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Parque nacional La Campana



El parque nacional La Campana es un área silvestre protegida por el Estado de Chile en la Región de Valparaíso. Se trata de una de las áreas naturales más representativas de la flora y fauna de la zona central del país. Además, la Unesco ha declarado este parque, en conjunto con el área del lago Peñuelas, reserva de la biosfera. Se destaca principalmente por el «Palmar de Ocoa», uno de los últimos bosques naturales de palma chilena (Jubaea chilensis), especie endémica de Chile.[nota 1]

El parque nacional La Campana se encuentra en Chile Central, en la Cordillera de la Costa. Se extiende entre los 32°55 y 33°01 de latitud Sur y los 71°09 y 71°01 de longitud Oeste. Administrativamente pertenece a la Región de Valparaíso, provincia de Quillota y provincia de Marga Marga, abarcando terrenos de las comunas de Hijuelas y Olmué. El acceso por el sector de Granizo (Olmué) se encuentra a 60 km de Valparaíso, a 160 km de Santiago y a 29 km de la ciudad de Quillota, mientras que el acceso por Ocoa está ubicado algo más lejos de Valparaíso y de Quillota (a 90 km y a 37 km respectivamente), pero un poco más cerca de la capital, a 112 km de distancia.[1]

El parque tiene 3 entradas principales:

Tanto en el ingreso por Granizo, como también en la entrada por el sector de Ocoa y en el ingreso del sector Cajón Grande, existen paneles de información con mapas bastante precisos de los caminos y senderos que conducirán al visitante a la cima de La Campana o a los distintos lugares de interés en el parque. En el ingreso por Granizo, por ejemplo, se describen 11 caminos posibles para una visita, indicando su duración en horas (desde una a cinco), su grado de dificultad, la cantidad de kilómetros totales y la factibilidad de transitar por el sendero a caballo o en bicicleta. Hay que tomar en cuenta que, a menos que se trate explícitamente de un circuito, el cálculo indicado es solo en un sentido, es decir el visitante debe considerar el doble en kilómetros y en tiempo para regresar con luz de día.

Aparte de los senderos más frecuentados (el «Sendero del Andinista», el «Circuito el Guanaco» o «La Cascada»), existen otros caminos menos conocidos que conducen a interesantes lugares casi inexplorados. Tal es el caso del «Sendero Las Palmas», que va por la «Quebrada de Los Ángeles», un bello y húmedo paraje de bosque higrófilo denso. Al final de este sendero es posible ascender hacia «El Agua del Manzano», «Los Penitentes» o a los sectores más altos de los valles del «Cajón Grande». Los senderos a partir de aquí son menos obvios (pero es posible obtener los servicios de un arriero como guía).[2]

Una visita planificada supone sobre todo determinar qué se quiere ver, de cuánto tiempo se dispone y cuál es la condición física de los visitantes.

Quienes llegan al parque con un interés montañista deportivo —o por otros motivos desean alcanzar la cumbre directamente y en pocas horas, por un camino seguro y con buena señalización— suelen elegir el «Sendero del Andinista». Es una ruta relativamente fácil que toma unas 5 a 6 horas hasta la cumbre (unas 3 hasta la mina y 2 a 3 desde allí hasta la cumbre, dependiendo de la condición). Desde la cumbre se puede divisar en un día claro toda la cuenca del Aconcagua desde la cordillera de Los Andes hasta el Pacífico.

Los interesados en observar, fotografiar o estudiar la palma chilena en todo su esplendor, suelen optar por seguir el «Sendero El Amasijo» en el sector de Ocoa que conduce —a través del palmar más densamente poblado (113 individuos por hectárea)— hasta el portezuelo de Ocoa. También es posible atravesar gran parte del parque por esta ruta, prácticamente cruzándolo de un extremo a otro, lo que requiere de unas 12 horas. Para esta caminata es necesario partir al amanecer desde el ingreso por Ocoa. Tras un recorrido de 7 kilómetros (por caminos poco exigentes) se llega al portezuelo, desde donde es necesario caminar otros tantos hasta llegar a alguno de los ingresos del otro extremo (Granizo o Cajón Grande).

