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Lancia (ciudad)



Lancia (en el término municipal de Villasabariego, León, España) fue una antigua ciudad astur y romana de la provincia Tarraconense, la más importante de los astures.[1]​ Se encontraba en una meseta entre los ríos Porma y Esla denominada genéricamente El Castro que engloba otros topónimos menores bien documentados como El Pico del Castro, Valdealbura, La Encrucijada, El Praduño, Socesáreo y El Talancón. Actualmente solo se conservan visibles restos de algunas edificaciones. Las excavaciones arqueológicas continúan en la actualidad.

Su ubicación explica la elección de este cerro por su fácil defensa, al encontrarse elevado sobre las llanuras aluviales de los valles de los ríos Esla (llamado Astura por los romanos) y Porma, cuya fertilidad constituía sin duda la base de la economía agropecuaria de la ciudad. Su superficie es llana pero con una prolongada inclinación desde el noroeste al suroeste. Se encuentra a 840 m, de media, sobre el nivel del mar. La superficie coincide con los restos de una terraza del río Esla de época Cuaternaria, correspondiente a un tercer nivel situada a +40 m. Su situación coincide con las coordenadas 5º25’47” de longitud Oeste y 42º31’45” de latitud Norte.[2]

Lancia aparece citada en:[3]

Quizá los pasajes más elocuentes en cuanto a los hechos y características de la ciudad sean los de Floro, Dion Casio y Orosio:

[4]

La vida del yacimiento antes de la época romana puede resumirse por los materiales aparecidos del Paleolítico Inferior, Neolítico Final y primeras fases de la Edad de los Metales, y Segunda Edad del Hierro.

Lancia era la ciudad más importante de los astures y es considerada por algunos autores la capital de los mismos, aunque no consta que su organización como grupo precisara de una ciudad como cabeza del mismo, ni se tiene constancia de que así fuera.[5]​ El enclave se sitúa a unos 14 km de León y a algo más de 1 km de Mansilla de las Mulas.

En el año 25 a. C. el general romano Publio Carisio, atacó la ciudad consiguiendo someterla y librándola de ser destruida por sus soldados para que "sin quemar fuese mejor monumento a la victoria romana" (ut cum in captam urbem faces poscerentur aegre dux impetrauerit ueniam ut uictoriae Romanae stans potius esset quem incensa monumentum).

Se reconstruye como ciudad romana a lo largo del siglo I y se abandona definitivamente en el siglo IV, al menos en la zona central de la ciudad, aunque es posible una cierta pervivencia en áreas periféricas, delatada por materiales sueltos fuera de contexto estratigráfico.

El yacimiento fue declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Zona Arqueológica en 1994. Las referencias más antiguas se pueden rastrear ya en el siglo XVI y es reconocido desde el siglo XIX y XX por arqueólogos e investigadores como Saavedra, Ricardo Velázquez Bosco, el Padre Fita, Gago Rabanal, J. Sanz Martínez, Antonio Blázquez, José María Luengo, Francisco Jordá Cerdá, Eladio Isla, Carmen García Merino y Manuel Abad, quienes contribuyeron de forma notable al progreso de las investigaciones.

El yacimiento arqueológico de Lancia ha sido excavado por reconocidos investigadores ya desde el siglo XIX. Lamentablemente, tales estudios nunca se han visto acompañados de la adecuada conservación de los restos ni de su pública apertura o visita. En la actualidad, la Diputación de León, a través del Instituto Leonés de Cultura, realiza campañas de excavaciones anuales.

Recientemente, la construcción de la autovía A-60 (León-Valladolid) ha sacado a la luz un interesantísimo barrio industrial con hornos y fundiciones, una edificación con planta basilical y una necrópolis, entre otros múltiples restos, que dada la cercanía al yacimiento central de Lancia, se interpretan como el emplazamiento que las fuentes documentales denominan "Sublancia".

Las fases de la Segunda Edad del Hierro están representadas en el yacimiento por restos de fondos de viviendas construidas con postes hincados, con hogares y hornos domésticos, así como por algunos restos de construcciones de adobe, pertenecientes todos ellos a los siglos II y I a. C.

En las excavaciones de finales del siglo XX y principios del XXI se hallaron los restos del poblado prerromano, tal vez el mismo que según las fuentes habitaron los astures sometidos en el año 25 a. C. por las legiones de Augusto, al mando del general Publio Carisio.

