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Alta burguesía



El término burguesía (del francés bourgeoisie)[1]​ se utiliza en las ciencias sociales para designar a la clase media acomodada y a la clase media alta de la sociedad,[2]​ que posee cierto capital cultural y financiero y es la clase social dominante en el sistema capitalista, aunque su uso inicial y específico en las ciencias sociales tiene diversas variantes y matices y su significado original, que también se utiliza hoy en día, hacía referencia a los que vivían en la ciudad (burgo) en la Edad Media.

El término se usó inicialmente para denominar al grupo social formado por los habitantes de los "burgos" (las partes nuevas que surgían en las ciudades bajomedievales de Europa occidental), caracterizados por no ser señores feudales ni siervos y no pertenecer ni a los estamentos privilegiados (nobleza y clero) ni al campesinado. Sus funciones socioeconómicas eran las de mercaderes, artesanos (burguesía de los oficios) o ejercientes de las denominadas profesiones liberales. Formaban parte del estamento de los laboratores.

La ausencia de sujeción a la jurisdicción feudal era la clave: se decía que "el aire de la ciudad hace libre" (Stadtluft macht frei).[3]​ Algunos burgueses llegaron a ejercer el poder local en las ciudades a través de un patriciado urbano en el que se mezclaban con la nobleza; lo que en las ciudades-estado italianas (Venecia, Florencia, Génova, Pisa, Siena) implicaba en la práctica el ejercicio de un poder cuasi-soberano (algo menos evidente en las ciudades imperiales libres alemanas), mientras que en las monarquías autoritarias en formación (Francia, Inglaterra, reinos cristianos de la península ibérica) significaba la representación estamental del denominado Tercer Estado, pueblo llano o común. Destacadas familias de origen burgués se acabaron ennobleciendo (Borghese, Médici, Fugger).

Impulsada por la transición del feudalismo al capitalismo, la burguesía prosperó y se desarrolló como una fuerza social cada vez más influyente durante el Antiguo Régimen; aunque la inadecuación entre su poder económico y su ausencia de poder político la llevó a protagonizar, en el tránsito entre la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, las denominadas revoluciones burguesas. No obstante, considerar el papel de la burguesía como una necesidad determinada históricamente, ha sido señalado como una simplificación mecanicista, poco ajustada a la realidad: de hecho, en distintas formaciones sociales históricas se produjeron fenómenos muy distintos, de forma notable la acomodación de la burguesía a las estructuras del Estado absolutista en lo que se ha denominado historiográficamente por Fernand Braudel como "traición de la burguesía" (trahison de la bourgeoisie).[4]

A la burguesía comercial y financiera beneficiada por el mercantilismo y la expansión europea subsiguiente a la era de los descubrimientos, sucedió el predominio de la burguesía industrial durante la era de las revoluciones (la revolución industrial, simultánea a las revoluciones políticas y sociales "burguesas" -revolución americana, revolución francesa, ciclos revolucionarios de 1820, de 1830 y de 1848-).[6][7]​ A lo largo del siglo XIX, a medida que asegura su predominio social y accede al poder político, la burguesía pasa de ser una clase "revolucionaria", enfrentada a los estamentos privilegiados, a ser una clase "conservadora", enfrentada a su nuevo "enemigo de clase": el proletariado.[8]​ La estrategia "lampedusiana" (hay que cambiarlo todo para que todo siga igual) evidenció la proximidad de intereses entre la burguesía y la aristocracia.

Según la interpretación marxista de la historia (materialismo histórico) la burguesía se identifica por su papel en el modo de producción capitalista, donde se caracteriza por su posición en las estructuras de producción y por las relaciones de producción que establece con otras clases, especialmente con el proletariado. Su función es la posesión de los medios de producción, por la que establece su relación desigual con el proletariado, que al no poseer estos medios debe venderle su fuerza de trabajo. La extracción de la plusvalía de ese trabajo permite la acumulación de capital por parte de la burguesía.[9]

Desde el siglo XX, aunque la connotación de los términos "burguesía" y "burgués" incluye un cierto componente peyorativo, especialmente cuando se utiliza en contextos políticos con fines polémicos; es habitual también su utilización en contextos académicos.[10]