El «Circuito La Canasta» en el sector Granizo responde a las expectativas de apreciación de la diversidad de la flora del parque. Se trata de un recorrido breve que se puede realizar en menos de una hora (es decir, también como desvío previo, antes de tomar el «Sendero del Andinista»). Permite observar una gran variedad de especies rotuladas con su denominación científica y el nombre común local, además de ofrecer información más amplia sobre la flora del parque en unos paneles ubicados en las «estaciones» del circuito. [3]

El nombre del parque se debe al cerro La Campana (1828 m s. n. m.), que a su vez se llama así porque, visto desde el valle del Aconcagua, su forma se asemeja a una campana. En el entorno del parque nacional, hay además otras cumbres que destacan en el relieve, como la del cerro El Roble (2222 m s. n. m.), que debe su nombre a los robledales que cubren sus laderas y faldeos, el morro «El Litre» (1621 m s. n. m.) y la puntilla «El Imán» (2035 m s. n. m.).

Las 8000 ha que ocupa, están claramente divididas en tres sectores: «Granizo», «Palmas de Ocoa» y «Cajón Grande», que ocupan las tres cuencas principales de la zona. La más pequeña de estas cuencas es la de Granizo, cuyo punto más alto es el cerro La Campana y el más bajo el sector denominado «La Troya» (a 600 m s. n. m.). La separación de la cuenca de Ocoa, de mayor extensión que la anterior, está demarcada por una cadena de cerros que incluye el morro «El Litre», alineados desde La Campana hasta el cerro «Los Roblecitos» (1280 m s. n. m.). La cuenca del Cajón Grande se ubica al este de Granizo y al sur de la Cuenca de Ocoa, separándose de esta por la divisoria de aguas que une El Roble y Los Roblecitos y continúa por las cumbres de «El Imán», «Cerro Pedregoso», «Cerro Sin Nombre», y «Cerro Los Penitentes». La entrada del parque por este sector se encuentra en el punto más bajo de esta cuenca (300 m s. n. m.). El Portezuelo de Ocoa (también conocido como «Puerta Ocoa», une al Cajón Grande con una de las vertientes de la Cuenca de Ocoa.

Desde el punto de vista geológico, el sector más antiguo de La Campana es el cordón que va de «Las Campanitas» a «Santa Teresa» y está compuesto por rocas cristalinas que formaban parte del batolito que intruyó la formación Lo Prado (esta última, constituida por rocas volcanosedimentarias del Cretácico inferior), es decir, hace 135 millones de años. Pero las rocas principales en La Campana son del Cretácico superior al Terciario inferior (gabros y granodioritas).[4]

Los yacimientos mineros del parque nacional La Campana están asociados principalmente a aquella secuencia volcanosedimentaria de la formación Lo Prado, lo que determina su localización alineada en el sector sur y suroeste del Cerro La Campana:

Además de estas minas en línea, también existen algunos yacimientos dispersos en el sector aledaño al Cerro El Roble.

La minería en el área del parque es muy antigua y no deja de tener algún carácter legendario. Los indígenas (picunches) estaban bastante descontentos con la actividad de los conquistadores buscadores de oro en su monte sagrado de La Campana. Los machis (brujos indígenas) elaboraban estrategias para hacer frente a quienes entorpecían la tranquilidad de Gulmué (Olmué). Con un conjuro mágico, según cuenta una leyenda, los brujos habrían intentado que desapareciesen los minerales valiosos del cono que coronaba la cima de La Campana. Así, habrían hecho caer rayos sobre el cerro para destruir el sector del oro (el cono inexistente de la cumbre de La Campana) y desde entonces, su cima tendría la forma recortada horizontalmente que actualmente conocemos. Esta acción mágica de los picunches habría hecho desistir a los conquistadores, quienes ante la imposibilidad de encontrar oro allí tras el conjuro indígena, habrían abandonado la zona.[6]​ Tal como se analiza en la siguiente sección sobre la historia del parque, esta versión de la leyenda solo es una expresión de deseos de la población nativa, que poco tiene que ver con los hechos que realmente ocurrieron. Lo cierto es que la actividad minera siempre existió, se extendió de manera creciente e ininterrumpida desde que Pedro de Valdivia venció a la población indígena, se mantuvo durante toda la época colonial, continuó tras la independencia de Chile, se desarrolló a escala industrial desde mediados del siglo XIX y subsistió, con épocas de mayor y menor auge, de acuerdo con las fluctuaciones del precio de los metales, hasta fines del siglo XX.