Se trata de un conjunto todavía pequeño de suelos de tierra pisada, cubetas excavadas en el substrato arcilloso y rellenas de ceniza, áreas de fuegos, hogares, hoyos de poste, etc., que responden a los residuos de un área de hábitat, donde se localizan a la sazón, vestigios óseos y cerámicos que pertenecen a una fase cultural de la Segunda Edad de Hierro, que podría fecharse desde el s. II al I a. C., de marcado acento centromeseteño y, por lo tanto, emparentados con las culturas celtiberizadas. La localización de esta área ha conducido a su valoración abriendo nuevas hipótesis sobre una mayor extensión de la admitida originalmente para el poblado prerromano, sobre el grado de integración de los intercambios con el medio circundante, de interesantes consecuencias en el marco geográfico en el que se inserta, así como acerca de los vínculos con las zonas próximas de clara identidad cultural.

Las estructuras más importantes se exhumaron debajo de la estancia VIII, según la numeración que Jordá asignara a las termas por él descubiertas, identificada posteriormente como apodyterium. Aquí se descubrieron dos niveles por debajo del suelo de época romana. El primero estaba formado por una superficie empedrada con pequeños guijarros de río, que se disponía sin demasiado orden sobre parte del área intervenida. Se destacaban en él la existencia de alineamientos de piedra del lugar, que, de momento, no se han identificado funcionalmente, a la par que se constataba la presencia de elementos desechados: fauna, restos de molino circular, etc. Este espacio parece corresponder a un lugar de tránsito, sin duda la que marca el final de la vida del poblado prerromano y la primera constancia de la presencia romana ya que en el mismo se halló algún fragmento de terra sigillata italica.

La fase que precedió a este nivel, sin duda la más reveladora en cuanto a la clasificación cultural, se ha determinado por la presencia de alineaciones de agujeros de postes que enmarcan suelos apisonados de arcilla, en ocasiones estratificados, que responden a estructuras que cerrarían espacios domésticos. Lamentablemente, no pueden ser conocidos en toda su extensión, debido a que los cimientos de las termas romanas se excavaron por debajo de este nivel, desmontándolos en parte.

Al exterior del recinto descrito existen bolsadas de cantillos, planchas arcillosas de formas ovoideas que han sellado nuevos hoyos –de mayor tamaño- y paquetes de gravas, todo ello situado en un entorno de difícil comprensión funcional.

El resto de las evidencias de la fase prerromana han sido puestas de relieve en los cortes parciales de los suelos del edificio de los baños romanos. Véase, por ejemplo, la estancia IV donde una bolsada cenicienta deparó cerámicas celtibéricas y un mango de asta de ciervo; o la estancia I, donde se conservan residuos de suelos. Al Sur, en la zona que luego ocuparía la palaestra, se registraron bolsones oscuros y, también y especialmente, en el corte realizado en el pasillo distribuidor de las termas. En este lugar, bajo una zona de circulación que debe datar de la fase de construcción de las termas, se observó un suelo que contenía un pequeño silo y una cubeta rellena de carbón vegetal con cierre arcilloso de superficie enrojecida por el calor.

Al norte de las termas, fuera del edificio, donde Jordá había identificado una calle romana compuesta por cantos rodados, se realizó un sondeo en 1999 que puso en evidencia un enchinarrado muy cuidado, de canto pequeño de río, con ligera pendiente hacia el centro, de bordes regulares, en donde se había amortizado algún fragmento de molino de vaivén.

Buena parte de las características descritas manifiestan una ostensible relación con el centro de la Meseta, donde, cuando se exhuman niveles de ocupación de la fase celtiberizada, en los grandes poblados vacceos, aparecen por doquier “pavimentos de cantos rodados, enlosados de caliza, adobes alargados, pisos de arcilla, molinos circulares, enlucidos, hoyas excavadas, orificios de postes, etc”.

Entre los diversos materiales localizados, merecen mencionarse aquí una fíbula de tipo simétrico, un resorte de fíbula y un botón con perforación central, todos ellos en bronce, así como algún mango trabajado en asta de cérvido.

Los escasos datos que de momento ofrecen los hallazgos arqueológicos han llevado a plantear una cronología para los niveles prerromanos hallados bajo las termas romanas, en torno a finales del S. II y, principalmente, durante todo el S. I a. C.

Merced a las investigaciones y a las fuentes literarias, las características de la ciudad astur-romana posterior se conocen algo mejor. Tras las guerras de Augusto contra cántabros y astures la vida del asentamiento continuó. Este pervive sin aparentes problemas durante el siglo I d. C. e, incluso, da muestras de un cierto vigor económico hacia el final de esa centuria y durante la siguiente, hecho que parece confirmar tanto el posible acceso a la condición de municipium en época flavia (fines del siglo I d. C.), como el impulso urbanístico que suponen la construcción del macellum a principios o mediados del siglo II d. C. y las thermae, quizá algo anteriores en su fase inicial pero modificadas a la vez que se construye el edificio comercial.

