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Primera Batalla de Acentejo



La primera batalla de Acentejo, conocida también como matanza, rota o desbarate de Acentejo,[1]​ fue un enfrentamiento bélico que se produjo en 1494 durante la conquista europea de la isla de TenerifeCanarias, España— entre los conquistadores castellanos y los aborígenes guanches.[2][3]

Esta batalla, que tuvo lugar en el barranco de Acentejo, constituyó un episodio crucial de la conquista de la isla, pues supuso la total derrota del ejército conquistador y la momentánea paralización de la misma.[4]​ Además, dio lugar al nombre del municipio homónimo en el norte de Tenerife.[5][6]

Tras la conquista de la isla de La Palma en 1493, todas las islas del archipiélago canario quedaron bajo dominio de la Corona de Castilla a excepción de Tenerife, que seguía en posesión de los aborígenes guanches.

En diciembre de 1493 el capitán Alonso Fernández de Lugo, quien había dirigido la conquista de La Palma, lleva a cabo las capitulaciones con los Reyes Católicos para la conquista de Tenerife. Para financiar la expedición, Lugo vende varias propiedades familiares y se asocia con algunos comerciantes genoveses. El alistamiento de tropas se efectúa en Sevilla y Gran Canaria, desembarcando finalmente la armada conquistadora el día 1 de mayo de 1494 en la costa de Añazo, lugar donde se levanta la moderna ciudad de Santa Cruz de Tenerife.[7]

Tras fundar el real de Santa Cruz y organizar el campamento con la construcción de una torre, los conquistadores reciben la ayuda de los reyes guanches de los denominados «bandos de paces» —Abona, Adeje, Anaga y Güímar—, quienes habían concertado un acuerdo de paz con el gobernador de Gran Canaria Pedro de Vera varios años antes.[8]

Lugo envía emisarios al reino de Taoro, el principal y más poderoso de la isla, reuniéndose ambos ejércitos en las proximidades de donde se halla la moderna ciudad de San Cristóbal de La Laguna. Según el religioso fray Alonso de Espinosa, el capitán conquistador ofreció a los guanches liderados por el rey o mencey Bencomo amistad a cambio de su sumisión a los reyes de Castilla y su conversión al cristianismo. Bencomo rehúsa, retirándose ambos contendientes a sus respectivos territorios para prepararse.[9]

Los primeros historiadores, quienes escriben sus obras casi un siglo después de finalizada la conquista, dan cifras variadas sobre el número que componía el ejército conquistador. Así, tanto el dominico fray Alonso de Espinosa como el ingeniero Leonardo Torriani y Juan de Abreu Galindo indican que eran unos mil peones y cuarenta jinetes.[10][11][12]

Sin embargo, el conquistador Juan Benítez, testigo en el juicio de residencia que se le practicó al Adelantado Alonso Fernández de Lugo en 1508, declara que el capitán trajo mil o mil doscientos peones y ciento cincuenta o ciento cincuenta y cinco caballeros.[13]

El historiador Antonio Rumeu de Armas, quien contrasta las crónicas insulares con documentos contemporáneos a los hechos, cree que el ejército castellano debió estar formado por unos ciento cincuenta jinetes y mil quinientos peones.[14]​ Por su parte, el profesor Juan Álvarez Delgado sostiene que debieron ser unos trescientos veinte en total entre caballeros e infantes.[15]

En cuanto a su composición, estaba formado por castellanos enrolados en las ciudades de la Baja Andalucía y por isleños de las islas ya conquistadas. Asimismo, una parte de las tropas estaba formada por un grupo de aborígenes gomeros y una compañía de sesenta canarios bajo el mando de don Fernando Guanarteme, antiguo rey de Gran Canaria. Además, a su llegada a la isla a Lugo se le suman guerreros guanches de los bandos de las paces.

Hay que indicar que parte del ejército quedaría guareciendo el campamento del real de Santa Cruz.[16]

Las armas utilizadas por los castellanos en esta batalla eran las típicas de finales del siglo xv. La infantería portaba picas, alabardas, espadas, dagas y cuchillos, siendo especialmente destacados en los combates contra los aborígenes los ballesteros. A pesar de lo comúnmente aceptado, no se utilizaron armas de fuego, idea introducida en la historiografía canaria por el poema épico de Antonio de Viana.[17]

No se puede precisar con exactitud el número de guerreros guanches que participaron en la batalla de Acentejo. Tanto fray Alonso de Espinosa como Torriani indican que el rey Bencomo «tenía seis mil hombres de pelea» en total,[18][11]​ cifra que sin embargo es la indicada por el cronista portugués Gomes Eanes de Zurara para el contingente guerrero de toda la isla a mediados del siglo xv.[19]​ Por otro lado, tanto Espinosa como Torriani indican que eran sólo trescientos los guerreros que Bencomo envió junto a su hermano, sin mencionar cuántos acudieron luego junto al propio rey de Taoro.[18][11]