Diversos hallazgos arqueológicos – restos de utensilios elaborados con cerámica, piedras horadadas, morteros y manos de moler – [nota 2]​ evidencian la presencia de asentamientos humanos tempranos en las planicies entre vertientes y quebradas de la zona en la que hoy se extiende el parque. Inicialmente, habitaron allí dos culturas del periodo agroalfarero temprano: los Llolleo (entre 300 y 900 d. C.) y los Bato, aunque los hallazgos de esta última tradición son más escasos y la evidencia más débil (solo fragmentos cerámicos).[8]​ Más adelante, a partir del 900 d. C. y hasta la llegada de los españoles, hay abundantes vestigios de la ocupación de sectores de La Campana por la Cultura Aconcagua (periodo agroalfarero intermedio tardío). [8]

De todos los vestigios prehispánicos, merece una mención especial la presencia en La Campana de piedras tacitas, unas horadaciones cóncavas muy curiosas talladas en grandes rocas, similares a las que se encuentran bastante más al norte, en el Valle del Encanto. Aún no existe claridad entre los arqueólogos sobre la función de estas oquedades y se ha postulado tanto un posible uso ritual, como su utilización más práctica y doméstica, ya sea para la conservación de agua y alimentos o para su molienda.

En cualquier caso, lo que sí se puede afirmar con cierta seguridad es que el hallazgo de un gran número de manos de moler, morteros y otros artefactos utilizados probablemente para la molienda habla de la importancia del fruto de la palma chilena, así como también de los frutos del belloto (Beilschmiedia miersii) y del peumo (Cryptocarya alba) en la dieta de estos primeros habitantes. [9]​ En cuanto a carnes, la fauna actual aún ofrece especies que fueron muy apreciadas como recurso nutricional (por ejemplo, el degú y la vizcacha), pero sin duda la presa de caza más importante en el parque fue otrora el guanaco, hoy extinto en la zona.[10]

El interés inicial de los conquistadores en esta zona estuvo muy lejos de la botánica, la antropología o la belleza natural del parque: Los españoles no habían logrado encontrar oro en el reino y esto tenía bastante decepcionado a Pedro de Valdivia. Tras la fundación de Santiago y la derrota de los indígenas en la zona central chilena, el toqui picunche Michimalonco se vio obligado a conducir a las tropas de Valdivia hasta los lavaderos del estero Marga Marga (relativamente conectados geográfica y geológicamente con la zona del parque), y hasta ese momento desconocidos por los conquistadores. La travesía debió realizarse por un ramal del Camino del Inca que existía a través de la Cuesta La Dormida hasta el estero Marga Marga. Valdivia había sometido a la población indígena de la zona central, de modo que pudo organizar la explotación del recurso aurífero con mucho personal, tanto, que muy pronto comenzó a agotarse el oro en el estero, por lo que ampliaron la búsqueda incluyendo Quillota y otras zonas cercanas (como Til Til, Colina y Lampa). Alrededor de 1560, la afanosa búsqueda del oro llevó a los españoles hasta los faldeos de la cordillera de la Costa. Olmué y Limache también fueron zonas de búsqueda y explotación minera, la que en el transcurso del siguiente siglo se fue diversificando más allá de la extracción de oro, adquiriendo una importancia cada vez mayor los recursos cupríferos, así como también, otros metales y minerales útiles presentes en la zona del parque.[11]

Del incremento durante el siglo XVIII de la actividad minera y su reorientación hacia el cobre, existe registro histórico en las solicitudes al Cabildo de Santiago, entidad que inscribía los descubrimientos y tramitaba los permisos para la explotación en el área de La Campana. Así por ejemplo, consta la petición de Don Alonso Guerrero:[12]

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El 17 de agosto de 1834, Charles Darwin (sin lugar a dudas, el visitante más ilustre de los parajes donde hoy se extiende el parque nacional) alcanzó la cumbre del cerro La Campana, tras dos días de travesía a caballo y caminatas por senderos que entonces eran notablemente más dificultosos. Cerca de la cima, un poco más arriba de la mina y donde comienza la grieta conocida como «La Gotera», hay una placa recordatoria de la expedición de Darwin. El célebre naturalista describió en la zona varias especies por primera vez y su expedición marcó un hito fundamental en la historia del parque natural y en el reconocimiento de su valor como reserva.