La condición municipal de la ciudad puede plantearse como hipótesis gracias a una inscripción de Tarragona:[6]

L(ucio) Iunio Bl[andi(?)]

fil(io) Quirin[a]

Maroni Aem[il(io)]

Paterno Lancien[s(i)]

omnib(us) in re publica

sua honorib(us) functo

IIuir(o) bis sacerd(oti) Rom(ae) et

Aug(usti) conuent(us) Asturum

adlecto in quinq(ue) decuri[as]

[le]gitum(e) Romae iudicantium

flamini Augustali p(rouinciae) H(ispaniae) c(iterioris)

p(rouincia) H(ispania) c(iterior)

En ella el cursus honorum de Lucius Iunius Maro Aemilius Paternus se desarrolla en orden directo como una carrera típica con progresión lógica que parte del desempeño de cargos como el de duumuir por dos veces en Lancia y que, pasando por la capital del Conuentus, Asturica Augusta, con funciones religiosas, termina en Tarraco con otros cargos tanto civiles como religiosos. La mención del Conuentus Asturum excluye el que nos encontremos ante una origo distinta a la del enclave astur como, por ejemplo, la de los lancienses transcudanos cuya presencia es relativamente abundante en la epigrafía peninsular. De igual forma, la posible relación con la familia de Lucius Aemilius Paternus que se delata en los cognomina de Maro abona más la tesis de la procedencia astur, ya que este personaje sirvió en la legio VII Gemina, cuya base principal se situaba, como es bien sabido, en la actual León, a unos 14 km de la ciudad de Lancia. Por otro lado, la pertenencia a la tribu Quirina demuestra una cronología flavia o postflavia que Alföldy concreta entre los años 110 a 140 de la Era. Es así cronológicamente posible una concesión del estatuto municipal flavio para Lancia en el último cuarto del siglo I d. C., el desempeño de una magistratura municipal por parte de Maro en su ciudad natal y la culminación, ya bien entrado el siglo II, de su carrera política en Asturica Augusta y Tarraco.

Sin embargo, a pesar de una evidencia epigráfica que no parece plantear recelos en otros casos, hemos de hacer constar que la municipalización flavia de Lancia no es admitida por algunos autores. Los motivos que llevan a esta toma de postura son variados. Los más inmediatos a la evidencia epigráfica sostienen que la presencia de cargos en el cursus honorum de Maro como los de duumuir no presuponen un estatuto jurídico municipal en la ciudad ya que éstos y otros parecidos como los de flamen, aedil, decurio, etc. aparecen en otras comunidades como uici o pagi en Italia o en África. Por otro lado, pero con una importancia no menor, detrás de estas posturas, todavía permanecen latentes las viejas reservas con respecto a las características finales y extensión verdadera de la ciudadanía concedida por Vespasiano, sobre todo en lo relativo a los territorios septentrionales de la península ibérica. También es preciso poner de manifiesto que estas reservas son a veces forzadas por la excesiva importancia que a este fenómeno se le ha querido dar en cuanto a su significado desde un punto de vista social e incluso urbanístico, cuando en realidad debió de ser un proceso complejo, con multitud de matices e incidencia muy variable según los casos.

Naturalmente, desde el punto de vista epigráfico, es posible discutir tanto como queramos ya que la existencia de una sola inscripción, si no se acepta como definitiva, nos coloca en un callejón sin salida. Quizá este estado de la cuestión puede cambiar en algo si analizamos los nuevos datos arqueológicos. Hay que advertir de entrada que no se trata de elementos que solucionen el problema de forma irrebatible pero que, a nuestro juicio, vienen a dar la razón o, al menos, un mayor peso de prueba a un epígrafe que nos dice que este personaje fue duumviro en Lancia. Desde el punto de vista arqueológico todo parece indicar que los dos edificios que conocemos un macellum y unas pequeñas termas pertenecen cronológicamente a los últimos momentos del siglo I d. C. o principios del II, estas últimas, y a principios o mediados del siglo II, el primero. Por otro lado, ahora sabemos gracias a la fotografía aérea que el foro de la ciudad se encuentra probablemente muy cerca de estas fábricas, con lo que es posible que se trate de obras muy ligadas al área forense en cuanto a su desarrollo a partir de un momento determinado. No es necesario, pero tampoco infrecuente, que programas arquitectónicos de cierta envergadura que afectan al centro ciudadano o a elementos adyacentes coincidan con los cambios de estatuto jurídico de las ciudades en época romana.[7]​ En unos casos las nuevas necesidades administrativas explican la aparición de ciertos edificios que tienen que ver directamente con el poder imperial, como los templos de culto al emperador, por ejemplo, o con la forma de administrarlo, como es el caso de las curias, archivos, basílicas, etc; en otros sitios es simplemente el evergetismo que acompaña a estos procesos el que explica el desarrollo complementario en forma de edificios más o menos secundarios del tipo de los lancienses: termas, mercados, pórticos, etc. El caso que nos ocupa parece ese en hipotética concordancia con una supuesta concesión del estatuto municipal en época flavia, siendo estos dos edificios producto de las remodelaciones urbanas que se realizaran en el centro cívico, pudiendo ser, por sus dimensiones bastante pequeñas, muy adecuados como producto de alguna acción evergética en eventual conexión con los bien conocidos procesos de acceso a la ciudadanía romana por medio del desempeño de magistraturas municipales que deberían explicar, al menos en parte, el florecimiento edilicio en la Hispania de finales del siglo I.