Para Rumeu de Armas las fuerzas guanches debían de triplicar por lo menos a las castellanas,[20]​ mientras que Francisco León supone que las fuerzas guanches debían rondar los mil guerreros para ser capaces de sostener la lucha contra el ejército castellano durante la batalla.[21]

Basados en estudios demográficos modernos sobre la población guanche en el momento de la conquista, se puede conjeturar un contingente guerrero para el bando de Taoro de unos mil cien guerreros.[22][23][24][25]

También hay que tener en cuenta que se desconoce si las fuerzas de Bencomo estaban en este momento apoyadas por los restantes bandos de guerra, sobre todo los más próximos de Tacoronte y Tegueste, lo que aumentaría las cifras de guerreros guanches sustancialmente.[20]

Los guanches utilizaban como armas lanzas y venablos de distintas maderas que eran aguzados y endurecidos al fuego. Asimismo portaban mazas o garrotes, y eran expertos en el lanzamiento de piedras.[26][27]​ Como defensa utilizaban sus propios vestidos o tamarco enrollados en el brazo, así como unos pequeños escudos de madera de drago.[26][28]

La batalla se desarrolló en el entorno del barranco de Acentejo, en el norte de la isla, sin que se haya podido averiguar el punto exacto. El fraile Espinosa dice simplemente que fue en «un lugar espeso de monte, cuesta arriba, embarazoso de piedras, matorrales y barrancos».[29]​ Torriani indica tan sólo que fue «cerca de Centejo, al pie de una montaña»,[30]​ mientras que Abréu Galindo refiere que fue «en un lugar estrecho y muy fragoso y áspero, y de mucho monte».[31]

Para el médico Juan Bethencourt Alfonso la batalla fue en el tramo del barranco situado entre la Carretera General del Norte y la calle de Acentejo en el entorno que por ello se llamó Toscas de los Muertos,[32]​ mientras que para Leandro Serra Fernández de Moratín el combate se dio en el barranco de Cabrera, moderno límite entre los municipios de La Matanza y El Sauzal.[33]​ El historiador Manuel de Ossuna y van den Heede, quien realizó una investigación de campo entre vecinos de La Matanza y La Victoria sobre el asunto, llega a la conclusión de que la batalla fue en la zona del barranco de Acentejo próxima al barrio de San Antonio, en la cota de los 500 msnm.[32]

Por su parte, Rumeu de Armas en su estudio sobre la conquista de Tenerife indica que debió darse sobre la cota de los 200 msnm en la zona de confluencia de los barrancos de Acentejo, Bobadilla y de Cha Marta.[34]

Francisco León, en su trabajo monográfico sobre la batalla, argumenta que la misma se dio no sólo en el barranco, en la zona de Bubaque, sino a lo largo de la subida entre este y las montañas de San Antonio, así como en el denominado llano de Acentejo hacia el oeste.[35]

Organizado el campamento de Añazo, el capitán Lugo decide hacer una entrada hacia el reino de Taoro, considerando que vencido este se le rendiría el resto de la isla. El ejército castellano avanza desde La Laguna por el norte de la isla sin encontrar mucha resistencia, apoderándose de numerosas cabras y ovejas que iban encontrando por el camino. Llegados a la región de Acentejo, y no habiendo encontrado a los guanches, deciden volver sobre sus pasos.[36][37][38]

Mientras tanto, el rey Bencomo había enviado a su hermano Himenechia o Chimenchia —bautizado como Tinguaro por el poeta Antonio de Viana[39]​ con trescientos guerreros para que vigilaran y siguieran por el monte a los castellanos con el objeto de esperar la oportunidad de tenderles una emboscada, mientras él acudía con el resto de su gente.[36][40][41][30]

Finalmente, los guanches aprovechan el paso de los conquistadores por el barranco de Acentejo para atacar, presentando ese lugar una desventaja táctica a los jinetes castellanos. El ganado que llevaban como presa los conquistadores comienza a huir ante el silbo de los pastores guanches, lo que provoca que el cuerpo del batallón se deshaga, atacando los guanches con piedras, dardos y lanzas cortando en dos las filas castellanas.[29][42][41]

Más tarde se suman al combate el rey Bencomo con sus guerreros, logrando la victoria sobre los castellanos después de varias horas de encarnizado combate.[43][42][41]

El cronista Andrés Bernáldez, cura de los Palacios, describe los hechos de la siguiente manera:[44]

Por su parte, el dominico fray Alonso de Espinosa refiere en su obra:[45]

Los castellanos supervivientes se baten en retirada. El propio Alonso de Lugo huye a caballo con una herida en la boca de una pedrada, salvándose gracias a que el soldado Pedro Benítez el Tuerto le da su propio caballo, así como a que el canario Pedro Mayor le cambió su capa azul por la roja del capitán, pues los guanches le seguían reconociéndolo como el comandante enemigo. Asimismo, Lugo recibió el auxilio de varios guanches del bando aliado de Güímar en su huida.[46][47]

La mayor parte de los conquistadores supervivientes huyó por los cerros hacia el real de Añazo, siendo tradición que el pueblo de La Esperanza tiene ese nombre debido a la esperanza de salvación de los castellanos al divisar desde esa zona montañosa el campamento en la costa. Otros supervivientes se refugiaron en los riscos costeros bajo el propio barranco de Acentejo, siendo posteriormente rescatados por los bajeles enviados por Lugo desde Añazo.[48]

La consecuencia más inmediata de esta batalla fue la total derrota de los conquistadores, quienes sufrieron la mayor pérdida de vidas acontecida durante los casi cien años que había durado la conquista de Canarias. Asimismo, la derrota obligó a Alonso de Lugo a retirarse a Gran Canaria para preparar una nueva expedición que terminara definitivamente con la anexión de Tenerife a la Corona de Castilla.