De manera paralela al naciente interés científico, la actividad minera en La Campana tuvo un nuevo auge en el siglo XIX, una vez que el país recuperó una situación política y económica más estable, acabadas ya las guerras de la independencia. La causa fue el notable aumento del precio del cobre que venía registrándose de manera sostenida a partir de 1830. La explotación definitivamente industrial de los yacimientos comenzó a mediados del siglo XIX, pero tuvo su punto culminante en el siglo siguiente, con la fundación en 1920 de la Compañía Minera e Industrial La Campana, entidad de derecho privado que poseía 26 minas en el cerro. Si bien esta compañía entró en crisis financiera a raíz de la Segunda Guerra Mundial,[13]​ la actividad minera prosiguió en el área del parque. Por ejemplo, hay registros que indican que la Mina Pronosticada (aquella que hoy se conoce como "la mina" en el Sendero del Andinista) extraía aún en 1948 grandes volúmenes de mineral y de buena ley: 3,5 % para cobre y 10 % para zinc, además de que aún en el siglo pasado se obtenían unos 60 gramos de plata y 3 gramos de oro por tonelada.[14]​Según otros autores, en cambio, la actividad minera se reactivó recién a comienzos de los años 1970.[13]

Por otra parte, desde los años 1930, es decir, varias décadas antes que se la declarase un área protegida como parque nacional, la importancia de la zona del parque para la conservación de la biodiversidad en la región había sido descrita por varios científicos, biólogos y botánicos. Entre otras iniciativas, en 1936 el botánico Gualterio Looser había hecho una propuesta en un congreso científico para la conservación y protección del palmar de Ocoa y las roblerías del cerro La Campana. Sin embargo, la campaña que prosperó y fue coronada con éxito para la conservación del área fue la emprendida en 1964 por Agustín Garaventa—un destacado botánico de Limache—y Álvaro Valenzuela, presidente de la Sociedad Científica de Valparaíso. Un proyecto presentado por el diputado Eduardo Ballesteros fue aprobado en 1967 y el 17 de octubre de ese año se promulgó la ley N° 16699 que creó el parque nacional.[15]​ Dicha ley, que lleva las firmas del entonces presidente de Chile Eduardo Frei Montalva y de Bernardo Leighton, ministro del interior, solo declaraba que el cerro denominado «La Campana» sería parque nacional, pero no establecía claramente los límites de la zona protegida.[16]​ Durante el gobierno de Salvador Allende existió un proyecto del ley, firmado por dicho presidente en 1971, que fijaba los límites del parque abarcando los terrenos de la Hacienda Las Palmas de Ocoa, el Fundo El Bosco, Las Palmas de Llay Llay y Vichiculén, las roblerías de Caleu y las Palmas de Quebrada de Alvarado, el Fundo Ojos Buenos y Granizo. La ley, que no llegó a promulgarse, hubiese significado una superficie total para el parque de 16 000 hectáreas, es decir, exactamente el doble del área que se le asignó finalmente en 1985, a través del Decreto Supremo Nº228, el cual fijó sus límites incorporando los terrenos fiscales de Granizo, dejando su superficie total en 8000 ha.[15][17]

Debido a su importancia ecológica, científica, educativa, cultural y recreativa, el 15 de febrero de 1985, el parque nacional La Campana fue declarado por la Unesco reserva de la biosfera, una de las 9 que existen en Chile bajo esa categoría de conservación.[18]

La clausura definitiva de la explotación de los últimos yacimientos mineros ocurrió recién en 1994, es decir, 27 años después de que fuese protegido como parque nacional y 10 años después de que la Unesco lo declarara reserva de la biosfera. Incluso muy poco antes de la declaración de la Unesco, la sociedad minera que explotaba las minas de La Campana cambió de propietarios y aunque estos redujeron las labores extractoras concentrándose únicamente en la Mina Balmaceda, solo la «Ley de bases del medio ambiente» (1992-1994), cuya promulgación se considera un triunfo de los movimientos ambientalistas, logró poner el punto final a la minería en La Campana.[14]

Una caracterización general del clima en el Parque La Campana lo clasificaría como mediterráneo. Las precipitaciones promedio (ca. 480 mm anuales) se concentran principalmente entre mayo y agosto (los meses de invierno). La temporada seca, en cambio (con solo 120 mm. de lluvia) se extiende desde septiembre a abril. Cerca de la cima del cerro La Campana y en años lluviosos (particularmente bajo la condición climatológica de El Niño), las precipitaciones invernales pueden llegar hasta los 1000 mm.[19]

Las temperatura promedio alcanza los 18 grados, pero la dispersión de los datos no solo es alta estacionalmente, sino que incluso dentro de un mismo día las diferencias de temperatura son muy notables.

