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Justificacionismo



La justificación es la parte de la gnoseología y de la epistemología que se ocupa del apoyo o respaldo a favor de una creencia; ya sea informal, como un punto de vista, o formal, como una proposición lógica o una teoría científica.

A partir de la definición de Platón del saber [1]​ como “creencia verdadera y justificada”[2]​ generalmente se considera que disponer de una justificación es requisito indispensable para que tales "creencias" constituyan un saber legítimo, es decir, sean consideradas válidas por una comunidad o grupo social.[3]

Otras nociones relacionadas con la de justificación epistémica son las de explicación, demostración o prueba, razón, fundamento, garantía o aval (warrant) del conocimiento y otros semejantes.

Muchas cosas pueden ser objeto de una justificación: actos individuales, emociones, peticiones, leyes, etc. La Teoría de la justificación no se ocupa de ellas, sino que se refiere a las técnicas, modos o estrategias a las que puede acudirse para probar o sostener en forma no coercitiva, cualquier clase de declaración, proposición o enunciado.

Si una creencia es justificada, es porque hay algo que la avala: los justificadores, "explicaciones" o "razones" por las que un individuo o grupo puede considerar apropiado o legítimo aceptar una creencia o teoría. La teoría de la justificación se refiere a esas "explicaciones" o "razones".

La importancia del área se puede juzgar considerando la sugerencia de Luis Villoro, quien, aun cuando admite que una creencia puede estar basada en "razones empíricas", como la presunta percepción de ciertos datos empíricos, lo que no siempre es resultado de un argumento o raciocinio, atribuye a esas razones un peso no sólo decisivo sino exclusivo para discernir qué creencias tienen valor epistémico (i.e., cuáles merecen contarse como conocimiento)[4]​ Esto no implica negar la importancia de la verdad, sino que las razones fungen, según ese autor, como único "criterio de verdad".[5]

Sin embargo el término "razones" puede ser objeto de confusión, dado que generalmente se usa en dos sentidos:

Históricamente, y en el ámbito académico, el término "razones" fue entendido en ese sentido de ser argumento que demuestra aceptabilidad: “En el contexto de justificación, sin embargo, se ignoran los procesos psicológicos o sociales involucrados en el proceso de la génesis de hipótesis y se centra en mostrar los parámetros lógicos y epistémicos que dichas hipótesis deben cumplir para ser consideradas científicas[8]​ (y ver más abajo). Sin embargo, la teoría de la justificación estudia no sólo las razones ‘’formalmente válidas’’ para sostener una creencia como verdadera, sino cualquier razón o argumento que le sirva de fundamento; buscando al mismo tiempo establecer reglas generales que permitan diferenciar entre tales explicaciones y razones.

No todos los justificadores tienen que ser lo que se considera evidencia propiamente como tal. Existen tipos substancialmente diferentes de justificadores disponibles, sin embargo, cualquiera que esos sean, una creencia necesita, para ser justificada, de por lo menos uncia y otros hechos tanto internos como en el medio ambiente (a los cuales puede o no que tengamos acceso consciente).

Por lo menos ocasionalmente, la justificación para una creencia es otra. Considérese, por ejemplo, el caso de alguien que crea que hay vida inteligente en Marte y base esa creencia en otra creencia: que en la superficie de ese planeta hay un rasgo distintivo (la Cara de Marte) que solo puede ser producto de la acción de seres inteligentes. En este caso el justificador es la creencia que ciertos rasgos solo pueden ser el resultado de actos intencionales, y lo justificado es la creencia que hay vida inteligente en el planeta Marte. Pero, estrictamente, la creencia no se basa en la evidencia física, sino en la interpretación acerca de su origen, es decir, en otras creencias.

