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Celtíberos



     Arévacos      Pelendones      Belos

     Tittos      Lobetanos      Lusones

El término celtíberos agrupa a una serie de pueblos prerromanos celtas o celtizados que habitaban desde finales de la Edad del Bronce (aprox. siglo XIII a. C.), hasta la romanización de Hispania (siglo II a. C. a siglo I), la zona de la península ibérica llamada Celtiberia por las fuentes clásicas. Resulta difícil asignar territorios y fronteras concretas a esta amalgama de pueblos debido a la escasa documentación histórica existente y a la cantidad de hipótesis sugeridas por los restos arqueológicos encontrados. La definición de celtíbero ha cambiado a lo largo de la historia, pero en la actualidad son habitualmente considerados celtíberos los arévacos, titos, bellos, lusones y pelendones, y más ocasionalmente vacceos, carpetanos, olcades y lobetanos.[1]

Es difícil precisar cómo llegaron las influencias celtas a los indígenas durante la Edad del Bronce. La cultura material resultante es claramente distinguible de los modelos celtas centroeuropeos (Cultura de Hallstatt y La Tène). Hacia el siglo III a.C, comienza un proceso de formación de núcleos urbanos más grandes, en detrimento de los pequeños asentamientos fortificados que los celtíberos habitaban hasta entonces. Poco después, adoptan el silabario íbero, dejando en escritura celtibérica inscripciones en monedas y documentos. Tanto las inscripciones encontradas en escritura celtibérica y escritura latina, documentan la lengua celtibérica como lengua celta.

A comienzos del siglo II a.C. entraron en contacto con las potencias mediterráneas, y fueron descritos por historiadores como Ptolomeo, Estrabón, Marcial o Tito Livio entre otros. Los romanos los consideraban una mezcla de celtas e íberos,[2]​ diferenciándose así de sus vecinos, tanto de los celtas de la meseta como de los íberos de la costa. Plinio el Viejo afirma que los celtas de Iberia han emigrado desde el territorio de Celtici Lusitania, que él parece considerar como el asiento original de toda la población celta de la península ibérica que incluye los celtíberos, en el terreno de la identidad de los ritos sagrados, el lenguaje y los nombres de las ciudades.[3]

Tras organizar una dura resistencia (Guerras Celtíberas), los pueblos celtíberos fueron romanizados durante los siglos II y I a.C. En el marco de las Guerras Sertorianas ocurrieron los últimos episodios formales de rebelión. Los celtas no practicaban la escritura. Los celtíberos si utilizando el alfabeto de los iberos. Sus creencias religiosas estaban vinculadas con las divinidades y los rituales funerarios celtas, como los enterramientos en necrópolis de incineración.[cita requerida]

Sobre el origen de estos pueblos celtas y el grado de implicación con la población nativa, existen controversias entre los estudiosos.

La hipótesis clásica, por ejemplo defendida por P. Bosch Gimpera, establece la formación de la cultura celtibérica con la llegada de distintas invasiones celtas desde Centroeuropa:

Parte de la población celtíbera procede del centro de Europa, ya que el celtíbero es una lengua filogenéticamente derivada del protocelta, aunque influido por otras lenguas. Además del elemento celta y el elemento nativo hispánico, los celtíberos pudieron recibir aportaciones de otras poblaciones europeas.

Existen diversas posibilidades y muchas de estas hipótesis han sido ampliamente abandonadas debido a la dificultad de identificar étnica o lingüísticamente a los hablantes de lenguas hipotéticas como el antiguo idioma ligur, el sorotáptico, el ilirio o incluso el antiguo idioma europeo (todas estas lenguas se han identificado tentativamente para explicar conjuntos de topónimos razonablemente localizados, pero es argüible que correspondieran a grupos étnicos definidos). Entre estos elementos indoeuropeos que son frecuentemente mencionados en relación al origen de los celtíberos están:

Las hipótesis invasionistas no cuentan con el suficiente apoyo en datos arqueológicos. Estudios más recientes[4]​ retrotraen a la Edad del Bronce la presencia celta en Europa Occidental, incluyendo la península ibérica. Los celtas más arcaicos de la Península ya habitarían el norte, occidente y la Meseta en el II milenio a.C. Vivían en pequeñas aldeas de cabañas, con economía agrícola y ganadera trashumante. A partir del I milenio a.C., estos celtas pasarían a vivir en poblados fortificados (castros), cada uno defendiendo un pequeño territorio. Este substrato "protocelta" atlántico daría origen a los lusitanos, galaicos, astures, vacceos, vettones, carpetanos y pelendones.

