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Problema del mal



El problema del mal es la pregunta de cómo reconciliar la existencia del mal con la existencia de una deidad omnisciente, omnipotente y omnibenevolente (véase teísmo).[3][4]​ El argumento del mal afirma que debido a la existencia del mal, o Dios no existe o no tiene alguna de las tres propiedades mencionadas. Los argumentos para sostener lo contrario se les conoce tradicionalmente como teodiceas. Además de la filosofía de la religión, el problema del mal también es importante en los campos de la teología y ética. El problema del mal se puede expresar de la siguiente forma:

A menudo se formula de dos formas: el problema del mal lógico y el problema del mal evidencial.[3]​ La versión lógica del argumento intenta demostrar deductivamente una imposibilidad lógica en la coexistencia entre Dios y el mal,[7]​ mientras que la evidencial sostiene inductivamente que dado que existe el mal en el mundo, es improbable que exista un dios omnipotente, omnisciente y perfectamente bueno.[4]​ Esta versión inductiva del argumento es más popular que su versión deductiva. El problema del mal también se ha extendido a los seres vivos no humanos, incluidos el sufrimiento animal provocado por la naturaleza y la crueldad animal humana.[8]

Existe una amplia variedad de respuestas al problema del mal y se clasifican en: refutaciones, defensas y teodiceas. Hay además muchas discusiones sobre el mal y problemas relacionados en otros campos filosóficos, tales como la ética secular[9][10][11]​ o la ética evolucionista,[12][13]​ pero en el sentido ordinario el "problema del mal" se trata dentro del contexto teológico.[3][4]

El problema del mal aplica intensamente a las religiones monoteístas seguidoras del teísmo clásico, como el cristianismo, islam y judaísmo, que creen en un dios monoteísta que es omnipotente, omnisciente y omnibenevolente;[14][15]​ pero la pregunta "¿Por qué existe el mal?" ha sido estudiada en religiones no teístas o politeístas como el budismo, hinduismo y jainismo.[16][17]​ El problema del mal también se aplica al politeísmo si algún dios tiene los atributos ya mencionados.

Se han formulado numerosas versiones del problema del mal, las que incluyen formulaciones filosóficas, teológicas y bíblicas.[3]​ Se suelen dividir las formulaciones en dos versiones: las versiones lógicas, basada en un razonamiento deductivo;[7]​ y las evidenciales, basadas en un razonamiento inductivo. También se diferencian dos tipos de males: Mal moral, causado por actos humanos (como el Holocausto); y mal natural, causado por eventos que no tienen que ver con los humanos (como el Terremoto de Lisboa de 1755).[4]

El problema lógico[7]​ (también llamado “argumento global”)[19]​ del mal intenta demostrar la inconsistencia lógica entre la existencia de una entidad omnipotente, omnibenevolente y omnisciente con la existencia del mal, refutando así de manera concluyente el teísmo clásico. Se ha atribuido al filósofo griego Epicuro la formulación original del problema del mal,[2][20][21]​ y este argumento puede esquematizarse como sigue:

Este argumento del tipo modus tollens es lógicamente válido y en consecuencia si las premisas son ciertas, la conclusión necesariamente también debe serlo. Sin embargo, no es claro exactamente cómo la existencia de una deidad todopoderosa y perfectamente buena garantiza la inexistencia de la maldad. Esto es, no es claro si la primera premisa es cierta. Para mostrar que es plausible, las versiones posteriores tienden a desarrollarla, tal como el siguiente ejemplo moderno:[4]

Mackie argumentó que estas proposiciones eran inconsistentes y, por lo tanto, que al menos una de estas proposiciones debe ser falsa. Ya sea:

Se considera a ambos argumentos como dos formas del problema lógico del mal, que intenta mostrar que las proposiciónes supuestas conducen a una contradicción lógica y por lo tanto no pueden ser todas correctas. El debate filosófico se ha centrado principalmente en la proposición de que Dios no puede existir con, o querría prevenir, el mal (premisas 3 y 6). Respecto a esto, algunos apologistas teístas (por ejemplo, Leibniz) sostienen no solo que la existencia de tal deidad es compatible con el mal, sino que lo permite con el fin de lograr un bien superior. Se ha propuesto el libre albedrío como tal bien superior, argumentado por Alvin Plantinga en su popular defensa. Su primera parte considera el mal moral como el resultado de las acciones humanas por medio de la libre voluntad. La segunda parte argumenta la posibilidad lógica de "un poderoso espíritu no humano",[22]​ como el Diablo, quien es responsable por el mal natural, incluyendo terremotos, maremotos y enfermedades virulentas. Algunos filósofos aceptan que Plantinga resolvió exitosamente el problema lógico del mal,[23]​ ya que aparentemente mostró que Dios y el mal son lógicamente compatibles; aunque otros disienten completamente,[24][25]​ como John Leslie Mackie (quien acuñó el término)[26]​ o Michael Tooley para quienes la existencia del mal "refuta de manera concluyente" la existencia de Dios.[27]

Para refutar el argumento, habría que demostrar que al menos una de las premisas es falsa. Una forma es limitar las capacidades de Dios[28]​ o dar motivos para la existencia del mal. Debido a esto, pocos filósofos contemporáneos defienden una respuesta a la incompatibilidad lógica.[29]​ Mackie declaró que el argumento "no muestra que el las doctrinas del teísmo son lógicamente incompatibles entre sí."[4]William L. Rowe cree que nadie ha logrado establecer el incompatibilismo del mal con Dios.[30]​ No obstante, Mackie afirma que si las respuestas dadas al mal "ofrecen una solución real al problema es otra cuestión".[4]​ Las discusiones actuales sobre el problema del mal se centran en lo que se llama "el problema evidencial del mal".[7]

La versión evidencial del problema del mal (también llamada como la versión local, probabilística o inductiva) busca mostrar que la existencia del mal, aun si es lógicamente consistente con la existencia de tal deidad, va en contra o disminuye las probabilidades de que el teísmo sea cierto.[3][4]​ Estas formulaciones suelen apelar a acontecimientos difíciles de explicar con el poder y la bondad infinita de Dios. Por ejemplo, el terremoto de Lisboa de 1755 en el día de Todos los Santos fue discutido extensamente por los filósofos ilustrados europeos, inspirando grandes debates especialmente en el campo de la teodicea.[33]Voltaire criticó en Poema sobre el desastre de Lisboa la creencia en la "Divina providencia" como imposible de defender.[31]