Pero supongamos que esa creencia justificadora fuera, en su turno, injustificada. Volviendo al ejemplo anterior, supongamos que esos rasgos en general o ese rasgo en particular pudiera resultar no solo de acciones intencionales o que, por lo menos, no se haya justificado la creencia que tal rasgo o característica solo puede ser el resultado de actos intencionales. En ese caso sería injustificable mantener que él o los rasgos implican acción inteligente. No sería el derecho de nadie mantener tal cosa a menos que lo que se alega como justificador sea justificable y haya sido justificado[9]

En general, si una creencia está justificada, entonces esta puede a su vez justificar otras creencias. Si una creencia no está justificada, no puede servir de justificador ni a otra ni a su negación: si P no es justificada, no puede justificar ni Q ni la negación de Q.

En la vida diaria hay muchos tipos de explicaciones (“personales”, generales o comunes, éticas, racionales, científicas, legales, epistémicas, etc) que, dependiendo del contexto, se puede argüir justifican aceptablemente una creencia o acción. Por ejemplo, el tipo de explicación que se suele considerar aceptable del porque alguien bebe un café, va a misa, etc, puede ser diferente de lo que se considera justificaría aceptablemente la afirmación que las manzanas caen debido a una ley universal o científica, la condena a muerte de algún individuo, una política del terror, etc.

Desde este punto de vista general generalmente se considera que la justificación debe ser adecuada al contenido y a la finalidad de lo que se busca justificar y, consecuentemente, pueden ser categorizadas como relacionadas con:

Lo anterior sugiere las siguientes:

La generalización y formalización de lo anterior se encuentra en la obra de Stephen Edelston Toulmin.[18]​ En la opinión de Toulmin, la justificación procede en situaciones de incertidumbre. Creencias que corresponden a hechos bien establecidos o aquellas que han sido sujetas a demostraciones matemáticas o lógicas no necesitan justificaciones adicionales. En casos en los cuales no se tiene certeza se trata de justificar por medio de argumentos.

Para el autor, argumentar es “la actividad total de plantear pretensiones, ponerlas en cuestión, respaldarlas produciendo razones, criticando esas razones, refutando esas críticas”.[19]

En el modelo de Toulmin se encuentran seis elementos básicos: 1: pretensión (que constituye tanto el punto partida de un argumento: “[creo que] esto es así”, como la “conclusión a demostrar por medio del argumento”). 2: las bases o razones - evidencias, hechos y/o datos que se aducen se aplican al caso-. 3: aval o garantía -los argumentos que respaldan la validez de la aplicación de los datos al caso específico-. 4: respaldo. -argumentos a introducir si el aval o garantía no es suficiente, especialmente en orden a (tratar de) demostrar que ese aval es tanto real y válido como aplicable. 5: Límites: condiciones que podrían limitar la aplicación del aval. 6: Calificadores: aserciones que especifican la fuerza con la que el expositor propone la pretensión y el caso.

El ejemplo que Toulmin ofrece es el de un individuo que proclame (pretensión) ciudadanía británica, basado en el hecho (bases) de haber nacido en Bermuda. El aval de la pretensión es el argumento que “quienes nacen en Bermuda tienen ciudadanía británica”. El límite a esa regla podría ser “a menos que haya perdido o renunciado a esa ciudadanía”. La función de los calificadores puede verse si consideramos la diferencia entre alguien proponiendo lo anterior diciendo: “la ley dice que alguien que nació en Bermuda es ciudadano británico. Yo nací en Bermuda, por lo tanto soy británico” y alguien que diga: “por lo que entiendo, alguien que nació en Bermuda, etc”. Un posible respaldo, si alguien no acepta el aval, podría ser “eso es lo que dijo mi profesor de ley” o “lo leí en tal o cual documento”.

De acuerdo a Toulmin, los tres primeros elementos (pretensión, bases y avales) son una parte sine qua non de todo argumento. Los tres siguientes (respaldo, límites, calificadores) pueden o no estar presentes.

