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Karma



Según varias religiones dhármicas, el karma (en sánscrito, कर्म) es una energía trascendente (invisible e inmensurable) que se genera a partir de los actos de las personas. También conocido como un espíritu de justicia o equilibrio.

Es una creencia central en la doctrina del hinduismo, el budismo, el jainismo,[1]​ el ayyavazhi y el espiritismo.

Aunque estas doctrinas expresan diferencias en el significado mismo de la palabra karma, tienen una base común de interpretación. Generalmente, el karma se interpreta como una «ley» cósmica de retribución, o de causa y efecto. Se refiere al concepto de «acción» entendido como aquello que causa el comienzo del ciclo de causa y efecto. Según el karma, cada una de las sucesivas reencarnaciones quedaría condicionada por los actos realizados en vidas anteriores.

El karma está en contraposición con las doctrinas abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islamismo); lo más parecido en el cristianismo es el concepto teológico de retribución. El karma explica los dramas humanos como la reacción a las acciones buenas o malas realizadas en el pasado más o menos inmediato. Según el hinduismo, la reacción correspondiente es generada por el dios Iama; en cambio, en el budismo y el jainismo ―donde no existe ningún dios controlador― esa reacción es generada como una ley de la naturaleza (como la gravedad, que no tiene ningún dios que la controle).

En las creencias indias, los efectos del karma de todos los hechos son vistos como experiencias activamente cambiantes en el pasado, presente y futuro.[2]

Según esta doctrina, las personas tienen la libertad para elegir entre hacer el bien y el mal, pero tienen que asumir las consecuencias derivadas.

Proviene de la raíz kri: ‘hacer’ (según el Unadi-sutra 4.144).[3]

Es errónea la etimología karaṇa: ‘causa’ y manas: ‘mente’, en boga en Occidente. Se hizo originar a partir de la palabra inexistente karmaṇ, inventada a partir de la palabra sánscrita karman (declinación de karma). La letra n final de karman (que no es una ) indica que se trata de un sustantivo neutro.[4]​ Para analizar las raíces de la palabra karma se debe utilizar solo el término básico karma (no su declinación karman ni el inventado kar-ma).

En pali se dice kamma y en birmano kan.

Tanto para el hinduismo como para el budismo, el karma no implica solamente las acciones físicas, sino habría tres factores que generan reacciones como:

Tanto el budismo como el hinduismo creen que mediante la práctica de esas respectivas religiones, las personas pueden escapar del condicionamiento del karma y así liberarse de los cuatro sufrimientos (que se enumeran igual en ambas religiones):

El concepto karma no solo tiene una dimensión moral sino también una dimensión existencial. En este sentido, el karma se produce cuando el sujeto que ejecuta una acción no se reconoce como la causa de los efectos que esa misma acción produce, sobre todo cuando dichos efectos le son adversos. Este no reconocimiento también ocasiona la exacerbación de los efectos nocivos, porque los movimientos que hace el sujeto para solucionar el problema solo lo agravan. Ejemplo: el caso de un sujeto que al no saber nadar, y por el instinto de querer sobrevivir, en su desesperación y con sus movimientos bruscos empeora su situación. No se da cuenta de que lo que le hace hundirse cada vez más, es su propia reacción.

Estas ideas del karma y del reconocimiento no son ajenas a la filosofía Occidental. Por ejemplo, el filósofo alemán Karl Marx en su obra Manuscritos Económico – Filosóficos, expone la “teoría de la alienación” (que en este caso sería otra manera de nombrar el karma por el no-reconocimiento). Dice que en la economía capitalista el obrero no se reconoce como creador de los objetos que él mismo fabrica: "[5]​El obrero se ha convertido en una mera mercancía (…) la demanda -de la que depende la vida del obrero- depende a su vez del interés de los ricos y capitalistas". Esta situación alienante ocasiona la pérdida de autonomía  del sujeto quien no es dueño de su propia actividad. 

