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Visita de Juan Pablo II a Chile



La visita de Juan Pablo II a Chile, realizada entre el 1 y el 6 de abril de 1987, fue el único viaje de ese papa a dicho país y la primera visita de un jefe supremo de la Iglesia católica a Chile.

Este hecho histórico, que se enmarcó dentro del 33.er viaje apostólico de Juan Pablo II (en el cual también visitó Argentina y Uruguay), revolucionó a los fieles del catolicismo y contrajo múltiples significados y hechos debido a que se llevó a cabo durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, y sirvió para distender en cierta medida las tensiones políticas de entonces.[1]

El 16 de julio de 1985, los obispos chilenos enviaron al papa Juan Pablo II una carta donde le reiteraban su invitación al país: «Los obispos de Chile solicitamos por unanimidad vuestra visita pastoral a nuestra patria». La respuesta del pontífice fue dada a conocer por la nunciatura apostólica el 21 de octubre de 1985, cuando se anunció su visita para el primer trimestre de 1987.[2]

La visita de Juan Pablo II a Chile se enmarcó dentro de un viaje apostólico al Cono Sur, que también incluyó a Uruguay —entre el 31 de marzo al 1 de abril— y Argentina —del 6 al 12 abril—.

Las actividades realizadas por el papa en Chile fueron:[3]

Juan Pablo II llegó al Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez en Santiago el día 1 de abril, en una visita de seis días. En el terminal aéreo, fue recibido por el presidente de la República Augusto Pinochet y la primera dama Lucía Hiriart, junto con efectivos militares y de gobierno.[4]

Su primera actividad fue el rezo de vísperas con sacerdotes, diáconos y religiosos en la Catedral Metropolitana de Santiago. Terminada esta celebración, se dirigió a la Sala Capitular del Cabildo Eclesiástico Metropolitano donde tuvo un encuentro con pastores de las distintas iglesias cristianas y el gran rabino de Chile. Finalmente, visitó en privado el recinto de la Vicaría de la Solidaridad, donde tuvo un encuentro con los funcionarios y con víctimas de la represión política de la dictadura.[4]

Desde la Catedral, se dirigió a visitar el Santuario de la Inmaculada Concepción en el Cerro San Cristóbal, donde bendijo Santiago y dirigió un mensaje a todo el país.[4]

En la mañana del jueves 2 de abril, visitó al general Augusto Pinochet en el Palacio de La Moneda. La conversación entre ambos duró 42 minutos, cuando en principio sólo estaba pensada para 10. En la entrevista, Pinochet le preguntó al papa: «¿Por qué la iglesia siempre está hablando acerca de la democracia? Para mí, en buenas cuentas, un método de gobierno es tan bueno como otro». El pontífice le respondió cortés pero firmemente: «No. La gente tiene derecho a gozar de sus libertades, aún si comete errores en el ejercicio de ellas».[5]​ Entre lo poco que ha revelado el propio Pinochet sobre la conversación está que el papa le recalcó que debía tener «paciencia».[6]

Terminada la visita al Palacio, se dirigió a la población La Bandera en la comuna de San Ramón, donde tuvo su encuentro con los pobladores. Allí escuchó los testimonios del obrero Mario Mejías, que había sido injustamente torturado por la policía, y el de la dueña de casa Luisa Riveros, quien denunció abiertamente los vejámenes que recibían los pobladores de parte de organismos del Estado, incluso siendo inocentes de los cargos que se les acusaba. A ambos el papa los estrechó con afecto y lo recuerdan como el momento más feliz de sus vidas. El obrero posteriormente sufrió un allanamiento y detención por parte de Carabineros. En este encuentro el papa compartió una taza de té y un pan amasado, la comida habitual de los sectores populares en Chile, y bendijo los panes que llevaban los presentes. El escenario en el que realizó este encuentro emulaba las viviendas de los propios vecinos, construidas de madera.[4]

A media tarde, el papa se trasladó al aeródromo de Rodelillo, a la entrada de Valparaíso, donde celebró una eucaristía con las familias. En su sermón instó de manera enfática al fortalecimiento de la familia como «santuario de la vida y del amor», cuna donde se desarrolla la fe cristiana y la sociedad. Condenó enérgicamente el divorcio, llamándolo «doloroso cáncer». En esta misa, los miles de matrimonios que se dieron cita en el lugar junto a sus hijos, renovaron sus votos nupciales y recibieron la bendición de manos de Juan Pablo II.[8]

Al anochecer de ese día, se realizó un encuentro con los jóvenes en el Estadio Nacional, «lugar de competiciones, pero también del dolor y sufrimiento», refiriéndose a las detenciones ocurridas en ese lugar, durante la dura represión que siguió al Golpe de Estado en Chile de 1973. Sobre el césped del Estadio, el papa trazó la señal de la cruz, «para que desde aquí brote la paz y la reconciliación». En la liturgia que ofició en el Estadio, el papa, señalando con la mano una imagen de Jesucristo ubicada en el marcador del Estadio, dijo:[9]