Lo anterior parece sugerir que cualquier argumento es aceptable como justificación. Sin embargo, incluso al nivel más práctico, no todo argumento es aceptado como justificación adecuada. Incluso si se "estudia no sólo las razones ‘’formalmente válidas’’ para sostener una creencia como verdadera, sino cualquier razón o argumento que le sirva de fundamento; buscando al mismo tiempo establecer reglas generales que permitan diferenciar entre tales explicaciones y razones." parece necesario por lo menos buscar establecer algún criterio que permita diferenciar entre justificación aceptable a algún nivel y las que no lo son.

Así, por ejemplo, se ha alegado, en relación a la intuición e introspección, que a lo sumo habría un conocimiento personal incomunicable y no objetivo. Consecuentemente algunos autores prefieren negarles todo valor justificativo general.

Sin embargo vale la pena considerar las palabras de John B. Rosser: “(El matemático) no debe olvidar que su intuición es la última autoridad”[20]​ (esta es un área compleja. Para una introducción, ver C López: “ La intuición y la matemática”[21]​ y Henri Poincaré Intuition and Logic in Mathematics[22]​ véase también innatismo y racionalismo.

Por otra parte, se ha sugerido que el enaltecimiento frecuente de la lógica y los formalismos es cuestionable, ya que las formas precisas en que teorías, opiniones y normas, son (o no) socialmente aceptadas depende de otras consideraciones. Adicionalmente, en las palabras de Karl Popper, esos enaltecimientos solo encubrirían que "No sabemos, solo podemos conjeturar. Y nuestras previsiones están guiadas por la fe en leyes, en regularidades que podemos descubrir, fe acientífica, metafísica (aunque biológicamente explicable). Como Bacon, podemos describir la propia ciencia contemporánea nuestra -el método de razonar que hoy aplican ordinariamente los hombres a la Naturaleza- diciendo que consiste en "anticipaciones precipitadas y prematuras", y en "prejuicios".[23]

Incluso en relación a la deducción se han sugerido problemas. Chaïm Perelman,[24]​ nota cómo en las disciplinas académicas donde se dan demostraciones cabales (matemáticas y lógica), estas parten de principios que no es necesario aceptar, de modo que las conclusiones o teoremas sólo tienen validez condicional (valen a condición de que previamente se acepte una premisa o un sistema axiomático, aceptación que ciertamente no es en sí misma de tipo deductivo) (véase también Problema de la justificación de la deducción)

Adicionalmente es necesario distinguir en la justificación los motivos personales o generales que pueden llevar a alguien a sostener ciertas creencias, por ejemplo, el interés particular que alguien puede tener en hacer determinadas afirmaciones.[25]​ Si bien esos casos no suelen ser, en general, consideradas como justificaciones "racionalmente" satisfactorias, no es menos cierto que son justificaciones y pueden ser consideradas, en un momento y/o sociedad dada, como más que suficientes y amplias (es decir, ser consideradas razón suficiente o "demostración"), la cual cualquier miembro de esa sociedad puede encontrar difícil cuestionar y superar. (ver, por ejemplo: Cohesión social, Ortodoxia, etc). Finalmente, en este punto, hay que considerar que hay sesgos aún más profundos (ver prejuicio cognitivo).

Consecuentemente existen varias visiones en relación a que constituye una "justificación aceptable", generalmente a partir de la pregunta: ¿Cuán seguros necesitamos estar de que nuestras creencias corresponden al mundo real?.- Diferentes versiones de la teoría demandan diferentes "cantidades" y diferentes tipos de razones o criterios (por ejemplo, evidencia) a aplicar a fin de que una creencia pueda ser considerada justificada.

