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Mito Fundador



Mito fundacional o mito fundador (aition αἴτιον, "causa" en griego)[1]​ es el mito etiológico que explica el origen de un rito o una polis; aunque también se aplica al de cualquier grupo, costumbre, creencia, filosofía, disciplina, idea o nación.[2]

El protagonista de la fundación es un tipo de héroe (epónimo -monumento de los héroes epónimos-, oikistés —fundador de una colonia—, héroe civilizador).[3]

Es muy habitual entre los mitos fundacionales de distintos pueblos y culturas la repetición de elementos comunes (arquetipos):

La identificación con un animal, rasgo que la antropología ha popularizado con la palabra "tótem".

El surgimiento de los elementos: del fuego, del aire, de la tierra (ctónico), del agua o, mejor aún, del espacio confuso e intermedio entre el agua y la tierra (el barro, la marisma, la ciénaga).[5]

Son en gran medida compartidos por las civilizaciones mesopotámicas y del Antiguo Oriente Próximo. Adán y Eva son creados por Dios (Adán, del barro y el aliento divino; Eva, de una costilla de Adán) y puestos en el jardín del Edén, donde Adán pone nombre a todos los animales. La curiosidad lleva a Eva a caer en la tentación que le pone la serpiente: (Satanás) y comer la fruta prohibida (la del árbol de la ciencia del bien y del mal) y hacerla comer a Adán. Al comer, pierden la inocencia, y desobedecieron (pecado original desobediecia). Al adquirir conciencia de su desnudez, se avergüenzan. Como castigo, son expulsados (del paraíso ) y condenados respectivamente al trabajo de la tierra y al parto doloroso.

Años después la gente era muy malvada y eran inmorales no adoraban a Dios. Noé es advertido por Dios del castigo, la destrucción de los malvados, con el Diluvio universal que exterminará a todo hombre y animal terrestre, la gente no creyó y no se salvan, excepto su familia y muchos animales, una pareja de cada especie, que introdujeron en una gigantesca arca. La construcción de la Torre de Babel, Nemrod un Rey Malo, asesinaba a gente, quería Poder, y dominar el Mundo, muestra el orgullo, provoca el castigo de Dios, y Dios realiza la multiplicidad y confusión de las lenguas, distintos idiomas de la gente y se dispersan. Nemrod pierde.

La fundación y patronazgo divino de Atenas se narra como una competición entre Poseidón y Atenea. El dios clavó su tridente en tierra, de donde surgió el caballo (o bien una fuente de agua salada, o bien un manantial y cuatro caballos); mientras que la diosa hizo lo propio con su lanza, de donde surgió el olivo. Los habitantes de la futura polis (o bien los propios dioses) juzgaron más conveniente este segundo don, aunque ello trajo como consecuencia la cólera del dios vencido, que sólo se calmó tras una decisión arbitral (de Cecrops) por la cual las mujeres atenienses no tendrían los derechos de ciudadanía, estando sujetas a sus maridos, y los hijos llevarían el nombre de sus padres, no el de sus madres.[6]

Deucalión y Pirra son los protagonistas del mito griego equivalente al diluvio universal.

Prometeo, al traer el fuego del cielo a los hombres, es el principal héroe civilizador, pero muchos otros héroes griegos lo son en alguna medida (Hércules, Teseo, Perseo, Edipo, etc.)[7]

Otros personajes enseñan a los hombres la agricultura o distintos alimentos (Cécrope, frente a la bestialidad de Licaón).[8]

El mito de Ixión representa el primer ejemplo de un asesino que se ha convertido en impureza a causa de su crimen, por lo que requiere una purificación por la catarsis.

La fundación de Roma se atribuye a los hermanos gemelos Rómulo y Remo, abandonados al nacer y criados por una loba (la loba capitolina o Luperca). Tras considerar distintos auspicios, trazaron con un arado el curso de las futuras murallas, y juraron matar a quien las desafiase. Remo lo hizo, y Rómulo le mató.

La dinastía primordial tartésica de Gárgoris y Habis es descrita en las fuentes romanas (Filípicas de Trogo Pompeyo) con los elementos típicos del héroe civilizador y legislador.[9]

Distintos personajes, como Aitor (según los textos de Augustin Chaho y Francisco Navarro Villoslada),[11]​ o San Martinico (según los textos recogidos por Miguel Barandiarán), son héroes civilizadores en la mitología vasca.[12]




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