Se consideroa que David Hume formuló una de las primeras versiones del argumento en la obra Diálogos sobre la religión natural, donde sostuvo que aun siendo compatible el mal con Dios, no se puede inferir su bondad infinita de Dios en base a nuestra experiencia.[3][21][34]

Como ejemplo, un crítico de la idea de Platinga de "un poderoso espíritu no humano" que causa males naturales puede conceder que la existencia de tal ser no es lógicamente imposible pero argumentaría que debido a la falta de evidencias científicas para tal existencia, esto es muy improbable y por tanto no es un explicación convincente de la presencia de los males naturales. A continuación se presentan en ejemplos del problema evidencial del mal:

Versión absoluta de William L. Rowe:[4][35]

Versión relativa por Paul Draper:[36]

Estos argumentos son juicios de probabilidad debido a que se apoyan en la afirmación de que, aun luego de reflexión minuciosa, no se puede ver ninguna buena razón para que Dios permita al mal. La inferencia a partir esta afirmación en la proposición general de que existe mal innecesario es inductivo en su naturaleza y es este paso inferencial que distingue al argumento evidencial del lógico.[4]

Aún persiste la posibilidad lógica de haber razones ocultas o desconocidas para la existencia del mal, sin embargo, la existencia de un dios resulta en una hipótesis a gran escala dirigida a que algunos hechos particulares tengan sentido, que puede descartarse en la medida en que falle en explicarlos.[4]​ De acuerdo con la navaja de Ockham, se debería asumir la menor cantidad de premisas como sea posible. Las razones implícitas son conjeturas supuestas, como lo es la conjetura de que los hechos relevantes son observables o que hipótesis sin pruebas no son erradas puesto que estas están ocultas para los humanos. En consecuencia, la hipótesis de indiferencia es mucho más simple, ya que no requiere de razones supuestas para explicar el mal. De manera similar, para cada argumento desconocido que justifica al menos en parte la existencia del mal, existe la misma posibilidad de que existan argumentos especulativos que de hecho empeoren la gravedad moral del mal observado. En consecuencia, desde un punto de vista inductivo los argumentos ocultos se anulan unos a otros.[3]​ Paul Draper propone una modificación al argumentar usando un razonamiento bayesiano que si los seres sobrenaturales existen, son indiferentes a nuestro sufrimiento, siendo una mejor explicación para la existencia del sufrimiento.[37]

El autor e investigador Gregory S. Paul presenta lo que él considera un problema del mal particularmente fuerte. Estima que al menos han nacido 100 millardos de personas en toda la historia humana (comenzando aproximadamente hace 50 000 años, cuando nació el primer Homo sapiens).[38]​ Calculó un estimativo de la mortalidad infantil promedio de toda la existencia humana. Descubrió que el índice era superior al 50%, y que los niños morían principalmente debido a enfermedades como la malaria. Esto significa que 50 millardos de personas han muerto naturalmente antes de la madurez sexual. Agrega que hasta 300 millardos de personas nunca vieron la luz del día, pues el índice de mortalidad prenatal estaría cerca del 75%. A base de esto, se puede calcular la población del Cielo en 400 millardos: 50 millardos de niños, misma cantidad de adultos y aproximadamente 300 millardos de fetos, lo que da un total de 400 mil millones de habitantes celestiales.[39][40]​ El filósofo Michael Tooley llevó una teoría sustantiva de la lógica inductiva, o probabilidad lógica, para sustentar el argumento del mal, y luego argumentar que cuando se hace esto, uno puede derivar una fórmula que da la probabilidad de que Dios no exista en relación con la información sobre el número de males aparentes que se pueden encontrar en el mundo.[3]

Esta versión inductiva del argumento es más popular que su versión deductiva. William Alston declaró que "se reconoce en (casi) todos los lados que el argumento lógico es insolvente, pero el argumento inductivo aún está vivo y coleando".[41]​ Una respuesta común a los casos del problema evidencial es que hay justificaciones plausibles (y no incomprensibles) para que una deidad permita el mal. Estas teodiceas se discuten más adelante.

El problema evidencial y lógico del mal también se ha extendido más allá del sufrimiento humano a la ética animal donde se incluye el sufrimiento de los animales por la crueldad, la enfermedad y el mal.[43][44][45]​ Esto también se le conoce como el problema darwiniano del mal [46]​ en honor a Charles Darwin:

Una segunda versión considera el sufrimiento animal evitable causado por seres humanos, como aquellos producto de la crueldad animal, la caza o el consumo. Filósofos como John Hick[48]​, Quentin Smith[49]​, Peter Singer[50]​ y Paul Draper[29]​ la han utilizado para contrarrestar las respuestas y las defensas del problema del mal que consideran el sufrimiento un medio para perfeccionar la moral y un mayor bien, ya que los animales son víctimas inocentes, indefensas, amorales pero sensibles.[51]

Michael Almeida dijo que esta era "quizás la versión más seria y difícil" del problema del mal y se puede expresar como:[46]

En un principio, Darwin simpatizó con la idea de que todos estos males naturales conducen a un "bien supremo, que podemos concebir, la creación de los animales superiores", no obstante, se necesita demostrar que Dios no pudo obtener ese bien sin esos males. Paul Draper afirma que el "naturalismo" es hipótesis más plausible para explicar el sufrimiento de la biología evolutiva que el teísmo.[29]​ El biólogo Richard Dawkins concluye en El río del Edén que el mundo natural debe contener necesariamente enormes cantidades de sufrimiento animal que está más allá de toda contemplación decente como consecuencia inevitable de la interacción de mecanismos evolutivos: "El universo que observamos tiene precisamente las propiedades que deberíamos esperar si, en el fondo, no hay diseño, ningún propósito, ningún mal, ningún bien, nada más que una despiadada indiferencia".[52][53][54]