En este sentido, las teorías de la justificación se complementan con otros elementos de la filosofía, tales como la gnoseología, la teoría de la virtud, etc. (ver Una distinción fundamental)

El origen de la teoría de la justificación, como disciplina independiente, se puede trazar, en la tradición epistemica moderna al esfuerzo de David Hume por sentar, contra el telón de fondo del problema de la inducción, bases firmes al conocimiento: “Una interpretación adecuada de la historia de los intentos de los filósofos “modernos” por desarrollar un método del descubrimiento científico es la expuesta por Larry Laudan (1981). Sostiene que durante los siglos XVII y XVIII el descubrimiento científico era un tema filosóficamente relevante porque la metodología del descubrimiento conllevaba al mismo tiempo una teoría de la justificación. En otras palabras, el método mismo que se aplicaba durante la investigación científica se suponía garantizaba la verdad de los descubrimientos realizados... Estos autores “concebían que una lógica del descubrimiento funcionaria epistemicamente como una lógica de la justificación”[26]​ Hume planteo, a través de la metáfora conocida como El tenedor de Hume, que el conocimiento verdadero deriva ya sea del razonamiento o de la práctica (ver “Legado” en artículo de Hume): “toda supuesta idea que no exprese alguna relación entre ideas o que no examine alguna cuestión de hecho, sale, por definición, del campo del conocimiento. A lo largo del siglo XX, un grupo de filósofos, que tomaron en serio el empirismo radical de Hume, apoyo lo que vino a llamarse positivismo lógico. Con bases en los criterios epistemológicos de Hume, dichos filósofos insistieron que es epistemologicamente o cognoscitivamente significativa siempre y cuando sea evidente por sí misma o pueda, por lo menos en teoría, pueda ser verificada de modo empírico”[27]​ (Nótese que esto da origen al llamado Problema de la demarcación[28]​)

Esta posición básicamente sugiere que, en la obtención de conocimiento, se pueden distinguir dos procesos o momentos: la “generación” de una nueva creencia (o hipótesis) -que puede deberse a muchos procesos, tales como la intuición, observación, etc, que no son amenables a una formalización epistemológica- y la demostración o justificación de esa creencia, proceso que si es formalizable. En otras palabras, una creencia será aceptable como conocimiento en función de la corrección o no de las razones o justificaciones que se tengan para creerla o rechazarla. (ver Método hipotético-deductivo).

Lo anterior parece implicar que una demostración es el tipo más fuerte de justificación, especialmente aquellas demostraciones expresadas en un sistema formal), basadas en la lógica (rama de la filosofía que estudia los principios de la demostración e inferencia válida)[29][30]

Esta posición encuentra sus máximos exponentes tanto en Karl Popper[31]​ como Hans Reichenbach,[32]​ quien, famosamente, propuso un “contexto de descubrimiento” y un “contexto de justificación”, en el cual se subsumen “los criterios que dichas hipótesis deben satisfacer para ser aceptadas en el corpus científico”.[33]

Sin embargo, la posición delineada comenzó a ser cuestionada a mediados del siglo XX: “Hacia fines de la década de los cincuenta y el inicio de la década de los sesentas, empezó a surgir la idea... que no puede analizarse una teoría en forma independiente de la manera en que esta teoría ha sido formulada; y que es dentro del contexto de la construcción de las teorías que puede descubrirse, en primer lugar, el significado real de la teoría, y en segundo lugar, las maneras en las cuales esta se debe justificar. Fue por esto que se rechazo la posición sostenida por Reichenbach.... Quizás el más influyente de los filósofos y los historiadores contemporáneos que se manifestó en contra de la visión oficial, y probablemente el más conocido de ellos, es Kuhn. Con su teoría de las revoluciones científicas, Kuhn inicio una revolución que aún continua ”.[34]

Una función de importancia en tal cuestionamiento fue ejercida por la llamada Tesis de Duhem-Quine, que, en esencia, aserta que es imposible probar o demostrar de forma aislada una hipótesis científica, porque un experimento empírico requiere asumir como ciertas una o más hipótesis auxiliares.[35]