Desplazando este substrato se expandirían los celtíberos propiamente dichos a partir de los siglos VII-VI a.C.[4]​ No está documentada la llegada de grandes grupos humanos trayendo la cultura celtibérica ya formada, así que seguramente se habría formado localmente, influenciada por la Cultura de los Campos de Urnas, originaria de Europa Central, que penetraría en el Noreste peninsultar en el Bronce final (1200 a. C.).[4]​ La relación de esta Cultura con los celtas es compleja, pues dieron también origen a pueblos íberos. Su asentamiento, durante el I milenio a.C. en la futura Celtiberia sobre un substrato protocelta, podría explicar el origen de la lengua celtibérica. La formación de la cultura celtibérica sería el resultado de un largo proceso in situ desde el I milenio a.C. hasta el s.VI a.C., sin excluir invasiones europeas que mencionan las fuentes.

Las primeras referencias escritas sobre los celtíberos se deben a geógrafos e historiadores greco-latinos (Estrabón, Tito Livio, Plinio el Viejo y otros),[5]​ aunque su estudio, que arranca del siglo XV, no adquiere rango científico hasta los inicios del siglo XX (marqués de Cerralbo, Schulten, Taracena, Caro Baroja, etc.), cobrando renovado impulso en los últimos años. Pese a este excepcional acervo literario, aún hoy se discuten aspectos claves para su definición: los confines de su solar, su verdadera personalidad o su propia genealogía.

Las fuentes clásicas son muy imprecisas respecto a su territorio, aunque podemos considerar que los celtíberos históricos se extendieron con seguridad por las provincias de Soria y Guadalajara, buena parte de La Rioja, este de Burgos, oeste de Zaragoza y Teruel, quizás norte de Cuenca y Asturias; diferentes interpretaciones amplían este marco hacia oriente y occidente. Dado lo heterogéneo de la información literaria y de las evidencias arqueológicas de la cultura celtibérica, resulta difícil definirlos a partir de un único rasgo; no obstante, nos consta que hablaban una misma lengua, el celtibérico, cuyos testimonios escritos (utilizando el alfabeto ibérico), aunque tardíos, se extienden por un territorio que viene a coincidir básicamente con el descrito.

A juzgar por el registro arqueológico, los celtas llegaron a la península ibérica en el siglo XIII a. C. con la gran expansión de los pueblos de la cultura de los campos de urnas, ocupando entonces la región noreste. En el siglo VII a. C., durante la cultura de Hallstatt se expanden por amplias zonas de la meseta y Portugal, llegando algunos grupos a Galicia. Sin embargo, tras la fundación griega de Masalia (actual Marsella), los íberos vuelven a ocupar el valle medio del río Ebro y el noreste peninsular a los celtas, dando pie a nuevos establecimientos griegos (Ampurias). Los celtíberos y los otros celtas de la península quedaron así desconectados de sus parientes continentales, de manera que ni la cultura celta de La Tène ni el fenómeno religioso del druidismo les llegarían nunca.

Al comienzo, las fuentes se muestran dubitativas en la delimitación de lo que se entendió por Celtiberia y los pueblos considerados celtíberos. Al principio, los autores clásicos utilizaron este término para referirse a todos los pueblos celtas de Iberia.[1]​ Más tarde, a medida que la conquista progresaba territorialmente, el término de Celtíberos se utilizó para agrupar a ciertos pueblos celtas, pero excluyendo a otros, como por ejemplo los berones.[6]​ Los autores clásicos de esta etapa ceñían el término Celtíbero a dos grandes ámbitos principales. El primero, formado por los arévacos, y tal vez los pelendones, controlando la Celtiberia Ulterior (provincia de Soria, la mayor parte de la de Guadalajara, hasta el nacimiento del río Tajo, la mitad oriental de la de Segovia y el sureste de Burgos). Entre sus ciudades destacan Secontia (Sigüenza), Numantia (Numancia), Uxama, Termes[7]​ y Clunia. El segundo ámbito es la tierra de los tittos, bellos y lusones o Celtiberia Citerior (pobladores de las tierras en torno a los ríos Jalón, alto Tajuña, Jiloca y Huerva), con ciudades como Segeda, Bílbilis (Calatayud), Tierga, Botorrita o Complega.