Usualmente se asocia el karma con la reencarnación, ya que una sola vida humana no alcanzaría para experimentar todos los efectos de las acciones realizadas («cobrar» todo el bien que se ha hecho o «pagar» todo el mal que se ha realizado en vida).

En religiones teístas (como el hinduismo o el cristianismo) existe el concepto de alma. En el caso del hinduismo, bajo el punto de vista del karma, la reencarnación sería la nueva encarnación del alma en un nuevo cuerpo físico, en tiempo futuro, en el útero de una nueva madre.

En el hinduismo, el concepto de alma individual, o yiva-atman, es una chispa del Espíritu Divino (Atman) que todos tenemos, a diferencia del budismo, en que el objeto de la reencarnación corresponde a un registro de la mente.

Se entiende que existe un estado de pureza y sabiduría original, latente pero dormido, en la vida de todos los seres humanos. En el concepto oriental, el ser humano olvida su naturaleza superior y se identifica erróneamente con el cuerpo en cada nuevo nacimiento.

La reencarnación ―o transmigración de las almas― es el paso hacia la siguiente existencia física. El karma determina las condiciones bajo las cuales el individuo vuelve a la vida. Sin embargo, el estado de pureza y sabiduría latente sigue intacto y desarrollándose lenta y progresivamente vida tras vida, en una especie de evolución espiritual del alma/cuerpo astral a través de numerosos cuerpos físicos y personajes, un largo viaje desde nuestra naturaleza inferior o animal hasta nuestra naturaleza superior o divina.

El gurú Paramahansa Yogananda creía que todos los seres realizados (entre quienes contaba a Jesucristo o Buda Gautama) podrían recordar sus vidas. Afirmaba también que él podía recordar a voluntad sus vidas anteriores. En cambio, al ser humano común no le ayudaría recordarlas, debido al peso emocional que le acarrearía. Por lo tanto, el recuerdo de esas vidas está oculto, pero guardado en la «memoria del alma» o en la mente hasta que la persona esté preparada para recordarlas sin daño emocional.

La mayoría de las escuelas budistas enseñan que mediante la meditación se puede llegar a un estado de superconciencia llamado nirvana (samadhi en yoga), que es el fin de la existencia condicionada por el karma. Por lo tanto, la práctica budista intenta que las personas alcancen un estado de paz y felicidad absoluta en esta misma vida. Algunas corrientes minoritarias, como la del budismo nichiren, entienden que no es posible escapar al ciclo de la reencarnación.

El karma y la reencarnación son la manera en que los orientales trataban de explicar el fenómeno de los niños prodigio, que serían resultado de muchas vidas de práctica en ese don particular.

Esos niños serían almas que de alguna manera podían aprovechar el talento aprendido en vidas anteriores, que estaría almacenado en una inaccesible memoria astral o registros akáshicos (listas de actividades que quedan escritas en el éter, el cual es una sustancia mítica invisible, más sutil que el aire).

En el Rig-veda (el texto más antiguo de la India, de mediados del II milenio a. C.) no se menciona ninguna doctrina de retribución mágica, ni tampoco la reencarnación.

En el Rig-veda se menciona unas 40 veces[6]​ la palabra «kárman» (cuyo nominativo es «kárma») pero solo en su acepción como ‘trabajo’ o ‘acción’,[6]​ frecuentemente utiliza en el contexto de los rituales srauta (los ritos típicos de la cultura védica: sacrificios de fuego en los que se mataban animales y se bebía la droga soma).

Un himno del Rig-veda sugiere la creencia en la recompensa por ser dadivoso:

En el verso 1.7.1.5 del Satapatha-bráhmana, el sacrificio es declarado como el «más grande» de los karmas. El verso 10.1.4.1 asocia el potencial de convertirse en inmortal (amara) con el karma del sacrificio agni-chaiana.[6]

Una cierta idea de la existencia de una «ética de la causalidad» se expresa en el Upanishad más antiguo:

Algunos autores[10]​ afirman que la doctrina del samsara (la transmigración de las almas) y del karma podría ser no védica, y las ideas pueden haberse desarrollado en las tradiciones shramana que en el I milenio a. C. precedieron al budismo y al jainismo.

