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Sitio arqueológico de Chavín



Chavín de Huántar es un sitio arqueológico (o monumento arqueológico) ubicado en el distrito de Chavín de Huántar, provincia de Huari, departamento de Áncash, en el Perú. Declarado como Patrimonio de la Humanidad en 1985. Se ubica a 462 km al noroeste de Lima y a 86 km de Huaraz, a una elevación de 3177 m s. n. m., en la Sierra Oriental de Áncash al este de la Cordillera Blanca. El complejo se ubica en la confluencia de los ríos Huacheksa y Mosna, en la cuenca alta del río Marañón, que fue un punto de paso preinca desde la costa hacia la selva, lo que propició su crecimiento e importancia en la recolección de insumos y tránsito de bienes.[1]

Fue el centro administrativo y religioso de la cultura chavín, construido y ocupado aproximadamente entre los años 1500 y 300 a. C. (Formativo Andino). Sus estructuras, de forma de pirámide trunca, están construidas a base de piedra y argamasa de barro. La estructura más imponente es la conocida como “El Castillo”, llamado también “Templo Mayor” o “Templo Nuevo”. Es una muestra sobresaliente del arte de construir de los antiguos peruanos por el alto grado de perfección alcanzado en materia de ingeniería, en el tallado y pulido de las piedras y en la litoescultura asociada a su arquitectura. A pesar de no ser el sitio arqueológico más antiguo, ni el más grande, ni el más vistoso del Perú antiguo, a Chavín de Huántar se le considera como el más importante centro de peregrinación del mundo andino y, de acuerdo a Luis Guillermo Lumbreras, una síntesis de las experiencias anteriores desarrolladas en la costa, sierra y selva,[2]​ así como uno de los testimonios más tempranos de la civilización en América.

La construcción presenta una compleja red de caminos y galerías interiores de piedra únicamente iluminados por haces de luz que penetran a través de ductos estratégicamente dispuestos. En su interior aún puede apreciarse el Lanzón monolítico, piedra tallada de 4,54 m. de altura en la que se observa representada una divinidad antropomorfa, posiblemente la más importante del panteón chavín. En los muros del templo principal se podía ver una serie de cabezas clavas, bultos escultóricos que oficiaban al parecer de guardianes mitológicos del templo.

Chavín procede de la voz quechua chawpi[n] que significa "al medio" [3]​ y de la voz quechua waantar que denota una planta andina clasificada como Cortaderia rudiuscula Stapf.[4]​ Efectivamente, el resto arqueológico se ubica en el ángulo que forman al confluir los ríos Mosna y Huachejsa, anexo a la pequeña urbe andina del mismo nombre.[5]

Pedro Cieza de León (1520-1554), cronista español, fue el primer occidental en mencionar su existencia:

Toribio de Mogrovejo, en su visita pastoral a los pueblos del norte peruano en 1594, la describe con las siguientes palabras:

En 1616, Antonio Vázquez de Espinosa realizó una descripción del templo según sus habitantes vecinos. En 1873 visitó el sitio el explorador italiano Antonio Raimondi, que quedó impresionado, pero a la vez lamentó el estado en que se encontraba así como hizo notar que los pobladores lo usaban como cantera para abastecerse de piedras para la construcción de sus casas. Charles Wiener en 1880 realiza el primer dibujo de la deidad en el Templo Antiguo. Más tarde, en 1883, el alemán Ernst W. Middendorf (1830-1908) exploró el sitio descubriendo la gran escalinata que conduce de la Plaza Cuadrada al Templo Mayor y recoge el nombre usado por los pobladores para nombrar a esa deidad: Huanca. A partir de 1919 fue investigada por el arqueólogo peruano Julio C. Tello, que realzó su importancia y lo consideró como la sede de la más antigua cultura peruana, la que habría dado origen a la civilización andina.

El 17 de enero de 1945, un aluvión originado por el desborde de la laguna Rúrec cubrió y dañó las estructuras del santuario, produciéndose acumulaciones de hasta cuatro metros en algunos sectores. Por ello, Jorge C. Muelle comisionó a Marino Gonzales para que retirara del sitio los estratos aluviales (1955). Esta obra se prolongó hasta 1965, y puso al descubierto zonas hasta entonces desconocidas, como por ejemplo, la portada del Castillo, bautizada como la “portada de las Falcónidas”.

Entre 1966 y 1973, un equipo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos encabezado por Luis Lumbreras y Hernán Amat Olazábal, excavó en el sitio y amplió el conocimiento sobre los pasajes y recintos interiores del santuario. En los años 1970 y 1980 Richard Burger realizó excavaciones estratigráficas, que condujo a clarificar las secuencias del desarrollo de la cerámica del lugar. De 1980 a 1982 se desarrolló el Proyecto Arqueológico Chavín de la Universidad Nacional Federico Villarreal, auspiciado por la Fundación Volkswagenwerk y dirigido por Federico Kauffmann Doig.

