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Furias (mitología)



En la mitología griega, las Erinias (en griego antiguo Έρινύες Erinýes, de etimología desconocida) son personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. También se las llamaba Euménides (en griego antiguo Εύμενίδες, ‘benévolas’), antífrasis utilizada para evitar su ira cuando se pronunciaba su verdadero nombre. Según la tradición, este nombre se habría empleado por primera vez tras la absolución de Orestes por el Areópago (descrita más adelante), y más tarde se usó para aludir al lado benigno de las Erinias.

En Atenas también se utilizaba eufemísticamente la perífrasis σεμναί θεαί semnaí theaí, ‘venerables diosas’. Asimismo se aludía a ellas como χθόνιαι θεαί chthóniai theaí, ‘diosas ctónicas’, y se les aplicaba el epíteto Praxídiceas (Πραξιδίκαι), ‘ejecutoras de las leyes’. En la mitología romana se las conoce como Furias (en latín, Furiæ; o Diræ: ‘terribles’).

Es posible que ya estuvieran documentadas en las tablillas micénicas de lineal B bajo la forma del teónimo E-ri-nu.[1]

Según Hesíodo, las Erinias son hijas de la sangre derramada por el miembro de Urano sobre Gea cuando su hijo Crono lo castró, siendo por tanto divinidades ctónicas.

Su número suele ser indeterminado, aunque Virgilio, probablemente inspirándose en una fuente alejandrina, nombra tres:

Se representa a estas hórridas deidades vengadoras como genios femeninos con serpientes enroscadas en sus cabellos, portando látigos y antorchas, y con sangre manando de sus ojos en lugar de lágrimas. También se decía que tenían grandes alas de murciélago o de pájaro, o incluso el cuerpo de un perro.

Para Epiménides, eran hermanas de las Moiras, hijas de Crono y Eurínome. Para Esquilo, hijas de Nix, la Noche. Y para Sófocles, hijas de Gea y Skotos, las Tinieblas.En la Eneida del poeta romano Virgilio, las Erinias son hijas de Plutón(Hades) [2]​ y Nox(Nix).[3]​ En la tradición órfica, eran hijas de Hades y Perséfone (esta relación con el mundo infernal aparece también muy claramente en la Ilíada).

Es probable que al hablar de las Euménides nos estemos refiriendo también a las Moiras en la misma mitología griega las cuales personificaban el destino de las personas. Las similitudes en sus características no son pocas y se tiene en cuenta que el folclore y la abundancia de pueblos los cuales fueron influenciados por la cultura griega, pudieran haber introducido variaciones en leyendas ya antes contadas.

Las Erinias son fuerzas primitivas anteriores a los dioses olímpicos, por lo que no se someten a la autoridad de Zeus. Moraban en el Érebo (o en el Tártaro según otras tradiciones), del que solo volvían a la Tierra para castigar a los criminales vivos; durante su estancia en el inframundo, sometían a los eternamente condenados a torturas sin fin. A pesar de su ascendencia divina, los dioses del Olimpo muestran hacia estos seres una profunda repulsión mezclada con temor reverencial, y no los toleran. Por su parte, los mortales les temen pavorosamente y huyen de ellas. Es esta marginación y la consecuente necesidad de reconocimiento lo que, en la obra de Esquilo, llevará a las Erinias a aceptar el veredicto de Atenea pese a su inagotable sed de venganza.

En la Ilíada, cuando una maldición ritual invoca a «vosotros, que en lo profundo castigáis a los muertos que fueron perjuros», «las Erinias son simplemente una encarnación del acto de automaldición que conlleva el juramento».[4][5]​ Son las encargadas de castigar los crímenes durante la vida de sus autores materiales, y no más tarde. No obstante, siendo su campo de acción ilimitado, si el autor del crimen muere lo perseguirán hasta el inframundo. Justas pero sin piedad, ningún rezo ni sacrificio puede conmoverlas ni impedir que lleven a cabo su tarea. Rechazan las circunstancias atenuantes y castigan todas las ofensas contra la sociedad y la naturaleza, como el perjurio, la violación de los ritos de hospitalidad y, sobre todo, los crímenes o asesinatos contra la familia. En épocas antiguas se creía que los seres humanos no podían ni debían castigar tan horribles crímenes, correspondiendo a las Erinias perseguir al desterrado asesino del fallecido en venganza, hostigándole hasta hacerle enloquecer (de ahí su nombre latino, derivado de «furor» como sinónimo de «locura»). La tortura solo cesaba si el criminal encontraba a alguien que le purificase de sus crímenes.