Otros autores[11][12]​ afirman que algunas de las ideas de la hipótesis emergente del karma fluyeron desde los pensadores védicos a los pensadores budistas y jainistas. Las influencias mutuas entre las tradiciones no están claras. Probablemente estas ideas se desarrollaron cooperativamente a lo largo de un par de siglos (entre el VI y el V a. C.).[13]​ Muchos debates filosóficos que rodean el concepto son compartidos por las tradiciones hinduista, jainista y budista, y los primeros desarrollos en cada tradición incorporaron diferentes ideas novedosas.[11]​ Por ejemplo, los budistas permitieron la transferencia del karma de una persona a otra, y los hinduistas afirmaban la efectividad de los ritos sraddha (en los que gracias a un ritual, se podían reducir los efectos de los pecados de los antepasados), pero tuvieron dificultades para explicar por qué era esto posible.[11][14]​ En cambio, la religión jaina no permitió la posibilidad de transferir el karma.[15][16]

La primera mención clara de la doctrina del karma se encuentra en el Chandoguia-upanishad (siglo VII a. C.), posiblemente el segundo Upanishad más antiguo (el más antiguo se considera el Brijad-araniaka-upanishad). Allí cuenta la historia del joven brahmán Shwetaketu, quien vuelve a su hogar después de haber aprendido todo el conocimiento védico (o sea, los rituales y las leyendas épicas contenidas en el Rig-veda).[17]​ Sin embargo, se encuentra con su amigo de la infancia, quien pertenece a la casta chatría, quien lo interroga acerca del conocimiento que ha aprendido. ¿Sabe ya lo que nos sucede después de la muerte? Shwetaketu admite que no, que eso no era parte de su plan de estudios.[17]​ Así que se puede concluir que la doctrina central de los Vedas (compuestos entre el siglo XV y IX a. C.) y del primer Upanishad (posiblemente compuesto ―no escrito, porque los indios todavía no habían inventado un sistema de escritura― un par de siglos antes, hacia el siglo IX a. C.) no dependía de una hipótesis sobre la vida después de la muerte.[17]

Shwetaketu corre a consultarle a su padre Uddalaka, un erudito brahmán, y le hace las mismas preguntas. Pero su padre tampoco sabe. Entonces ambos, sintiéndose engañados por no conocer la respuesta a una pregunta tan importante, recurren al rey. Resulta que él sí sabe, y les informa que los chatrías lo han sabido desde hace tiempo. Así que el rey les enseña la doctrina de la reencarnación por primera vez en la literatura védica (y por primera vez en todos los escritos más antiguos de la humanidad). El rey les informa que esta doctrina es comúnmente creída entre los guerreros chatrías.[18]

Finalmente el rey les revela que esta creencia era el secreto del poder de los guerreros hinduistas. De hecho, aquellos que consideran sus cuerpos como simples vestidos que pueden desechar y reemplazar por otros nuevos, no tienen miedo de morir, por lo que son más intrépidos y ganan todas las batallas, y por lo tanto pueden disfrutar de todo el poder.

En Alejandría del Cáucaso (Bagram) (antigua ciudad de Afganistán fundada por Alejandro Magno, situada a unos 60 km al noroeste de Kabul) hubo una escuela de budismo con monjes budistas.[19]​ Poco más tarde, el emperador indio Asoka (304-232 a. C.) envió misioneros budistas a muchos países.[20]

Durante los siglos XIX y XX, Occidente fue permeable a los conceptos religiosos provenientes de las antiguas colonias británicas y francesas en Asia. Así es como la creencia en la «ley del karma» ha tenido una importante difusión gracias a la penetración en Occidente del budismo, el hinduismo y el yoga, así como diversas escuelas de ocultismo, como la rosacruz (1614), y la teosofía (de Helena Blavatsky, 1831-1891).

