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Tradicionalista



Tradicionalismo, en la historia de la filosofía, es la tendencia a valorar la tradición en cuanto conjunto de normas y costumbres heredadas del pasado.

El tradicionalismo se basa en que la verdad proviene de una fuente divina (revelación). El error no es una consecuencia de un mal aprendizaje subsanable por su corrección, sino un castigo; por lo tanto, la verdad no es asunto de la razón, sino de la autoridad, transmitida por la tradición y el legado histórico.

El tradicionalismo es un movimiento filosófico y religioso que sostiene la necesidad de una revelación divina no solo para conocimientos de tipo sobrenatural –que la teología cristiana llama precisamente «revelados»– sino también para el conocimiento de cualquier entidad no cognoscible por los sentidos como son la metafísica, la moral, la existencia de Dios, la noción de ente, la inmortalidad del alma, etc.[1]​ Dado que se habla de una revelación primitiva, para que sea posible su conocimiento a las generaciones posteriores es necesario que esta se transmita por tradición, de ahí el nombre del movimiento, y que sea aceptada por fe en cada persona.

No se trata de una doctrina o un conjunto de estas, sino más bien de un movimiento cultural marcado por su oposición a la Ilustración y la razón. No proviene del clero, sino más bien de los intelectuales laicos conservadores opuestos a los cambios en la sociedad producto de la Ilustración, la Revolución Científica, la Revolución Industrial, las Revoluciones liberales y la Modernidad. Será como el equivalente cultural del romanticismo a nivel literario.

La racionalidad humana, según estos autores, es incapaz de alcanzar la verdad. Para vivir se ha de confiar en la revelación divina y el dogma como únicos criterios válidos para alcanzar la verdad. La tradición la presentan como fundada en la revelación.

Sus principales representantes a nivel filosófico son: Lamennais, De Bonald, Bonnetty y Bautain. La presentación más sistemática del movimiento fue objetivo de filósofos de Lovaína como Arnold Tits que llevaron el tradicionalismo más allá sosteniendo las ideas innatas.

A las críticas elevadas por teólogos y obispos al inicio, siguieron las del Papa: las encíclicas Mirari vos (1832) y Singulari Nos (1834) son una condena directa de las teorías tradicionalistas a la Lamennais. La encíclica Qui pluribus y la alocución Singulari quadam son una condena más genérica que además aclara la posición católica al respecto. Así también se trató en el Concilio Vaticano I afirmando ante todo la capacidad de la razón humana para llegar a Dios sin necesidad de una revelación.[2]​ A Bautain se le exigió firmar una declaración de fe con los contenidos católicos tanto en 1834 como en 1844.[3]​ Lo propio se hizo también con Bonnetty en 1855.[4]



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