La confusión de las fuentes clásicas fue compartida por los investigadores modernos, que han usado el término celtíbero con diferentes significados. En la actualidad son habitualmente considerados celtíberos los arévacos, titos, bellos, lusones y pelendones, y más ocasionalmente vacceos, carpetanos, olcades y lobetanos.[1]

Durante los siglos VII-VI a. C., se manifiestan en el área nuclear, alto Tajuña y alto Henares, de la Celtiberia, una serie de novedades en el patrón de asentamiento, en el ritual funerario y en la tecnología, que indican la evolución hacia una sociedad de fuerte componente guerrero. En los cementerios, ya desde sus inicios, se demuestra una fuerte jerarquización social, donde la panoplia de armamento aparece como un signo de prestigio. La documentación sobre los túmulos o alineamientos de tumbas, que se generalizarán en los siglos siguientes, son abundantes. Estas élites se constatan por la panoplia de los enterramientos, pudiendo ser consecuencia de la propia evolución in situ de la cultura de las Cogotas, pero con importantes aportes culturales de la cultura de los campos de urnas, que «celtizaron» la cultura de las Cogotas. De otro modo, no se explicaría que estos pueblos hablasen un idioma de raíz celta. También tuvo una gran importancia, por su proximidad, la influencia mediterránea que, de mano de los íberos, le trasmitió adelantos tan significativos como la moneda o la escritura.

Esta nueva organización impulsó el crecimiento demográfico y llevó a una creciente concentración de riqueza y poder a través del control de los recursos naturales (pastos, salinas, etc.) y la producción de hierro en los afloramientos del Sistema Ibérico, que permitió la rápida aparición de una sociedad jerarquizada de tipo guerrero, aprovechando la situación privilegiada de paso natural entre el valle del Ebro y la Meseta.

Desde finales del siglo V o inicios del IV a. C., las necrópolis de la meseta oriental presentan ricos ajuares militares, con presencia de espadas y gran acumulación de objetos suntuarios de bronce, cascos, discos-coraza, umbos, a veces repujados. Las necrópolis, con la ordenación característica en calles paralelas, con ajuares que manifiestan una sociedad altamente jerarquizada y que se vincularía con grupos aristocráticos.

La meseta oriental se revela en esta fase como un importante foco de desarrollo, en los ajuares funerarios, incorporando en su órbita de influencia a zonas del sur de la provincia de Soria, encontrándose fíbulas, broches, pectorales, armas y arreos de caballo, lo que nos demuestra que un reducido número de personas poseían caballos,[8]​ que debieron ser utilizados en pequeñas razzias contra los pueblos vecinos, aunque debió primar en las armas su valor simbólico como objetos de prestigio.

Desde finales del siglo V a. C. y durante los dos siglos siguientes, el foco de desarrollo localizado en las cuencas altas del Tajuña, del Henares y Jalón se va desplazando hacia el Alto Duero, con el aumento de la preponderancia que va a jugar, desde este momento, uno de los populi celtibéricos, con más vigor en el periodo de las luchas contra Roma, los arévacos, cuyo predominio se situaría en esta fase. A esta etnia, según Alberto J. Lorrio, se vinculan los enterramientos de la margen derecha del alto Duero, donde las tumbas con panoplia militar se multiplican y que permiten atestiguar una sociedad con una clase militar mayoritaria.[9]

Mientras en la zona nuclear de la Celtiberia, las tumbas con panoplia militar disminuyen hasta casi desaparecer, lo que no indica una desaparición de la sociedad guerrera, cuando se estaban desarrollando las guerras celtibéricas, sino una evolución hacia una organización social urbana, con una disolución de los vínculos sociales basados en el parentesco.

A partir de los siglos II-I a. C., el criterio político y jurídico superior de los celtíberos era la ciudad de procedencia, entendida como centro de un espacio o territorio, con población rural, articulada alrededor de ésta. Esta sociedad evolucionada se encontraron los romanos al inicio de la conquista del interior de Hispania.

Las organizaciones sociales básicas, que sobrevivieron hasta la época imperial, fueron las gens o gentes y gentilates. Las relaciones se basaban en el parentesco; estos constituían grupos de consanguíneos descendientes de un antepasado común, que recibían el nombre de gens ('gentes, familia') el grupo más amplio, y gentilates las divisiones menores de la gens.

La vida gentilicia se manifestaba en las comidas en común y por el hecho de que todos los parientes dormían juntos, como arqueológicamente lo atestiguan las casas de Numancia y Tiermes, donde se comía en comunidad, sentados en bancos corridos, adosados a las paredes, en torno a un hogar central, donde también dormía el grupo. De los estudios epigráficos sobre los celtíberos, además de otros pueblos de la Meseta y del norte de la península ibérica, se deduce que la pertenencia de los individuos a la gens o gentilates era más fuerte que a la familia restringida. Es decir, que a la hora de expresar su nombre era más importante pertenecer a un grupo amplio de parentesco, que comprendería otros subgrupos, dentro de los cuales la familia sería el menor. A mediados del siglo I a. C., otros factores empiezan a tener importancia, se hallan menciones a la ciudad a la que pertenece el individuo, y aparece la filiación paterna por la influencia romana.

Los celtíberos vivían en distintos tipos de asentamientos, que las fuentes antiguas denominan polis o urbes, civitates, vici y castella.