El relieve desempeña un gran papel en el clima del parque, produciendo diferencias locales relevantes. No solamente por las diferencias de altura, sino también por la orientación de las laderas. Las elevaciones del cordón montañoso de la Cordillera de la Costa se comportan como un muro que ataja las masas de aire húmedo provenientes del Pacífico y producen en las laderas orientadas hacia la costa (a barlovento) una cantidad significativamente mayor de precipitaciones (más de 400 mm anuales) que a sotavento, al otro lado de la cordillera, donde las precipitaciones solo alcanzan los 300 mm. [20]

Se han definido cuatro zonas climáticas locales en el parque: [21]

Las características topográficas y climáticas de la zona del parque han permitido el desarrollo de un gran número de especies florísticas nativas que usualmente se encuentran en distintos lugares de Chile y que por lo general no estarían reunidas en una misma área de la zona central, sino dispersas, bastante más al sur o más al norte del país. Desde luego, también existen allí variadas especies endémicas de la zona.

El denominado Palmar de Ocoa es sin lugar a dudas el mayor atractivo del parque. Constituye además el más importante patrimonio botánico, debido a que concentra el mayor número de ejemplares de Jubaea chilensis, la palma más austral del mundo, si se consideran solo las especies continentales. Sin embargo, la denominación de «palmar», aunque frecuente, no resulta muy valiosa para la clasificación más rigurosa desde el punto de vista florístico. Debido a que la J. chilensis se encuentra en combinación con otras especies en comunidades vegetales muy distintas, algunos autores prefieren no definir el palmar como unidad separada y especificar dentro de las comunidades las variantes con J. chilensis. En consecuencia, el conocido palmar de Ocoa se clasifica florísticamente como «Variante de bosque esclerófilo con Jubaea chilensis. (bosque de quillay y litre con palma chilena)» [22]

En el sector de Ocoa del parque hay alrededor de 62 000 ejemplares de J. chilensis.[25][nota 4]​ Su altura máxima bordea los 30 metros. Debido a que esta especie no posee cambium y por tanto no forma anillos de crecimiento anual, la edad de las palmas es muy difícil de determinar con exactitud. No obstante, sobre la base de proyecciones de la velocidad de crecimiento de especies plantadas en fecha conocida, se estima que podrían haber ejemplares de hasta 400 años en el parque. Aunque la mayor concentración está ciertamente en Ocoa, hay poblaciones menos numerosas en el sector del Cajón Grande y en toda la zona de amortiguación del parque: (Olmué, Quebrada de Alvarado, Las Palmas, Caleu. La tasa de regeneración es de solo 1,23 individuos por cada árbol padre, una cifra sorprendentemente baja si se considera que la tasa de germinación de los cocos que caen entre enero y marzo es bastante alta, pero antes de que logren crecer son consumidos por los roedores que habitan el parque, principalmente por la población numerosa de Octodon degus (degú), pero también por algunos pájaros y por el ganado vacuno que a pesar de la prohibición logra ingresar a ese sector del parque.[25]​ Según se ha podido demostrar, el degú ha sincronizado la ocupación del espacio y sus ciclos reproductivos con la oferta trófica, principalmente haciendo coincidir temporalmente el desarrollo de los juveniles con la caída los frutos de la Jubaea chilensis.[27]

J.chilensis también sorprendió a Darwin en su expedición, de modo que su bitácora del ascenso al cerro La Campana se refirió también a ella. Estos apuntes, junto a otras notas de su viaje han sido recogidos en el Beagle Diary.[23]​.

La composición actual de la flora de La Campana, más allá de las palmas, es particularmente diversa y consta de cerca de 545 especies de plantas vasculares, es decir, en este parque encuentran su hábitat más del 20 % de las especies presentes en todo el país.
Luebert et. al. distinguen seis elementos florísticos como los más relevantes y característicos: chileno central, subantártico, andino, neotropical, gondwánico, pantropical, además de mencionar otros tres: holártico, anfitropical disyunto y cosmopolita. Según los autores, cada uno de estos elementos tiene asociada una historia específica sobre la que basan su estudio del poblamiento y evolución de la flora en el área que hoy ocupa el parque nacional.[28]

Los mismos autores sugieren que en la composición florística, aunque esencialmente mixta, dominan los elementos neotropicales y gondwánicos. Apoyándose en el estudio de Troncoso y Romero,[29]​ los autores sostienen que algunos de estos elementos ya existían en el Cenomaniano, antes de que hace 60 millones años la deriva continental separara lo que hoy es Sudamérica de la Antártica y Australia. Plantean asimismo que los elementos gondwánicos y los pantropicales (así como algunos elementos neotropicales) podrían provenir incluso de eras anteriores al Cretácico (es decir, hace más 140 millones de años). En rigor, tanto el bosque laurifolio higrófilo, como el bosque esclerófilo, ambos existentes hoy en La Campana pueden considerarse - al menos en parte - bosques relictos de los originales bosques tropicales que poblaban el área, conformados por especies que ya casi no se encuentran en Chile Central, pero que han logrado permanecer en el área de este parque nacional y en algunos otros enclaves relictuales.[28]