Michael Tooley distinguió entre las versiones axiológicas y deontológicas del argumento del mal. Las primeras, "están formuladas en términos de conceptos axiológicos específicamente, en términos de bondad o maldad, deseabilidad o indeseabilidad". Las últimas, "utiliza conceptos que se centran en la lo correcto y lo incorrecto de las acciones [...] propiedades que determinan si una acción es una que debe realizarse". Tooley sugiere que las versiones axiológicas son problemáticas, ya que suelen apelar a afirmaciones éticas controvertidas.[3][55]

Las doctrinas del Infierno, particularmente aquellas de sufrimiento eterno, plantean formas particularmente fuertes del problema del mal al defender la existencia de un castigo divino de tortura infinita (véase problema del infierno).[56]​ Al considerar males la no creencia, creencias equivocadas y el diseño precario de los seres vivientes, los argumentos de la no creencia[57]​, de las revelaciones inconsistentes y del mal diseño son otros ejemplos de que la coexistencia entre el mal y tal deidad es improbable o imposible.

También se han utilizado argumentos antinatalistas (posición contraria a la reproducción y el nacimiento de nuevos seres humanos) como apoyo del problema del mal.[58][59]

Las respuestas al problema del mal en ocasiones han sido clasificadas en defensas o teodiceas. Sin embargo, los autores difieren de sus definiciones precisas.[3][4][60]​ Generalmente, una defensa se refiere al intento de resolver el problema lógico del mal al mostrar que no hay una incompatibilidad lógica entre las existencias del mal y de tal dios. Esta tarea no requiere proveer una explicación plausible del mal y es exitosa si logra compatibilizarlos. Ni siquiera necesita ser verdadera, debido a que una explicación falsa, aunque coherente, sería suficiente para conciliarlas.[61]

Por el otro lado, una teodicea,[62]​ es más ambiciosa, debido a que intenta dar una justificación plausible (una razón moral o filosóficamente suficiente) para la existencia del mal y por tanto rebatir el argumento evidencial del mal.[4]Richard Swinburne sostiene que no tiene sentido asumir que existen bienes superiores que justifican la presencia del mal en el mundo a menos que se identifiquen cuáles son, de lo contrario no se puede lograr una teodicea exitosa.[63]​ Asimismo, algunos autores consideran que apelar a demonios o la caída del hombre son en verdad hipotéticamente posibles, pero no muy plausibles dado nuestro conocimiento del mundo, y por lo tanto estiman estos argumentos como defensas, mas no buenas teodiceas.[4]Swinburne dice que, tal como está en su forma clásica, el argumento del mal no tiene respuesta, pero puede haber razones contrarias para no llegar a la conclusión de que no hay Dios. Estas razones son de tres tipos: otras razones fuertes para afirmar que hay un Dios; razones generales para dudar de la fuerza del argumento mismo; y razones específicas para dudar de los criterios de cualquiera de las premisas del argumento; "en otras palabras, una teodicea".[64]​ El cristianismo ha respondido con múltiples teodicías tradicionales: la teodicea Agustín, Ireneo, Plantinga, etc.[65]

Si un dios carece de cualquiera de con al menos uno de sus atributos divinos, entonces la existencia del mal puede ser explicada y por lo tanto el problema del mal puede ser enfrentado por medio de una formulación o doctrina alternativa de teología.[28]Hans Jonas ante el horror de los campos de exterminio nazis renunció a la doctrina de la absoluta e ilimitada omnipotencia divina.[66]Luigi Pareyson sostuvo que el mal está de alguna manera en Dios mismo.[67]​ La teología del proceso y el teísmo abierto son otras posiciones que limitan la omnipotencia u omnisciencia de Dios (como se define en la teología tradicional y teísmo clásico).[68][69]

En el politeísmo las deidades individuales normalmente no son omnipotentes u omnibenevolentes ya que sus poderes están distribuidos entre diversos dioses. Sin embargo, si una de las deidades tiene estos atributos, el problema del mal resurge. Sistemas de creencias con varias deidades omnipotentes conducirán a contradicciones lógicas y conflictos.[70]

El diteísmo o maniqueísmo (un tipo de dualismo)[71][72]​ explica que el problema del mal a partir de la existencia de dos fuentes, pero no omnipotentes, deidades que se oponen mutuamente. Ejemplos de este sistema de creencias incuye al zoroastrismo, maniqueísmo y tal vez el gnosticismo. Satanás en el islám y cristianismo no son considerados en igualdad de condiciones respecto a Dios, que es omnipotente. Por lo tanto Satanás solo podría existir si así lo permitiese Dios. Tal demonio, así limitado en poder, no puede por tanto explicar por sí solo el problema del mal sin que el teísmo recurra a alguna versión alternativa de su teología. El panteísmo y el panenteísmo, un tipo de diteísmo, ofrecen versiones alternativas al describir la disposición del mal.

La defensa del Dios limitado no ha sido una respuesta popular al problema del mal, pues implicaría abandonar algunos argumentos tradicionales de la existencia de Dios[28]​ y algunas doctrinas teológicas.

Las paradojas de la omnipotencia, donde el mal persiste aun con la presencia de un dios todopoderoso, plantean interrogantes respecto a la naturaleza de la omnipotencia divina. Algunas soluciones proponen que la omnipotencia no implica la habilidad de realizar lo lógicamente imposible. Las respuestas del "bien superior" responde al problema al usar esta perspectiva para argumentar que la existencia de bienes de mayor valía que un dios no puede lograr sin permitir el mal, y por tanto existen males que él no puede prevenir a pesar de ser omnipotente. Una de las versiones más populares es la apología del libre albedrío o la de "El mejor de los mundos posibles".