Los hallazgos arqueológicos confirman que los asentamientos de carácter urbano se ubicaban preferentemente en Carpetania, si bien la Carpetania no se entiende generalmente como perteneciente a la Celtiberia, los valles del Jalón y del Ebro, es decir, en las comarcas más ricas, más civilizadas y donde posteriormente la vida urbana de tipo romano tuvo mayor difusión. Aunque la mayoría de la población vivía fundamentalmente dispersa, en aldeas o poblados o en torno a torres de defensa, que son mencionadas como vici o castella. El proceso de construcción de ciudades había comenzado ya alrededor del siglo IV a. C., cuando llegaron los romanos, en la primera mitad del siglo II a. C. Estas ciudades se formaban por la suma de distintas comunidades tribales en torno a un mismo centro urbano.

La organización política de estas urbes contaba con una asamblea popular, un consejo de ancianos o senado aristocrático y unos magistrados, presumiblemente electivos. Esta organización de las «ciudades» celtíberas se basaba directamente en su organización social, en la que la aristocracia gentilicia y militar constituía el grupo dominante. Esta aristocracia estaba formada por los propietarios de grandes rebaños de ganado e importantes clientelas que constituían la base de su prestigio social. El órgano político de esta clase era el consejo de ancianos, que en esta época ya no correspondía a un organismo de edad. Este consejo tenía el principal papel político de la ciudad y presentaba propuestas que aprobaba la Asamblea. Aunque la Asamblea era la que elegía al jefe militar, cuya duración de mandato era limitada, entre los arévacos, a un año.

También se elegían otras magistraturas de carácter civil que reciben en latín el nombre de magistratus, praetor y en lengua indígena viros o veramos. Estos magistrados ejercían la administración de las ciudades o actuaban como representantes de las mismas.

Los Celtíberos pueden ser considerados como una agrupación étnica, ya que incorporan entidades menores (arévacos, titos, bellos, lusones y pelendones, resultando polémica la inclusión de vacceos, carpetanos, olcades y lobetanos[1]​), sin que ello signifique la existencia de un poder centralizado y ni siquiera de una unidad política. Sin embargo, hay bastantes indicios que indican la existencia de estructuras políticas que iban más allá de las gens y las ciudades.[10]​ A lo largo de los siglos III a. C. y II a. C., Cartago primero y Roma después se fueron enfrentando a una serie de ejércitos Celtíberos, demasiado numerosos para proceder de una única ciudad e incluso tribu, pero que actuaban de un modo organizado y con un mando centralizado. Durante la Segunda Guerra Celtíbera, Apiano menciona una confederación de ciudades arévacas, titas y belas.

Las fuentes no explican el funcionamiento de estas coaliciones o confederaciones, pero dan ciertos indicios.[10]​ Por ejemplo, es posible que los ejércitos tuviesen mandos colegiados, o jefaturas dobles, con líderes de diferentes tribus compartiendo el mando. La coalición tenía poco poder coactivo sobre las tribus o ciudades que la componían, pues podían adoptar distintas actitudes en la lucha contra los romanos, según las circunstancias. La decisión de acudir o no a la guerra, parecía era una decisión tomada por cada ciudad. También lo era firmar la paz, aunque la embajada celtíbera a Roma que puso fin a la Segunda Guerra Celtíbera negoció un acuerdo en nombre de toda la coalición.

Las federación no eran necesariamente entre iguales. Así, por ejemplo, los arévacos eran la tribu dominante por su superioridad militar. Los numantinos tenían guarniciones propias en Malia y Lagni, para reforzar la defensa de la ciudad y preservar la fidelidad de las mismas a los arévacos. Las desigualdades y diferentes intereses de los miembros de la coalición fueron frecuentemente explotados por los romanos.

Entre las tribus y ciudades celtíberas existieron, según los autores antiguos, formas específicas de relacionarse entre ellas que serían:

El hospitium ('hospicio') o pacto de hospitalidad permitía adquirir los derechos de un grupo gentilicio a otros grupos o individuos. No se trataba de un acto de adopción; las partes actuantes contraían derechos mutuos sin que la personalidad propia se perdiera. Los contrayentes del hospitium se convertían en huéspedes (hospites) mutuos y el pacto de hospitalidad se solía acordar en un documento denominado «tésera de hospitalidad». Estas téseras son láminas de metal recortado, en muchas de ellas figurando dos manos entrelazadas o la silueta de animales, que quizá tenían un significado religioso. Se supone que el hospitium, inicialmente, se acordaba en plano de igualdad, pero al surgir diferencias económicas, se iría pasando a un estado de dependencia. De entre los pactos de hospitalidad descubiertos, el más famoso es el Bronce de Luzaga, que registra un hospitium entre las ciudades de Arecoratas y Lutia, al que probablemente se sumaban las gentilitates Belaiocum y Caricon.

