Luis de Wittelsbach (en alemán: Ludwig Otto Frederik Wilhelm; Palacio de Nymphenburg, Múnich, Baviera; 25 de agosto de 1845 - Lago de Starnberg, ibídem; 13 de junio de 1886) fue un príncipe bávaro de la Casa de Wittelsbach, rey de Baviera de 1864 a 1886 con el nombre de Luis II de Baviera.
Fue hijo del rey Maximiliano II de Baviera y de la princesa María de Prusia. Debido a su posición como heredero de la corona, fue consentido inusitadamente en algunos aspectos, pero severamente controlado por sus preceptores y sujeto a un estricto régimen de estudio y ejercicios. Algunos de sus biógrafos afirman que muchos aspectos de su excéntrico comportamiento pueden explicarse por la presión de haber crecido en la familia real.
Pese a todo, su juventud tuvo momentos felices, como las visitas al castillo de Hohenschwangau y al lago de Starnberg con su familia. Durante la adolescencia, Luis forjó una estrecha amistad con su ayuda de campo, el apuesto aristócrata Paul Maximilian Lamoral de Thurn und Taxis (1843-1879), miembro de una de las familias más ricas de Baviera. Los dos jóvenes cabalgaban juntos, leían poesía en voz alta y representaban escenas de las óperas románticas de Richard Wagner. La primera vez que el joven príncipe Luis presenció una obra wagneriana fue el 25 de agosto de 1861, cuando se representó ante él Lohengrin, y desde entonces mostró siempre un entusiasmo inusitado por la música de Wagner. Su relación con Paul se rompió cuando este empezó a interesarse por las mujeres. Paralelamente, el príncipe había iniciado una amistad con su prima, Isabel de Baviera, más conocida como Sissi. Ambos amaban la naturaleza y la poesía, y en su mundo privado se llamaban «Águila» (Luis) y «Cisne» (Isabel).
Luis sucedió a su padre, Maximiliano II de Baviera, en 1864, a la edad de 18 años, pasando a ser conocido como Luis II de Baviera. Tuvo siempre como ideal los reyes absolutistas y quiso reconciliar a los Estados alemanes. Pronto surgieron dos problemas: la expectativa, siempre frustrada, de engendrar un heredero y las relaciones con Prusia. Estaba comprometido con la princesa Sofía, su prima, hermana menor de Sissi, pero después de posponer el enlace varias veces, Luis anuló el compromiso y Sofía se casó al poco con el duque de Alençon; posteriormente moriría en un incendio.
A pesar de su alianza con Austria contra Prusia en la Guerra de las Siete Semanas, aceptó un tratado de defensa mutua con los prusianos en 1867 después de ser derrotado. Como consecuencia de este tratado, Baviera tuvo que ser aliada de Prusia en la guerra Franco-prusiana. Otto von Bismarck persuadió a Luis de la idea de un imperio alemán, con lo que la posibilidad de independencia de Baviera se vio reducida.
Desilusionado de gobernar en la época en que le había tocado, Luis II se fue retirando cada vez más de la capital constitucional, Múnich, en que debía residir un número mínimo de meses al año, cumpliendo tan solo el mínimo exigible, y haciendo que sus ministros se dirigieran al castillo de Linderhof, donde residía habitualmente, para firmar las leyes propuestas por estos.
A pesar de que se haya insinuado una relación amorosa entre Luis II y la emperatriz Isabel, hay poco fundamento para considerarla real. Su amistad, sin embargo, sí fue muy estrecha, reforzada por su afición por la hípica, la música y la naturaleza.
A lo largo de su reinado, se conocieron varios enamoramientos del rey con hombres apuestos, incluyendo al principal caballerizo de la casa real, Richard Hornig (1843-1911), la estrella de teatro húngara Josef Kainz (1858-1910) y el cortesano Alfons Weber (c. 1862). En 1869, comenzó a llevar un diario en el que registraba sus pensamientos privados y hablaba de tentativas de suprimir sus deseos sexuales y mantenerse fiel a los dogmas católicos. Los diarios originales del rey se extraviaron durante la Segunda Guerra Mundial, y todo lo que queda hoy son copias de escritos hechos antes de la guerra. Estos escritos copiados del diario, junto con cartas privadas y otros documentos personales que han sobrevivido, sugieren que Luis luchó contra su homosexualidad.
