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Muchedumbre



Oclocracia o gobierno de la muchedumbre (del griego ὀχλοκρατία ojlokratía ‘poder de la turba’) es una de las formas de degeneración de la democracia, del mismo modo que la monarquía puede degenerar en tiranía o la aristocracia en oligarquía.[1]​ A veces se confunde con la tiranía de la mayoría, dado que ambos términos están íntimamente relacionados.[2]

El término fue acuñado por Polibio, historiador griego, en su obra Historias (6.3.5 a 6.4.10),[3]​ escrita en torno al año 200 a. C. Polibio desarrolló su propia teoría de la anaciclosis, basándose en las tres formas de gobierno aristotélicas y sus correspondientes formas impuras, sustituyendo la demagogia, como forma degenerada de la democracia, por el nuevo concepto de oclocracia.

Mientras que, etimológicamente, la democracia es el «gobierno del pueblo» que con la voluntad general legitima al poder estatal, la oclocracia es el «gobierno de la muchedumbre»,[4]​ es decir, «la muchedumbre, masa o gentío es un agente de producción biopolítica que, a la hora de abordar asuntos políticos, presenta una voluntad viciada, evicciosa, confusa, injuiciosa o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno y, por ende, no conserva los requisitos necesarios para ser considerada como pueblo».[5]

Polibio llamó «oclocracia» al fruto de la acción demagógica: «Cuando ésta [la democracia], a su vez, se mancha de ilegalidad y violencias, con el pasar del tiempo se constituye la oclocracia» (Historias 6.4.10). Según su teoría de la anaciclosis —teoría cíclica de la sucesión de los sistemas políticos, a la que alude Maquiavelo—, la oclocracia se presenta como el peor de todos los sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder. Polibio describe un ciclo de seis fases que hace volcar la monarquía en la tiranía, a la que sigue la aristocracia que se degrada en oligarquía, luego de nuevo la democracia piensa remediar la oligarquía, pero zozobra, ya en la sexta fase, configurándose como oclocracia, donde no queda más que a esperar al hombre providencial que los reconduzca a la monarquía.

Según El contrato social de Jean-Jacques Rousseau, se define oclocracia como la degeneración de la democracia. El origen de esta degeneración es una desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en general, pudiendo tratarse ésta, en última instancia, de una «voluntad de todos» o «voluntad de la mayoría», pero no de una voluntad general.

Según el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832) en su Vindiciae Gallicae, la oclocracia es la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo.

No hay que confundir el concepto de «muchedumbre» con la noción de «multitud» promovida fundamentalmente por Baruch Spinoza, que durante la Edad Media se diferenció de la distinción de «pueblo» y «muchedumbre» promovida por Thomas Hobbes e imperante hasta nuestros días. La diferencia básica es que bajo la distinción de Hobbes el conjunto de ciudadanos quede simplificado en una unidad como cuerpo único con voluntad única (ya sea una mera muchedumbre que reúna los requisitos necesarios para ser considerada como pueblo), mientras que el concepto de multitud rehúsa de esa unidad conservando su naturaleza múltiple.[6]

Es común que dicha situación pueda estar promovida por la influencia de intereses. Ilustres pensadores como Aristóteles, Pericles, Giovanni Sartori, Juvenal, Shakespeare, Lope de Vega, Ortega y Gasset o Tocqueville han advertido de un permanente peligro para la democracia popular: el interés de los oclócratas que ejercen el poder para hacerla degenerar en oclocracia con el objetivo de mantener dicho poder de forma corrupta, buscando una ilusoria legitimidad en el sector más ignorante de la sociedad, hacia el cual vuelcan todos sus esfuerzos propagandísticos y manipuladores.[7]

En el desarrollo de esta política, sólo se tiene en cuenta de una forma superficial y burda los reales intereses del país, dirigiéndose el objetivo de la conquista al mantenimiento de un poder personal o de grupo, mediante la acción demagógica «en sus múltiples formas» apelando a emociones irracionales mediante estrategias como la promoción de discriminaciones, fanatismos y sentimientos nacionalistas exacerbados, el fomento de los miedos e inquietudes irracionales, la creación de deseos injustificados o inalcanzables, etc., para ganar el apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la oratoria, la retórica y el control de la población. La apropiación de los medios de comunicación y de los medios de educación por parte de dichos sectores de poder son puntos clave para quien busca esta estructura de gobierno, a fin de utilizar la desinformación.[8]

Así se mantiene un dominio sobre masas en movimiento que hacen valer sus propias instancias inmediatas e incontroladas creando la ilusión de que se impone un legítimo poder político constituido sobre la voluntad popular. Sin embargo, tal y como asegura Rousseau en El contrato social falta la piedra angular, es decir, la voluntad general de unos ciudadanos conscientes de su situación y de sus necesidades, una voluntad formada y preparada para la toma de decisiones y para ejercer su poder de legitimación de forma plena. De esta forma, en la oclocracia la legitimidad que otorga el pueblo está corrupta, pasando el poder del campo de los políticos al campo de los demagogos.

En filosofía política, este concepto puede designar un límite que permite pensar en la democracia. Las cuestiones que le hacen referencia suelen centrarse en tres puntos clave:



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