Las especies del género Nothofagus aparecen a fines del Cretácico y se incorporan a la flora tropical. Esta flora se mantiene hasta el Paleoceno temprano (es decir, hasta 60 MaAP) cubriendo entonces un área que abarcaba bastante más hacia el sur que en la que hoy está emplazada la flora tropical e incluyendo también la superficie que hoy pertenece a Chile Central. Se trata de la vegetación antecedente del actual bosque caducifolio presente en La Campana.[30]

J.chilensis, en cambio, es más probable que tenga su origen en el Paleoceno, (hay registro de Palmae en el Paleoceno en la zona sur de Argentina)[31]

Uno de los factores determinantes del carácter mixto de los bosques de La Campana es justamente el desarrollo sucesivo de la vegetación tropical alternándose con la flora tropical mixta (es decir, aquella que ya había integrado Nothofagus). Este proceso tuvo lugar entre el Cretácico superior y el Eoceno. Más adelante, desaparecieron muchas especies y subespecies tropicales (desaparición que se constata porque no hay más registro fósil). Es posible que en ese momento se haya desarrollado gran parte de la flora endémica actual. Durante el Mioceno es probable que surgieran los elementos florísticos que hoy constituyen tanto el bosque esclerófilo como el matorral espinoso, tomando su forma actual sobre la base de remanentes de los antiguos bosques tropicales.

Dos grandes eventos (a escala geológica) determinan este cambio: Por un lado, está el levantamiento de la cordillera de Los Andes que ensombrece la superficie en las horas matinales y por otro, el surgimiento en este mismo periodo de la corriente fría de Humbolt. La condición climática provocada por estos eventos concomitantes implicó que el norte y el centro de Chile pasaran a ser zonas áridas y semiáridas. De hecho, toda la zona central y norte podría estar poblada de vegetación neotropical (bosque esclerófilo y matorral espinoso) con taxones mejor adaptados a las condiciones del clima actual. Pero algunas especies del antiguo bosque sobrevivieron, ya sea porque se trataba de taxones más adaptables y resistentes o porque poblaron sectores que tenían microclimas. De esta forma, en La Campana se mantienen hasta la época actual elementos de bosque laurifolio higrófilo (por ejemplo en la Quebrada de Los Ángeles).[30]

Utilizando el sistema de clasificación de Gajardo,[32]​ la flora del parque puede agruparse en las siguientes comunidades vegetales:

En la zona central de Chile domina el ombroclima semiárido (un tipo de clima con precipitaciones entre 200-350 milímetros) que permitió el desarrollo de este bosque típicamente mediterráneo. Aunque otrora esta vegetación abarcó grandes superficies, tanto por la deforestación causada por el poblamiento humano, como por los incendios forestales ha ido reduciendo drásticamente su extensión, de modo que actualmente el bosque esclerófico es uno de los tipos bosque nativo más amenazados en Chile. [33]

En el parque, que en sus distintos sectores ofrece un amplio espectro de condiciones en cuanto a sustrato, disponibilidad de luz y de recursos hídricos, se ha podido desarrollar una gran diversidad de géneros de herbáceas, principalmente:

De los 45 taxones que existen en Chile (con un 84% de endemismo), a lo menos estas 6 especies, todas endémicas de Chile, están profusamente difundidas en el parque:[39]

En el género Calceolaria, cuyo nombre de raíz latina significa "zapato" y alude a la forma de sus flor, se inscriben unas 300 especies de amplia distribución en América, principalmente en Sudamérica y en América Central. En Chile existen unas 69 especies y subespecies. Una parte importante de ellas (74 %) son endémicas de Chile, con distribuciones entre Coquimbo y la Araucanía. [40]​ En el parque se ha descrito la presencia de once taxones de este género:[39]

Nativas de Chile y Argentina, reciben su nombre en honor a C. Mutis, un botánico español del siglo XVII. En el parque hay cuatro especies presentes:[41]

Las orquídeas son más bien raras en Chile. La gran mayoría de las 17 000 especies que existen en el mundo y que se agrupan en 800 géneros distintos, crecen en climas tropicales. En Chile, en cambio, solo existen 47 especies (pertenecientes a 7 géneros diferentes), de las cuales más del 50% son endémicas.