El filósofo alemán Gottfried Leibniz en su obra Essais de Théodicée sur la bonté de Dieu, la liberté de l'homme et l'origine du mal (Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y la Origen del mal ) de 1710, afirma que el mundo real es el mejor de todos los mundos posibles. Este es el argumento central de la teodicea de Leibniz y su intento de resolver el problema del mal en su trabajo Monadología:

Este optimismo metafísico también lo expresó Alexander Pope en su Ensayo sobre el hombre, donde "todo lo que es, es bueno".[74]​ Tal afirmación provocó rechazo, sobre todo de Voltaire, quien se burló de Leibniz en su novela cómica Cándido al tener al personaje Pangloss (una parodia de Leibniz y Maupertuis) repitiendo la frase como un mantra. Como escribió Theodor Adorno, «el terremoto de Lisboa fue suficiente para curar a Voltaire de la teodicea de Leibniz».[75]​ Por otra parte, en 1844, el filósofo Arthur Schopenhauer llegó a la conclusión opuesta afirmando que vivimos en el peor de los mundos posibles,[76][77]​ al menos físicamente, pues si el mundo estuviera organizado de una manera un poco peor, la vida ni siquiera podría existir;[78][79]​ y el rabino Adin Steinsaltz dice que vivimos el peor de los mundos esperanzados.[80]

El uso del término libre albedrío crea confusión a menos que sea claramente definido.[81]​ Para esto, Mortimer Adler propuso la delineación de tres tipos de libertad:[82][83]

La respuesta de la libre voluntad afirma que la existencia de seres libres es algo de gran valor, debido a que la libertad conlleva la capacidad de realizar elecciones moralmente significativas (que incluiría la expresión de amor y afecto[87]​). No obstante, también implicaría el potencial abuso ético cuando los individuos fallan en actuar moralmente. Pero las consecuencias negativas de tales abusos son ampliamente superados por el gran valor del libre albedrío y del bien asociado, por lo que es preferible un mundo que ofrezca una existencia libre, y con ello el potencial mal, a un mundo sin maldad ni libertad completa. Un mundo con seres libres benévolos seguiría siendo mejor. Sin embargo, esto requeriría la obediencia de las personas a un dios, ya que sería lógicamente inconsistente para un dios prevenir los abusos de libertad sin restringir esa libertad.

Sus críticos han cuestionado si esta respuesta explica históricamente el grado de maldad presenciado en el mundo. Un punto a este respecto es que mientras que el valor del libre albedrío podría ser plausible para compensar males menores, es menos claro que predomine sobre los atributos negativos de los males tales como la violación o el asesinato. Casos particualmente atroces considerados males terribles, que "[constituye] una razón prima facie para dudar si la vida del participante podría ser (dado su inclusión en ella) un gran bien neto para él",[88]​ han sido el centro del trabajo reciente respecto al problema del mal. Otro punto es que estas acciones de seres libres que ocasionan males a menudo limitan la libertad de sus víctimas, por ejemplo, el asesinato de un niño pequeño (e.g. la muerte del Bebé P) impide la libertad del niño de ejercer su libertad de manera significativa. Considerando tal caso en que la libertad de un niño inocente es enfrentada contra la libertad de un asesino, no es claro porqué tal dios permanecería pasivo e indiferente.

Una segunda crítica es que el potencial del mal inherente a la libre voluntad podría estar limitada por medios que no afectaran dicha voluntad. Tal dios podría lograrlo al hacer las acciones morales especialmente placenteras, por lo que resultarían naturalmente atrayentes; podría castigar las acciones inmorales inmediatamente, lo que haría evidente que la rectitud moral favorece nuestro propio bien; o podría permitir realizar malas decisiones, pero intervendría para impedir que sucedieran sus consecuencias dañinas. Una respuesta es que tal "mundo fantástico" podría implicar que el libre albedrío tuviese poco o ningún valor.[89]​ Una contrarrespuesta es que este pensamiento implicaría que, así como sería indeseable una intervención divina, sería inmoral que los humanos intentaran reducir el sufrimiento producido por malas acciones, postura que pocos abogarían.[3]​ El debate depende en las controvertidas definiciones de libre albedrío y determinismo, además de su relación entre sí. Véase además compatibilismo e incompatibilismo y predestinación. En términos generales, el compatibilismo e incompatibilismo disputan si la libre voluntad de los individuos está en conflicto o no con un dios que puede conocer el resultado de las elecciones de seres libres antes que las decidan.

Una tercera respuesta es que aunque esta defensa pudiese explicar el mal moral, falla completamente en encarar el mal natural, como lo son los terremotos, tornados y pandemias. Los apologistas de la libre voluntad pueden recurrir a una explicación diferente para explicar estos males naturales o extender la responsabilidad de la libre voluntad para incluirlos. Un ejemplo de lo último es la famosa sugerencia de Alvin Plantinga que estos son causados por las libres decisiones de seres sobrenaturales, como demonios. Otros han defendido que los males naturales son el resultado de la caída del hombre, que corrompió el mundo perfecto creado por Dios; que las leyes naturales son un prerrequisito para la existencia de seres libres e inteligentes;[90]​ o, de nuevo, que este nos proporciona un conocimiento del mal que haría nuestra elecciones libres más significativas y más valiosas que en su ausencia.[91]​ Por último, se ha propuesto que los males naturales son un mecanismo de castigo divino por los males morales que los humanos han realizado, por lo que aquellos están justificados (véase también karma, hipótesis del mundo justo, pecado original).

Finalmente, debido a que la respuesta del libre albedrío asume una perspectiva libertaria de la voluntad, el debate sobre su solidez se amplía naturalmente al debate respecto a la existencia y naturaleza del libre albedrío. El compatibilismo rechaza que un ser determinado a actuar moralmente carezca realmente de libre voluntad, y por ello niega que un dios no pudiese garantizar el comportamiento moral de sus criaturas libres. El determinismo fuerte rechaza la existencia de la libre voluntad, y por tanto rebate que esta justifique el mal en el mundo. Además existe debate con respecto a la compatibilidad de una libre voluntad moral (la habilidad de elegir entre acciones beneficiosas o dañinas) con la ausencia de mal en el paraíso (dilema del Cielo),[92][93]​ la omnisciencia (véase el argumento del libre albedrío) y la omnibenevolencia.[7]

