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Sacro Colegio de Cardenales



El Colegio Cardenalicio o Sacro Colegio es un consejo de alta jerarquía eclesiástica integrado por todos los proclamados cardenales de la Iglesia católica.

Su función consiste en elegir al sumo pontífice en caso de fallecimiento o renuncia del anterior, así como brindar asesoría y consejo al Papa, tanto sobre el gobierno de la institución y asuntos relacionados con el sistema de creencias del catolicismo, como sobre cualquier otro tema de su interés.

A la fecha, y tras el consistorio celebrado por el papa Francisco el 28 de noviembre de 2020, el Colegio está constituido por 229 cardenales, de los cuales 128 serían electores en caso de un eventual cónclave mientras que los 101 restantes son no electores por haber cumplido 80 años.[1]

Los consistorios son reuniones formales del Colegio Cardenalicio de la Iglesia católica. Tienen lugar en el Vaticano y los convoca el papa. Se distingue entre consistorios ordinarios y extraordinarios. A los primeros acuden solo los cardenales residentes en Roma, mientras que a los segundos deben asistir obligatoriamente todos los cardenales.

El consistorio es también la ocasión solemne en la que se nombra a los nuevos cardenales. El Código de Derecho Canónico prevé que dicho nombramiento tenga lugar en presencia del Colegio. Los nombres de los nuevos miembros, generalmente, se anuncian de antemano, pero solo la publicación formal del decreto papal durante el consistorio produce efectos jurídicos. Existe una notable excepción: los cardenales cuyo nombre no es revelado por el papa por razones particulares, normalmente, de carácter político (los llamados cardenales in pectore), tienen la antigüedad y precedencia correspondientes al momento en que el romano pontífice, sin desvelar su nombre, anunció su incorporación al Colegio.

Los nuevos cardenales reciben sus anillos, birretas y solideos. El solideo y la birreta son de color Escarlata, el color distintivo de los cardenales, razón por la cual también se les llama purpurados. Según la tradición, cada nuevo cardenal recibe en el consistorio la titularidad de una iglesia de Roma, como símbolo de la unión de los cardenales con el papa. Cuando los miembros del Colegio Cardenalicio se reúnen para la elección de un nuevo pontífice, la asamblea toma el nombre de cónclave y se regula por normas especiales

Antes del Concilio Vaticano II, el consistorio para el nombramiento de nuevos cardenales se desarrollaba en tres momentos: el «consistorio secreto», en el cual el papa anunciaba a los elegidos; el «consistorio público», durante el cual los nuevos cardenales recibían del papa la birreta; y la «imposición del capelo», que podía tener lugar en cualquier momento posterior al consistorio.

Durante el período de la sede vacante, debido a la muerte de un papa o su renuncia voluntaria y pública, hasta el nombramiento de uno nuevo, el colegio cardenalicio ejerce la máxima autoridad en la Iglesia, pero resolviendo únicamente los asuntos ordinarios y los inaplazables, sin que le esté permitido inmiscuirse en las materias que de derecho corresponden al Romano Pontífice; esas cuestiones están reservadas exclusivamente al futuro Papa, y las decisiones del Colegio Cardenalicio, sede vacante, solo conservan su validez si el Romano Pontífice elegido las confirma expresamente. Es el organismo que rige la actividad de la Sede Apostólica y el gobierno de la Ciudad del Vaticano. Una vez pasado el tiempo prescrito después de la muerte o renuncia del papa, los cardenales electores, es decir aquellos que tuvieran menos de 80 años al momento de fallecer o renunciar el último papa, se reúnen detrás de puertas cerradas en el Cónclave (con clave = con llave) para elegir al nuevo pontífice, generalmente entre uno de sus propios miembros, aunque este no es un requisito necesario para ser elevado al papado. Las condiciones para esta elección quedan establecidas en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, dada por el papa Juan Pablo II.

Según es tradición, las reuniones del cónclave para la elección de un papa, tienen lugar en la Capilla Sixtina del Vaticano, bajo los frescos de Miguel Ángel, cuyo famoso fresco el Juicio Final, preside la pared principal de esta capilla.

Los cardenales electores, todos aquellos que el día en que inicia la sede vacante (sea por muerte o por renuncia del sumo pontífice), tengan menos de ochenta años de edad, asumen, por una parte, el gobierno de la Iglesia, y por la otra, la responsabilidad de elegir al nuevo papa en el cónclave.