Las clientelas[11]​ consisten en comitivas constituidas en torno a los individuos más importantes de una comunidad tribal. La relación entre estos individuos, generalmente aristócratas y sus seguidores, era una relación contractual basada en la desigualdad de riqueza y posición social de ambas partes; el jefe normalmente debía alimentación y vestido a sus seguidores, mientras que estos le debían apoyo incondicional. Estas clientelas frecuentemente tenían un carácter militar.

La devotio[12]​ era una clase especial de clientela. Al elemento contractual de la clientela se añadía un vínculo religioso, por el cual los clientes de un jefe tenían obligación de seguirles a la batalla y de no sobrevivirle en caso de que este muriera en combate. Tales clientes recibían el nombre de devotio y sus paralelos en la sociedad celta y germánica, soldurios y comitatus.[13]

Con la clientela y la devotio, los lazos de consanguinidad no juegan ya ningún papel. Las desigualdades sociales empujan a los individuos más pobres a ponerse en la clientela de un aristócrata. Al ser más fuerte el vínculo que le unía con el jefe, a veces mediante vínculos religiosos, que el vínculo consanguíneo. Estas instituciones contribuyeron a disgregar los lazos de la organización gentilicia tribal.

El mayor desarrollo de las clientelas militares en Celtiberia parece haberse dado durante el período de las guerras civiles de la República tardía, cuando los distintos políticos implicados como Sertorio, Pompeyo, Julio César, etc. labraron importantes clientelas indígenas. La proliferación de estas prácticas institucionales, junto al desarrollo de la clase aristocrática y de las estructuras urbanas, fueron los elementos principales que contribuyeron a la evolución del sistema gentilicio, a su transformación y, ya bajo el dominio romano, a su progresiva desaparición.

Uno de los aspectos más conflictivos, esencial para la delimitación de la Celtiberia, es el de las etnias o populi, que según los autores clásicos integrarían el colectivo celtibérico. Diversos son los pueblos mencionados. Estrabón considera a arévacos y lusones como dos de los cuatro pueblos de la Celtiberia; aunque no cita los otros dos, al menos por sus etnónimos, que por las narraciones de las guerras celtibéricas y Lusitanas, se sabe que habrían sido los bellos y tittos, que no vuelven a ser citados para después del año 143 a. C. Más difícil es llenar una quinta parte, a la que se refiere Estrabón, sin ningún detalle. Plinio el Viejo señala de forma clara a los pelendones como pueblo celtíbero, aunque también, siguiendo a Apiano, a los vacceos, los berones[cita requerida] o incluso los celtíberos mencionados de forma independiente de arévacos y pelendones por Ptolomeo.

Se conoce muy poco de la religión de estos pueblos. La única mención directa en los textos clásicos es la de Estrabón, quien escribió que los celtíberos adoraban a un dios al cual no le asignaban un nombre.

Podemos dividir el panteón indígena en tres categorías de divinidades, las cuales no son excluyentes:

El panteón celtibérico posiblemente incluiría varios de los dioses celtas:[14]

Los dioses con culto exclusivamente local fueron muy abundantes. Todos estos cultos locales que pudieron estar vinculados a una determinada comunidad gentilicia o a una localidad, son los más abundantemente representados.

Se desconoce, actualmente, la existencia de templos dentro de las ciudades o poblados celtíberos. La norma general parece que los santuarios estuviesen fuera de las poblaciones, como los recintos naturales con graderías excavadas en la roca, localizados bajo la acrópolis de Tiermes, con un conjunto de piedras de sacrificios con pocillos y canales.

Pese a lo defendido tradicionalmente, es muy probable que existiese una sección de la sociedad especializada en la esfera religiosa, quizá con características comunes a los druídas de otros pueblos celtas.[15]​ Es posible que los caudillos militares realizaran ceremonias religiosas en presencia de su ejército y que los jefes o las cabezas de linaje realizaran, en el ámbito de la ciudad o la familia, determinados cultos.

Los bailes festivos fueron descritas por Estrabón como un elemento importante de la religión celtíbera, quien menciona que se ejecutaban como si fuesen combates simulados. Blas Taracena y otros arqueólogos sugieren que los bailes de paloteo de Casarejos y San Leonardo son adaptaciones de estos bailes celtíberos.

La lengua de los celtíberos existe hoy sólo en inscripciones antiguas. El idioma fue llevado a la península por inmigrantes celtas de Galia y se habló en las partes centrales y norteñas. Es posible que el celtibérico no fuera el único idioma celta de Iberia, pues existen evidencias de nombres de lugares en el norte de Cataluña de que se hablaba galo allí. Por eso, y por el hecho de que quizá se hayan hablado otros idiomas indoeuropeos antiguos en Iberia, es difícil delimitar con exactitud la zona celtíbera.