La teodicea del mal como formador del espíritu se caracteriza por afirmar que el mal y el sufrimiento son necesarios para el crecimiento espiritual. La teología consistente con este tipo de teodicea fue desarrollada por el teólogo cristiano del siglo II Ireneo de Lyon, y su más reciente defensor ha sido el filósofo de la religión John Hick. Una deficiencia notada es que muchos males no parecen promover ese crecimiento, aun pueden ser extremadamente destructivos para el espíritu humano. Hick reconoce que este proceso a menudo falla en el mundo.[94]​ Un segundo problema se refiere a la distribución de los males sufridos: si fuese cierto que un dios permite el mal para facilitar el crecimiento personal, entonces se esperaría que el mal recayese principalmente en aquellos con pobre salud espiritual. Este no parece ser el caso, ya que los inmorales disfrutan de una vida de lujo que los protegen del mal, mientras que muchos de los honestos son pobres y están familiarizados con los males del mundo.[95]​ Un tercer defecto es que las cualidades desarrollados mediante la experiencia del mal son útiles precisamente porque son eficaces en enfrentar al mal. Pero si no existiese tal mal, entonces no habría valor en poseer tales atributos, y por consiguiente tampoco habría necesidad de que un dios permitiese el mal en primer lugar. Contra este último punto, podría sostenerse que los rasgos desarrollados son intrínsecamente valorables, pero esta idea requiere una justificación.

También se ha usado la vida después de la muerte como justificación del mal. El teólogo cristiano Randy Alcorn defiende que la dicha del Cielo compensará los sufrimientos terrenales y escribe:

El filósofo Stephen Maitzen ha llamado a este razonamiento la teodicea de "El Cielo acalla todo" (Heaven Swamps Everything) y argumenta que es engañoso debido a que confunde compensación con justificación.

La hipótesis del karma sostiene que los actos buenos conllevan al placer y los actos malos en sufrimiento. Así acepta que existe el sufrimiento en el mundo, pero mantiene que no hay sufrimiento inmerecido, y en que en ese sentido, no hay mal. La objeción obvia es que las personas también sufren desgracias injustas es enfrentada con la combinación de las ideas del karma y la reencarnación, por lo que tal sufrimiento sería el resultado de malas acciones en vidas pasadas.[98]​ En este caso, el problema del mal surge de la posibilidad de invertir la ley del karma al causar sufrimiento al inocente y placer gratificante al culpable como ley dominante.

Paul Draper es responsable de acuñar primero el término teísmo escéptico y propuesto por primera vez por Michael Bergmann[37][99]​ Los teístas escépticos argumentan que debido al conocimiento limitado de la humanidad, no podemos pretender entender a un dios o su máximo plan. Cuando un padre lleva su hijo al médico a una vacunación regular para prevenir enfermedades, se debe a que lo ama y se preocupa por él. El niño sin embargo no podrá apreciar esto. Se ha defendido que al igual que un infante posiblemente no puede entender los motivos del actuar de su padre debido a sus limitaciones cognitivas, así también la humanidad es incapaz de comprender la voluntad de un dios en su estado actual.[100]​ Dada esta postura, es esperable la dificultad o imposibilidad de encontrar una explicación plausible para el mal en un mundo creado por un ser superior, y en consecuencia el argumento del mal fracasa a menos que pueda probarse que las razones divinas puedan ser comprensibles por nosotros.[101]​ Una respuesta relacionada es que el bien y el mal están totalmente fuera de la comprensión humana. Ya que nuestros conceptos del bien y mal nos son inculcados por un dios solo con el objeto de facilitar nuestro comportamiento ético en nuestras relaciones con otras personas, no deberíamos pretender que nuestras nociones sean acertadas más allá de esta función, y por lo tanto no podemos presumir que sean adecuadas para determinar que lo que llamamos mal realmente lo sea. Tal opinión puede ser por sí atractiva para un teísta, ya que permite una agradable interpretación de ciertos pasajes bíblicos, del tipo "Quién forma la luz y crea las tinieblas, Quién hace la paz y crea el mal; Yo soy el Señor, Quien hace todo esto".[102][103]

Michael Almeida y Graham Oppy han criticado esta teodicea.[19]​ Una réplica a lo anterior es que se presupone un consecuencialismo divino. Mientras estas consideraciones armonizan la creencia en un dios con nuestra incapacidad de identificar sus razones para permitir el mal, lleva a la pregunta de por qué tal dios no nos ha dado la certeza clara y no ambigua de que tiene buenas razones para permitir el mal, la que sí estaría dentro de nuestra capacidad de entendimiento. A partir de aquí el debate del problema del mal se matiza con la discusión del argumento de la no creencia.

En el segundo siglo, los teólogos cristianos intentaron reconciliar el problema del mal negando la existencia del mal. Entre estos teólogos, Clemente de Alejandría ofreció varias teodicias, de las cuales una fue llamada "teoría de la privación del mal", por la que entiende que todo lo creado es bueno, pero en ocasiones privado de mayor perfección,[104]​ como ocurre en el pecado.

El teólogo del siglo V Agustín de Hipona mantuvo que el mal solo existía como privación o ausencia de bien. La ignorancia es un mal, pero solo es la ausencia de conocimiento, que es bueno; así mismo la enfermedad es la ausencia de salud y la crueldad lo es de compasión. Dado que el mal no tiene realidad positiva per se, no puede causarse su existencia, por lo que Dios no es el responsable de ella. En su forma más fuerte, este principio identifica al mal como ausencia de Dios, que sería la única fuente de todo lo que es bueno.

Una opinión similar utiliza el concepto taoísta del yin-yang, que permite que tanto el bien y el mal tengan una realidad positiva, pero sostiene que son opuestos complementarios tal que la existencia de cada uno es dependiente de la existencia del otro. La compasión, como virtud, solo puede existir si hay sufrimiento del que compadecerse; la valentía solo existe si enfrentamos el peligro; el altruismo solo es preciso cuando hay los otros son necesitados. A veces es llamado el "argumento por el contraste".[105]

Quizás la crítica más importante de estos argumentos es que, aun si se concede su victoria frente al argumento del mal, son inútiles contra un "argumento de la ausencia de bien" que puede esgrimirse en su reemplazo, por lo que la repuesta solo es superficialmente eficaz.[106][107]Tomás de Aquino expresó este problema:

