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Tántalo (mitología)



En la mitología griega, Tántalo (en griego antiguo Τάνταλος Tántalos) era un hijo de Zeus o Tmolo[1]​ y de la oceánide Pluto, rey de Frigia o del monte Sípilo en Lidia (Asia Menor). Se convirtió en uno de los habitantes del Tártaro, la parte más profunda del Inframundo, reservada al castigo de los malvados.

Fue padre de Pélope y Níobe con Eurianasa o bien con la híade Dione. También se citan como hijos suyos a Broteas y Dáscilo.[2][3]

Se conoce a Tántalo por ser invitado a banquetes por los dioses. Jactándose de ello entre los mortales, fue revelando los secretos que había oído en la mesa y,[4]​ no contento con eso, robó algo de néctar y ambrosía y lo repartió entre sus amigos.[5]​ En una versión minoritaria incluso fue el responsable de rapto de Ganimedes.[6]

Tántalo quiso corresponder a los dioses y les invitó a un banquete que organizó en el monte Sípilo. Cuando la comida empezó a escasear, decidió ofrecer a su hijo Pélope. Descuartizó al muchacho, coció sus miembros y los sirvió a los invitados.[7]​ Los dioses, que de inmediato lo advirtieron, evitaron tocar la ofrenda. Solo Deméter, trastocada por la reciente pérdida de su hija Perséfone, «no se percató de lo que era» y se comió el hombro izquierdo del desdichado. Zeus ordenó a Hermes que sacara el alma del muchacho del Hades y reconstruyera el cuerpo de Pélope volviéndolo a cocer en un caldero sagrado, sustituyendo su hombro por uno de marfil de marsopa, forjado por Hefesto y ofrecido por Deméter. Las moiras le dieron vida de nuevo y así obtuvo nuevas cualidades. Para reforzar su iniciación en los misterios divinos, Poseidón secuestró al nuevo Pélope y lo llevó al Olimpo, haciéndolo su amante.[8][9][10][11]

Un último crimen terminó por colmar la paciencia de los dioses: cuando Pandáreo robó el mastín de oro —que le había hecho Hefesto a Rea para que cuidara del recién nacido Zeus— y se lo dio a Tántalo para que lo ocultara. Una vez pasada la alarma inicial sin que se supiera nada del perro, Pandáreo le pidió que se lo devolviera, pero Tántalo le juró por Zeus que nunca había oído hablar de él. Escandalizado Zeus por el perjurio o por el robo derribó a Tántalo con un rayo y puso sobre su cabeza el monte Sípilo.[12][13]

Después de muerto, Tántalo fue eternamente torturado en el Tártaro por los crímenes que había cometido. En lo que actualmente es un ejemplo proverbial de tentación sin satisfacción, su castigo consistió en estar en un lago con el agua a la altura de la barbilla (otras versiones del mito se refieren a la rodilla o la cadera), bajo un árbol de ramas bajas repletas de frutas. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intenta tomar una fruta o sorber algo de agua, estos se retiran inmediatamente de su alcance.[14]​ Además pende sobre él una enorme roca oscilante que amenaza con aplastarle.[15][16]

Diversos autores ven en este mito un rotundo rechazo de la religión olímpica a los sacrificios humanos, que si bien eran habituales en los primeros cultos, sobre todo a Deméter en su primitiva encarnación como Gran Diosa, se consideraban entonces un tabú. Los griegos de la época acusaban a Tántalo de intentar engañar a los dioses olímpicos para devolverlos a sus antiguas identidades ofreciéndoles un banquete-sacrificio de carne humana.

Tántalo cometió además los tres grandes pecados de la mitología griega: ofender a un huésped, hacer daño a un niño y desafiar a los dioses.

Alternativamente, Tántalo es retratado como una autoridad prometeica que divulgaba secretos divinos a los mortales y presidía ceremonias sagradas de iniciación, consistentes en la muerte y transfiguración místicas.



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