Recientes investigaciones y excavaciones realizadas en el centro de la Plaza Cuadrada, dieron evidencia de entierros ceremoniales, permitiendo encontrar el antiguo lecho del río Mosna, lo que significa que el cauce del mismo, fue desviado para permitir la construcción de esta plaza.

En 1985 es declarado patrimonio cultural de la Humanidad por la UNESCO.

Chavín de Huántar fue construido entre los años 1500 y 300 a. C., aproximadamente. Sus diversas estructuras fueron elevadas en distintos momentos históricos. John Rowe sostuvo que el complejo surgió a base de sucesivas ampliaciones, partiendo de una edificación primigenia a la que denominó “Templo Viejo”, el mismo que está asociado al ídolo del Lanzón monolítico, situado en una galería subterránea. Tras unos siglos de uso, el “Templo Viejo” habría sido abandonado y reemplazado por el “Templo Nuevo”, conformado por “El Castillo” y por la “Plaza Cuadrada” con sus respectivas plataformas.

Se cree que Chavín fue levantado en un lugar cuidadosamente elegido en atención a criterios mágico-religiosos y no en consideración a que fuera un lugar privilegiado por sus suelos, debido a que existen valles cercanos más productivos, aún considerando el aprovechamiento de sus laderas de secano cultivadas mediante terrazas.

Es significativo que siglos después, el Cusco, centro del Incario, fuera elevado también en un tinkuy o confluencia de dos riachuelos de escasa productividad, lo cual abona a favor de la teoría de que Chavín haya tenido similar origen.[cita requerida]

Chavín de Huántar debió convertirse en un prestigioso centro de administración de la producción respaldado en el culto, mediante ceremonias y mandatos expresados mediante oráculos.

La dirección administrativa era muy importante, a fin de adecuar la producción de los alimentos al ritmo del aumento de la población fija y flotante, utilizando para el efecto el uso de métodos agrícolas, respaldado en un ampuloso ritual y en el culto a los poderes sobrenaturales que controlaban la producción, especialmente al Dios del Agua del que dependían las lluvias benefactoras como de las catastróficas sequías que destruían los sembríos.

Los habitantes de Chavín fueron unos pocos sacerdotes y sus auxiliares de servicio, mientras que la mayor parte de sus usuarios eran una suerte de peregrinos que llegaban al lugar en busca de "oráculos", portando ofrendas de diverso tipo, pudiendo permanecer por largos períodos.

Había cuatro tipos de pobladores: los sacerdotes de Chavín, los peregrinos de diversas partes, con rango de sacerdotes, los artesanos o especialistas y la gente común. La diferencia entre el hombre y la mujer parece significativa, aun cuando el papel que el sexo femenino jugaba y la liturgia era muy importante; eso podría llegar hasta el punto de que pudiera haber sacerdotisas. De hecho, casi todos los personajes sagrados que conocemos presentan una versión femenina junto a la masculina.

Los sacerdotes estaban a cargo del templo, que era su centro de trabajo. Allí estaban las instalaciones y personas dedicadas a la producción de los calendarios, de donde se deriva su condición de "oráculos", que es el servicio que ellos ofrecían —la predicción de los ciclos climáticos estacionales anuales—.

Los sacerdotes eran observadores del cielo y gracias a eso podían registrar con gran precisión los desplazamientos del Sol tanto en el oriente como en el poniente, las fases de la Luna y el movimiento de las estrellas. Con eso obtenían períodos fijos en el tiempo, a los que podían asociar los ciclos estacionales, que no son fijos. Los períodos de sequía o de intensas lluvias, si bien tienen un ritmo anual previsible, que se establece a partir del solsticio de verano —fines de diciembre—, son azarosos en su inicio e intensidad. El saber con anticipación las características de cada ciclo de lluvias es una tarea —que requiere especialización— que es, sin duda, fundamental para conducir las campañas agrícolas cada año. Para eso, hay que combinar el calendario solar-estelar con otros indicadores del tiempo, tales como los de las costumbres de los animales. Esa era la tarea especializada —y según parece exitosa— de los sacerdotes de Chavín.

Por todo esto, el estatus de sacerdote era muy alto en la sociedad chavín. Se expresa en el conjunto de atributos que se le conceden y que se expresan físicamente en vestidos muy elegantes y costosos, y adornos hechos con plumas, piedras exóticas, oro y joyas.