Es posible argumentar que los males como el sufrimiento o la enfermedad son meras ilusiones y que son consideradas erróneamente expresiones del mal. Esta perspectiva es aceptada por algunas filosofías religiosas orientales, como el hinduismo y budismo, y la Ciencia cristiana. Es casi plausible cuando nuestro conocimiento de los males son geográfica o temporalmente distantes, por lo que pueden no ser reales después de todo. Sin embargo, cuando consideramos nuestras propias sensaciones de dolor y angustia, no parece haber desacuerdos en comprender que se está afligido por tales malestares y sufrimientos bajo la influencia externa. Dadas esas experiencias, no parece razonable descartar todos los males considerándolos ilusorios.[106][108]

Una forma distinta de enfrentar el problema del mal es dar vuelta el tablero al sugerir que cualquier argumento del mal es contradictorio, ya que su conclusión necesitaría de la falsedad de alguna de sus premisas. Una respuesta de este tipo es señalar que la afirmación "El mal existe" implica una norma ética con la cual se determina el valor moral, y luego argumentar que este marco moral implica la existencia de un dios. Tomás de Aquino afirma que “Si el mal existe, Dios existe. Pues no existiría el mal una vez quitado el orden del bien, del cual el mal es privación. Pero este orden no existiría, si no existiera Dios”[109]​ (véase el argumento de la moralidad).

La crítica estándar a esta postura es que el argumento del mal no representa necesariamente las opiniones del exponente, sino que muestra que las premisas que un teísta está inclinado a creer llevarían a la conclusión que tal dios no puede existir, es decir, un reductio ad absurdum de la cosmovisión teísta. Una segunda crítica es que el mal se puede inferir del sufrimiento de las víctimas, en lugar de las acciones de un agente malvado, por lo que no se implica ningún "estándar ético".[111]​ Este argumento fue expuesto latamente por David Hume.[112]​ Otra opción es reformular el argumento del mal para que esta respuesta no sea válida: por ejemplo, reemplazar el término "mal" con "sufrimiento", o lo que es más incómodo, cuestiones que los teístas ortodoxos aceptarán que se les llama "males" correctamente, como asesinatos, violaciones, guerras, pandemias, etc.[113]

Una última forma en la que uno podría intentar demostrar que los hechos sobre el mal no pueden constituir evidencia prima facie contra la existencia de Dios es apelando al argumento ontológico. Si el argumento ontológico fuera sólido, podría proporcionar una refutación al argumento del mal por mostrar que Dios existe y también que es necesario. Filósofos como Anselmo, Descartes, Leibniz y Plantiga son claros defensores del argumento. Sin embargo, la mayoría de los filósofos actuales no creen que sea sólido.[3]​ Según Eric Wiland, como ambos argumentos asumen que la bondad es lógicamente atributiva, entonces ambos argumentos fallan.[114]

Carl J. Brownson usó el problema del mal como una "refutación ontológica" o "argumento ontológico contra la existencia de Dios", ya que si Dios existe necesariamente en el sentido de que si existe entonces existe en todos los mundos posibles, la mera posibilidad de un mundo incompatible con las cualidades esenciales de Dios hace que Dios sea imposible.[115]

Varios filósofos[116][117]​ han argüido que tal como existe el problema del mal para los teístas que creen en un ser omnisciente, omnipotente y omnibenevolente, así también existe un problema del bien para aquellos que creen en la existencia de un ser omnisciente, omnipotente y omnimalevolente. Las defensas y teodiceas que usan los teístas para enfrentar el problema del mal se pueden invertir y usar en defensa de la creencia de un ser omnisciente, omnipotente y omnimalevolente. En consecuencia el teísta se enfrenta un dilema: aceptar que ambas respuestas (para el problema del mal y del bien) son igualmente poco convincentes, y por tanto quedar inerme frente al problema del mal; o aceptar que ambas respuestas son igualmente válidas, al considerar tan plausible la existencia de un ser omnipotente, omnisciente y omnimalevolente como la de uno omnibenevolente.[118]

Otra crítica general es que si bien una teodicea puede compatibilizar a un dios con la existencia del mal, lo hace a costa de anular su valor moral. Esto se debe a que las mayoría de las teodiceas asumen que independiente de su origen, el mal existe debido a que es necesario para el logro de un bien superior (ética teleológica). Pero si el mal es necesario para asegurar un bien superior, entonces no habría razón para prevenirlo, ya que al hacerlo también perderíamos el bien superior para el que existe. Aún peor, cada acción podría racionalizarse y actos como robo, asesinato y violación quedarían justificados, ya que si se cometen exitosamente es porque Dios lo ha permitido y en consecuencia debe aumentar el bien superior. Ya que las conclusiones violan nuestras intuiciones morales básicas, las teodiceas teleológicas no pueden ser ciertas. Alternativamente, se puede señalar que estas teodiceas nos conducen a aceptar cada atrocidad ocurrida como compatible con la existencia de un dios omnibenevolente, lo que reduce la noción de bondad divina a un concepto vacío.[119][120][121][122]

Con respecto a la negación del mal como algo real, David Hume opina que tal afirmación es contraria a “los sentimientos naturales de la mente humana”.[21]​ El pesimismo de Schopenhauer le llevó a afirmar que "el mal es solo lo positivo; hace sentir su propia existencia [...] Lo bueno es lo negativo; en otras palabras, la felicidad y la satisfacción implican siempre algún deseo cumplido, algún estado de dolor puesto fin".[123]

Filósofos como Steven M. Cahn y Stephen Law, han argumentado que así como existe un "problema de mal" para los teístas que creen en un ser omnisciente, omnipotente y omnibenevolente, también existe, de forma corolaria, un "problema del bien" para cualquiera que crea en un ser omnisciente, omnipotente y omnimalevolente (o perfectamente malvado). Como parece que las defensas y teodiceas que podrían permitir al teísta resistir el problema del mal pueden invertirse y utilizarse para defender la creencia en el ser omnimalevolente, esto sugiere que deberíamos sacar conclusiones similares sobre el éxito de estas estrategias defensivas.[124][125]

La antigua religión egipcia, según Roland Enmarch, potencialmente absolvió a sus dioses de cualquier culpa por el mal, y utilizó una cosmología negativa y el concepto negativo de la naturaleza humana para explicar el mal. Además, el Faraón era visto como un agente de los dioses y sus acciones como rey estaban dirigidas a prevenir el mal y frenar la maldad en la naturaleza humana.[126]