Fuentes contemporáneas indican que sólo sobrevivieron sesenta jinetes y trescientos peones.[49]

La tradición histórica recogida por fray Alonso de Espinosa incluye varios sucesos acontecidos durante e inmediatamente después de la batalla, que Rumeu de Armas clasifica en tres grupos: unos de autenticidad comprobada, otros verosímiles y aquellos claramente legendarios o fantásticos.[50]

Previo a la batalla un soldado blasfemó diciendo: «voto a Dios que sin su ayuda pienso salir vencedor, porque para tan poca y tan ruin gente no hemos menester su ayuda», siendo considerado esto como causa de la derrota de los conquistadores. El soldado blasfemo, dice Espinosa, fue el primero en morir al iniciarse el combate.[51]

Justo cuando van a ser atacados por los guanches, Alonso de Lugo se da cuenta de que el canario Pedro Maninidra, tenido por un valeroso caudillo, temblaba a su lado. Preguntado si temblaba de miedo, Maninidra le contesta que «no tiemblo de miedo, que nunca lo tuve; mas tiemblan las carnes pensando el estrecho en que el corazón las ha de meter hoy». No obstante, el propio Espinosa indica que ya en su época se dudaba si este dicho había sido en esta batalla o en alguna otra habida durante las entradas en Berbería.[29][52]

Cuando ya la batalla estaba decidida, Bencomo encontró a su hermano descansando sobre una piedra, entablándose la siguiente conversación entre ambos según Espinosa:[51]

Respondió el hermano con mucho peso, y dijo:

Durante la batalla el conquistador Juan Benítez decidió hacerse el muerto para escapar de la matanza que realizaban los guanches. Benítez permaneció dos días haciéndose el muerto entre los muertos,[53]​ hasta que aprovechó que cerca pasaba un grupo de aborígenes escoltando por orden del rey Bencomo a unos treinta castellanos que se habían refugiado en una cueva camino del real de Santa Cruz. Benítez se une al grupo sin ser sentido de inmediato por los guanches, sin embargo, estos terminan por percatarse de que había uno más entre los prisioneros. No sabiendo qué hacer, los guanches envían noticia del asunto al mencey, que decide perdonar a Benítez y lo envía con el resto a su campamento.[46]

Entre los supervivientes se cuenta un grupo de canarios que se refugiaron en una baja o peñasco de la costa, hasta que fueron rescatados por los navíos enviados por Alonso de Lugo desde Añazo.[48]

En una relación anónima datada en los siglos xvii o xviii aparece recogida una historia que narra cómo este grupo de aborígenes de Gran Canaria, durante el pequeño trayecto a nado hasta la baja se vieron atacados por un tiburón, que mató a algunos de ellos. Tras dos días de espera en dicha roca su capitán, llamado Maninidra, decidió tirarse al mar con un cuchillo como arma con el fin de acabar con el tiburón y permitir el regreso a tierra de sus compañeros. Tras protegerse los brazos con una capa y unos pellejos enrollados se lanzó al mar y cuando el tiburón le atacó le hirió en el vientre varias veces hasta matarlo.[54]

Espinosa refiere cómo, mientras los guanches recogían los despojos de los muertos, uno de ellos tomó una ballesta cargada, y tanto la manosearon que se disparó, matando a uno. A partir de ese momento «en viendo alguna ballesta, rodeaban gran trecho por no pasar por donde estaba; tanto miedo le cobraron».[55]

La batalla dejó su impronta en la toponimia de la isla, pues la zona donde se desarrolló y el pueblo fundado en ella pasaron a llamarse La Matanza. El propio ayuntamiento de la localidad incluyó en su escudo heráldico, aprobado en 1987, una simbología alusiva a la trascendental batalla. En el primer cuartel del escudo se representan dos bastones o banotes cruzados sobre una ballesta, lo que representa la victoria guanche sobre la castellana.[56][57]

Asimismo, en la entrada a La Matanza desde la autopista del Norte de Tenerife existe un mural alegórico ejecutado por mandato del ayuntamiento matancero y diseñado por el artista Rogelio Botanz, que se ha convertido en una seña de identidad tanto del municipio como del nacionalismo canario.[56][58]

El mural, pintado en 1990 y restaurado en 2015, representa en primer plano a un guanche haciendo sonar un bucio o caracola, situándose detrás un soldado castellano en actitud de derrota.[56][58]



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