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Matías Vinuesa



¿Qué día cumple años Matías Vinuesa?

Matías Vinuesa cumple los años el 22 de abril.


¿Qué día nació Matías Vinuesa?

Matías Vinuesa nació el día 22 de abril de 1778.


¿Cuántos años tiene Matías Vinuesa?

La edad actual es 246 años. Matías Vinuesa cumplió 246 años el 22 de abril de este año.


¿De qué signo es Matías Vinuesa?

Matías Vinuesa es del signo de Tauro.


Matías Vinuesa López de Alfaro (Neila, 22 de abril de 1778-Madrid, 4 de mayo de 1821),[1]​ conocido como el Cura de Tamajón, confesor de honor de Fernando VII, murió asesinado a martillazos en la cárcel de Corona de Madrid el 4 de mayo de 1821, el mismo día en que se dictó contra él sentencia de diez años de prisión por planificar un complot contra el gobierno liberal.[2]​ El asesinato de Matías Vinuesa y las circunstancias que lo rodearon es materia central de El Grande Oriente, cuarta novela de la segunda serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.

Párroco de Tamajón, pequeña población de la serranía de Guadalajara, durante la Guerra de la Independencia española fue comisionado por la Junta superior de gobierno, armamento y defensa de Guadalajara presidida por el obispo de Sigüenza para vigilar los caminos en torno a Cogolludo, a fin de requisar armas y papeles sospechosos. El 12 de octubre de 1809 se le encomendó la filiación de los mozos de los partidos de Ita, Cogolludo, Talamanca, Uceda y Buitrago, y la recogida de armas y caballos con representación plena de la citada Junta. En mayo de 1810 la junta le nombró administrador de bienes y rentas del monasterio de Bonaval, así como de los bienes pertenecientes a los duques de Medinaceli, arzobispado de Toledo y monasterios de El Escorial y El Paular «en los países invadidos».[3]

Tuvo a su cargo también la recaudación de obras pías y caudales públicos, y la inspección de las escuelas de hilado dependientes de las reales fábricas de Guadalajara y Brihuega, de todo lo cual rindió cuentas en dos ocasiones aprobadas de forma plenamente satisfactoria. De ellas resultó haber puesto a disposición de la junta en metálico 830 234 reales y 24 maravedíes, además de 62 caballos, 1400 armas de todas clases, y más de dos mil dispersos y prisioneros reunidos tras la batalla de Ocaña, entre otros efectos. Hizo frente a la partida de Velasco así como a otros bandidos, evitando los robos en los términos a su cargo, y al frente de su propia partida de guerrilleros tuvo cuatro encuentros con tropas francesas y evitó el suministro de víveres desde varios pueblos inmediatos a los destacamentos enemigos. También logró apoderarse de una imprenta en Madrid, que puso a disposición de la junta de Burgos, y de dos rebaños de ovejas del duque del Infantado que habían caído en poder de los franceses en las inmediaciones de Buitrago, hasta que perseguido por los franceses hubo de abandonar su curato de Tamajón.[3]​ La aparición en la comarca del Empecinado, con quien nunca tuvo buenas relaciones, podría haber sido la verdadera causa que determinase su abandono de la actividad guerrillera.[2]

Defensor del absolutismo, ya en 1812 adicionó el Preservativo contra la irreligión, ó Los planes de la filosofía contra la religión y el estado de Rafael de Vélez, del que en dos años se hicieron no menos de cuatro ediciones en Cádiz y Madrid.[4]​ Concluida la guerra y tras el retorno de Fernando VII fue recompensado por todos estos servicios con una plaza de arcediano en la catedral de Tarazona y el título honorífico de capellán del rey y calificador del Santo Oficio.

Reinstaurado el sistema constitucional, en los inicios del trienio liberal concibió un descabellado plan para restaurar el absolutismo, del que solo el rey, el infante Carlos María Isidro y un reducido número de cortesanos debían tener noticia. En el momento convenido el rey debía llamar a los ministros y otras autoridades a palacio donde quedarían retenidos contando con que la presencia del infante bastaría para movilizar a la guarnición y a los guardias de Corps sin necesidad de haber sido advertidos de antemano, pues fiaba el éxito de la operación al secreto con que se desarrollase.[5]​ Delatado por un aprendiz de la imprenta donde se imprimían las proclamas, el 21 de enero de 1821 Vinuesa fue detenido junto con un ayuda de cámara del rey. La detención y juicio del confesor de honor abrieron una brecha entre los liberales moderados que formaban el Gobierno, con Martínez de la Rosa a la cabeza, y los exaltados, inflamados por las proclamas de demagogos como Juan Romero Alpuente, que en las reuniones de la sociedad de los comuneros o desde el café de La Fontana de Oro reclamaban la pena de muerte. Los más exaltados consiguieron que el regimiento profesional que custodiaba la prisión fuese sustituido por voluntarios de la Milicia Nacional, que consintieron afrentas al prisionero al que dibujaban horcas en la mesa al llevarle la comida y cantaban el trágala.[6]