Los dioses en la religión griega antigua eran vistos como superiores, pero compartían rasgos similares con los humanos y a menudo interactuaban con ellos.[127]​ Aunque los griegos no creían en ningún dios "malvado", los griegos aún reconocían el hecho de que el mal estaba presente en el mundo.[128]​ Los dioses a menudo se entrometían en los asuntos de los hombres, y a veces sus acciones consistían en llevar la miseria a las personas, por ejemplo, los dioses a veces serían una causa directa de muerte para las personas. Sin embargo, los griegos no consideraban a los dioses como malvados como resultado de sus acciones, sino que la respuesta para la mayoría de las situaciones en la mitología griega era el poder del destino. El destino se considera más poderoso que los dioses mismos y por esta razón nadie puede escapar de él. Por esta razón, los griegos reconocieron que los acontecimientos desafortunados eran justificables por la idea del destino.[129]

Más tarde, los teólogos y filósofos griegos y romanos discutieron el problema del mal en profundidad. Comenzando al menos con Platón, los filósofos tendían a rechazar o desestimar las interpretaciones literales de la mitología en favor de una teología más panteísta y natural basada en argumentos razonados. Para Platón, el mal es necesario, fatal e inevitable en el mundo a causa de la materia, independiente de Dios.[130]​ En este marco, las historias que parecían imputar una conducta deshonrosa a los dioses a menudo simplemente se descartaban como falsas y no eran más que la "imaginación de los poetas". Los pensadores griegos y romanos continuaron luchando, sin embargo, con los problemas del mal y del mal natural que observamos en nuestra experiencia cotidiana. Influyentes escritores romanos como Cicerón y Séneca, basándose en el trabajo anterior de los filósofos griegos como los estoicos, desarrolló muchos argumentos en defensa de la justicia de los dioses, y muchas de las respuestas que proporcionaron fueron luego usadas por las teodiceas cristianas. En respuesta a la pregunta de cómo podría existir el mal en un buen universo, Crisipo de Solos respondió que el mal es un bien disfrazado y, en última instancia, compara el mal con la broma grosera de la comedia.[131][132]​ Crísipo dice que "en el universo todas las cosas se logran en conformidad con la mejor naturaleza", sin embargo, Plutarco señala que hay lugares donde Crisipo admite casos de negligencia reprobable.[133][134]​ Por otro lado, el poeta epicúreo Lucrecio en De rerum natura, criticó la divina providencia argumentando que:[135]

El gnosticismo se refiere a la varias creencias que ven a la maldad debido a la creación del mundo por un dios imperfecto, el demiurgo y que es contrastado por una entidad superior. Sin embargo, esto por sí mismo no resuelve el problema del mal si la entidad superior es omnipotente y omnibenevolente. Creencias gnósticas distintas pueden dar variadas respuestas, como el maniqueismo, el cual adopta el dualismo, en oposición a la doctrina de la omnipotencia.

El sociólogo Walter Brueggemann dice que la teodicea es "una preocupación constante de toda la Biblia" y debe "incluir la categoría del mal social y el mal moral, natural (físico) y religioso".  Existe un acuerdo general entre los estudiosos de la Biblia de que la Biblia "no admite una perspectiva singular sobre el mal ... Es simplemente que la Biblia opera dentro de un paisaje cósmico, moral y espiritual en lugar de dentro de un paisaje racionalista, abstracto, ontológico ".

Hay, esencialmente, cuatro representaciones del mal en la Biblia: caos, pecado, fuerzas demoníacas y sufrimiento.[65]​ En la Biblia, Génesis dice que la creación de Dios es "buena" con el mal representado como entrando en la creación como resultado de la elección humana. El libro de Job "busca expandir la comprensión de la justicia divina ... más allá de la mera retribución, para incluir un sistema de soberanía divina".[136]

La teodicea de Ireneo, planteada por Ireneo de Lyon (n. Esmirna Asia Menor, c. 130 - m. Lyon, c. 202) y reformulado por John Hick, sostiene que no se puede alcanzar virtud moral o amor por Dios si no existe maldad y sufrimiento en el mundo. El mal es una formadora del alma y conduce a la verdadera moral y cercanía a Dios. Dios guardó una distancia epistémica tal que no fuese cognoscible directamente, por lo que se pueda luchar para conocerlo y de esta forma convertirse en realmente buenos. El mal sería pues un camino a lo bueno por tres razones:

Hick considera que el mal proporciona un crecimiento moral y espiritual que Dios busca y que Él nos da más oportunidades de forjar el alma en el más allá, salvándonos todos.[48]

Las consecuencias del pecado original fueron cuestionadas por Pelagio y San Agustín de Hipona. Pelagio defiende la inocencia original, mientras que Agustín acusa a Adán y Eva por el pecado original. El pelagianismo es la creencia de que el pecado original no corrompió a toda la humanidad y que el libre albedrío mortal es capaz de elegir el bien o mal sin ayuda divina. La posición de Agustín, y posteriormente la de esa rama del cristianismo, es que Adán y Eva tuvieron el poder de derrumbar el orden perfecto de Dios, por lo que cambiaron la naturaleza al traer el pecado al mundo, pero la aparición del pecado limitó a partir de entonces el poder de la humanidad de evitar las consecuencias sin ayuda divina.[138]​ La teología de la Iglesia ortodoxa sostiene que la humanidad heredó la naturaleza del pecado pero no la culpa de Adán y Eva por su pecado que resultó en el destierro.[139]