A pesar de que Mahatma Gandhi (1869-1948) era adepto a las doctrinas del karma y la reencarnación, luchó contra la injusticia, aunque se desconoce si se apoyaba en algún basamento doctrinal.

Los creyentes en el karma sostienen que las injusticias sociales son simplemente la reacción de las malas acciones que habrían cometido las actuales víctimas en vidas pasadas. Cada víctima estaría sufriendo exactamente lo que hizo sufrir a otros (ni más, ni menos).

Según los hinduistas, el karma es una «ley» de acción y reacción: a cada acción cometida le corresponde una reacción igual y opuesta. El encargado de hacer cumplir esta ley sería el omnisciente dios invisible Iama Rash (el ‘rey de la prohibición’) y sus monstruosos sirvientes invisibles, los iama-dutas (‘mensajeros de Iama’).

Después de que una persona abandona su cuerpo al momento de la muerte, los iamadutas le arrastrarían hasta la morada de iamarásh, donde es juzgado duramente de acuerdo con las acciones, registradas una por una en el libro de la vida, que recita Chitra Gupta, el secretario de Iamarash.

Según Yogananda, las explicaciones mitológicas serían la forma de explicar ciertas energías a personas sin educación, generalmente analfabetas, de forma que las diversas formas de energías astrales, invisibles y no registrables por los instrumentos actuales, se personalizarían y explicarían como si fueran dioses, semidioses, demonios, etc.

Para el hinduismo, el castigo de las malas acciones puede recibirse

Igualmente, el premio por las buenas acciones puede recibirse

La explicación del karma dentro de las doctrinas budistas es diferente de la hinduista. El karma no sería una ley de causa y efecto que implicaría la existencia de dioses invisibles encargados de hacerla cumplir, sino una inercia natural.

Por ejemplo, si una persona roba un banco y tiene éxito, es muy probable que vuelva a robar, y si una persona ayuda a un anciano a cruzar la calle, entonces es muy probable que siga ayudando a otras personas. En ambos casos, si la experiencia no produjera buenos resultados, entonces la inercia se haría menor (el ladrón robaría menos y el filántropo ayudaría menos). Cuando un sujeto roba un banco, esta acción quedará registrada en su mente, alterando el flujo de esta, y provocando en él una percepción errónea de la realidad («tengo derecho a tomar sin permiso las cosas que necesito»). Estas percepciones erróneas le condicionarán a sufrir más adelante, pues crean un estado mental propenso a la infelicidad.

El karma no sería entonces una recompensa o un castigo mágico a las acciones sino simplemente el hecho de que las acciones humanas tienen consecuencias tanto externas como mentales.

Según otra interpretación del karma más bien serían las dos cosas juntas, es decir, habría castigo y premio, pero no de forma mágica, sino mediante consecuencias automáticas de las acciones, en un concepto que implica la reencarnación, siempre unida al karma.

Según el budismo, al comportarse de acuerdo con el karma, la persona debería tomar conciencia de que la búsqueda de la venganza y el mal traerá graves consecuencias en la vida diaria y en las vidas futuras. Esto permitiría aprender del sufrimiento, dominarlo y sacar provecho de él en términos espirituales para llegar al desarrollo de una vida más plena.

Puesto que todo acto tiene origen en la mente, el budista debe vigilar sus pensamientos y sus palabras, ya que también pueden producir bien o mal. Cada acción y palabra, buenas o malas, sería un búmeran que a veces vuelve en la misma vida y a veces en una vida futura.

El karma puede ser explicado como un fenómeno análogo a la inercia. Según esta visión, el individuo genera tendencias a través de sus causas. Un pensamiento, palabra o acción intencional, si se repite, se convierte en costumbre y condicionará una tendencia en el mismo sentido. En el futuro, las causas no necesariamente serían intencionales, sino que estarían influidas por causas previas. En este sentido, el karma constituye una influencia inconsciente, condicionante pero no determinante, pues somos siempre libres y podemos contrarrestar nuestras influencias o tendencias negativas. Aunque sean escasos en porcentaje, tenemos numerosos ejemplos de personas que han cambiado radicalmente de vida.