Al oeste de la zona del celtibérico, el lusitanio se hablaba en lo que ahora es Portugal. Es posible que el lusitanio fuera un dialecto de celtibérico, o una lengua celta distinta. Otros creen que los pocos restos del idioma sugieren que el lusitanio era un idioma indoeuropeo distinto.

El celtíbero se hablaba a partir del siglo IV a. C. cuando Heródoto mencionó que los keltoi vivían en el otro lado de las Columnas de Hércules, y los celtíberos se mencionaban en documentos romanos y griegos a partir del siglo III a. C. Los celtíberos por fin fueron dominados por los romanos después de 49 a. C., y desde luego su idioma cedió rápidamente al latín. Sin embargo, sobreviviría hasta los comienzos de la era cristiana.

El vascuence es el único idioma precelta de Europa.[16]​ Como curiosidad, la actual Comunidad Autónoma Vasca, arqueológicamente, era una zona con ciertos asentamientos celtas en la parte occidental de Vizcaya, la parte oriental de Cantabria y norte de Burgos, mientras que en Navarra, norte de La Rioja y norte de Aragón hasta Andorra sería una zona completamente euskérica, extendiéndose a su vez por toda la Gascuña hasta el río Garona. Hay unas palabras celtas en el vasco, prestadas del celtibérico. Algunas palabras celtíberas también fueron tomadas prestadas por el latín, y todavía sobreviven en el español moderno, por ejemplo, la celtíbera camanom (irlandés céimm, galés cam, 'paso') pasó prestada como camminum, dando camino, que en vascuence sería bide, en español y chemin en francés.

El celtíbero perteneció a una rama paralela de la familia celta. Muestra rasgos muy antiguos, y como el goidélico, había preservado la kw original. Esto, junto con las leyendas celtas que nos hablan de contactos antiguos entre Irlanda y los celtíberos, han llevado a sostener que el goidélico se llevó a Irlanda desde Iberia. Por cierto, había contactos entre los celtas de Iberia y los de Irlanda, pero la evidencia existente [cita requerida]soporta mejor la interpretación de que el celtibérico y el goidélico son dos ramas semejantes pero distintas del celta, que se habían separado ambos muy temprano como dos idiomas celtas y no tuvieron una relación muy estrecha entre sí. El celtibérico no tuvo algunos rasgos muy distintivos del goidélico, por ejemplo, la posición inicial del verbo ni las preposiciones conjugadas. Los lingüistas consideran que dos idiomas tienen una afinidad estrecha si muestran innovaciones comunes. Esto exactamente no fue el caso del celtibérico y goidélico.

El celtibérico se escribió en un alfabeto que también se usó para escribir los otros idiomas prerromanos de la península (véase: Ogam). El alfabeto se utilizaba en primer lugar para escribir el idioma de los iberos, que no lo conocemos bien. El alfabeto no combina bien con la fonología de un idioma indoeuropeo, y esto hace aún más difícil la interpretación de las inscripciones celtíberas. Existe un gran número de inscripciones celtíberas, la mayoría de ellas palabras o nombres simples escritos en cerámica. También hay dos cortas inscripciones, más probablemente dedicaciones, de Peñalba de Villastar y de Luzaga. La inscripción más importante, sin duda, es la inscripción larga de Botorrita, cerca de Zaragoza.

La extinción del celtibérico no puso fin a la historia de los idiomas celtas en la Península. En los siglos V y VI, después de la caída del Imperio romano, algunos hablantes del celta británico huyeron desde el sur de Gran Bretaña para escapar de los invasores anglosajones. La mayoría de estos se instaló en Armórica de la Galia (la Bretaña moderna), y puede que otros pocos llegaran a Galicia, donde su idioma sobrevivió y se transformó de diversas maneras durante varias generaciones.

Las necrópolis localizadas a lo largo del siglo XX en las altas tierras de la Meseta Oriental, ofrecieron uno de los temas más atrayentes para los investigadores que abordaron, en los comienzos de su estudio, el mundo celtibérico.

A pesar del elevado número de necrópolis identificadas a comienzos del siglo, en muchas ocasiones, se desconoce la localización exacta. Aunque por lo común se localizan en zonas llanas (vegas o llanuras de suave pendiente, que actualmente están explotadas por la agricultura),[17]​ en la proximidad a cursos de agua (ríos y arroyos permanentes) o en antiguos lugares de habitación, en el exterior y en los alrededores de los hábitat y visibles desde estos.