Agustín de Hipona (354 AD – 430) en su teodicea se centra en la historia del Génesis en que en esencia afirma que Dios creó el mundo y "miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno". El mal es meramente una consecuencia de la desobediencia y destierro humano debido al pecado original. San Agustín afirma que la maldad natural (sufrimiento causado por desastres naturales) es causada por los ángeles caídos, mientras que la maldad moral (causada por la conducta humana) es el resultado del distanciamiento del hombre con Dios y su elección de desviarse por su camino elegido. Agustín sostuvo que Dios no podía haber creado el mal en el mundo, ya que fue creado bueno, y que todas las nociones de maldad son simples desviaciones o privaciones de Dios, por lo que la maldad no podía ser separado en una única sustancia. Por ejemplo, la ceguera no es una entidad independiente, sino que es meramente la carencia de la visión. De esta forma la teodicea agustiniana argumentaría que el problema del mal y sufrimiento es inválido, ya que Dios no creó el mal; fue el hombre quien se desvió de la perfección. Para Agustín, Dios permitía os males naturales porque son justo castigo al pecado, y aunque los animales y bebes no pecan son merecedores del castigo divino, siendo los niños herederos del pecado original.[140]

Esto, sin embargo, posee un número de interrogantes de tipo genético: si el mal es meramente una consecuencia de nuestra elección de desviarnos de la bondad deseada de Dios, entonces las enfermedades congénitas y la predisposición genética hacia el "mal" seguramente deben estar en el plan y deseo de Dios, por lo que no puede culparse al hombre. John Hick criticó la teodicea declarando que el sufrimiento de los animales a causa del pecado original es falso debido a que estos mucho sufrían antes de la existencia del ser humano y que Dios no permitiría el castigo a inocentes como bebes.[48]​ Respecto al lugar relativo de la teodicea agustiniana, John Hick en su libro Encountering Evil (Topándose con el mal), ha dicho que "es una extensa discusión lo que constituye mi respuesta a la pregunta si una teodicea ireneana con su escatología pueda ser más plausible que la agustiniana con su caída humana o angelical. (Si lo es, entonces la última es doblemente implausible; ¡ya que también involucra una escatología!)".[141]

Boecio escribió su obra La consolación de la Filosofía encarcelado y condenado a muerte. Es una obra que une elementos estoicos, neoplatónicos y de lógica aristotélica, en la que intenta resolver el problemas como el mal y la predestinación con la libertad. Boecio dice: “Si Dios existe, ¿de dónde provienen los males? Por otra parte, ¿de dónde proceden los bienes, si Dios no existe?”[19]​. En esencia, la doctrina de Boecio dice que no es la sola razón humana lo que hace al hombre libre, sino su fin, que es Dios como ser eternamente presente a los procesos del universo. Desconocemos la finalidad de las cosas y por ello creemos que los vaivenes de la fortuna fluctúan sin rumbo, pero el mundo está sometido al orden divino y no al ciego azar. Para Boecio, el virtuoso siempre gana frente al tirano porque aprende de la adversidad y la fortuna, volviéndolo más fuerte.[142][143]

Santo Tomás sistematizó la concepción agustiniana del mal, completándola con sus propias reflexiones. El mal, según Santo Tomás, es una privación, o la ausencia de algo bueno que pertenece propiamente a la naturaleza de la criatura. Por lo tanto, no hay una fuente positiva de maldad, correspondiente al bien mayor, que es Dios; el mal no es real sino racional, es decir, existe no como un hecho objetivo, sino como una concepción subjetiva; las cosas no son malas en sí mismas, sino por su relación con otras cosas o personas. Todas las realidades son en sí mismas buenas; producen malos resultados solo incidentalmente; y, en consecuencia, la causa última del mal es fundamentalmente buena, así como los objetos en los que se encuentra el mal.[144]

Aquino, utilizando la escolástica, trata el problema de "El mejor de todos los mundos posibles" en la Summa Theologica.[145]

Él contrarresta esto en general con la quinque viae, y en particular con esta respuesta:

Tanto Lutero como Calvino explicaron el mal como consecuencia del pecado original. Calvino, sin embargo, aferrado a la creencia en la predestinación y la omnipotencia, la caída es parte del plan de Dios. Lutero vio el mal y el pecado original como una herencia de Adán y Eva, transmitida a toda la humanidad desde su concepción y atado a la voluntad del hombre de servir al pecado, lo que la naturaleza justa de Dios permitió como consecuencia de su desconfianza, aunque Dios planeó la redención de la humanidad a través de Jesucristo.

Los testigos de Jehová creen que, al principio de la historia humana en el Jardín de Edén, Satanás al mentirle a Eva puso en duda la legitimidad del derecho de Jehová Dios a gobernar su creación (Génesis 3:4,5). Debido a que los primeros seres humanos decidieron unirse al Diablo en su rebelión, Dios le ha dado un tiempo a Satanás para que demuestre cómo gobernaría él a la humanidad a la vez que los seres humanos se gobiernan a sí mismos bajo la dirección del Diablo. Esta sería la razón por la que existe el mal en la Tierra: Como el resultado de la incapacidad del ser humano de gobernarse a sí mismo correctamente (Jeremías 10:23) y de la influencia del Diablo sobre dicho gobierno (1 Juan 5:19). Pero los testigos de Jehová también sostienen que este período de maldad y sufrimiento tendrá su fin una vez que Jehová haya determinado que ha quedado demostrado que solo él es el único con el derecho a gobernar y que su gobernación es lo mejor para todos los seres inteligentes, entonces utilizará su Reino que ha dado en manos de su hijo Jesucristo para reparar todo el daño que el Diablo y sus seguidores han causado, eliminando así de forma permanente el mal (1 Juan 3:8).[146]

La Iglesia de los Santos de los Últimos Días introduce un concepto similar a la teodicea de Ireneo, siendo el mal es una parte necesaria del desarrollo del alma para que un individuo comprenda o experimente completamente el bien sin experimentar lo contrario. A este respecto, los Santos de los Últimos Días no consideran la caída de Adán y Eva como una cancelación trágica e imprevista de un paraíso eterno; más bien lo ven como un elemento esencial del plan divino.[147]​ Dios no trasciende la naturaleza, y debido a que la oposición es inherente a la naturaleza, y Dios opera dentro de los límites de la naturaleza, por lo tanto, Dios no es considerado el autor del mal, ni erradicará todo mal de la experiencia mortal.[148][149]​ Sin embargo, su propósito principal es ayudar a sus hijos a aprender por sí mismos a apreciar y elegir lo correcto, y así lograr la alegría eterna y vivir en su presencia, y donde el mal no tiene lugar. [150][151]

Enciclopedias en inglés



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