La Ilustración y el enciclopedismo del siglo XVIII dieron expresión ideológica a los valores e intereses identificados con la burguesía (el individuo, el trabajo, la innovación, el progreso, la felicidad, la libertad, la igualdad de condiciones -resumidos en el lema revolucionario Liberté, égalité, fraternité-), lo que se sustanció en un ambicioso programa político, social y económico que se implantó, a lo largo del siglo siguiente, en la sustitución del Antiguo Régimen por un Nuevo Régimen donde la burguesía pasó a ser la clase dominante:[12]

El triunfo de los valores burgueses se extendió en todos los usos sociales, incluido el tratamiento protocolario. De los tratamientos aristocráticos propios del Antiguo Régimen se pasó a la universalización de los tratamientos de cortesía, a los que todos tienen derecho en una sociedad de condiciones iguales (durante la Revolución francesa, citoyen -"ciudadano"- era el apelativo con el que se debía llamar a todos, y posteriormente se universalizó el monsieur -"señor mío"-, privado de su referente nobiliario, y el vous -"usted", "vuestra merced"-), quedando el elitismo reservado a los tratamientos académicos, estimados por ser fruto del mérito personal y no del nacimiento (en España, hasta el primer tercio del siglo XX se reservaba el "don" -derivado del dominus latino- para el título de "bachiller", aunque también se terminó universalizando,[13]​ mientras que el "licenciado" y el "doctor" se utilizan sobre todo en América Latina y otros países, como Alemania).[14]

El uso del tuteo, como una explícita subversión juvenil y "antiburguesa", fue uno de los rasgos de la revolución de 1968; aunque también lo había sido del falangismo, con idéntico propósito, en la España del franquismo inicial.

Las cualidades y costumbres propias de los burgueses (cuyo conjunto constituye el burguesismo, según el DRAE)[15]​ se sustancian en el terreno de la moral, la ética, la estética, el gusto, el arte, la música, la literatura o la moda. En sus aspectos literarios y artísticos, su análisis es parte importante de la Historia social de la literatura y el arte de Arnold Hauser (1951). En sus aspectos relacionados con la construcción del denominado orden público como parte del orden social, su análisis fue el objeto esencial de uno de los principales estudios de Michel Foucault (Vigilar y castigar, 1975).[16]​ Además de esos, la cosmovisión burguesa[17]​ implica también un concepto de educación sentimental que se desarrolla en estrecha relación con la imagen que proyectan los medios de comunicación de cada época.[18]

El aburguesamiento es la adquisición de las cualidades propias del burgués (según el mismo DRAE).[19]

Paradójicamente, tan "burgués" es el arte "académico", convencional y respetable, como las sucesivas búsquedas de originalidad en la transgresión y la provocación que pretenden Épater le bourgeois ("Escandalizar al burgués"); del mismo modo que tan integrables en el mercado de arte son, cada una en su segmento, la baja cultura (kitsch) como la alta cultura.

plorando de los ojos, tanto avién el dolor.

De las sus bocas todos dizían una razon:

—¡Dios, que buen vassalo! ¡Si oviesse buen señor!—

Joaquín de la Puente, "Arte oficial y arte burgués decimonónico" en Valeriano Bozal, Historia del arte en España, 1995:

Este socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones a las modernas relaciones de producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías de los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores del maquinismo y de la división del trabajo, la concentración de los capitales y de la propiedad territorial, la superproducción, las crisis, la inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado, la anarquía en la producción, la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas, la exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.

Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los medios modernos de producción y de cambio en el marco estrecho de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico.

Para la manufactura, el sistema gremial; para la agricultura, el régimen patriarcal; he aquí su última palabra.

A esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda suerte. Y hasta se ha llegado a elaborar este socialismo burgués en sistemas completos.

Citemos como ejemplo la "Filosofía de la Miseria", de Proudhon.

Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna, pero sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren perpetuar la sociedad actual, pero sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués elabora en un sistema más o menos completo esta representación consoladora. Cuando invita al proletariado a realizar su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha formado de ella.

Otra forma de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que no es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles, sino solamente una transformación de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas. Pero, por transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción burguesas -lo que no es posible más que por vía revolucionaria-, sino únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producción burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su dominio y para simplificarle la administración de su Estado.

El socialismo burgués no alcanza su expresión adecuada sino cuando se convierte en simple figura retórica.

¡Libre cambio, en interés de la clase obrera!. ¡Aranceles protectores, en interés de la clase obrera! ¡Prisiones celulares, en interés de la clase obrera! He ahí la última palabra del socialismo burgués, la única que ha dicho seriamente.



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