Lo anterior parece sugerir un cuestionamiento al concepto de prueba o demostración, incluso en aquellas áreas que tradicionalmente emplean “demostraciones formales”. En las palabras de Imre Lakatos: “Y ahora un sumario breve. Hemos visto que las demostraciones (proofs) matemáticas son de tres tipos: pre-formales, formales, post-formales. En general, las primeras y terceras demuestran algo acerca de ese, a veces claro y empírico, a veces vago y casi empírico, “algo” (stuff), que es el verdadero pero más bien evasivo sujeto de las matemáticas. Este tipo de demostración esta siempre abierta a alguna incertidumbre debido a posibilidades no consideradas con anterioridad. El segundo tipo de demostraciones matemáticas tiene certeza absoluta; es una lastima que no sea tan cierto -aunque es aproximadamente cierto- acerca de que es esa certeza.[36]

A partir de lo anterior Reuben Hersh va tan lejos como a sugerir que la “prueba matemática” presenta dos aspectos: entre profesionales, “es un argumento convincente, tal como es juzgado por jueces calificados”. Entre estudiantes “el uso de la prueba en las clases de matemáticas intenta estimular la comprensión de los estudiantes, no a cumplir estándares abstractos de “rigor” u “honestidad”[37]​ (véase también la Experiencia Matemática (libro))

El inicio de tal rechazo en el campo de la teoría de la justificación se encuentra en la obra de Chaïm Perelman,[24][38]​ quien sugiere que, dado que los "hombres y los grupos de hombres se adhieren a opiniones de todo tipo con una intensidad variable" y "su creencia no es siempre evidente en sí misma, y se ocupa raramente de ideas claras y distintas"; el razonamiento debe, en orden a inducir la acción razonable, ser capaz de incorporar aspectos prácticos, probabilidades, imposiciones de juicios de valor y otras contingencias que provienen de su recepción por parte de las audiencias particulares. Para estudiar esos aspectos, parece más apropiado la propuesta aristotélica en el sentido de aplicar una lógica dialéctica; es decir, basado en el uso del silogismo dialéctico o entimema.[39]

Es contra ese telón de fondo que aparece, en 1963, el llamado problema de Gettier.[40]​ Este problema encapsula los desarrollos mencionados, enfatizando el asunto de cual es la validez que se le puede otorgar a una justificación.[41]

Considérese los dos siguientes ejemplos:

A) Smith ha pedido un trabajo pero tiene la creencia justificada de que «Jones conseguirá el trabajo». También tiene la creencia justificada de que «Jones tiene 10 monedas en su monedero». Por lo tanto, Smith concluye (justificadamente, por la regla de transitividad de la identidad) que «el hombre que consiga el trabajo tiene diez monedas en su monedero». Al final Jones no consigue el trabajo, sino que se lo dan a Smith. Sin embargo, Smith descubre al abrir su monedero que tiene 10 monedas en él. Así que su creencia de que «el hombre que consiga el trabajo tiene diez monedas en su monedero» estaba justificada y es verdadera.

B) Un observador ve en la lejanía lo que le parece una oveja. Así que cree que hay una oveja en ese campo. Sin embargo, resulta que lo que el observador vio era el perro del pastor. Pese a todo, tras una cerca se encontraba una oveja. De forma que su creencia estaba justificada y era cierta.

A primera vista ese tipo de casos tienen dos puntos en común. El primero es que la justificación es falible. Es decir, justifica de alguna manera la creencia, pero no es concluyente. El segundo es que interviene decisivamente el azar. Estos dos puntos se combinan de forma que la suerte compensa la debilidad de la justificación.,[42]​ transformando en correcta una creencia que, en realidad, era incorrecta.

Desde ese punto de vista tanto el problema como su solución parecen simple: hay error. La solución consiste en eliminar ese error, en demandar que tanto las premisas como los argumentos aducidos sean correctos. Pero para tener esa seguridad necesitamos otra justificación. Y así sucesivamente, al infinito.[43]​ En otras palabras, tentativas de resolver el problema pueden producir una falacia de las muchas preguntas (véase también Trilema de Münchhausen).