La presencia del macellum todavía es más ilustrativa por dos motivos: el primero es el de la conexión que parecen presentar muchos de estos edificios con el desarrollo jurídico de las ciudades y con la necesidad, a partir de un cierto momento, de fiscalizar y controlar -pesas, medidas y precios, por ejemplo- una parte importante de las mercancías que se venden en la ciudad mediante un lugar cerrado y sometido a la jerarquía municipal; el segundo afecta a las motivaciones de su presencia o no en enclaves urbanos al tratarse no de un mercado de productos de todo tipo sino de un centro comercial exclusivamente alimenticio y más concretamente de aquellas viandas más sofisticadas, exclusivas y por ello más caras a disposición de las capas sociales más pudientes de la ciudad. Sólo la presencia de estas élites –que muchas veces propician también a través de un acto evergético su existencia- justifica la construcción del macellum, precisamente el mismo condicionante que explica la concesión de estatutos municipales en época flavia. Volviendo al principio de la argumentación, no es que pensemos que se trate de razones sin posibilidad de controversia ni que el proceso alterara de forma sustancial el desarrollo de la ciudad pero, al menos, al tan discutido dato epigráfico del duunviro lanciense parece que vienen a apoyarle otros argumentos que hacen de la supuesta municipalización una hipótesis cada vez más verosímil.

Los edificios mejor representados de esta fase son las citadas termas situadas en el centro de la ciudad y otras, menos céntricas, en la zona denominada Valdealbura, de las que se conocen solamente dos estancias de forma incompleta, una calefactada y otra que no lo está. Las primeras, aquellas situadas en el centro urbano, son unos ejemplares de tamaño medio y eminentemente funcionales en las que se adosan los típicos espacios dedicados a vestuarios, salas de baños fríos y calientes, así como otras estancias no menos importantes como los espacios para practicar ejercicios físicos o las letrinas. Este edificio, en su última fase de uso estaba dividido en dos espacios diferentes, probablemente para facilitar su uso por mujeres y hombres al mismo tiempo. Desgraciadamente, el reaprovechamiento continuo de los materiales constructivos hace que hayan llegado a nosotros en un estado de conservación mediocre.

El edificio del macellum presenta tres cuerpos: una zona de entrada que se abre a uno de los cardos (probablemente el cardo máximo) de la ciudad, un cuerpo en donde se sitúan las tiendas, que son seis en total, y un patio trasero, probablemente dedicado a funciones de corral para estabular el ganado que posteriormente se sacrificaría y vendería en el mercado.

Aunque la mayoría de los autores coinciden en que el actual yacimiento de Villasabariego es el asiento de la Lancia astur y romana, a lo largo de los años han surgido opiniones discrepantes. Así, en los años setenta, Francisco Jordá Cerdá, por entonces director de la campaña de excavación, se mostraba escéptico en cuanto a la ubicación de dicho enclave.[8]​ Más recientemente hay teorías por las cuales la antigua Lancia podría ubicarse en el castro de las Labradas, en Arrabalde (Zamora).[9][10]​ Según Nicolás Santos, la identificación del yacimiento de El Castro (Villasabariego) con Lancia no puede basarse en los testimonios arqueológicos arrojados hasta el momento por las excavaciones realizadas ya que no encajan con los relatos de los historiadores grecolatinos. Entre las discrepancias más significativas están la inexistencia de vestigios de un recinto amurallado, ausencia de indicios de recintos militares romanos en las proximidades coetáneos con las guerras y la endeblez de los argumentos epigráfícos y numismáticos.

Tales opiniones fueron contestadas en 2010 por el equipo de arqueólogos que se ocupa de excavar en el yacimiento,[11]​ señalando que no se ha documentado que los campamentos de Petavonium y Castrocalbón, cercanos a Arrabalde, sean de conquista, que El Castro tiene una extensión de 33 hectáreas frente a las 23 de Arrabalde y que Lancia se ubica en el punto exacto de la vía Asturica-Burdigala entre Camala y Legio que se indica en el Itinerario de Antonino, junto al río Astura, en el que se libró la batalla entre astures y romanos previa a la toma de la ciudad por estos. En relación a esto, y debido a que el Itinerario no se refiere a Lancia sino que alude a Lance, han surgido problemas de interpretación en cuanto a la identificación de los topónimos del Itinerario.[12][13]



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