrosidad de la zona, que podrían haber afectado negativamente al turismo,[10]​ principal motor económico del país en la época.[11]

Existían en la zona del incidente rumores que hablan que cuando el ministro Manuel Fraga y el embajador estadounidense acudieron a darse el famoso baño, este no se produjo en las playas de la zona accidentada (Palomares), sino en Mojácar (a 15 km del lugar del accidente), frente al parador nacional de esta localidad. La realidad más aceptada hoy día, no obstante, es que se realizaron dos baños, el primero, efectivamente en Mojácar, en el que solamente se bañó el embajador estadounidense y alguno de sus acompañantes, y un segundo baño, ya en la playa de Quitapellejos en Palomares, donde de nuevo el embajador se bañó acompañado por el ministro.

Posteriormente se realizaron diversas protestas relacionadas con el accidente. A raíz de una de ellas, Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, fue condenada a un año de prisión menor y multa por organizar una manifestación ilegal con vecinos de Palomares y Villaricos para protestar por la falta de compensaciones tras el mismo.

Frank B. Thompson es un músico de 72 años y tiene cáncer en el hígado, en un pulmón y en uno de sus riñones. Cuando tenía 22 años trabajó varios días en los campos españoles contaminados sin ningún equipo de protección más que la confianza en la palabra de sus supervisores. «Nos dijeron que era seguro, y fuimos lo suficientemente tontos, supongo, para creer en ellos», explica el hombre. Hoy en día Thompson paga más de 2 mil dólares por mes para tratar de hacer retroceder el cáncer, algo que le sería totalmente gratis si fuese reconocido como una víctima de la radiación por parte de la Fuerza Aérea estadounidense. Sin embargo, el organismo militar ha declarado varias veces que no hubo radiación dañina rodeando a los trabajadores, postura que han mantenido por más de cinco décadas.[12]

Según la Fuerza Aérea, el peligro fue mínimo y los más de 1500 trabajadores que ayudaron a limpiar la zona estaban protegidos, algo que las experiencias de Thompson y otros veteranos parecen desmentir. Además, varios documentos desclasificados en Estados Unidos (no en España aún[13]​) en el correr de los años han desvelado que los niveles de radiación eran los suficientemente altos como para poner en riesgo la salud de los que permanecieran en el lugar severamente. Según documenta The New York Times, los resultados de las pruebas de radiación han sido mantenidos lejos de los historiales clínicos de aquellos que trabajaron en Palomares, muchos de los cuales se encuentran enfrentando de forma crítica los efectos de la intoxicación con plutonio. Los planes de limpieza de Estados Unidos y España se han ido sucediendo durante los años posteriores al accidente con resultados disimiles. Se calcula que una quinta parte del plutonio que se esparció en 1966 todavía contamina la zona de Palomares.[12]

Existen varias películas y documentales que tratan el incidente.

En la película Hombres de honor (2000, de George Tillman Jr.), el actor Cuba Gooding Jr. interpreta a Carl Brashear, uno de los buceadores que participaron en el rescate de la bomba perdida en el mar. Se muestra algo del dispositivo naval desplegado y el nerviosismo de los militares estadounidenses al declararse el código Broken Arrow; sin embargo, no se menciona la contribución de Paco el de la bomba.

En 2007 la productora almeriense Pitaco Producciones realizó el documental Operación Flecha Rota, con material audiovisual desclasificado en los últimos años. En él, se analiza el accidente y sus consecuencias, se entrevista por primera vez al piloto que estaba a los mandos del B-52 siniestrado, se recrea en 3D el accidente en base al informe oficial de la USAF y se culmina el trabajo epidemiológico del doctor Martínez Pinilla. La regencia y el guion corren a cargo de José Herrera con la producción de Antonio Sánchez Picón.

En la película Cuerpo de élite (2016) se da una versión alternativa ficticia del incidente de Palomares, lo que da pie a una de las misiones principales de la película.

En la docuserie de 4 episodios "Palomares: Días de Playa y Plutonio" (2021, de Álvaro Ron) se tienen en cuenta todos los documentos desclasificados y se le da voz a todos los personajes que intervinieron de una u otra manera en aquel acontecimiento.



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