Los géneros Bipinnula, Gavilea y Chloraea son muy primitivos, austroamericanos y afines a los géneros Lyperanthus y Caladenia, presentes en Australia, Nueva Guinea y Nueva Zelanda. [42]

La mayoría de las especies chilenas se agrupan en los géneros Gavilea y Chloraea. En La Campana se ha registrado la presencia de 8 taxones. Cinco de ellos son orquídeas endémicas estrictamente de Chile:[42]

Y otras tres especies son endémicas de Chile y Argentina:[46]

Aparte de las especies de hermosas flores anteriormente descritas, en el estrato herbáceo de las comunidades vegetales emplazadas en las zonas más húmedas del parque (principalmente a orillas de los cursos de agua) destaca también la Cyperus eragrostis, una especie pariente genérica del papiro. Se trata de una ciperácea originaria de Sudamérica, de amplia distribución, perenne, con tallos de unos 40 – 60 cm de altura, raíces rizomatosas y aspecto de junco.[47][nota 6]

En las laderas orientadas hacia el norte hay abundancia de suculentas de las familias Cactaceae y Bromeliaceae. Los quioscos y los chaguales dominan el paisaje vegetal, con varios taxones descritos:

En La Campana, especialmente en los lugares más sombríos y de vegetación más densa, hay variedad de plantas que se enredan en árboles y arbustos, una adaptación que les permite acceder mejor a la luz. De las trepadoras del género Tropaeolum[nota 7]​ (familia Tropaeolaceae) se ha registrado la presencia de los siguientes taxones en el parque:


Los árboles del parque son casi todos perennifolios, con algunas excepciones como el roble (Nothofagus macrocarpa) que es un árbol caducifolio monoico y el espino Acacia caven que también pierde sus hojas en otoño.

Las 22 especies arbóreas más importantes representadas en La Campana [53]​ son las siguientes:

En el parque crece una amplia variedad de arbustos, muchos de ellos con llamativas flores (como la Fuchsia magellanica) y exóticos frutos comestibles, como el maqui (Aristotelia chilensis). A varias de estas especies se le atribuyen propiedades curativas y se utilizan profusamente en tratamientos de medicina popular (por ejemplo, la Aristeguietia salvia se utiliza en infusiones y baños contra el reumatismo, el colliguay contra el dolor dental o el pingo-pingo para aliviar trastornos de la vejiga). Las hojas de algunas plantas arbustivas, como el oreganillo (Satureja gilliesii), se usan con fines culinarios para condimentar diversos platos. Algunos de estos arbustos tienen maderas de finas particularidades: la madera de Aristotelia chilensis sirve para fabricar instrumentos musicales y la corteza del crucero (Colletia hystrix) es útil para lavar la ropa o los cabellos.[nota 8]​ El "tabaco del diablo" (Lobelia excelsa) es el único arbusto que posee en sus tallos un látex venenoso, de alta toxicidad, que se utiliza por algunos consumidores de drogas como un peligroso alucinógeno.

Por su endemismo, destacan en La Campana los siguientes 20 taxones:[54]

En complejas redes biológicas, el ecosistema de La Campana aloja un biodiversidad muy particular de especies animales. Aunque se reproduce la misma estructura piramidal común a todos los ecosistemas, en La Campana influye además el relieve y el carácter relictual de ciertos sectores del bosque, de tal suerte que han surgido comunidades sectoriales dentro del parque, con algunas especies endémicas de distribución bastante local o hasta exclusivas de La Campana. En cualquier caso, entre los mamíferos, las especies herbívoras son notablemente superiores en número que las carnívoras y entre las aves, las cantoras comunes son más frecuentes que las rapaces.

En el parque hay registros de observación de diversas especies carnívoras, pero como se trata de animales que se trasladan recorriendo grandes distancias y no existen en abundancia, no es frecuente que un visitante ocasional del parque se cruce con ellos. Sin embargo, se ha descrito la presencia de los siguientes carnívoros:

En La Campana se han observado 13 especies del orden Rodentia, 11 de ellas nativas y otras 2 que en realidad son de hábitat urbano, pero que progresivamente han ido poblando estos espacios silvestres: la rata negra y la laucha (Rattus rattus y Mus musculus).