Un posible escape al problema planteado por esa crítica se encuentra en la obra de Larry Laudan, de acuerdo a quien hay en todo conocimiento diferentes niveles de análisis: el nivel de los "valores cognoscitivos" de quien cree o propone ese conocimiento, el nivel de los hechos y el nivel de las reglas metodológicos que, alegadamente, producen el conocimiento. De acuerdo a Laudan, esos niveles están organizados jerárquicamente -el superior siendo el de los valores cognoscitivos, que domina al de las reglas, que, a su vez, domina al de los hechos. - sin embargo, esos niveles se apoyan mutuamente: “la justificación fluye hacia arriba tanto como hacia abajo, enlazando metas, métodos y aseveraciones de hecho”[44]

La posición de Laudan parece sugerir que una justificación puede ser evaluada como acto normativa. La definición más común en este sentido es que un acto es, muy en general, normativo si depende o se efectúa con relación a reglas, obligaciones y permisos relacionadas con la acción humana.

La justificación es un acto normativo porque se define como un concepto que se relaciona con las reglas, obligaciones y permisos ligadas a la obtención de conocimiento.

La sugerencia de Laudan fue expandida por Ernest Sosa en su ensayo “The Raft and the Pyramid” (La Balsa y la Pirámide).[45]​(ver Epistemología virtuosa).

De acuerdo a Sosa, podemos determinar que una "creencia es justificada" dependiendo de ciertas "virtudes epistémicas" de quien las propone. Es esa virtud epistemica la que da un "derecho" a mantener ciertas creencias.

El derecho en cuestión no es ni político ni moral, sino intelectual. En cierto sentido cada uno es responsable de lo que cree. Las creencias no se forman o se adquieren totalmente al azar sino que por el contrario, dependen, al menos en parte, de nuestras acciones o de experiencias que podemos procurarnos. Se puede argumentar entonces que, tenemos una responsabilidad intelectual u obligación deontológica (y desde luego, un interés) en aceptar la verdad y de rechazar lo que es falso. Parece seguir entonces que, dependiendo de cuan bien alguien cumpla o no esa obligación deontológica, llegara a ser parte de esos "jueces calificados" de Hersh, tendrá, o no, derecho a que sus opiniones sean consideradas "justificadas".

Así, la justificación es un acto normativo, dado que es una noción relacionada con la evaluación de la validez del conocimiento humano. En concreto, relacionada con quienes o cuando "se tiene derecho" a sostener alguna creencia como válida.

De acuerdo a Alvin Plantinga, en su "Teoría de la justificación" (warrant theory[46]​) nuestras facultades intelectuales están diseñadas para capturar y producir creencias correctas o verdaderas, siempre y cuando se usen plenamente. De acuerdo con Plantinga, una creencia está justificada (warranted) cuando nuestras facultadas intelectuales están funcionando como deben. En otras palabra, el conocimiento está "garantizado" (warranted) si se obtiene a través de la función correcta de todas las facultades intelectuales. Ese funcionamiento pleno incluye evaluaciones de las intenciones tanto de otros como la nuestra.

En otras palabras, y un poco más formalmente, todo lo anterior llama nuestra atención a la necesidad de ampliar el proceso que utilizamos a fin de obtener conocimiento verdadero, incorporando elementos que tradicionalmente no son considerados. Para Plantinga los contraejemplos de Gettier demuestran que una creencia puede ser "válida" (en el sentido de corresponder con los hechos) a pesar de que la operación epistémica que la apoya llevaría, en la mayoría de los casos en que se empleara en forma similar, a error. Pero ese error no es capturado en el proceso formal. Plantinga sugiere que la captura y eliminación de ese error (en realidad, su prevención) depende del uso correcto de la totalidad de nuestras facultades intelectuales. Ese uso correcto y completo implica el aspecto ético. Solo ese uso correcto de nuestras facultades intelectuales podría garantizar que el resultado de nuestros procedimientos para generar conocimiento estuvieran justificados.

(Comparese con Teorías actuales acerca de la verdad)

Las principales teorías de la justificación, en la actualidad, incluyen:

Posiciones minoritarias incluyen:



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