Hizo un llamado a los jóvenes a comprometerse con un cambio profundo en la sociedad, que sólo nace de Jesucristo, fuente única de vida, esa vida de la cual el mundo tiene sed.[10]

Los invitó a ser protagonistas de un país y un mundo nuevos, una civilización del amor, desterrando los «ídolos» que destruyen ese amor, como la violencia, el odio, el egoísmo, la muerte, etc. Al interrogar a los jóvenes sobre la castidad y la abstinencia del sexo hasta el matrimonio en pos de esta nueva civilización, se escuchó un rotundo «no». Enseguida el papa aclara: «cuando pido que renuncien al sexo, lo digo en cuanto éste se transforma en el enemigo que destruye al amor», lo cual fue seguido por un aplauso cerrado de los asistentes.[4]

El viernes 3 de abril la agenda estuvo cargada de actividades que se iniciaron en el Templo Votivo de Maipú, donde tuvo la oración de la mañana (Laudes) con religiosas venidas de todo el país. Luego salió a la explanada donde dirigió su mensaje al pueblo campesino y llevó a cabo una breve y sencilla ceremonia en la cual coronó la imagen de Nuestra Señora del Carmen de Maipú, Patrona de Chile, colocando dos grandes coronas sobre las cabezas del Niño Jesús y de la Virgen. También pronunció una emotiva oración de consagración de Chile a la Virgen.[11]

Seguidamente, se dirigió al Hogar de Cristo donde oró en silencio ante la tumba del padre Alberto Hurtado y pronunció un discurso destacando su ejemplo de servicio a los más necesitados, su amor a Dios y fidelidad a la Iglesia. Visitó a los enfermos postrados en las dependencias del Hogar, a quienes bendijo. Al salir, abrazó a Carmen Gloria Quintana, una joven quien había sufrido quemaduras en un 65% de su cuerpo luego de ser quemada viva por una patrulla militar.[12]

Continuó su día con el encuentro con el mundo de la cultura, en la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en la Alameda. Allí dirigió un discurso al mundo académico, de la ciencia, arte y cultura, instándolos a desarrollar el conocimiento en pos de la búsqueda de la verdad, que armoniza fe y razón como algo inseparable. Firmó un acta con la cual se dio inicio a las celebraciones del Centenario de la institución.

Retornó por breves momentos a la Nunciatura Apostólica, donde se reunió con los embajadores acreditados en Chile.

Posteriormente, se dirigió a la sede del Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), donde pronunció una alocución en la que abogó por un desarrollo económico más justo, considerando la dignidad de la persona «por lo que es antes que por lo que tiene», y cerró con este llamado: «Los pobres no pueden esperar».[13]

Por la tarde, fue celebrada una eucaristía por el papa en la elipse del Parque O'Higgins, con motivo de la beatificación de Sor Teresa de Los Andes, carmelita descalza chilena de principios de siglo, propuesta como modelo de santidad. Fue concelebrada por el pleno de los obispos de Chile y numerosos sacerdotes. Durante la homilía, el papa alabó la virtud de Teresa de Los Andes, proponiéndola como modelo de vida para la juventud en medio de un mundo que niega a Dios, mostrándola como un «faro luminoso que guía hacia Cristo». También enfatizó en la tarea urgente de la reconciliación nacional, e hizo un llamado a las autoridades y a los poderes de influencia que pusieran sus medios para el restablecimiento de una plena democracia y la reconstrucción de las confianzas entre los hijos del mismo Dios y de la misma Patria. «Chile tiene vocación de entendimiento, no de enfrentamiento» fueron sus palabras.

Breves momentos antes del ofertorio, se originaron graves disturbios en la elipse. Un grupo de manifestantes contrarios al régimen militar que se encontraban entre el público presente se enfrentó con la policía, que previamente había acordado con la organización de la visita papal no usar armas en la seguridad de los eventos religiosos. Como consecuencia, la dura represión ejercida por Carabineros de Chile contra los manifestantes obligó a que la ceremonia fuese suspendida por varios minutos. El caos y el desorden generado en ese minuto obligó a los voluntarios que trabajaban en la visita papal a evacuar a los peregrinos que se encontraban en el lugar, varios de ellos heridos debido a la violencia generada en los enfrentamientos; al mismo tiempo, las cadenas de televisión chilenas que emitían el evento interrumpieron sus transmisiones. La serenidad con que se mantuvo Juan Pablo II, opuesto a los deseos de la organización del evento de retirarse por razones de seguridad, permitió continuar con la ceremonia, que fue cerrada con la frase «El amor es más fuerte», considerada como un símbolo para la reconciliación del país.[11][14][15][16]

También visitó las siguientes ciudades:





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