En el jainismo, el karma es un principio básico de la cosmología. Para el jainismo, las acciones morales humanas son la base de la reencarnación (yiva). El alma se encuentra atrapada en un círculo de renacimiento y atada a un mundo temporal (samsara), hasta que finalmente alcanza la liberación (moksa). Esta liberación se consigue siguiendo el camino de la purificación.[21]​ La liberación completa del karma conduce a la omnisciencia kevala-gñana.

En la religión yaina, el karma no solo se refiere a la causalidad de la reencarnación sino que también se concibe como una materia tenue que se introduce en el alma oscureciendo sus cualidades naturales y puras. Se concibe el karma como una contaminación que tiñe el alma de diversos colores (leshia). En función de su karma, un alma realiza su trasmigración y se rencarna en varios estados de existencia.

Los jainistas señalan el sufrimiento, la desigualdad o el dolor como una prueba de la existencia del karma. Los textos jainistas han clasificado los tipos de karma en función de sus efectos sobre las capacidades del alma humana. La teoría jainista busca explicar los procesos del karma especificando las causas de su influjo (asrava) y la atadura (bandha), mostrando el mismo interés por los actos en sí como por las intenciones detrás de los actos. La teoría jainista sobre el karma coloca toda la responsabilidad sobre las acciones individuales y elimina cualquier peso sobre una supuesta gracia divina o retribución. Además, la doctrina jaina también mantiene que es posible modificar el propio karma y también librarnos de él a través de la austeridad y la pureza de conducta.

Algunos escritores datan el origen de la doctrina del karma como anterior a la migración indoaria (mediados del II milenio a. C.) e indican que su actual forma sería el resultado del desarrollo de las enseñanzas de los sramanas, después asimilada en el hinduismo brahmánico en la época de los textos Upanishads (de mediados del I milenio a. C.). El concepto de karma jainista ha sido objeto de crítica por parte de las doctrinas rivales como el budismo, el hinduismo vedanta o el hinduismo samkia.

El karma sería la explicación mítica que encontraron los orientales para entender por qué ―si se supone que Dios es justo― a veces a las personas buenas les suceden cosas malas y a las personas malas les suceden cosas buenas. Cada uno estaría pagando acciones que no recuerda, porque las cometió en vidas pasadas.

Según el Vedanta-sutra las reacciones del karma no se reciben en esta misma vida.

Ante la pregunta de por qué a veces sí se ve sufrir a un criminal en esta misma vida, los hinduistas sostienen que en realidad estaría sufriendo las reacciones de una vida anterior, o bien pagando el karma de acciones realmente perversas en la misma vida, pues Yogananda dice que las acciones de extrema maldad suelen recibir el castigo en la misma vida.

Si el karma que tenemos acumulado es de muchas vidas, una sola vida no bastaría para «pagarlo» y «recogerlo» todo en una sola vida, sino que también se necesitarían varias.

Si el premio o castigo viniera automáticamente poco después (a los pocos meses/días/minutos) el karma sería evidente y no seríamos libres, o no tan libres. Por tanto castigos y premios pueden venir muchos años después o muchas vidas después, cuando las condiciones son propicias, también según Yogananda.

Según el hinduismo, Dios es neutral, y ha dejado a los semidioses la ejecución de la ley del karma, con sus premios y sus castigos. En cambio, según Yogananda, no habría ministros para ejecutar la ley del karma, sino que esta se ejecutaría a sí misma como ley cósmica, astral o espiritual de forma automática.

Lo bueno o malo que le sucede a un ser humano no sería algo debido a la voluntad de Dios o las deidades (que es siempre amorosa), sino el resultado de los propios actos.

Según una encuesta en Internet, el 27 % de los estadounidenses creen en la reencarnación.[22]



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