Uno de los aspectos que más ha llamado la atención, es la peculiar organización interna del espacio funerario. Así algunas necrópolis del Alto Tajo-Alto Jalón y Alto Tajuña y más raro en la zona del Alto Duero, se caracterizan por la deposición alineada de las tumbas formando calles paralelas, en algunas ocasiones empedradas, de longitudes variables y formadas por grandes piedras a modo de estelas indicando la localización de una tumba. No obstante, lo que Cabré[18]​ denominó «el rito céltico de incineración con estelas alineadas», no puede considerarse como de práctica general en todas las necrópolis celtibéricas, más bien al contrario la mayor parte de las necrópolis con tumbas con estelas se caracterizan por carecer de cualquier orden interno, siendo habitual en este tipo de cementerios que las tumbas aparezcan agrupadas, localizándose zonas de menor densidad de tumbas e incluso espacios libres de enterramientos.

El número de enterramientos varía notablemente; así algunas necrópolis, como la de Aguilar de Anguita alcanzan las cinco mil tumbas, y otras tan sólo llegan a las cien.

El ritual documentado arqueológicamente en los cementerios celtíberos es el de la cremación, pero al conocer solo el resultado final de este proceso, toda evidencia queda reducida al ajuar y al tratamiento de que este fue objeto o a las estructuras funerarias con él relacionadas. Aunque el rito de la incineración fue el más extendido entre los celtíberos, las fuentes literarias, las representaciones pintadas numantinas y la ausencia de evidencias funerarias en determinadas épocas y áreas de la Celtiberia[19]​ sugieren que no fue el único utilizado. Se puede asumir el empleo de rituales tales como la descarnación o la exposición de los cadáveres, cuya práctica entre las tribus celtíberas es conocida gracias a las fuentes clásicas.[20][21]​ Tal costumbre tiene su confirmación iconográfica en dos representaciones vasculares numantinas, en una de ellas un buitre se lanza sobre un guerrero yacente, mientras que, en la otra el buitre figura posado sobre el cadáver, esta iconografía aparece reproducida en una estela de Lara de los Infantes y en la estela gigante de Zurita.[22]​ Finalmente cabe referirse a las inhumaciones infantiles documentadas en el interior de los poblados, ritual característico del ámbito ibérico, al que excede y del que se conocen algunos ejemplos en el mundo celtibérico y vacceo. En la ciudad de Numancia se han localizado algunos restos humanos, no necesariamente de época celtibérica, entre los que cabe destacar un grupo de cuatro cráneos hallados en el interior de una vivienda, que han sido relacionados con el rito céltico de las cabezas-trofeo.[23]​ Además las inhumaciones documentadas en una de las torres de la muralla de Bilbilis Itálica, interpretadas como sacrificios fundacionales.

Dentro de la extensión de las necrópolis, se diferencian dos estructuras, los lugares donde se realizarían las cremaciones, los ustrina, seguramente espacios colectivos y generalmente mal conocidos y los lugares donde se produjo la deposición definitiva de los restos del difunto, que ofrecen una gran variabilidad estructural.

Se localizan e identifican dentro del espacio funerario, como ya hiciera Cerralbo, a quien se debe la mayor parte de la información que se posee sobre este tipo de estructuras, por la presencia de abundante ceniza, restos de cerámica y metal, que pueden estar localizados, o no, en zonas marginales de la necrópolis (en la necrópolis de Aguilar de Anguita se localizaban en las calles más alejadas). Los trabajos de excavación más recientes han ofrecido algunas evidencias sobre lugares reservados a la cremación en algunas necrópolis.

Existe una gran variedad respecto al tipo de enterramiento, desde la deposición de los restos de la cremación en un hoyo, con o sin urna cineraria y a veces acompañada de estelas de variado tamaño o de encachados tumulares. Esta variabilidad, que se manifiesta entre las tumbas de un mismo cementerio, podría implicar, en función de la mayor complejidad constructiva, una diferenciación de tipo social, y también evidente entre las distintas necrópolis.

Las estelas pueden variar notablemente de tamaño,[24]​ estando realizadas generalmente de materiales de la región. Suele tratarse de piedras sin desbastar o toscamente talladas.

La presencia de enterramientos tumulares, aunque es un elemento minoritario en las necrópolis celtíbericas, ofrecen también una cierta diversidad, encontrándose por lo común bastante alterados, quedando en ocasiones solo una acumulación de piedras sin forma definida.[25]

Los objetos que acompañan al cadáver en la sepultura, denominado ajuar funerario, pueden ser de distinto tipo: los realizados en metal, generalmente de bronce, hierro o también en plata, que incluyen las armas, los elementos de adorno y los útiles; los materiales cerámicos, que abarcarían desde la propia urna cineraria hasta los vasos que en ocasiones le acompañan, fusayolas o bolas; los objetos de hueso, pasta vítrea, piedra, etc., y los realizados en materiales perecederos, no conservados en ninguna ocasión, pero conocidos por las fuentes antiguas, tales como recipientes de madera o la propia vestimenta del difunto.