La diosa Némesis representa un concepto similar, y su función se solapa con la de las Erinias, con la diferencia de que aquella castigaba las faltas cometidas contra los dioses. Por su parte, la diosa Niké tenía originalmente un papel parecido, como portadora de una victoria justa. Castigaban el hibris o exceso. Prohibían a los adivinos revelar fielmente el futuro para que este conocimiento no acercara al hombre a los dioses.

Las Erinias solían ser comparadas con las Gorgonas, las Grayas y las Arpías debido a su espantosa y oscura apariencia y al poco contacto que mantenían con los dioses olímpicos. Atormentan a los que hacen el mal, persiguiéndolos incansablemente hasta volverlos locos. En un sentido más amplio, las Erinias representan la rectitud de las cosas dentro del orden establecido, protectoras del cosmos frente al caos. En la Ilíada privan de la palabra a Janto, el caballo de Aquiles, por culpar a los dioses de la muerte de Patroclo y privan de descendencia a Fénix. El filósofo Heráclito decía que si Helios decidiera cambiar el curso del Sol a través del cielo, ellas se lo impedirían.

Un mito cuenta que Tisífone se enamoró de Citerón. Furiosa de sus desprecios, le lanzó una serpiente de su cabeza que, tras oprimirle el pecho, le mató.[6]

En Las Euménides, tragedia de Esquilo, la tercera parte de la Orestíada, las Erinias persiguen a Orestes. Este había matado a su madre, Clitemnestra, en venganza por el asesinato de su padre, Agamenón. En su primera representación esta tragedia provocó verdadero terror entre los espectadores, siendo las Erinias las integrantes del coro.[7]

Lo único que interesa a las Erinias es el acto de asesinato cometido por Orestes, sin sopesar las circunstancias que podrían explicarlo. El propio Apolo debe oponerse a su venganza implacable concediéndole protección a Orestes, a quien había incitado a vengarse del asesino de su padre, que resultó ser Clitemnestra. Las Erinias, nos cuenta Esquilo, persiguen a Orestes hasta Delfos, el más importante santuario de Apolo. No le liberan hasta que los dioses les convencen para que acepten el veredicto del tribunal de Atenas, el Areópago.

Allí, Atenea interviene como patrona de la ciudad y equilibra el fallo. Orestes es absuelto, pero debe traer de la Táuride una estatua consagrada a Artemisa. Las Erinias son referidas desde entonces en Atenas bajo las formas más clementes antes citadas: Euménides (‘benévolas’) o Semnaí Theaí (‘venerables diosas’).

A pesar del precedente anterior, las Erinias persiguieron igualmente a Alcmeón, que había matado a su madre. Como Orestes, Apolo le había incitado a vengar a su padre. Alcmeón es perseguido por las Erinias a través de Grecia, hasta que halla refugio en una tierra que no existía aún en el momento del asesinato de su padre, escapando así al poder de sus perseguidoras.

A las Erinias se les sacrificaban ovejas negras y libaciones de νηφάλια nêphália, mezcla de miel y agua.

Hay en la Arcadia un lugar que posee dos santuarios consagrados a las Erinias. En uno de ellos, llevan el nombre de Μανίαι (Maniai, ‘las que vuelven loco’). Fue en este lugar donde, vestidas de negro, sitiaron a Orestes por primera vez. No lejos de allí, cuenta Pausanias, se encuentra otro santuario donde su culto se asocia al de las Cárites (‘diosas del perdón’). En este lugar, vestidas de blanco, purificaron a Orestes y este tras su curación ofreció un sacrificio expiatorio a las Maniai.



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