La vida excéntrica del rey y su personalidad melancólica condujeron al dictamen médico que lo declaró, finalmente, incapacitado para gobernar (aunque se ha sugerido que esta no fue sino una estratagema familiar para arrebatarle el trono). Pasó sus últimos días bajo atención psiquiátrica. Su muerte tuvo lugar en el lago de Starnberg el 13 de junio de 1886. Al atardecer, Luis pidió pasear por los alrededores del lago con su médico psiquiatra Gudden (quien le había diagnosticado una esquizofrenia paranoide). Este aceptó de buen grado y mandó a los guardias que no les siguiesen, pues últimamente Luis había dado muestras de mejoría que le hicieron confiar. Los dos hombres nunca volvieron: se les encontró ahogados en el lago a las 23.30. La muerte generó sospechas sobre todos, pues, de hecho, Luis era un gran nadador. Se dice que hubo dos hombres que «amablemente» le acompañaron hasta el lago.
No obstante, otra versión de la historia dice que la propia construcción de Neuschwanstein (donde acabó viviendo al final de su vida, supervisando su edificación) desmonta la supuesta locura del gobernante, la cual no sería sino una distorsión de su figura a posteriori realizada por los que le quisieron apartar del trono. Para la construcción de este palacio, el rey exigió exclusivamente trabajadores y materiales bávaros, sin apenas importaciones. Así se desarrolló una poderosa industria artesanal haciendo, hoy por hoy, que Baviera siga siendo uno de los enclaves industriales más poderosos de Alemania.
En el lugar de su muerte se construyó una pequeña capilla en la que se realiza una ceremonia en recuerdo del rey cada 13 de junio. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de San Miguel en Múnich, y su corazón reposa en la iglesia de la Imagen Milagrosa de Altötting, como mandaba la tradición de los reyes bávaros.
Volcó sus mayores energías en paraísos artificiales, diseñando y construyendo tres grandiosos castillos siguiendo el estilo historicista imperante en la época: Neuschwanstein, Herrenchiemsee y Linderhof. En esto perpetuaba la tradición de su familia, que había construido grandes avenidas en Múnich y castillos por toda Baviera. Luis II gastó su fortuna familiar para la construcción de estos castillos, contrariamente a lo que se piensa, sin arruinar las arcas del Estado. En la construcción de los castillos fue asesorado por el diseñador de edificios Christian Jank.
Fue el gran mecenas de Richard Wagner, al que admiraba desde que era príncipe heredero. De hecho, el rechazo del pueblo y el gobierno de Baviera a los Wagner (debido, entre otras cosas, a sus continuas interferencias en política) le sumieron en la melancolía (Wagner acabó buscándose otro mecenas) y fueron un factor determinante en su alejamiento de la corte y de las responsabilidades de gobernante. Dicen que se trataba probablemente del rey más cercano a los cuentos de hadas: admiraba estos relatos desde su infancia. Sus narraciones preferidas (y en las que se basaron sus palacios) fueron las leyendas tradicionales alemanas (Tristán e Isolda), y su propio retrato en el momento de la coronación (la cual refleja la forma en que se presentó ante los bávaros) no andan muy lejos de la representación clásica de un príncipe azul. Según este punto de vista, Luis II, también llamado el Rey Loco, deseaba vivir en un mundo de fantasía, y de ahí que buscase refugio en los palacios que construyó. Impulsó la construcción del Teatro del Festival de Bayreuth.
Bruckner le dedicó su Séptima sinfonía, compuesta entre 1881 y 1883.
Un dato curioso es que el rey acostumbraba a cenar rodeado de estatuas de reyes anteriores porque no le gustaba comer con personas.
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