Si bien la mayoría de los objetos depositados en las tumbas debieron tener una función práctica en el mundo de los vivos, algunos de ellos presentan un valor social y simbólico añadido al valor puramente funcional, indicando, con ello, el estatus de su poseedor. Destaca el papel jugado por el armamento y particularmente por la espada. El prestigio de la espada, con las ricas decoraciones que a menudo presentan las empuñaduras y sus vainas y como arma de lucha, llevó a convertirla en indicadora del estatus guerrero y de la posición privilegiada, dentro de la sociedad celtíbera, de su dueño, enfatizando el carácter militar de la sociedad.

Un primer análisis permite constatar la existencia de tumbas con muchos objetos, frente a otras que no tienen ninguno y que, cuanto menos, implica un intencionado tratamiento diferente. El ajuar depositado mantiene una constante y es que las piezas de pequeño tamaño se introducían en el interior de la urna y las piezas grandes se colocaban fuera; en el caso de los enterramientos sin urna, los restos debían envolverse en alguna piel, tela o material perecedero que no se ha conservado y las piezas del ajuar se disponían alrededor.[26]

El equipo militar documentado en las necrópolis celtibéricas está formado básicamente por la espada, el puñal (en ocasiones sustituye a la propia espada), y armas de asta, que englobaría las lanzas, las jabalinas, los pilum y los soliferra, realizados en hierro en una sola pieza. Es frecuente el hallazgo de cuchillos de dorso curvo, así como los escudos, de los que solo se ha conservado las piezas metálicas: los umbos, las manillas y los elementos para la sujeción. Igualmente la panoplia de algunas tumbas incluía elementos defensivos como cascos y discos coraza, fundamentalmente de bronce, aunque dado su reducido número de hallazgos, su uso quedaría restringido al sector más privilegiado de la sociedad.

Según un estudio realizado por el profesor de genética y medicina molecular de la Universidad de Oxford, Bryan Sykes, los celtas que habitaban el Reino Unido antes de la llegada de sajones, vikingos y normandos, descienden de poblaciones procedentes de la península ibérica que cruzaron el golfo de Vizcaya hace más de 4000 años. Para llegar a esta conclusión, el equipo liderado por Sykes, tomó muestras de ADN a más de 10 000 personas en el Reino Unido e Irlanda, en aras de elaborar un completo mapa genético, dando como resultado que los pueblos tradicionalmente denominados celtas; escoceses, galeses e irlandeses, tendrían un parentesco cercano con las poblaciones norteñas de iberia, a partir curiosamente de un haplogrupo que tiene su foco de emisión en el golfo de Vizcaya. Los análisis en la composición del cromosoma Y del ADN revelaron que las huellas dactilares de los celtas eran prácticamente idénticas a las de los habitantes del norte de España.[27]

Daniel G. Bradley, profesor de genética del Trinity College de Dublín, llegaba a las mismos resultados genéticos publicados por Sykes. Hay que matizar que cuando Bradley habla de la «fachada atlántica» no lo hace como es común en España, para referirse a Galicia y Portugal, sino que lo circunscribe al Atlántico pirenáico: «La similitud entre las zonas costeras del Atlántico es más evidente y muestra que de hecho, el oeste de Irlanda y Gran Bretaña tienen una mayor afinidad con la región vasca».[28]​ Así, las afinidades genéticas son máximas entre irlandeses y cántabro-pirenaicos, y descienden hacia las poblaciones occidentales del norte de España.[29]

Estas investigaciones contradicen las teorías tradicionales que apuntan a que los celtas británicos provienen del centro de Europa. No obstante, es muy probable que la herencia genética ibérica presente en las Islas Británicas esté relacionada con la expansión megalítica, anterior a la existencia de los celtas. Se tiene conocimiento de contactos comerciales y de una ruta de navegación antiquísima, prehistórica, que unía el golfo de Cádiz con lo que ahora son Irlanda y Gran Bretaña.[cita requerida] A esto habría que sumarle la evidencia de que en el 10.000 a. C. Europa estaba sufriendo una mini glaciación y la península ibérica era uno de los pocos lugares en Europa donde el hombre podía vivir. Gran parte del continente Europeo, incluidas las islas británicas, estaba cubierto por el hielo. Al retirarse los hielos, se produjo una migración hacia el norte. Todo esto ocurrió mucho antes del nacimiento de ninguna cultura celta.



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