Entre las especies nativas destacan las únicas 2 diurnas:

Las otras 9 presentan actividad nocturna o crespuscular.

Las dos especies del orden Lagomorpha presentes en diversas regiones de Chile (ninguna endémica, sino ambas introducidas desde Europa) también han poblado algunas áreas del parque, principalmente los sectores de Cajón Grande y Ocoa. Mientras que los conejos conviven en grandes grupos familiares con los que comparten madrigueras de múltiples entradas y desde las que suelen salir en grupo, las liebres son animales solitarios y quietos que además, por la coloración parda de su pelaje, pueden pasar desapercibidas. Ante movimientos que señalen la amenaza de un posible depredador, suelen huir a grandes velocidades. Por estas razones, será más fácil que un visitante del parque se encuentre con conejos y más improbable que logre ver a las liebres:

Sin duda, La Campana posee una riqueza ornitológica muy especial y constituye por esto uno de los mejores lugares que ofrece la zona central para observar una gran diversidad de aves concentradas en un único parque.

Las siguientes aves tienen una fuerte presencia en el parque y son las que cualquier visitante podrá ver con facilidad. Su distribución es muy amplia por los más diversos sectores:

En el área del parque prácticamente no existen sectores de humedales o lagunas, sin embargo, algunas aves acuáticas se han adaptado para habitar los pequeños esteros, arroyos, canales y algunas otras zonas húmedas.

En aquellas zonas más húmedas y con vegetación densa, habitan y nidifican una serie de pajarillos pequeños, esencialmente insectívoros (aunque algunos también incluyen semillas en su dieta). Son las especies siguientes:

Estas aves, gracias a una especial constitución de su retina, tienen un enorme desarrollo del sentido de la visión, de modo que para cazar pueden avistar a otros animales desde gran altura, aun cuando se trate de presas relativamente pequeñas. Se comportan de manera agresiva frente a otras aves cazadoras y marcan su territorio, defendiéndolo. Tampoco aceptan a las de su misma especie en los espacios que han definido como propios (o de su pareja o familia, como en el caso del cernícalo).[63]

Para estas aves de presa que cazan durante la noche, el oído constituye el sentido fundamental. Sus enormes ojos—cuya inmovilidad se compensa por el movimiento ágil, rápido y de amplio radio de sus cabezas—son menos importantes para la caza de lo que aparentan (de hecho, si se les cubren los ojos, pueden continuar detectando a sus presas, mientras que si se les priva de la audición, la caza se torna imposible). Con sus garras afiladas capturan y dan muerte a sus presas, las que luego engullen tragándoselas enteras. Su sistema digestivo incluye un estómago glandular que permite una disgestión química muy eficiente de los animales enteros, expulsando luego una egagrópila conformada por los huesos, pelos u otros elementos indigeribles. En el parque nacional La Campana su principal dieta está constituida por roedores y conejos, aunque algunas de estas aves, como la lechuza, cazan también pequeños pájaros, murciélagos y diversos insectos.[64]

En La Campana existen muchas especies de lagartos, lagartijas y culebras. Por las mañanas es más fácil observarlos, puesto que siendo estos animales ectotermos, se encontrarán a esta hora menos activos, tomando sol para regular su temperatura. Hay registro de las siguientes especies, distribuidas en el parque en diversos sectores, en lo esencial altitudinalmente:

En Chile hay solo siete especies de culebras y serpientes y dos se pueden encontrarse en el parque. No tienen veneno mortal, la toxina es de baja potencia y solo presente en los dientes muy posteriores, de modo que en general una pequeña mordida de la culebra de cola larga quedará sin efectos dañinos para el hombre, mientras que la de cola corta solo causará pequeños dolores y fiebre. Poseen hábitos similares y sus depredadores son los mismos: las aves rapaces, quiques y zorros. [66]

Un paisaje de este parque ilustra el billete de $5000 pesos de la nueva familia de billetes de Chile.

Este parque recibe una gran cantidad de visitantes chilenos y extranjeros cada año.

El parque nacional La Campana cuenta con una protección de su subsuelo como lugar de interés científico para efectos mineros, según lo establece el artículo 17 del Código de Minería.[71]​ Estas labores solo pueden ser ejecutadas mediante un permiso escrito por el Presidente de la República y firmado además por el Ministro de Minería.

La condición de lugar de interés científico para efectos mineros fue establecida mediante Decreto Supremo N°133 de 29 de agosto de 1989 y publicado el 26 de octubre de 1989.[72]​ que fija el polígono de protección.



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