Los miembros de la élite se distinguían por el uso de coronas, orejeras, narigueras y collares, elementos que representaban la categoría de quien los utilizaba, encargados del culto "felínico". Este culto era visual, el dios felino, probablemente un jaguar, estaba representado en imágenes aterradoras, que reflejaban creencias complejas, y vinculaban a los hombres con los animales, y a los miembros de los distintos grupos entre sí.

Poseían una sociedad jerárquica piramidal:

Los antiguos chavinos representaron a sus dioses en grandes monolitos. Los más conocidos son el lanzón monolítico, la Estela Raimondi y el Obelisco Tello.[9]​ Cada uno de ellos es un menhir, que en la cultura andina tiene trascendencia espiritual y sirve para el control social político de la población, amenazada por elementos de la naturaleza y escasez de alimentos. En quechua significa piedra de poder y tienen un carácter eminentemente sagrado. Según una interpretación, el monolito chavín reúne los tres elementos de la trilogía cosmogónica de Chavín: águila, serpiente y felino (aire, agua y tierra) es decir, deidades represivas que sirven como centinelas y ahuyentan el mal. Así, aire, agua y tierra confirman una armonía permanente con el Cosmos que se trasluce en todo el legado de Chavín.

La huanca más conocida es el emblemático Lanzón monolítico de unos cinco metros de altura. Es una figura antropomorfa con una cabeza tres veces más grande que su cuerpo, de la que brotan serpientes a manera de cabellera. Luce encima una especie de tiara. El resto del cuerpo es corto y grueso. Además, está provisto de enormes colmillos, garras en manos y pies, así como grandes orejeras. Tiene su mano izquierda hacia abajo y la derecha en alto con los dedos extendidos. Tradicionalmente, a esta imagen se le ha identificado como un dios felino (jaguar). Por su ubicación, al interior de las galerías subterráneas del templo, representaría una divinidad relacionada con el Uku Pacha (mundo subterráneo).

Comparando con otras iconografías contemporáneas y posteriores, Federico Kauffman Doig sostiene que la divinidad representada en los monolitos de Chavín es básicamente un ser híbrido: mitad hombre con boca atigrada y mitad ave de rapiña, al cual ha denominado piscoruna-pumapasim (quechua: hombre-ave con boca atigrada). Esta deidad estaría relacionada con el culto al agua y la fertilidad, de tanta importancia en las civilizaciones agrícolas del Perú antiguo.

Un gran enigma son los innumerables acueductos y caídas de agua que existían en el lugar, creando mediante un sistema de compuertas, un efecto acústico que se asemejaba al rugido de un felino. Petro-León sostenía que se trataba de un mecanismo de generación acústica similar al mantra, con la finalidad de inducir diferentes estados de la mente, tal vez estimulados con la ingestión de la decocción del cactus San Pedro (Trichocereus Pachanoi) que contiene mescalina (Feniletilamina = C8H11N), muy abundante en la zona. Se han encontrado restos de mullu Spondylus y en la iconografía aparece el cactus San Pedro (huachuma) y las semillas de la planta willka (huillca)[10]​ (Anadenanthera colubrina).[11]

Chavín tiene un arte recargado, no deja espacios libres y las representaciones son severas, rígidas, simbólicas y sobrecogedoras en su expresión. Las piedras de sus monumentos son diseñadas en relieve o grabadas.

La vajilla doméstica y otros recursos de consumo, no diferían de los que se usaban en los templos para fines rituales, con excepción de algunas piezas selectas.

Sólo una parte de su arquitectura se ha preservado debido a su monumentalidad. El centro ceremonial tenía como núcleo este sector monumental. Las estructuras han sido construidas enteramente en piedra, muchas de ellas granito blanco (granodiorita) cuyas canteras se encuentran en la vecindad del túnel de Kawish, a más de 30 km de distancia.

Los templos tienen una serie de plataformas con un fuerte talud en sus muros, con un perfil piramidal (5,3° de inclinación). Fueron construidos por etapas, según lo ha determinado el arqueólogo John Rowe.

Existe otra estructura piramidal trunca, la llamada Pirámide Tello, que se considera la construcción más tardía del conjunto.

Casi la totalidad de sus edificios y anexos fueron laboriosamente construidos con columnas, cornisas, dinteles, lápidas, obeliscos y esculturas que se agregaban a los muros o plazas, convirtiendo los espacios ceremoniales en un hermoso escenario, adornado con las imágenes de los dioses y demonios que poblaban el panteón chavín. Sus materiales están constituidos por piedras de diversos colores, procedentes de distintos lugares de los Andes peruanos.

El arte escultórico viene a ser un complemento de la arquitectura chavín. Está representado por monolitos, cabezas clavas, estelas o lápidas, obeliscos, cornisas; todas con figuras grabadas en alto y bajorrelieve que representan a seres mitológicos.




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