El tamaño del Colegio Cardenalicio ha sido históricamente limitado por los papas, concilios ecuménicos, e incluso por el propio Colegio. Desde 1099 hasta 1986, el número medio de cardenales era de aproximadamente 20 (excluidos los posibles indocumentados cardenales del siglo XII, los cardenales nombrados durante el Cisma de Occidente por pontífices actualmente considerados como antipapas, y los sujetos a otros tipos de incertidumbre), casi la mitad de estos fueron creados después de 1655.[2]

El Camarlengo es un miembro del Colegio de Cardenales y es el tesorero de dicho organismo. Administra todos los bienes, tasas, fondos e ingresos que pertenecen al Colegio de Cardenales; celebra la misa de réquiem para un cardenal difunto; y está a cargo de llevar el registro de las Acta Consistoralia. Este cargo lo ocupa el cardenal Irlandés Kevin Farrell desde el 14 de febrero de 2019.

Entre los siglos XIII y XV, nunca el tamaño del Colegio Cardenalicio superó los 30 miembros, aunque existían más de treinta parroquias y distritos diaconales que potencialmente podrían tener un titular; el papa Juan XXII (1316-1334) formalizó esta norma, al limitar el Colegio a 20 miembros.[3]​ En el siglo siguiente, el aumento del tamaño del Colegio se convirtió en un método por el cual el papa podía recaudar fondos para la construcción o para la guerra, realizar alianzas con los reinos europeos, y menguar la fuerza espiritual y política del Colegio como contrapeso político de la supremacía papal.[3]

La capitulación del cónclave papal de 1352 limitó el tamaño del Colegio a 20, y decretó que no se crearan nuevos cardenales hasta que el tamaño del Colegio se hubiera reducido a 16, sin embargo, el papa Inocencio VI declaró inválida la capitulación al año siguiente.[4][5]

El Concilio de Basilea (1431-1437, más tarde trasladado a Ferrara y a Florencia) limitó el tamaño del Colegio a 24, al igual que la capitulación del cónclave de 1464.[6][7][8]​ Las capitulaciones de 1484 (que eligió a Inocencio VIII)[9]​ y de 1513 (que eligió a León X) contenían la misma restricción. La capitulación de 1492 también es conocida por haber contenido alguna restricción a la creación de nuevos cardenales.[10]

El V Concilio de Letrán (1512-1517), a pesar de su regulación a la vida de los cardenales, no hizo mención del tamaño del Colegio.[11]

Pablo IV (1555-1559) dejó reducido el número de miembros del Colegio a 40, pero su sucesor inmediato, el papa Pío IV (1559-1565), lo elevó a 76.[3]​ El Concilio de Trento en sus 23.ª y 24.ª sesiones (15 de julio y 24 de noviembre de 1563), no fijó un límite al número de miembros del Colegio, aunque Fernando I de Habsburgo había pretendido que se estableciera en 26, y algunos oradores franceses propusieron un total de 24.[11]

El papa Sixto V (1585-1590) aumentó a 70 el número de cardenales en su bula papal Postquam verus ille (3 de diciembre de 1587). Con ello se ajustaba a lo establecido en el libro bíblico de Números, que encargaba el gobierno del pueblo de Israel a 70 ancianos.[12]

El número de 70 fijado por Sixto V se mantuvo hasta que Juan XXIII (1958-1963) lo incrementó, en sucesivos consistorios, a 75 (1958), 88 (1960), y 90 (1962).[13]Pablo VI (1963-1978) lo subió a 105 (1965), 120 (1967), 136 (1969) y, finalmente, a 144 (1973) cardenales. Sin embargo, en 1975, limitó el número de electores papales a 120 y fueron descartados para el cónclave todos los prelados que hubieran cumplido la edad de 80 años.[14]

El papa Juan Pablo II mantuvo oficialmente este límite, pero aprobó «excepciones de carácter temporal» en varias ocasiones, incluso cuando ello le obligaba a crear nuevas iglesias titulares a partir de las construidas después de la Segunda Guerra Mundial en las afueras de Roma.[14]

La mayoría de los cardenales abandonan el Colegio solo por muerte, aunque algunos de ellos lo dejen por elección al papado, renuncia o despido. Así también, los cambios en la esperanza de vida explican en parte los aumentos en el tamaño de este.



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