El 4 de mayo, cuando por las noticias cantadas por los ciegos se tuvo conocimiento de que el juez de primera instancia Juan García Arias había dictado sentencia por la que se condenaba al reo a diez años de prisión en África, se formaron en la Puerta del Sol grupos de exaltados dispuestos a ejecutar la sentencia de muerte que reclamaban sin que el Gobierno hiciese nada por reforzar la vigilancia de la prisión, convencido de que los amotinados no se atreverían a asaltar la cárcel de la Corona. Pero por la tarde se volvió a formar un grupo que marchó en orden en dirección a la cárcel donde los milicianos nacionales, simulando resistencia, hicieron algunos disparos al aire.[7]​ Armados con un martillo de fragua los amotinados encontraron todas las puertas abiertas, excepto la de la celda del cura de Tamajón, que forzaron sin dificultad. Arrodillado y pidiendo perdón a sus asesinos le dieron muerte de dos golpes de martillo que le abrieron el cráneo y numerosas puñaladas. La comitiva —desistiendo de su propósito inicial de dar muerte a un segundo absolutista conocido como el Abuelo y de arrastrar por las calles el cadáver del cura— se dirigió luego a la casa del juez Arias que, advertido, tuvo tiempo de escapar.[8]​ En las Cortes Martínez de la Rosa y el conde de Toreno manifestaron la condena y estupefacción del Gobierno.[9]

En la muerte de Vinuesa no es descartable, como también sugiere Galdós, la intervención de agitadores al servicio del rey, dispuestos a excitar los ánimos de los más exaltados para desacreditar al Gobierno moderado. Caído Vinuesa, en cuyo poder se habían encontrado papeles comprometedores, habría dejado de servirles y, por el contrario, sería políticamente más rentable transformarlo en mártir. Ya en su momento se dijo que los asesinos eran un Aguilera, hijo de la camarera mayor del rey, el conde de Tilly algunos otros oficiales y ladrones, y hubo quien vio entre ellos a un tal Otermida, cocinero del rey.[10]​ Pero el martillo, instrumento del crimen, se convertirá para los más exaltados en algo parecido a un símbolo de la justicia popular. El 16 de mayo, armados con martillos, un grupo de ciudadanos se dirigió a la casa del nuevo jefe político de Madrid, Sainz de Baranda, para forzarle a autorizar las intervenciones de los oradores en la Fontana de Oro, que había tratado de someter a censura, por lo que en los días previos se habían oído en el café contra él gritos de martillazo y tamajonada,[11]​ y el 16 de junio Manuel Núñez, uno de los habituales oradores en las sesiones de la Fontana, pronunció un violento discurso en el que atacando al rey y a los serviles sostuvo que solo el martillo podía acabar con los enemigos de la Constitución.[12]

El 27 de marzo de 1824, tras la restauración del absolutismo, se celebraron en Madrid solemnes exequias por Vinuesa,[13]​ con la presencia de los reyes que vieron pasar al cortejo desde el balcón de palacio,[14]​ y del decreto de amnistía publicado en la Gaceta de Madrid del 20 de mayo quedaron exceptuados, entre muchos otros, los ejecutores de los asesinatos de Vinuesa y del obispo de Vich.[15]​ Poco más tarde fueron condenados a muerte Vicente Tejero, de veintiún años, estudiante de cirugía, Agustín Luna, oficial de la tesorería y teniente retirado del regimiento de caballería Húsares de Extremadura, Francisco Rodríguez Luna, teniente de artillería, José Llorente, profesor de cirugía en el colegio de San Carlos, y Paulino de la Calle (cirujano-dentista, que logró fugarse de la sala de presos del Hospital de la Corte), a los que se acusaba de haber sido vistos en el grupo que había marchado hacia la cárcel para cometer el crimen.[16][17]​ Por la posible complicidad en el crimen de los miembros de la milicia que custodiaban la cárcel fueron procesados y encarcelados Tomás Canuto Alarcón, Cesáreo Paluche y Simón Chicharro, no pudiéndose hallar al conde de Tilly ni a Gaspar de Aguilera, también comprendidos en el crimen.[18]



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